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Voltaire hoy: Un reto para el pensamiento PDF

79 Pages·1995·2.232 MB·Spanish
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VOLTAIRE HOY UN RETO PARA EL PENSAMIENTO V E CH. PORSET, M. BENITEZ, E. BELLO, F. SAVATER V ’J LTÍ A TR E O L T A I Colección F. PAIDEIA. Documentos VOLTAIRE HOY UN RETO PARA EL PENSAMIENTO Ciclos de C onferencias sobre «Voltaire» A Coruña, noviembre / diciembre de 1994 A CORUNA FUNDACIÓN PAIDEIA 1995 VOLTAIRE hoy: un reto para el pensamiento: Ciclo de conferencias sobre Voltaire, A Coruña, Noviembre / Diciembre 1994.- A Coruña: Fundación Paideia, 1995.- 88 p.; 24 cm.- (Colección F. Paideia. Documentos; 6) ISBN: 84-88871-06-6 1. Voltaire-Crflica e interpretación. I. Fundación Paideia. 1 Voltaire © de la presente edición Fundación Paideia. (1995). Riego de Agua. 13 - 15, 1®. 15001 A Coruña. ISBN: 84-88871-06-6 Depósito Legal: C-903-95 Gestión Editorial: Gabinete de Patrimonio, S. L. A Coruña. Impresión: Gráficas del Noroeste, S. L. A Coruña. Diseño de cubierta: Gabinete de Patrimonio, S. L. A Coruña. IN D IC F PRÓLOGO Manuel Rivas 9 LA «FILOSOFIA» DE VOLTAIRE Charles Porset 13 VOLTAIRE MATERIALISTA: LA LETTRE SUR MR. LOCKE Miguel Benftez 25 VOLTAIRE Y LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA Eduardo Bello 39 LA INVENCIÓN DEL INTELECTUAL Fernando Savater 69 AUTORES Manuel Rivas Periodista y escritor. La Coruña Charles Porset Filósofo. París Miguel Benítez Profesor de Filosofía. Sevilla Kduardo Bello Reguera Profesor de Filosofía de la Universidad de Murcia. Secretario de Ia Revista de Filosofía «Daimon» Fernando Savater Catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. P R Ó L O G O En medio de todas las dudas a las que damos vueltas desde hace cuatro mil años de cuatro mil maneras, lo más seguro es no hacer nada nunca contra la conciencia de uno. Con este secreto se goza de la vida y no se teme nada de la muerte. VOLTAIRE A Federico Guillermo, principe heredero de Prusia. 28 de noviembre de 1770 VOLTAIRE SABE A SAL Alguén dixo que as cidades cambiaban máis rápido ca o cora­ zón dun home. Noustante, a pouco que pescude máis aló da superficie, un pode atopar certo fío fundacional ñas cidades. O niño de bravos pescadores. O burgo anti-feudal. O foco atlánti­ co das ideas liberáis, no XIX. A urbe libertaria e republicana, da primeira mitade deste século, con ateneos de nome tan suxe- rente como Resplandor en el abismo... Unha das esquencidas figuras coruñesas que emergulle nesa pescuda polo pasado é a de Alexander Jardine, o cónsul inglés 9 que frecuentaba a tertulia de IvI calé de la llspcran/u, que visi­ taba a primeira loxia masónica, sita na rúa Tabernas, e que era correspondente de Jove/lanos. Por certo, a éste abraiabao a radicalidade de Jardine e pedialle que fora máis cauto ñas súas misivas, non fora ser que acabaran os dous presos. Lémbrome agora deI porque foi un suministrador na Coruña de libros prohibidos, que conseguía introducir de contrabando coa com- plicidade dos navegantes que ían e viñan. A un tal Sebastián Cuervo pagoulle tres pesetas polas Confesións de Rousseau. Noutro lote chegou o Diccionario de Voltaire. En fin. Creo que a Coruña He acae ben o toque de cidade volte­ riana. Hai que agradecer á Fundación Paideia que dera abeiro a este encontró e que o nome de Voltaire volverá a soar, con anovada visión, coma unha contraseña. Porque Voltaire non só nos remite aos fantasmas máis gratos e indómitos do pasado. E curioso o que pasa eos nomes. Hai filó­ sofos importantes, de grande influencia na historia do pensa- mento, que citamos coma doas dun rosario. Nomes que saben a venerables cimas. Pero hai outra clase de pensadores que nunca deixan indiferente o padal. Sempre, ao evocar a Voltaire, notamos un pouso excitante na boca e cóxegas na lingua. Agárrense porque vou botar man da poesía para definir esa sen­ sación: é o inmorredoiro sabor salgado da libertade. Esa excitación repítese diante dun anaquel de libros. Os olios endexamáis pasan de largo cando no lomho aparece impreso o nome de Voltaire, como se alguén axitara alí unha bandeira para chamar a nosa atención. Sexa cal sexa a edición, son libros de fibra vexetal. Cando os arbres, reverdecen sempre, coma se o pape! conservara a memoria do bidueiro que foi. Son libros que non arden. Leña verde que venceu a todas as foguei- ras. Porque Voltaire provocou sempre dúas clases de excita- cións: a dos que o lían os seus libros e a dos que querían quei- malos. Os fundantentalismos meten medo. Pero a principal característica dos fanáticos é que teñen medo de sí mesmos. Por iso son tan bestas cós demáis. O primeiro contaxio de Voltaire é que nos fai descobrir a alegría de pensar por nós mesmos. 