Zahra: favorita de Al-Andalus Antonia Bueno PERSONAJES NARRADOR ZAHRA andalusí ZAHRA magrebí HASSAN (esposo de Zahra magrebí) ABDERRAMÁN III (califa de córdoba) AL-HAKAN (hijo de Abderramán) MALIKA (amiga de Zahra magrebí) YAFAR (eunuco del harén de córdoba) SITT (curandera magrebí) MUJERES DEL HARÉN DE ABDERRAMÁN ESCLAVAS Y ESCLAVOS DEL HARÉN FÁTIMA (esposa y prima de Abderramán) MARYAN (primera esposa de Abderramán) HASDAY (médico judío de Abderramán) Escena I Prólogo en el vestíbulo El vestíbulo del Teatro es un zoco. Encantadores de serpientes, faquires, músicos, aguadores... El público deambula por este abigarrado laberinto dejándose llevar por el azar y la sorpresa. Suena la voz del almuédano llamando a la oración de la caída del sol. El bullicio del zoco se detiene. Por un momento toda actividad mundana queda suspensa ante la presencia omnipotente de Alá. Cuando acaba la plegaria, suena una chirimía. Quien la toca es un viejo ciego. Al acabar, avanza apoyándose en su rústico bastón, con magnificencia de califa. Es tan viejo como el mundo. No tiene nada que ocultar, porque nada posee, ni nada que temer puesto que ya todo lo ha sufrido. Su voz es coral, poliédrica, paradójica. Es la voz del viento del desierto, la de las estrellas, las palmeras y el mirto. Conoce el lenguaje de los pájaros y la geografía de los perfumes. Es la Memoria de Al-Andalus y el Magreb, conocedora de todos y cada uno de los rincones de la historia contada y de la que nunca se contó. NARRADOR.- La vida es como un zoco... ¡Abrid bien vuestros ojos! Todo está aquí, revuelto y mezclado en extrañas proporciones... Podéis adquirir el famoso brebaje de Al-Harraní, que combate el dolor de estómago... Un nuevo juego de mesa, llamado a tener vida longeva, el ajedrez de Ziryab... Un mágico artefacto para medir el tiempo, el reloj de Ibn Firnas, hombre de raras cualidades que concibió la posibilidad de volar... Un poema de amor de Zayd de Elvira... Una carta de los cielos de Abu Ubayda al-Balansí... Una onza de almizcle... Una pieza de seda blanca para llorar el luto de la persona amada... Un caldero para el cuscús... Un collar beréber... Unas babuchas amarillas... (Deteniendo su enumeración, con picardía.) O... ¿Preferís un cuento?... ¿Una historia para soñar... y recordar? (Golpea el suelo tres veces con su bastón y mágicamente se abren las puertas de la muralla que encierra la medina teatral. Los espectadores se van introduciendo en la sala del Teatro, el cuarto de las Maravillas, la cueva de Alí Babá...) ESCENA II Presentación del narrador El público va entrando en la sala y acomodándose en sus asientos, mientras se deja envolver por el sonido y el aroma de otro lugar y otro tiempo. En los pebeteros se queman inciensos. Hasta el último de los rincones huele a almizcle y resuena a misterios por descubrir. Cuando todos están acomodados y atentos, el NARRADOR comienza a caminar por el pasillo hacia el escenario, dirigiéndose al público que le rodea. NARRADOR.- Las historias son más necesarias que el pan. Nos dicen cómo vivir y por qué. El pensamiento es libre para buscar la verdad... y la lengua no tiene huesos: Al lisan mafih adhm. Así que... ¿quién prohibirá a la lengua de un pobre ciego brincar en una danza inocente de palabras?... Aunque, os preguntaréis: ¿En estos tiempos existe la inocencia?... ¿Existió en algún tiempo?... (Inesperadamente, golpea con furia el suelo y moviéndose con agilidad increpa a los presentes.) ¡Gentes de poca fe, escuchad! Olvidaos de vuestros ridículos problemas. ¿Acaso tenéis algo mejor que hacer? ¡Quedaos pues y escuchadme con atención. Aprenderéis muchas cosas de provecho. (Dibuja con su bastón en el aire de la sala arabescos y figuras misteriosas, que captan la fascinación del auditorio. Luego continúa avanzando entre el público hasta el escenario.) Voy a hablaros de la inocencia y de la traición, del lujo y del hambre, del hombre y de la mujer, del norte y del sur, del ayer y del mañana... Dejadme elegir mi camino bajo las estrellas, que me conducirán al oasis de vuestros corazones. (Sube al escenario y se sitúa en el centro. Tan sólo se ve su magnífica figura, el resto son tinieblas. Desde allí, percibe