NOTICIARIO DE HISTOI?lA AGRARIA· n." 13 • 1997 • pp. 165-191 • ©SEHA Resistencia y organtzación. La conflictividad rural en Galicia desde la crisis del Antiguo Régimen al franquismo Henrique Hervés Sayar, Angel Fernández González, Lourenzo Fernández Prieto, Aurora Artiaga Rego y Xesús L. Balboa López Al igual que en otros territorios de la periferia atlántica europea, percibimos en Galicia una notable continuidad en la organización productiva, las formas de sociabi lidad, las mentalidades, etc. del mundo rural -Io que una reciente corriente historiográfica ha denominado persistencia del Antiguo Régimen (MAYER, 1984; RUBINSTEIN, 1994), de modo que la constatación de cambios fundamentales en el sec tor agrario no se aprecia hasta bien entrado el siglo XX (GRIGG, 1989; HOLDERNESS, 1994). La abundante producción reciente sobre la historia rural de Galicia ha puesto de manifiesto la consistencia de unas formas de producción agraria y de organización social "tradicionales", al tiempo que ha reconocido su dinamismo social y productivo cuando menos a lo largo del primer tercio del siglo XX. La fortaleza de la pequeña explotación familiar y la consistencia de las estructuras comunitarias han llevado a lo primero. La creciente integración en el mercado capitalista, el desarrollo del Estado liberal y la articulación de la sociedad civil determinaron lo segundo. Por tanto, la dialéctica entre continuidad y cambio se convierte en la clave explicativa de cualquier interpretación. Pretendemos aquí indagar sobre esta problemática relación partiendo del aná lisis de las formas de conflictividad características del mundo agrario porque, en Artículo recibido en redacción: 20/6/1996. Versión definitiva: 31/1/1997. Este trabajo sebeneficiópara su realización del proyecto de investigación "Pautas decomportamento dos labregos"financiado porG.A.X. de Universidades dela Xunta deGalicia. Agradecemos las sugerencias e interesantes propuestas de los evaluadores de este trabajo. Enrique HERVÉS SAYAR, Angel FERNANDEZ GONZALEZ, Lourenzo FERNANDEZ PRIETO, Aurora ARTlAGA LÓPEZy Xesús L. BALBOA LÓPEZ sonprofesoresdela UniversidaddeSantiago deCompostela. Dirección para correspondencia: Departamento deHistoria Contemporánea. Facultade de Xeografía eHistoria. Pza. da Universidade, s/n. 15703 Santiago deCompostela. E-mail:[email protected]. 165 Henrique Hervés Sayar, Angel Fernández González, Lourenzo Fernández Prieto, Aurora Artiaga Rego y Xestis L. Balboa López definitiva, los conflictos y sus manifestaciones proporcionan argumentos de primer orden para conocer la historia de las sociedades. Interesa determinar qué cambia realmente, qué permanece y qué se transforma en la época contemporánea y, desde esta perspectiva, cuándo pueden situarse, si las hubiere, las rupturas y en que ma nera se articulan las formas calificadas de tradicionales con las nuevas. Tal pretensión resulta, ciertamente, muy ambiciosa dada la creciente amplitud conferida a este ob jeto de estudio. Frente a la atención preferente que durante mucho tiempo prestó la historiografía a los grandes movimientos de protesta y rebelión campesina, deben ser objeto de atención siguiendo a Scon (1985, 1986), las formas de resistencia cotidia nas, muchas veces clandestinas y no necesariamente colectivas que, sin requerir un gran nivel de organización ni conllevar grandes riesgos, pueden ser muy eficaces a la hora de afrontar un empeoramiento (supuesto o real) de las condiciones de subsis tencia o del status de las poblaciones campesinas. Estas armas del débil, basadas en el fraude sistemático, la no cooperación, la obstrucción, el desprestigio moral, etc. constituyen el instrumental más abudante y posiblemente más eficaz con el que el campesinado cuenta a la hora de defender sus intereses tanto frente a las élites no campesinas como frente al Estado y aún más cuando nos encontremos con marcos especialmente hostiles a las formas de acción colectiva. El estudio de éstas debe superar, por otro lado, las tradicionales dicotomías (primitivo/moderno, prepolítico/político, reactivo/proactivo) de las que durante mucho tiempo se ha valido el historiador. A la hora de analizarlas, la teoría sociológica y sus reflexiones sobre los problemas de la acción colectiva aportan instrumentos muy valiosos (PÉREZ LEDESMA, 1992). Nos obligan, además, a descender al estudio de los actores concretos (individuales o institucionales), de los recursos con que cuentan, de los condicionantes (políticos, sociales, económicos e incluso culturales) que los deter minan máso menos férreamente, de sus interacciones ydel resultado de éstas (BOUDON, 1981). Esta forma de trabajar ha puesto de manifiesto (FRIEDBERG, 1992) que no hay acción colectiva, por poco durable que ésta sea, que no produzca un mínimo de organización, un núcleo más o menos organizado alrededor del cual se articule cual quier movilización y vayan agregándose los intereses. Por otro lado, debe destacarse que tampoco las organizaciones son reductibles a su organigrama formal en tanto que sus miembros están ligados entre si por múltiples relaciones de intercambio y nego ciación que sólo muy parcialmente están reguladas: la coacción, la autoridad, el compromiso personal, los lazos afectivos e incluso el espíritu de sacrificio constituyen conditiones sine quae non para que la organización desarrolle un funcionamiento satisfactorio. Dadas estas consideraciones y teniendo en cuenta los estrechos límites im puestos por la investigación empírica, debemos delimitar el tratamiento del problema, proponiendo una taxonomía que, superando viejas clasificaciones, señale los actores y grupos sociales implicados, indicadores de los ámbitos y líneas de conflicto, para ayudar a establecer un abanico de motivos, siquiera aparentes, que expliquen esos conflictos y poder interrogarnos, por tanto, sobre las formas concretas que adoptan en cada caso y en cada tiempo. De este modo, podemos establecer en función de los grupos y actores impli- 166 Resistencia y organización. La conflictividad rural en Calicia desde la crisis del Antiguo Régimen al [ranquismo cados tres tipos de conflicto: 1) entre iguales, vecinos de status similar o grupos de vecinos (aldeas, parroquias) semejantes, preferentemente en relación al uso de los recursos productivos; 2) entre grupos subordinados y élites (clero, poderes señoria les), principalmente en torno a la propiedad; y 3) entre el campesinado (grupos su bordinados rurales) o el conjunto de la sociedad rural con instancias nuevas, ajenas en su origen e intereses a la sociedad agraria o dominadas/dirigidas desde fuera del mundo rural, especialmente los originados por laactuación del naciente Estado liberal y aquéllos que se producen en torno al desarrollo del mercado. Como se verá, muchos de los motivos de conflicto aquí analizados tienen manifestaciones o repercuten, en grados diferentes, en los diversos ámbitos estable cidos. A partir de esta clasificación instrumental, voluntaria e inevitablemente incom pleta, nos interrogamos sobre los elementos que se mantienen o se modifican desde el Setecientos al siglo actual. En relación con los actores nuestra atención se dirige a los grupos en disputa, los diversos y cambiantes motivos de conflicto, sus manifes taciones concretas, sus vías de solución y, en especial, a las formas de organización formal o informal en que se sustentan. 1750-1808. NUEVOS CONFLICTOS SOBRE VIEJOS TEMAS La gran solidez y estabilidad de la sociedad rural gallega en el tránsito de la época moderna a la contemporánea tuvo su reflejo en las manifestaciones de tensión y conflicto que acompañaron su evolución. A primera vista, superada la rebelión irmandiña bajomedieval, los conflictos fueron poco ruidosos y llamativos entre 1500 y 1900.Dehecho, tanto en laépoca moderna como durante la mayor parte del siglo XIX apenas existen asonadas, salvo motines localizados que se producen después o en el curso de pleitos reñidos y prolongados. Salvo excepciones, fue raro que los enfren tamientos superasen el ámbito parroquial o comarcal y sólo ante acontecimientos con incidencia a escala gallega podemos detectar oleadas de conflictos en todo el terriotorio. Sin embargo, la situación de tranquilidad del mundo rural gallego es sólo apa rente. Tal consideración, extendida tiempo atrás, derivaba de la identificación de manifestaciones de conflictividad con la existencia de acciones de carácter colectivo, organizado yorientadas ideológicamente que en Galicia no existieron hasta finales del XIX,en un contexto bien diferente y de la mano de asociaciones agrarias. Pero para aproximarnos a las formas de conflicto predominantes en el siglo XVIII y gran parte del XIX es mucho más pertinente la reivindicación efectuada por J.C.Scott de las formas de resistencia cotidiana. En efecto, fraudes, amenazas, impago de rentas señoriales, desprestigio moral de las élites, coacción y violencia, junto con el recurso sistemático a la acción