Sentido y alcance de la latinidad americana J. Ramiro Podettiâ Ponencia en el Encuentro de Romanistas del Mercosur, Asunción, 18SEP08.â Resumen Se analiza la latinidad bajo el triple aspecto de a) identificación de un potencial sujeto histórico, aparecido en el siglo XIX tanto en Europa como en América, b) rasgo constitutivo del mundo hispano- luso-indo-afroamericano desde el punto de vista de la lengua y la religión (entre otros) y c) modo particular de concebir las relaciones entre unidad y diversidad, y su específica relación con el carácter mestizo de la mayoría de las sociedades latinoamericanas. Agradezco muy especialmente el Prof. Pierangelo Catalano de la Universidad La Sapienza de Roma, así como el Dr. Carlos Fernández Gadea, Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción, por la deferencia de hacerme llegar la invitación para participar nuevamente de estas jornadas, sumamente útiles para mi labor como latinoamericanista. El tema fue elegido luego de pensar bastante en el modo de participar con provecho en las tareas planteadas para el Encuentro, atendiendo al propósito general y también al específico de esta mesa (universalismo jurídico y globalización). El uso del adjetivo “latino/a” en su aplicación a una parte de América, a pesar de que quedara ya sustantivado desde el siglo XIX –es decir, incorporado alnombre compuesto América Latina- y que su uso, desde por lo menos la década de 1850, empezara a emplearse en denominaciones institucionales, no deja de recibir reparos, de muy distinto origen y sentidos. No podría abordar aquí esta historia –aunque alguna referencia a ella pueda aparecer- porque nos alejaría de un tratamiento más conceptual que es el que quiero hacer. El interés y oportunidad del asunto tienen que ver en parte con esas dudas que el nombre ha presentado, pero por sobre todo con la necesidad que los países de la región tienen, terminando la primera década del siglo XXI, de repensar su destino y su voluntad de ser, frente a un sistema de poder global en proceso de reformulación. â Lic. en Humanidades. Prof. de Historia del Pensamiento Latinoamericano e Historia de las Ideas Políticas en la Universidad de Montevideo. â Organizado por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, la Associazione di Studi Sociali Latinoamericani y la Unità di Ricerca ‘Giorgio La Pira’ del Consiglio Nazionale delle Ricerche, Italia, y el patrocinio de la Unión Latina. 1 La propuesta es entonces abordar el sentido y alcance de la “latinidad americana” bajo tres aspectos: 1) El resurgimiento de la latinidad no ya solamente como tradición cultural sino como identificación de un potencial sujeto histórico, hacia mediados del siglo XIX. 2) Las raíces romanas o románicas de América Latina desde una perspectiva general de la cultura, y 3) La latinidad como un modo particular de concebir las relaciones entre unidad y diversidad. La latinidad como sujeto histórico Arturo Ardao, a quien sigo de cerca en esta primera parte,1 ha señalado, a partir de un conjunto de fuentes relevantes de las primeras décadas del siglo XIX –entre ellas, Hegel, los hermanos Humboldt, Alexis de Tocqueville, el saintsimoniano Michel Chevalier- la aparición de un cambio en la manera de concebir la dinámica principal de la historia europea, que desde la caída del Imperio Romano de Occidente había estado marcada por la dicotomía germano-romana. En efecto, la derrota de Napoleón pareciera que terminó de poner de manifiesto la definitiva irrupción de otros dos polos en la dinámica europea, el anglosajón y el eslavo. Para medir mejor el alcance y la perduración de esta novedad en la historia europea, es oportuno recordar que son esos dos agentes históricos los mismos que van constituir el orden mundial bipolar luego de la Segunda Guerra Mundial hasta 1991 (más allá que el polo anglosajón desplazara su centro desde Gran Bretaña a Estados Unidos). Y es frente a aquella irrupción que va a surgir, o resurgir de un nuevo modo, la conciencia de los otros dos, el germano y el romano, por vía de autores alemanes en el primer caso, y de franceses y españoles en el segundo. 