la atención del concentrado público. Sonríe satisfecho. Ahora ya puede comenzar.) Yo vengo de lejos. ¿Quién soy yo?... Soy... lo contrario de un tejedor. Mi función es destejer, desvelar las apariencias, para poder penetrar el sentido oculto de las cosas... (Saca entre los pliegues de sus ropas una cajita.) Contar una historia es liberar palabras: Yo soy Al-Muharrir, el liberador. (Abre por un momento la caja. Se oyen ecos de voces que se entrecruzan como palomas que escapan volando.) Esta es mi caja de palabras. Mis palabras y yo recorremos el país en agotadoras giras para llegar hasta vosotros... ¡Sí, amigos míos! Incluso nos exponemos al ataque de los fanáticos, que el mes pasado bombardearon con huevos y tomates a nuestro digno elenco... Las palabras son poderosas. Utilizadas solas actúan como fuertes talismanes... Enlazadas, son cuentos maravillosos. Su poder puede librar hasta de la muerte... (Cómplice.) Por eso hay que manejarlas con prudencia. (Vuelve a cerrar la caja. Escruta la atención de su auditorio. Señalando sus vestimentas.) ¡Ay!... Mis ropas han conocido días mejores... Pero, no dejéis que las apariencias os confundan... Ya os advertí que son engañosas... ¡Yo he sido importante alguna vez! ¡Sí, queridos hermanos!... Cuando vosotros aún no erais nada, ni siquiera un sueño en la cabeza de vuestros abuelos... (El escenario se va iluminando. Está cubierto de arena, como el desierto, como el descampado de la plaza donde el narrador desgrana cada noche sus historias. Señalando a su alrededor.) Entre tanto, esta tierra ha sido pisada por cientos de sandalias desocupadas, de pasos errantes... ¿No veis sus huellas?... ¿No podéis leer en sus trazos el mensaje de toda una vida de vidas? (Increpándoles con su bastón desde el centro del espacio arenoso que lo inunda todo.)¡Quedaos conmigo! ¿Para qué vais a ir con otros? Yo os contaré todas las historias... Las fábulas más maravillosas y las tragedias más estremecedoras. Porque yo puedo ser todos los narradores. (Cobrando dignidad.) Yo fui el poeta de Cabra que inventó aquellos versos cortos que más tarde llamaron moaxaja. Viví en la fastuosa corte de Abderramán. Mi nombre era Mokadan al-Kabri... ¿O... quizá fui el músico ciego que armonizó las veladas en el salón rico de Medina Zahara... y no recuerdo mi nombre? O Abul-l-’Ala al-Ma’arrí, a quien mis biógrafos apellidan filósofo de los poetas y poeta de los filósofos. Mi “Tratado del perdón” fue la más hábil recreación de la leyenda del isra’, el viaje nocturno de Mahoma a los lugares de ultratumba, que luego copió un tal Dante. O el ciego de Gaarra, que escribió un pastiche del Corán, reproduciendo hasta en sus más ínfimos detalles la música de sus párrafos... aunque burlándose de la letra. Pero... También podría ser Abuccasis, cirujano cordobés de aguazada visión. Tanto, que conseguí eliminar la Teología del conocimiento médico en mi famosa enciclopedia Tesnf... O Naguib, ulema y tendero en el zoco de una pequeña ciudad del Atlas... O el maestro sufí Ibn Masarra, que predicó el libre pensamiento... O hasta saida Al-Horra, la libre, la que tiene poder soberano, gobernadora de Tetuán. O inclusive Laila Fatha Mohamed, la mujer santa, ante cuyo mausoleo se sellan los juramentos. O... ¿por qué no?... un viejo ciego cualquiera de los que hoy recorren la medina de Fez con su bastón y su escudilla en busca de unos dirhams... O el mismo Abderramán, califa de los creyentes... O su hermosísima favorita Zahra, para quien construyó una ciudad-palacio asombro de los tiempos. O una otra Zahra, fugitiva hoy de la kashba, en busca del paraíso europeo... ¡Qué importa! Yo puedo ser todos los ciegos. E inclusive todos los hombres... Y hasta... con una pizca más de imaginación... todas las mujeres. En definitiva... en un tiempo infinito a una persona acaban ocurriéndole todas las cosas. ¡Y yo he vivido tanto! (Dirigiéndose hacia un extremo de la escena, guiado por su báculo, comienza a recorrer los lugares de la memoria.) El Islam es gigantesco... Se extiende en el tiempo y en el espacio... Hoy visitaremos Al-Andalus, aquella lámpara encendida en la noche del Medievo... Y también el Magreb de hoy mismo. Viajaremos por el