judicial, configuraron una forma de resistencia sorda y tenaz bien conocida por los campesinos gallegos desde el inicio de la época moderna (FERNANDEZ GONZALEZ, 1994). Ahora bien, junto a estas estrategias de bajo riesgo, que no requerían un grado de organización notable, existieron otras formas más agudas de conflictividad, refle- 167 Henrique Hervés Sayar, Angel Fernández González, Lourenzo Fernández Prieto, Aurora Artiaga Rego y Xes1Ís L. Balboa López jadas en pleitos colectivos de gran duración y en motines o momentos de enfrenta miento abierto. Fueron éstas etapas extraordinarias, poco frecuentes, en las que el riesgo afrontado por sus promotores era muy elevado y por ello sólo se producían cuando se daba una combinación de factores que, además de comprometer la sub sistencia de la mayoría de la población, coartaban cualquier vía de escape alternativa, fuese individual o colectiva. En general, estos episodios de furia colectiva estuvieron relacionados con "agresiones exteriores" a lacomunidad rural ocon lainflexibilidad en las exigencias de las élites o del Estado en períodos de dificultades económicas. Si éstas fueron las diversas formas que revistió la conflictividad en este perío do, los principales motivos que las ponían en marcha tuvieron que ver sobre todo con las amenazas a la seguridad en la tenencia de la tierra, las trabas al aprovechamiento de los montes, los derechos señoriales y las crecientes exigencias de diezmos y tributos reales. Una de las cuestiones que suscitó mayor conflictividad fue la politica de des pojo y renovación de rentas que los más importantes titulares del dominio directo de la tierra -representados por los monasterios benedictinos y el Conde de Altamira quisieron llevar acabo desde mediados de siglo, política que afectaba alos llevadores de tierras en régimen foral, fuesen hidalgos intermediarios o campesinos. Si la reac ción de la hidalguía fue rápida, no menos rápida y contundente fue la del campesi nado forero, que también manifestó de forma activa su oposición a los despojos mediante la promoción de cientos de pleitos y abundantes y notorios casos de impago de rentas durante un período prolongado (VILLARES PAZ, 1989). El aumento de gastos en prorrateos de rentas de monasterios y casas hidalgas es una prueba evidente de la enorme tensión suscitada por la cuestión foral. La relevancia del problema provocó la intervención de la Corona, que optó por suspender en 1763 la tramitación de las demandas de despojo. Victoria de los inter mediarios pero también, como ha señalado SAAVEDRA (1993b), un éxito más de las estrategias defensivas del campesinado en su lucha por conseguir la estabilidad en la tenencia de la tierra. Son bien significativos los casos de renovación de foros a la misma persona, aún después de la promoción de pleitos, como el caso del monasterio de Vilanova de Oscos que, tras la oposición de los campesinos a transformar foros en arriendos, se vió obligado a otorgarles un foro colectivo. y de la misma manera que defendió la consolidación en el dominio útil de la tierra, el campesinado protagonizó una enconada defensa de sus derechos de apro vechamiento de las tierras comunales que permitían la viabilidad de sus explotacio nes. El hecho no era nuevo. Son multitud los poderes, convenios y concordias reco gidos por los escribanos y los pleitos sustanciados ante la Real Audiencia de Galícia relativos aesta cuestión desde el siglo XVI.Enlasegunda mitad del XVIIIsemultiplicó la resistencia ante los cierres de montes, con acciones directas -derribo nocturno de cercas y vallados- y con un reiterado recurso a la justicia, que con frecuencia era continuación de litigios de siglos anteriores (SAAVEDRA, 1982). Un caso en que la situa ción se hizo extrema y provocó una reacción especialmente violenta de los campesi nos afectados fue el del conocido motín de Sargadelos de 1798 (MEIJIDE, 1978; GON- 168 Resistencia y organizaci án. La conflictividad rural en Galicia desde la crisis del Antiguo Régimen al [ranquismo ZALEZ~POIA, 1994). Ante un recorte drástico en las posibilidades de uso del monte, y sin que se viesen posibilidades más suaves de frenar la política de Ibáñez -amparado por la Corona- de destinarlos a la fabricación de carbón para sus fundiciones, se produjo un levantamiento multitudinario en el que 4.000 personas asaltaron y destru yeron las instalaciones de la fábrica de Sargadelos, en la Mariña cantábrica. Fue una movilización en la que participaron también