1 Principalmente en “La latinidad americana en el Madrid de 1853”, en España en el origen del nombre América Latina: Montevideo, Biblioteca de Marcha-Udelar, 1992, pp. 23-36. Otras obras que muestran la larga dedicación de A. Ardao al tema:Genésis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas, 1980); Nuestra América Latina (Montevideo, EBO, 1986) yRomania y América Latina(Montevideo, Biblioteca de Marcha-Udelar, 1991). 2 Ahora bien, este movimiento en el cuadro de los actores principales de la historia europea, y como un signo de los tiempos, va a implicar por igual a Europa y a América; es decir, lo que se está poniendo en tela de juicio es la configuración del mundo occidental en general. Un claro indicio de ello es que los primeros testimonios del cambio aparecen en obras escritas luego de viajes a América, como es el caso en Alejandro de Humboldt, Alexis de Tocqueville y Michel Chevalier. Es natural que así sea, porque se irá apreciando la expansión de la nueva república norteamericana como parte de la emergencia del sujeto anglosajón. No voy a detallar estos testimonios porque me extendería demasiado, y remito para ello a las obras de Ardao citadas al pie. Básteme señalar que en este resurgimiento latinista jugaron a su modo un papel central el grupo francoalemán2 que dará nacimiento a la Filología románica, el romanticismo alemán, que revindica la tradición de los vínculos germano-romanos, y el grupo francocatalán3 que estudia y pone en valor la literatura provenzal. En lo que respecta a la asunción del calificativo “latino” en Sudamérica, debe verse una coincidencia de causas con el proceso que acontece en Europa, pero en una dinámica que se polariza exclusivamente frente a lo anglosajón. Por eso Ardao va a cuestionar en sus trabajos la atribución corriente a Francia de la aparición del nombre “América Latina”. Él lo hace desde el punto de vista de las prioridades del uso de la expresión, mostrando que ésta aparece en boca de españoles y latinoamericanos antes que Francia lo adopte a raíz de la expedición de Maximiliano a México. Pero el tema se explica por razones de fondo. Por supuesto que la aparición del nombre “América Latina” no puede entenderse fuera del debate europeo correspondiente, pero por eso mismo lo que debe tomarse en cuenta es que la identificación de lo que no es ni germano, ni anglosajón, ni eslavo, se da en lo “románico” o “latino”, más que en lo hispánico, lo gálico, lo itálico, etc. No solo porque cuando se consolida triunfante el reto anglosajón en Europa, España está en franca declinación, sino porque lo hispánico, lo gálico, lo itálico, son expresiones particulares de una totalidad cultural que las engloba. 2 El grupo de Coppet (1805-1815) bajo la inspiración de Germaine de Stäel. 3 Víctor Balaguer, Federico Mistral, concurso “Canto al latino” (Montpellier, 1878). 3 No quiero detenerme en el origen de la denominación “América Latina”, cuyos antecedentes pueden encontrarse ampliamente reseñados en los trabajos de Ardao; sólo me interesa destacar nuevamente, porque se sigue reiterando el tópico, que la expresión aparece en España antes que en Francia, en dos de las más importantes revistas de la época: la Revista Española de Ambos Mundos y La América, fundadas en 1853 y 1857 respectivamente. Por supuesto la expresión preferente sigue siendo, como lo será siempre en España, “Hispanoamérica”, pero se usa “América Latina” con frecuencia también, sin ver en ello una injusticia o un agravio a España, tópico que introducirá mucho después don Marcelino Menéndez Pidal. Del libro ya citado que dedicara Ardao al asunto, hay un capítulo entero consagrado por ejemplo al uso que Emilio Castelar y Francisco Pí y Margall, dos de los mayores líderes políticos de la España del siglo XIX, hicieron del calificativo “latino” aplicado a América. Todo esto mucho antes de la aventura de Maximiliano. Es importante recordar que a mediados del siglo XIX, en la manera de entender conceptos como “lo anglosajón”, “lo latino”, “lo germano” o “lo eslavo”, tienen un gran peso los aspectos raciales, y por ello se va a hablar con frecuencia de “raza latina”. Esta expresión así dicha representa por supuesto un gran equívoco, porque la latinidad o romanidad clásicas tuvieron siempre como un timbre de orgullo su origen racialmente diverso. Pero esa atribución “racial” fue –y sigue siendo- una de las causas por las que el nombre de “América Latina” resultara a veces impugnado. El poeta y ensayista