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uti y frui: la doble dimensión del amor en el pensamiento de agustín de hipona PDF

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UTI Y FRUI: LA DOBLE DIMENSIÓN DEL AMOR EN EL 5 PENSAMIENTO DE AGUSTÍN DE HIPONA DOI: 10.22199/S07198175.2016.0002.00008 Ignacio LÓPEZ Recibido el 14 de febrero de 2016. Aceptado el 11 de mayo de 2016. resumen Tomando como punto de partida la tesis doctoral de Hannah Arendt so- bre El concepto de amor en San Agustín, se propone aquí, trazar las líneas fundamentales de la doctrina del amor según el Hiponense, a partir de su doble dimensión conocida como el amor de uso (uti) y el amor de gozo (frui). Para ello, se hará referencia a los objetos propios de ambos amores, a saber, Dios y el mundo; aludiendo a lo que Arendt llama en Agustín de Hipona los amores de Cupiditas y Caritas. Se buscará introducir el concepto de amor, señalar y abordar analíticamente esta distinción e intentar dejar en evidencia la centralidad que ocupa el amor en todo el pensamiento de Agustín de Hipona. El enfoque parte de la antropología, pero será pre- dominantemente ético, encontrándose la tesis agustiniana del ordo amoris como telón de fondo de todo el trabajo. Palabras clave: Ordo amoris; Uti et Frui; Medios y fines; Amor a Dios; Amor al mundo. UTI AND FRUI: THE TWO-FOLD DIMENSION OF LOVE IN ST. AUGUSTINE OF HIPPO’S THOUGHT abstract Taking Hannah Arendt’s doctoral thesis entitled Love and Saint Augustine as a starting point, a development of the main elements of Augustine´s doctrine of love from the perspective of its double dimension known as use love (uti) and enjoyment love (frui), is suggested. Thus, this paper deals CUADERNOS DE TEOLOGÍA Vol. VIII, Nº 2 diciembre 2016 | 104-125 with the main objects of these loves, that is, God and the world, referring to what Arendt calls Cupiditas and Caritas in Augustine of Hippo, respecti- vely. So, an attempt will be made to introduce the concept of love, showing and developing this distinction analytically, and trying to clearly manifest the centrality of love in Augustine´s thought. The approach emerges from anthropology; however, it will be predominantly ethical, being the we- ll-known thesis of ordo amoris behind the whole work. Key words: Ordo amoris; Uti et Frui; Means and ends; Love to God; Love to the world. 1. Introducción En el siguiente escrito nos proponemos trazar las líneas fundamenta- les de la doctrina del amor según el Hiponense, a partir de su doble dimensión conocida como el amor de uso y el amor de gozo, tomando como punto de partida el trabajo de Hannah Arendt titulado El con- cepto de amor en San Agustín. Para llevar adelante este objetivo, se bus- cará introducir el concepto de amor, señalar y abordar analíticamente esta distinción, e intentar dejar en evidencia la centralidad que ocupa el amor en todo el pensamiento de Agustín de Hipona. Si bien, el trabajo se apoyará en la antropología, el enfoque será predominan- temente ético, encontrándose la doctrina agustiniana del Ordo amoris como telón de fondo de este trabajo y de toda la filosofía de nuestro autor. La alusión a esto último, será implícita y lo más breve posible, puesto que nuestra intención es ser incisivos en la caracterización del concepto de amor según este doble enfoque: Uti y Frui. 106 |Uti y Frui: la doble dimensión del amor en el pensamiento de Agustín de Hipona En adhesión, persiguiendo este fin, es que se hará referencia a los objetos propios de ambos amores, a saber, Dios y el mundo, dejando explícitamente de lado el amor al prójimo, no solo porque escapa a nuestros objetivos, sino porque tampoco resulta claro en el pensa- miento del Doctor de Hipona cómo se conforma este tipo de amor, lo cual requiere otro nivel de profundización y estudio dignos de un trabajo aparte. En este momento aludiremos