otros sectores sociales opuestos a las intenciones del industrial. En efecto, hidalgos, jueces, escribanos y clero coincidieron con el campesinado en una interesada alianza vertical en defensa de la economía campesina para evitar los efectos destructivos de la fábrica sobre la organización económica tradicional. El motín consiguió sus objetivos y es un buen ejemplo del interés de los poderosos locales en apoyar las reivindicaciones campesinas siempre que no atentasen contra el orden vigente. También la fiscalidad, tanto eclesiástica como estatal, fue un agudo motivo de conflictos en estos años. Los de mayor intensidad fueron, sin duda, los que tuvieron como protagonista al diezmo de la patata en la Galicia cantábrica e interior (FERNÁNoEz GON/AIEl, 1994). Su temprana y rápida difusión provocó un tira y afloja entre percep tores y pagadores en el que éstos adoptaron procedimientos de defensa muy varia dos. En primer lugar, el fraude y el impago. Y, como siempre, la vía judicial. A partir de 1761 un elevado número de parroquias de la diócesis de Mondoñedo se vieron envueltas en una demanda general promovida por los perceptores que se prolongaría treinta años, recorriendo un sinfín de tribunales pese a que uno tras otro todos iban fallando en contra de los vecinos. A la pugna que se libraba en las instancias judi ciales se unía una persistente guerra en contra de los párrocos y los arrendatarios de diezmos, con fraudes, maniobras de obstaculización a la acción de la justicia, ame nazas y acciones violentas. En 1800, cuando los perceptores intentaron la aplicación de las sentencias favorables, continuó la oposición: episodios de violencia, amenazas a la actuación del receptor de la Real Audiencia, encarcelamientos, empleo de auxilio militar, etc. Aunque una parte de las parroquias acabaron aceptando la obligación de pagar, los ánimos no fueron apaciguados. En 1812, en un contexto más favorable, los vecinos de las comarcas de Viveiro y Ortigueira tratarían de tomarse la revancha. También generó una extendida conflictividad la reforma del sistema de cobro de rentas provinciales planteado por Lerena en 1785 (SAAVEDRA FERNANDEZ, 1993a). Esta reforma, que suspendía los encabezamientos e implantaba la administración directa, significaba la aparición de los antes desconocidos dependientes de rentas para fis calizar las transacciones mercantiles de las numerosas ferias y mercados existentes en Galicia. La mayor fiscalización de ferias antes francas o arrendadas en pequeñas cantidades, en un momento en que muchos campesinos experimentaban una crecien te dependencia de los intercambios, convirtió a los dependientes de rentas en el blanco del odio popular. Pero también es claro que en torno al arriendo de alcabalas, los derechos de asiento o el monopolio de la venta de vino, tenían intereses los oficiales de las jurisdicciones, los arrendatarios o los mismos señores. Si a ello aña dimos que las nuevas disposiciones reforzaban el control de las haciendas locales por los oficiales de la monarquía, entenderemos la oposición de los próceres locales y su falta de celo para reprimir los alborotos. 169 Henrique Hervés Sayar, Angel Fernández González, Lourenzo Fernández Prieto, Aurora Artiaga Rego y XeslÍs L. Balboa López Los disturbios comenzaron con la circulación de pasquines y malos tratos a los dependientes de rentas, pero el primer alboroto serio se produjo el 1de julio de 1790 en la feria de Monterroso, para extenderse posteriormente a otras grandes ferias de ganado vacuno de la Galicia interior. Las formas de actuación fueron similares en todas partes: paisanos armados con palos causaban alborotos y amenazaban y pro pinaban malos tratos a los nuevos agentes fiscales así como a las autoridades locales que colaboraban con ellos. La existencia de un ritual con banderas y uniformes, la redacción de las cartas y textos anónimos y, en suma, la complejidad e incipiente organización de la protesta revelan la participación de notables locales interesados en el mantenimiento del sistema tradicional. Fruto de esta resistencia, fue el bando del Capitán General de Galicia que decretaba la suspensión de la cobranza de los nue vos derechos, así como el indulto para los participantes en los alborotos. Estamos, en definitiva, en un período en el que laconflictividad rural fue intensa y se manifestó en muy diversos frentes. Las reivindicaciones campesinas se ampara ban en los principios de la "economía moral": se defiende el