Manuel González Prada, uno de los inspiradores del indigenismo peruano, célebre creador de epigramas, escribió una vez un imaginario epitafio que dice así: Aquí descansa Manongo de pura raza latina: su padre vino del Congo, su madre emigró de China. Más adelante volveré sobre esta ironía -por supuesto certera en cuanto a la existencia de una “latinidad” racial- porque, ironía de la ironía, pone de manifiesto, justamente, un rasgo “latino” del Perú. 4 La idea de la “latinidad” como sujeto histórico, real o potencial, nació pues en el marco de la puja por la reconfiguración del escenario europeo y del escenario euroatlántico tras la desaparición del fugaz primer imperio francés. Y esto interesa particularmente para el tema de esta tarde. Porque la declinación francesa a comienzos del siglo XIX, que seguía a la declinación española iniciada en el XVII y consumada en el XVIII, hizo que aquella reconfiguración euratlántica tuviera un acento predominantemente anglosajón; acento o hegemonía de la que lo germano y lo eslavo, por turnos, serán retadores, sin afectar decisivamente tal predominio. Y la pregunta es, entonces, si la latinidad, más allá de su renacimiento en cierto modo defensivo, y de su uso americano ciertamente defensivo, desde José Enrique Rodó en adelante, no tiene algo que decir acerca de la reconfiguración mundial en ciernes. Voy a volver sobre esto luego de hacer una somera consideración del segundo punto. Las raíces romanas o románicas de América Latina desde una perspectiva general de la cultura 1. Lengua y literatura El factor principal de lo que podemos denominar la “latinidad” americana es sin duda la extensión que adquirieron en América dos lenguas neolatinas como el castellano y el portugués. Si hoy el castellano puede ostentar el segundo, tercer o cuarto lugar en el mundo, según como se mida, en cantidad de hablantes, se debe a su notable propagación en América. Es más, desde este punto de vista, América Latina aparece como la principal localización neolatina desde el punto de vista de la lengua. Pongo como referencia una estadística sobre las lenguas que tienen actualmente más de 60 millones de hablantes como lengua materna y como 1ª y 2ª lengua.4 Los datos tienen entre 10 y 15 años, de modo que son menores que los reales: Lengua Como lengua Como 1ª y materna 2ª lengua 4 Fuente: GORDON, R. G., (ed.):Ethnologue: Languages of the World, 15ª ed. Dallas, SIL Int., 2005. Tb.: http://www.ethnologue.com/. 5 1 Mandarín 874 1.052 2 Español 358 417 3 Inglés 341 508 4 Árabe 206 246 5 Hindi 181 487 6 Portugués 176 191 7 Bengalí 171 211 8 Ruso 167 277 9 Japonés 125 125 10 Alemán 100 128 11 Coreano 78 s/d 12 Wu (China) 77 s/d 13 Francés 77 128 14 Javanés 75 s/d 15 Cantonés 71 s/d 16 Telugú (India) 70 s/d 17 Marathí (India) 68 71 18 Vietnamita 68 s/d 19 Tamil (India) 66 77 20 Italiano 62 s/d 21 Turco 61 s/d De acuerdo a estas cifras, entre las 21 lenguas con más de 60 millones de hablantes como lengua materna, las cuatro neolatinas sumarían 573 millones de hablantes, sobre 3.472 millones en total, de los cuales unos 400 millones son americanos. Nos interesan dos aspectos: (1) en primer lugar, la adopción del castellano y el portugués ha sido fundamental para facilitar la comunicación en la vastísima extensión americana desde México a la Patagonia, que representa hoy un recurso de la mayor importancia de cara a los retos de los procesos globalizadores; y (2) a partir de las décadas de 1920 y 1930, la convergencia de intereses y necesidades en el campo de la 6 cultura ha dado lugar a la irrupción de lo que se ha dado en llamar, desde la década de 1960, como “literatura latinoamericana”, realidad creativa y editorial que ha unificado en muchos aspectos las literaturas hispanoamericanas y la literatura brasileña. Interesa destacar que el castellano y el portugués en América han incorporado léxico, modos sintácticos y fonología (pronunciaciones e inflexiones de la voz) en un proceso que repite el del latín en su difusión progresiva más allá del Lazio. La última edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española posee más de un 30% de americanismos, mostrando los aportes de las lenguas americanas originarias, de las lenguas traídas por los africanos y de la creatividad cotidiana en el castellano usual de América. No