10 /fui dous anos ¡miden coñcccr a Thontas Szasz, un tibrepensa- dor actual da especie volteriana. Di causas, por exemplo sobre as drogas e a psiquiatría, que arrepían aos que leñen medo da máxima de Gracián: «Discorrer por libre». Un dos seus ruáis celebrados libros titulase O segundo pecado. ¿En qué consiste ese segundo pecado do noso tempo? «Pensar é fular claro». A linguaxe, tamén a linguaxe filosófica, pode utilizarse para liberar ou para enmascarar, simular ou controlar. Tiñan razón os escurantistas. Voltaire era un pecador. Un fasci­ nante pecador do segundo pecado. Os textos que seguen son magníficos testemuños do hen que pecaba Voltaire. Pero eu. neste limiar fugaz, só quería falar de sensacións. Digan: ¡Voltaire! ¿Non notan no padal e na pía da boca o sabor salga­ do da liberdade?. Manuel Rivas A Coruña II LA «FILO SO FÍA » DE VOLTAIRE Charles Por set Kant no estimaba demasiado a Voltaire: creía que hacía «demagogia». Es cierto que reconocía que lo había leído gustosamente, pero sin ver­ dadero provecho1. Más tarde algunos autores han tratado de rehabilitar a Voltaire, matizando la opinión de Kant. Pero la «consistencia de Voltaire» como filósofo -según reza el título de la obra de J.-R. Carré2- sigue planteando problemas: cuando le damos el título de filósofo, lo hacemos habitualmente por defecto, es decir, en el sentido popular y trivial del término’. Nuestro propósito no es, desde luego, la rehabilitación del Voltaire filósofo, ocupamos de nuevo de la opinión de Kant sería, por lo demás, una pérdida de tiempo. Más bien se trata de desplazar la cuestión preguntándonos acerca de su relación con la filosofía. Porque aunque Voltaire no sea en sentido estricto un filósofo, lo cierto es que ha dia­ logado durante toda su vida con los filósofos y que este diálogo, aun­ que no sea en sentido estricto una filosofía, pertenece al corpus general de la filosofía con el mismo derecho que la obra de Montesquieu, Rousseau o Diderot. En efecto, la «filosofía» de Voltaire debe ser situada en su época. El error común que cometen cuantos discuten sobre ella, a favor o en con­ tra, consiste en compararla con una philosophia perennis, en la que no creen, sin embargo, más que algunos profesores y un puñado de capu­ chinos, que sólo retienen su dimensión más mostrenca cuando se 13 oiicnmii en un modelo históricamente contrastado (como Platón, Aristóteles, Santo Tomás o Descartes), como si estos pensadores no hubieran dialogado, como Voltaire, con sus contemporáneos; para decirlo rápidamente, tales profesores confunden el uso escolar -es decir, dogmático- que se puede hacer de los textos de los pensadores con la lectura filosófica que requieren. Ahora bien: los filósofos del siglo XVIII nos invitan precisamente a esta lectura. Pero esta lectura presenta una novedad, en la medida en que no hay aquí un culto del pasado, porque lo que cuenta es la experiencia: el texto dará la medida de su pertinencia y de su fecundidad al ser con­ frontado con esta experiencia. En esta perspectiva, el «libro» pierde en parte su autoridad para con­ vertirse en un instrumento y en un medio que permite al lector avanzar en su búsqueda de la verdad, pierde su valor dogmático para adquirir un sentido heurístico. El mejor de los libros, escribe Voltaire, es aquel en el que el lector pone la mitad4. Su invitación a una lectura activa vuelve la espalda a las prácticas humanistas de la repetición y el comentario. El texto, aún el filosófico, sólo vale por lo que nos aporta hic et nunc. Esta concepción de la lectura, que Voltaire comparte en general con sus contemporáneos, implica un modo peculiar de relación con los filósofos. A Voltaire no le interesa en absoluto si el «sistema de Platón» es coherente: en el mejor de los casos, la cuestión es pura­ mente escolar y sólo concierne a los profesores de manual; lo que le interesa es el uso que puede dar a ese sistema y la pertinencia que una determinada doctrina puede tener respecto de las cuestiones que se plantea. Considerados en bloque, los sistemas filosóficos no son, efectivamente, sino «novelas» -es decir, ficciones más o menos logradas, como dirá Nietzsche más tarde5. Según Voltaire, ningún gran filósofo ha sabido resistirse a los cantos de sirena de la imagi­ nación: Descartes recibe su merecido en las páginas de las Lettres philosophiques, pero también, aquí y allá. Platón, Aristóteles, Epicuro, Agustín, Tomás, Malebranche, Spinoza, o Leibniz -para citar sólo a los más grandes-. Sólo Bacon y Locke escapan a sus críticas. Es cierto que Bacon «no conocía todavía la naturaleza», pero «desde muy pronto» había criti­ cado «lo que las Universidades llamaban la filosofía». Volviendo la espalda a las «quididades», a las «formas substanciales» de la Escolástica, Bacon había fundado la «filosofía experimental»6. 14

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