derecho a unnivel mínimo de subsistencia y a un intercambio "recíproco" con las élites y el Estado. No hay indicios de que se pongan en cuestión los fundamentos del Antiguo Régimen: no se discute la obligación de pagar diezmos a la Iglesia o tributos al Rey, ni los privilegios señoriales, ni laexistencia de las rentas forales. Junto a la recurrente utilización de las "armas de los débiles" encontramos momentos de alta tensión como los producidos con la reforma fiscal de Lerena o la ímplantación de la Fábrica de Sargadelos. Setrata en ambos casos de movilizaciones colectivas, violentas, organizadas, cuya mayor complejidad deriva de la implicación en el conflicto de grupos sociales cuyos intere ses coincidían transitoriamente con los campesinos en la defensa del orden rural tradicional. 1808-1850. ENTRE LO VIEJO Y LO NUEVO La ocupación napoleónica y la legislación liberal gaditana fueron un punto de inflexión decisivo en lo que a conflictividad se refiere. A partir de 1808, las evidencias de fraude fiscal, impago de rentas y rechazo a satisfacer derechos de tipo señorial son muy numerosas, en un proceso que no se detiene hasta la década de 1840. Los años de la guerra de Independencia fueron caldo de cultivo para fraudes y motines. Las malas cosechas -con precios que alcanzan máximos históricos- y la ruptura del tráfico comercial, las reformas legislativas liberales, la pérdida de legitimidad de los señores y de los perceptores de tributos, y la inoperancia de las autoridades judicia les y militares, fueron los factores que explican el incremento de los conflictos. El efecto catalizador de la resistencia campesina que tuvo el decreto de abo lición de señoríos de 1811 fue decisivo. Tal como advertían los Procuradores gene rales de los cistercienses y de los benedictinos así como de algunos nobles en 1815 "los males tomaron un incremento prodigioso; cuyo resultado fue el de acostumbrarse los avitantes de los Pueblos a no pagar derecho ni prestación alguna, y a mirar como 170 Resistencia y organización. La conflictividad rural en Galicia desde la crisis del Antiguo Régimen al franquismo patrimonio peculiar suyo las propiedades que hasta entonces havian respetado" '. Muchos campesinos hicieron una interpretación amplia del decreto, y tendieron a calificar toda renta territorial como de origen señorial y, por tanto, destinada a ser abolida. La condición simultánea de señor territorial y jurisdiccional se daba sobre todo en el caso de los monasterios y de la nobleza titulada, y por ello fueron estos los más afectados. De ahí que fuese la Galicia meridional, sobre todo la provincia de Ourense, la zona más conflictiva: el predominio de núcleos de población concentra dos, del señorío monástico y noble, así como la frecuente presencia de foros colec tivos que gravaban a toda una comunidad facilitaban las acciones conjuntas de todo el vecindario. MORENO y VELASCO (1992) señalan precisamente a las comarcas orienta les de Galicia, situadas en ambas márgenes del río Sil, como zonas de fuerte conflictividad antiforal y antiseñorial en esos años. La táctica utilizada ya nos resulta conocida: promoción de pleitos y constantes maniobras dilatorias que alargaban un proceso durante el que se suspendía el pago, de manera que con frecuencia la ejecución de la sentencia final no se podía cumplir. Pero tampoco faltaron acciones violentas en Montederramo, Manzaneda o Valdeorras, con asaltos a propietarios y a escribanos o amenazas de muerte que llevaron al Conde de Ribadavia, señor de esas jurisdicciones, a recurrir al auxilio militar (VELASCO SOUTO, 1995). También la resistencia contra los monasterios está bien documentada. En va rios prioratos del monasterio de San Paio de Antealtares ubicados en la zona anterior y en el sur de la provincia ourensana, se produjeron acontecimientos similares al amparo del decreto de 1811, según señala C. del BURGO (1989). Numerosos prioratos, como el de Quintela, del monasterio de Montederramo, dejaron constancia en sus anotaciones contables de la imposibilidad o extrema dificultad para cobrar "por la oposición general del Paísa pagar". La relación de fraudes, impagos y conflictos sería interminable. Los pagadores aprovecharon que el sistema hacía aguas para preservar la mayor cantidad posible de su producto y para negar las prerrogativas señoriales. y los señores encontraron numerosos obstáculos para evitarlo ante la dificultad para hacer efectivas las sentencias judiciales. Un conflicto