en vano la mitad de los mil años de historia del castellano se han hecho también en América y actualmente sólo uno de cada ocho hablantes del castellano vive en España. Últimamente hay distintos esfuerzos por revalorar las lenguas indígenas americanas. Quiero señalar al respecto que ese esfuerzo no es nuevo, y que por algo en el primer siglo y medio de la conquista, se elaboraron alrededor de 200 gramáticas de lenguas indígenas y se editaron numerosas obras en lenguas indígenas con el alfabeto latino. De hecho varias lenguas aborígenes americanas se cuentan entre las primeras del mundo en contar con su gramática, replicando el recurso que Antonio de Nebrija creara para el castellano a fines del siglo XV. Pero ese esfuerzo de recuperación de las lenguas indígenas, con toda la importancia y valor que tiene, no puede ir en desmedro de la enorme significación que para la comunicación interna de América Latina tiene la vigencia de dos lenguas principales. Por otra parte, se le hace una gran afrenta a las culturas aborígenes cuando se ignoran o desprecian sus aportes al castellano, al que han enriquecido con centenares de miles de vocablos y al que han dado las inflexiones y pronunciaciones con que se habla en América. Esta incorporación de las lenguas indígenas al castellano, obra anónima acontecida en su mayor parte en el seno de la cultura popular, ha recibido a su vez un extraordinario impulso por parte de la literatura. Esta literatura no sólo ha continuado la obra de incorporación de la lexicología indígena, llevándola al plano literario, sino que ha obrado una verdadera transculturación lingüística en muchos casos, al trasponer formas de hablar y reproducir formas de pensar contenidas en las lenguas indígenas a la 7 literatura en castellano y portugués. Experiencias tempranamente iniciadas en el portugués por el novelista José de Alencar ya en el siglo XIX, que llegarían en el siglo XX, en obras como las de Mario de Andrade o Jose Guimarâes Rosa a lo que el crítico brasileño Haroldo de Campos ha llamado la “tupinización del portugués”. Que en el castellano han dado obras como las de Juan Rulfo y García Márquez, y que en el caso de José María Arguedas asume el propósito explícito de escribir el castellano de un “modo quechua”. La poderosa expansión del castellano y el portugués se deben sin duda a su gran capacidad de adaptación. El castellano en particular, en su incesante incorporación de distintos elementos de las lenguas con las que interactúa, ha logrado una transformación armoniosa que lo enriquece y universaliza sin perder de todos modos su tradición milenaria como lengua literaria y trimilenaria en cuanto neolatina. Desde el punto de vista lingüístico, que en cualquier caso resulta fundamental para definir cualquier otra identidad cultural, se puede afirmar sin duda, pues, la existencia de una “latinidad” americana. Tanto por el idioma en sí, como por su principio de desarrollo, similar al del latín. 2. Religión La latinidad se hizo cristiana dentro del propio Imperio Romano. Es importante recordarlo, porque la latinidad sobrevivió al Imperio, en varios aspectos, merced a la Iglesia católica. Por un lado, porque el latín, como lengua de la cultura, que perduraría alrededor de otros mil años después de su desaparición como lengua viva, fue transmitido y sostenido a través de la Iglesia, en tanto depositaria de la labor educativa e intelectual en Europa. Por otro lado, porque como idioma litúrgico la Iglesia lo continuaría hasta el siglo XX. Pero a partir de la Reforma, las relaciones entre latinidad y cristianismo adquieren una nueva fisonomía, que interesa especialmente para América Latina. En tanto las iglesias no reformadas –o mejor dicho, no reformadas en el sentido antirromano- mantendrán el principio universalista de la catolicidad, en las reformadas recuperará vigencia el concepto de pueblo elegido, especialmente en las de raíz calvinista. Este rasgo fue oportunamente destacado por Arnold Toynbee para destacar algunos efectos que esta conciencia de “pueblo elegido” produjo en la expansión ultramarina de poblaciones de 8 confesión calvinista; en particular, que tendió a exacerbar en los emigrados fuera de Europa las dificultades en el vínculo con los pueblos no europeos. El catolicismo, más allá de hasta dónde