Description:En el año 1870 el negocio ganadero se hallaba en pleno auge. Manadas y más manadas de reses llegaban a Kansas procedentes del Sur, territorios casi integrados por vastos pastizales, donde la cría de vacunos fructificaba con facilidad. El Sur tenía carne en abundancia. El Norte y Centro Oeste la necesitaba para abastecer sus mercados. Este problema, que podía definirse también como el mejor negocio después de las estrecheces de la Guerra Civil, hubiese tenido fácil solución a no ser por las grandes distancias. Conducir una manada de levantiscos longhorns desde Tejas, Arizona o Nueva Méjico hasta las ciudades ganaderas de Kansas requería, aparte de una enorme experiencia profesional, voluntad férrea, mano dura y la promesa de un equipo de hombres sin miedo a nada. A nada, porque los peligros, naturales o accidentales, eran tantos que sólo individuos superdotados llegaban a resistirlos favorablemente.Los precios, debidos a la constante alza de las carnes, alcanzaban en el Norte y Este cifras fabulosas. Saliendo de Tejas, pasando mil penalidades y logrando fregar sin grandes quebrantos a Ellsworth, Dodge Cay, Wichita o Topeka, se realizaba el más lucrativo negocio de aquellos tiempos. Una res vendida en San Antonio de Béier valía, cuanto más, cinco a seis dólares. La misma res, conducida a Kansas y entregada a los compradores de Wichita, por ejemplo, rendía de veinte a treinta dólares. Casi no cabía punto de comparación entre las cifras. Pero esto, aparentemente sencillo, entrañaba la gran dificultó, a veces insuperable del transporte, las sendas desconocidas y los increíbles riesgos alzados en el largo trayecto que, por motivo de su origen, fue designado comúnmente como Ruta de Tejas. Muchas manadas sallan del Sur y sólo la mitad conseguían entrar en las llanuras polvorientas de Kansas. Esto lo sabían todos. Los que emprendían el viaje y los que, renunciando a vencer los obstáculos, preferían quedarse en su rancho. Esto lo sabía, también, Ray Thompson, el ganadero que entonces conducía su equipo de vaqueros tejanos hasta la entrada del ancho prado que se extendía ante Wichita. Pero se sentía feliz.