a lo que Arendt llama en Agustín de Hipona los amores de Cupiditas y Caritas. Por otro lado, por ser el amor el corazón del agustinismo es que no nos limitaremos a una única obra en particular, sino que aludire- mos a la mayor cantidad de escritos posibles en los cuales el autor tenga algo que decir al respecto, sin dejar de respetar los límites de la extensión de nuestra investigación. De todos modos, dada la frondosidad de su obra, se hará la delimitación bibliográfica correspondiente. Las obras de Agustín de Hipona serán comple- mentadas con artículos, obras comentadas e introducciones a su pensamiento, siendo curiosamente el último libro que trata acerca de esta temática el primeramente citado de Hannah Arendt. 2. Nociones preliminares del pensamiento agustiniano Puesto que, como ya anticipamos, el amor es el corazón de todo el pensamiento de Agustín de Hipona, es menester hacer referen- cia a ciertos elementos centrales a todo su sistema, los cuales nos permitirán comprender mejor los fundamentos y los alcances de su doctrina sobre el amor. Dado que escapa a nuestros objetivos el desarrollo de estas tesis, nos limitaremos simplemente a men- cionarlas, remitiendo al lector a las obras en las cuales se podrán hallar las fundamentaciones correspondientes. El primero de estos elementos es, sin duda, la bondad ontológica (Cfr. Agustín de Hipona, De Natura Boni), es decir, la convicción por parte Ignacio LÓPEZ | 107 de nuestro autor de que todo lo que existe es bueno y que, por lo tanto, el mal como tal no puede tener existencia real sino únicamente moral. Con esta identificación entre el ser y el bien, propia de la doctrina de los trascendentales, no solamente se afirma que el mundo, tomado este como el conjunto de entes finitos que acompañan la existencia terrena del hombre, es en sí mismo bueno, sino que también se lo entiende como compuesto de una jerarquía de bienes diversos que dependen todos ellos del Sumo Bien. En segundo lugar, en un acto introspectivo (cf. Agustín de Hipona, De vera Religione 39, 72) el hombre puede descubrirse, por las con- diciones de su naturaleza, como capaz y deseoso del Bien Sumo, lo único que puede otorgarle felicidad plena y verdadera. Este Bien, para ser llamado tal, debe concentrar tres notas fundamentales: el ser inagotable, el ser eterno y el ser incapaz de ser arrebatado una vez poseído. Luego de un largo diálogo (cf. Agustín de Hipona, De Beata Vita), el Hiponense concluye que este Sumo Bien puede solamente identificarse con Dios, de modo tal, que no solo no es posible la felicidad plena en la tierra, sino que también se convierte en la máxima aspiración del hombre en esta vida: la búsqueda de Dios y el no detenimiento en las cuestiones mundanas. En tercer y último lugar, encontramos la recurrente referencia del Obispo de Hipona al hombre como un ser peregrino. Según esta tesis, en concordancia con lo dicho anteriormente, el hombre no hallará descanso en ninguno de los bienes de esta vida ni en la posesión de todos ellos: “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro co- razón estará inquieto hasta que repose en ti” (cf. Agustín de Hi- pona, Confesiones 1, 1); sino solamente cuando posea a Dios en la vida eterna. Afirmado esto, Agustín entiende al hombre como un ser de paso por el mundo, un viajero, un homo viator siempre en movimiento, de bien en bien, hacia el Sumo Bien1 (cf. Agustín de 1 Esta es una tesis que está en toda la obra de nuestro autor. 