sea y haya sido fiel a su origen, nace en Pentecostés con el principio universalista de un solo Pueblo de Dios, por encima de la diversidad de las lenguas, razas y culturas. Interesa en este caso considerar el catolicismo como romanidad, pero no por la continuidad de un gobierno central cuya sede es además la ciudad de Roma, más allá de los símbolos que en ello puedan verse, sino fundamentalmente como principio universalista y por eso coincidente con un aspecto de la latinidad del que enseguida me voy a ocupar. Desde el punto de vista religioso, pues, también, se justifica la atribución “romana” o “latina” al mundo mesoamericano y sudamericano. 3. Otros aspectos de la latinidad americana No voy a hablar ante ustedes del Derecho Romano, pero por supuesto que en cualquier exposición que pretendiera cubrir las raíces romanas de América Latina debería figurar en lugar principal. En todo caso, solo permítanme agregar, como latinoamericanista, que sigue siendo para mí una incógnita por qué se pasa por alto, en la formación de nuestros abogados, al Derecho Indiano, que contiene más de tres siglos de ejercicio legislativo y judicial realizado en función de necesidades americanas, desde la tradición del derecho español y el derecho romano, pero contemplando además normas consuetudinarias de pueblos aborígenes. Sí quiero hacer mención del significado que tiene el hecho de que el latín, en tanto lengua culta, fue la lengua de las más de veinte universidades que se ocuparon de la enseñanza superior en América Latina a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. Eso supuso no solo ocupar el espacio de la comunicación hablada y escrita en el seno de la vida universitaria, con todo lo que ello significa, sino también que hubo importante producción literaria, jurídica y filosófica escrita en latín, y hasta fecha muy tardía. Cuando el jesuita guatemalteco Rafael Landívar, desde su exilio italiano tras la expulsión, quiso cantar la nostalgia de su tierra natal –y estamos ya sobre el filo del 9 siglo XIX- lo hizo en latín, en los miles de hexámetros de su Rusticatio Mexicana, dedicada a su “Madre Guatemala”. No voy a extenderme sobre esto, pero quisiera dejar una última alusión, y es a la aparición de la Filosofía en América, entendida naturalmente al modo clásico. El primer pensador que elaboró y escribió obras filosóficas en América, un graduado en Salamanca, lo hizo naturalmente en latín; perteneció al grupo fundador de la Universidad de México, que editó sus obras, de modo que tan tempranamente como entre 1553 y 1557 se publicaron en América Latina las primeras obras de Filosofía, y por eso se reconoce a Alonso de Veracruz como el primer filósofo americano. Pero lo recuerdo para destacar el singular contexto, cultural y lingüístico, en el que Veracruz trabajó, porque es un buen símbolo de la “latinidad” americana. En efecto, como agustino fue destinado, a poco de llegar a México, a una comunidad en la que además de constituir un seminario para formar a los frailes, debía asumir la evangelización de los indios tarascos, uno de los pocos pueblos del centro de México que nunca pudo ser dominado por los aztecas. Para ello debió aprender el tarasco y asumirlo naturalmente como lengua cotidiana. Fue también en este sitio, Tiripetío, actual estado de Michoacán, donde Veracruz escribió las primeras obras de Filosofía elaboradas en América. Por eso me gusta decir que las primeras reflexiones filosóficas de corte académico nacieron en América en un marco polifónico del latín, el castellano y el tarasco. 3. La latinidad como un modo particular de concebir las relaciones entre unidad y diversidad Concluyo con el tercer aspecto desde el cual quise proponer esta reflexión sobre el sentido y alcance de la latinidad americana, y que creo es importante no pasar por alto: las relaciones entre unidad y diversidad. Tales relaciones, con todo el variado y complejo conjunto de cuestiones que representan, aparecen hoy como el reto creciente del mundo contemporáneo, un mundo donde las relaciones interculturales están en el centro de la escena, en todas partes, sea por vía de la intensificación de los contactos humanos como por la amplificación y potenciación crecientes de los medios de comunicación. 10
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