Estrecho, cuando era un arroyo grande, abu bekr, entre las dos orillas... Y también por este otro Estrecho que hoy es muro, hudud, frontera impenitente. Desvelaremos el secreto que encierran los jardines andalusíes... y los muros terrosos de las kashbas. El azar juega a la simetría. Nosotros jugaremos con él a través del espejo de los tiempos. (Llega a un extremo de la escena. Comprueba que ese es su lugar y se acomoda en el suelo sobre sus piernas cruzadas.) Pero... ¿Existe el azar? ¿No se dijo que todo está escrito en el Libro de Alá?... ¿Será que esta historia ya está escrita y sólo precisamos... recordarla... seguir la senda del aroma que destila... esperar el momento en que decida contarse a sí misma?... ¿Será mi misión aguardar su llegada para entonces... y sólo entonces... comenzar a desgranarla... convertirla para vosotros en sabrosos granos de sésamo que se abran al fin, permitiéndonos entrar en la cueva de las maravillas?... (Dando las últimas instrucciones.) Es bueno acordarse, dice el Sagrado Libro. Por eso hoy vamos a recordar todos juntos. Decidme... ¿Qué es el Corán, sino la palabra emitida por Dios?... ¿Y no he sido yo hecho a su imagen y semejanza? Permitidme entonces, como burda copia suya, que sea un charlatán... Aunque nunca me llaméis Al Kadhdahab, el mentiroso. (Finalmente, se dispone a comenzar.) ¡Dejad volar vuestra fantasía! En este territorio el tiempo tiene otro valor... O no tiene valor... Simplemente es... transcurre... Así que preparaos para un largo viaje. Tomad provisiones, sabiendo que la mejor provisión es la piedad... Y recordad... Con todo respeto... La prisa mata. ESCENA III Presentación de Zahra andalusí El NARRADOR, como maestro de ceremonias, alza su báculo. El escenario se ilumina y comienza a escucharse una nuba andalusí, que acaricia el paisaje como una mano de seda. Una hermosa mujer musulmana entra bailando. Va engalanada con un rico traje cortesano de la época califal. Todo su cuerpo sonríe con la dulzura de su danza. Porta una alfombra en los brazos, que trata como una amorosa ofrenda. NARRADOR.- (Percibiendo el aroma de ZAHRA ANDALUSÍ.) Yo te conozco, muchacha. Este olor a arrayanes... Llegas danzando... envuelta en aroma de siglos. ZAHRA.- (Deteniéndose, se dirige al público.) En el nombre de Alá, el más Misericordioso, la mayoría de las Bendiciones. As-Salam Aleikum. La Paz esté con vosotros. Vine a través de una historia. Una leyenda me trajo en su seno. Me parió una fábula. Con su leche me alimentó una ficción. (Vuelve a dejarse mecer por el cimbreo de su cintura de junco.) NARRADOR- Hubo un tiempo en que el mirto y el arrayán reinaban en estas tierras, distribuyendo sabiamente sus fragancias por los cuatro puntos cardinales... Hubo una ciudad-palacio en la falda de esta montaña... (ZAHRA extiende la alfombra.) El Monte de la Desposada... a pocas leguas de la magnífica Qurtuba. (ZAHRA danza sobre la alfombra, marcando grácilmente sus límites.) Sus paredes estaban tapizadas con láminas de oro traídas de Constantinopla, mármoles de Cartago, y piedras preciosas de tierras de infieles, en el lejano sur... El sol se bañaba en sus frescos aljibes, aguardando de nuevo la llegada de la luna tibia... de la blanca luna... de la luna hermosa y enamorada... (ZAHRA se sitúa en el centro de la alfombra.) ZAHRA.- En medio de este palacio hay un jardín donde crecen los más jugosos frutos, donde viven las aves de más hermoso plumaje... En mitad del jardín, un pabellón dorado... En mitad del pabellón dorado un estanque de mercurio líquido, que al moverse refleja la danza del pabellón, del jardín, del palacio y del monte todo... Y en el centro del estanque cuelga una perla... (Baila sensualmente.) NARRADOR.- Al-wasitah... la más grande... la beldad de Al-Andalus. La perla, el estanque, el pabellón, el jardín, el palacio, la ciudad entera... estaban allí por ella... sólo por ella... en honor de la más fragante, de la más sabia, de la más deseable de las mujeres... Zahra, la favorita... ZAHRA.- Ese es mi nombre. (La danza se hace más embriagadora.) NARRADOR.- Este palacio era un laberinto, un primoroso y elaborado laberinto, concebido para engañar a los demonios... para atraparles en su geometría sin fin... para hacerles desaparecer en el abismo insondable de sus universos infinitos. ZAHRA.