108 |Uti y Frui: la doble dimensión del amor en el pensamiento de Agustín de Hipona Hipona, En. in Ps. 118; Serm. 123; Serm. 256, 3; Serm. 125; In Ep. Io. 9, 10; In Io. Ev. 40, 10). Estas tres afirmaciones en conjunto, permiten enmarcar la concep- ción del amor según el Doctor de Hipona, pues sitúan al hombre frente a una opción fundamental que debe hacer en la búsqueda de su realización: buscar a Dios y subordinar a Él todo lo demás, o bien dedicarse al mundo, en sí mismo bueno, atractivo y lleno de valor, a su transformación y los bienes que tiene para ofrecer (cf. Agustín de Hipona, De civ. Dei. 14, 28). Ahora bien, el hombre que se conoce a sí mismo sabe que el mundo no puede darle lo que él necesita, felicidad plena y que, por lo tanto, debe emprender un camino de ascenso, desde los bienes más ínfimos hacia los supremos, fijando como punto de llegada el encuentro con Dios. Emprender este ca- mino es reconocerse peregrino en el mundo, lo cual, por otra parte –dada la primera tesis que propusimos– no niega la bondad de los bienes creados ni el amor hacia ellos; sino que los subordina a un bien mayor. Esta jerarquización de bienes hacia los cuales el hombre tiende por amor, es el fundamento real de la doctrina agustiniana del ordo amoris y su inherente distinción entre el uso (uti) y el gozo (frui); precisamente de esto nos ocuparemos a continuación. 3. Usar y gozar: La doble dimensión del amor Luego de estas aclaraciones previas, se percibe cómo (siendo uno el hombre que ama) la doble dimensión del amor no radica principal- mente en el sujeto, sino en el objeto al cual se destina dicho amor. Dado que el hombre debe optar por realizarse, ya sea en Dios o bien en el mundo, encontrándose los bienes de éste en la cotidianeidad y aquel solo de un modo difuso y a través de las creaturas, es la constitución ontológica misma de estos dos bienes la que abre la posibilidad de hacer una distinción entre bienes amables por su uso Ignacio LÓPEZ | 109 y bienes amables como fines. En otras palabras, si bien es cierto que el hombre ama algunas cosas como medios y otras como fines, su acto de amor es uno solo y es el drama propio de la vida terrena que lo obliga a optar entre estos dos ámbitos de realización, aquello que origina esta doble dimensión del amor. Dios y el mundo son ambos buenos, ambos deben ser amados por el hombre virtuoso, pero uno al servicio del otro, uno como medio, el otro como fin. Siguiendo el espíritu de Agustín, es importante recordar que no es del todo preciso hablar de amores malos u objetos malos que nos seducen, pues todo lo que existe es bueno y, en concordancia con la antropología clásica, nada salvo un bien puede atraer la voluntad del hombre. Y es, precisamente, la bondad de lo creado lo que alerta al Obispo de Hipona, pues nada, salvo un bien en apariencia mayor al Sumo Bien, puede incitarnos a apartar la mirada de Dios como fin último: “Sí, Dios mío, eres la suma verdad; pero si providen- cialmente no hubieras salpicado de amarguras las felicidades del mundo, fácilmente me olvidaría de ti” (cf. Agustín de Hipona, En. in Ps. 93, 24). Con lo cual, estrictamente hablando, el hombre solamente ama bienes y toda su sabiduría y su vida moral se juegan en elegir los mejores y los más adecuados para cada momento. Por otro lado, que un bien sea un medio no significa que deba ser descuidado, pues el máximo disfrute de todos los bienes y el perfecto despliegue del amor no consiste en menospreciar lo inferior o los medios, sino pre- cisamente en amarlos con todo nuestro ser, pero como lo que son, medios y no fines: Usa de este mundo sin detenerte en el goce de él, y así, a cambio de bienes materiales y temporales, recibirás los espirituales y eternos. Usa del mundo, pero no te dejes dominar por él. Tu estancia en este mundo es un viaje que haces; has venido para marcharte, no para permanecer (In Io. Ev. 40, 10). 