- Este palacio es también un espejo... un magnífico espejo celestial, donde se reflejan maravillados los astros y danzan las esferas. Laberinto cósmico... trampa infernal... colmo de maravillas... centro del universo... NARRADOR.- Eso fue Medinat al-Zahra. Joya de Abderramán. Tesoro de los Omeyas. Maravilla de Córdoba... Su pérdida sólo podía suponer el caos... la fitna fraticida... la destrucción... (ZAHRA se detiene, majestuosa.) ZAHRA.- La muerte... NARRADOR.- Viajar a al-Andalus es viajar a un bosque de lágrimas. ZAHRA ANDALUSÍ.- (Desconcertada, mirando a su alrededor.) ¿Dónde estoy?... ¿Cómo he llegado aquí?... NARRADOR.- Eres tan bella... Un día entre los días, esperando vanamente al amado, al contemplarte en el espejo de las aguas y ver tu belleza dijiste: Veo un jardín a cuyos frutos nadie alarga su mano... ZAHRA.- ¿Quién eres tú?... NARRADOR.- (A Zahra.) Yo he tocado para ti hace mucho... mucho tiempo. Cuando las dos orillas se daban la mano... Cuando las gaitas bailaban y los naranjos tendían un fragante puente sobre este mar... Una noche escuché caer una de tus lágrimas sobre el aljibe irisado... A mí tampoco me gustaron nunca las cárceles, aunque fueran de oro... por eso escapé y me fui al sur... ZAHRA ANDALUSÍ.- ¿Y yo... no podré lograrlo? NARRADOR.- No habrá nunca una puerta. Estás adentro y el alcázar abarca el universo y no tiene ni anverso ni reverso ni externo muro ni secreto centro... (ZAHRA se sienta en el tapiz, aguardando la llegada de una noche más de primavera al borde del estanque. La nuba se va diluyendo en las tibias aguas hasta desaparecer.) ESCENA IV Presentación de Zahra magrebí NARRADOR.- Nuestra Zahra andalusí llegó pronto, con las primeras lluvias. ¿Acaso Al-Andalus no era un vergel? (Escuchando atento. Nada sucede.) Zahra magrebí se hace de rogar. Es más áspera, más árida, como su paisaje. Allí es preciso sembrar y regar más que en estos fértiles valles. Zahra juega al escondite, ocultándose tras su velo que cambia de formas y colores. Sólo sus ojos permanecen. Ojos asustados, esperanzados: Ojos en cuya pupila habita, como en un útero cálido, su otra mitad, su otra Zahra. Universos infinitos, pupilas que encierran planetas, que encierran espacios inexplorados, que encierran conocimientos preciosos... Pero, dejémonos de lirismos y no os inquietéis... Aquí está. ¿Verdad que también es hermosa? (Por segunda vez el NARRADOR alza su báculo. Suena una música magrebí actual. Entra una muchacha magrebí. Llega agitada, mirando con ojos asustados a su alrededor. Vestida con ropas actuales. Cazadora de cuero negro y falda larga. Su vientre hinchado y su rostro sofocado. Lleva su cabeza cubierta por un pañuelo. En su mano, el escaso equipaje de una bolsa de plástico.) (A ZAHRA MAGREBÍ.) Yo te conozco, muchacha... Esa voz que calla. Llegas corriendo desde las terrosas kashbas del sur del sur. Desde las espigas secas y los pozos callados. En tu vientre traes la semilla del futuro. Tu hijo alumbrará una nueva era donde haya un lugar para la piedad... (Al público.) Pero, ¡silencio!... Ya oímos la voz de esta otra hermosa Zahra, en quien la mano del Creador está comenzando a trazar sus designios... ZARHA.- Perdí mi anillo de boda en la arena. Perdí mi anillo, mi familia, mi tribu. Perdí la tierra abrasadora, el polvo cegador, los pájaros que se deslizan en parejas sobre el silencio. Perdí el silencio. Perdí mi memoria en las arenas de una rambla seca. No sé quién soy. No sé siquiera qué es lo que debería saber... y no sé. (Desconcertada.) ¿Quién sopla en mi oído estas palabras?... Loado sea Él que todo lo sabe. NARRADOR.- Cantan las tórtolas, zumba un moscardón. Tras la tapia de adobe se extiende el palmeral y el silencio. Zahra acabó de comer su cuscús bajo el cañizo rodeado de azaleas, palmitos, jazmines... El sopor rojizo de la siesta desciende como una plaga ardiente sobre la kashba... Pero eso fue hace ya algún tiempo... ZAHRA.- La madrasa está en casa. Mi padre es el maestro. Nos enseña cada tarde el Corán, las palabras sagradas.
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