110 |Uti y Frui: la doble dimensión del amor en el pensamiento de Agustín de Hipona Al mismo tiempo que se percibe aquí la mencionada tesis del homo viator, también se aprecia cómo el uso del mundo es absolutamente legítimo para el Doctor de Hipona, un uso que no puede darse sino por medio del amor. Asimismo, este amor se pervierte cuando pre- tende hacer del mundo un fin, pues es allí cuando se invierten los roles dominador-dominado. De esta forma, sobre la idea de que el hombre no debe privarse del amor al mundo, sino que debe orien- tarlo adecuadamente, se aprecia cómo el problema pasa de ser on- tológico (una elección de radicalidad maniquea entre el bien y el mal) a una cuestión de orden: todo debe ser amado con todo nuestro ser, pero cada cosa por lo que es, los medios como medios, los fines como fines. Tal como lo indica la Doctora Mosto: Sólo Dios puede ser amado por sí mismo (frui), mientras que todos los demás seres deben ser tratados como instrumentos (uti) en el camino a ese supremo gozo. Si se altera el orden del frui y del uti se pervierte el orden del verdadero amor, obedeciendo a la falsa ley del pecado (…) no podemos descansar en ellos, debemos utilizarlos como escalones de ascensión en el camino a Dios (195). Adentrándonos con lo dicho propiamente en nuestro tema de in- vestigación, tal como anticipamos, seguiremos de cerca el excelen- te trabajo de Hannah Arendt acerca del concepto de amor en San Agustín. Esta autora del siglo XX opta por llamar concupiscencia al amor desordenado y caritas al amor ordenado. En esta línea, y en relación con lo anterior, amar los medios como fines producirá un apego al mundo, un asentamiento de la morada del hombre en la tierra y, por lo tanto, un amor de concupiscencia. Por otro lado, el amor que respeta la jerarquía natural de los bienes temporales y que percibe a todos ellos como medios ordenados al gozo de Dios, será identificado con el amor de caridad. Arendt expresa esta idea muy sintéticamente de la siguiente manera: “En la concupiscencia el hombre abraza la suerte que le hace perecedero. En la caridad, Ignacio LÓPEZ | 111 cuyo objeto es la eternidad, el hombre se trasforma en un ser eter- no, no perecedero” (36). Asimismo, comentando el Salterio, Agustín de Hipona hace clara referencia al amor al mundo como medio para llegar a Dios: De las cosas creadas quiero hacer una escala para subir hasta ti; por- que sé que, si las amo más que a ti, no llegaré a poseerte. ¿Y de qué me servirá la posesión de tus obras si me faltas tú, el artífice de ellas? Es verdad que puedo amarlas; pero a ti más que a ellas, y a ellas por amor tuyo (En. in Ps. 144, 8). Nótese una importante confesión de nuestro autor en este punto: el hombre no debe buscar suprimir su amor al mundo sino evitar amarlo más que a Dios. Por tanto, puede darse un amor al mundo sumamente intenso en la medida en que siempre sea con el fin de usarlo para gozar de Dios. Si bien es una cuestión que se nos escapa, ciertamente, que Agustín no piensa en un uso dominador al estilo de Francis Bacon en su Novum Organum y la primera ciencia moder- na, semillero del ideal iluminista que busca exprimir el mundo sin ningún respeto por la creación; sino más bien en un uso amoroso, ordenado y sobretodo co-creador, aunque no por ello menos intenso. Según lo dicho, el amor humano no se define como ordenado úni- camente por aquello que se ama, pues todo debe ser amado, sino por cómo se ama, por el lugar que se le otorga en la jerarquía de valores. Ahora bien, es evidente que será ordenado el amor que es- coge como fines aquellos que verdaderamente están a la altura de tal categoría, es decir, aquellos que no conducen al hombre hacia otro bien superior, sino que en sí mismos son el punto de llegada. En este punto, dejaremos de lado una minuciosa enumeración de bienes eternos que podrían caber en esta distinción, como son la virtud, la verdad, incluso la amistad, para centrarnos únicamen- te en el problemático binomio Dios-mundo. Así, como ya dijimos 112 |Uti y Frui: la doble dimensión del amor en el pensamiento de Agustín de Hipona más arriba en las notas preliminares, por su constitución misma, únicamente Dios puede ser considerado propiamente un fin, rele- gado a categoría de medio el mundo en cuanto conjunto de bienes finitos. En sintonía con esto, nos confiesa Agustín: “La vida bien- aventurada no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti: ésa es y no otra” (Confesiones 10, 22, 33). Por otro lado, abandonar el mundo por miedo a verse privado del gozo de Dios, implicaría para el Hiponense un desaprovechamien- to en al menos dos sentidos. En primer lugar, de los bienes finitos en sí mismos, pues su razón de ser no es la de interferir en la bús- queda del Bien Sumo, sino que el hombre fue colocado en medio de ellos para hacer uso legítimo y disfrutarlos máximamente, en la medida en que descubre el valor propio que poseen y el lugar que le corresponde a cada uno de ellos. Esto es expresado de modo preciso por Romano Guardini cuando afirma que: El valor de las cosas, el significado de lo existente, la densidad de sen- tido del acontecer, calan en todas partes en sus sentimientos. El mun- do en el que se halla está tan lleno de significación que todo lo que es está saturado de la forma eterna. A un hombre que piensa de manera puramente abstracta, la teoría de las ideas podría llevarlo hacia una indiferencia ante lo terrenal, pero no así al hombre que vive y contem- pla concretamente. Porque éste capta la idea al percibir la plenitud de sentido de lo existente. Y al experimentar la idea, simultáneamente se le hace precioso lo que participa de esa idea, se le convierte en tarea que realizar. (…) Si el platónico se hace cristiano, entonces amará la cosa finita con renovado amor, porque ha sido creada y redimida por Dios (104). Una vez más, sumándose Guardini a la lista de pensadores que consideran característico del pensamiento agustiniano un amor ordenado al mundo y no una fuga de él, encontramos aquí un nue- vo testimonio del aprecio por la realidad creada en sí misma. Por Ignacio LÓPEZ | 113 otro lado, y en segundo lugar, el abandono del mundo también implicaría un desaprovechamiento en cuanto que, los bienes crea- dos, además de tener un valor en sí mismos, tienen la insustituible capacidad de hablarnos y remitirnos al Creador. De intuiciones profundamente agustinianas, en este caso nos remitimos a lo di- cho por el doctor Emilio Komar: La mirada contemplativa no prescinde de los entes particulares, de su sentido y su valor, sino ciñéndose a lo que de veras son y evitan- do caer en cogitare ultra, se deja medir rigurosamente por ellos, pero no se limita a ellos. El ente particular se torna speculum vitae y liber sanctae doctrinae: la creatura habla del Creador. Como dice la Cons- titución Gaudium et Spes: “en el lenguaje de las creaturas” se oye “la voz y la manifestación de Dios” (art. 36). Lo finito nos remite a lo Infinito (24-25)2 Según lo expuesto, podríamos decir que una mayor apertura a la realidad implica simétricamente una mayor apertura a Dios, siem- pre que se esté buscando su imagen en el mundo. Este es el sentido profundo del reconocimiento del mundo como medio, esta capaci- dad de remitirnos a la Fuente, a la Bondad misma. Pero dado que los seres finitos tienen una bondad propia –aunque el percatarse de que esto es a raíz de su participación en el Sumo Bien, sea una verdad muchas veces de difícil percepción– pueden aparentar ser cerrados en sí mismos y presentarse al hombre como fines, como si el mundo fuese el lugar en el cual el hombre debe encontrar la plenitud. De este engaño nos previene Agustín de Hipona cuando sentencia: “No busques, por tanto, la felicidad en la tierra. Gran cosa es la felicidad, pero no se encuentra aquí” (Sermones 233, 4. Ctd por Kempis Agustiniano 41). 2 Acerca del trasfondo agustiniano presente en Emilio Komar, cf. Ignacio López, Amor a la realidad: el trasfondo agustiniano de Emilio Komar, presentado en las primeras Jornadas komareanas, Ar- gentina, 2016.

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