especialmente explosivo se vivió en 1812 en la Galicia cantábrica (FERNÁNDEZ GONZALEZ, 1994). En abril de ese año se juntaron 4.000 campesinos en los alrededores de Santa Marta de Ortigueira, y sema nas más tarde otros 4.000 hombres ocuparon la villa de Viveiro durante una semana para forzar la satisfacción de sus exigencias. El motivo inmediato fue la oposición al cobro de la nueva Contribución Extraordinaria de Guerra según el sistema adoptado por las autoridades de gobierno de Galicia. Pero en poco tiempo el conflicto se convirtió en una revuelta generalizada que implicó a más de 50 parroquias dirigida contra un amplio abanico de agravios que venían de muy atrás, y entre los que destacaba la inflexibilidad en la exigencia del diezmo de la patata. La indignación causada por el apremio militar aplicado para exigir la citada contribución, se extendió al pago de diezmos y derechos de estola, a las formas de cobro de las rentas terri toriales y diversas exacciones fiscales, al funcionamiento del sistema judicial, a las trabas al aprovechamiento de los montes y al comportamiento inaceptable de las élites. Archivo Histórico Nacional (AHN), Consejos, 3101/10 171 Henrique Hervés Sayar, Angel Fernández González, Lourenzo Fernández Prieto, Aurora Artiaga Rego y Xes¡íJ L. Balboa López El retorno de Fernando VII y la derogación de la legislación liberal no impidie ron la existencia de un antes y un después de la ocupación napoleónica. La falta de legitimidad de los señores desactivó los mecanismos de contención de fraudes e impagos. Aunque dejaron de producirse crisis agudas de subsistencia o conflictos de la intensidad del período anterior, todo parece indicar la generalización de las estra tegias de bajo riesgo. La ley divina que exigía el pago de rentas y tributos perdió fuerza y la ley humana no consiguió ser aplicada con eficacia. El pesimismo y la impotencia ante el desgaste derivado de las reformas liberales es una constante entre los perceptores que acusaban al decreto de 1811 de justificar todo tipo de maniobras de la población "para seguir saboreando el inesperado placer de no pagar nada" 2. La resistencia soterrada al pago de rentas argumentando su carácter señorial continuó presente en las primeras décadas del siglo. También la pugna sobre la fiscalidad eclesiástica se agudizó, facilitada por la impotencia de los perceptores y por una grave erosión de su legitimidad que alentó el fraude diezmal. La Junta Diocesana de Diezmos de Santiago señalaba, en 1822, que las medidas legislativas liberales "[hicie ron] palpar y conocer lo ignorado en España hasta aquí, a saber: que se podía tocar lo destinado a la Iglesia, sin su anuencia ni permiso" 3. En el período 1835-1845 las reformas liberales culminan el derribo del edificio institucional del Antiguo Régimen y asientan los pilares que sostendrán un nuevo modelo de sistema jurídico-político. La desamortización de Mendizábal, la nueva ley de abolición de señoríos, la supresión de la fiscalidad eclesiástica suponen la des aparición de un conjunto de normas y exigencias en torno a las cuales se había desarrollado la conflictividad rural. La implantación del servicio militar obligatorio y de un nuevo sistema fiscal crearán nuevos ámbitos de conflicto en los que el Estado central, y ya no los viejos privilegiados, se convierte en protagonista. No todo, sin embargo, fueron cambios. El mantenimiento del régimen foral seguirá constituyendo un motivo de enfrentamiento entre viejos y nuevos perceptores de rentas y campesi nos, y las estrategias de resistencia campesina no serán, tampoco, muy diferentes a las aplicadas con anterioridad. 1850-1900. LA PRESENCIA DE LEVIATÁN En las páginas anteriores hemos podido comprobar como en las postrimerías del Antiguo Régimen, los conflictos protagonizados por campesinos -o de manera más extensa en el mundo rural- adoptaron formas variadas, desde levantamientos y disturbios violentos hasta la más frecuente y continua resistencia sorda y ¿pasiva?; y en lo tocante a sus motivaciones, las fundamentales se relacionaban con los aparatos fiscales y las instituciones jurídicas propias de la época. AHN, Consejos, 3101/10. Archivo Histórico Diocesano de Santiago, Serie general, leg.257. Sobre la conflictividad antidecimal, v. P.LAGO (1988): "Aabolición do décimo enGalicia", en R.VILLARES (ed.): Donos de seu, Santiago. 172 Resistencia y organización. La conflictividad rural en Galicia desde la crisis del Antiguo Régimen al franquiJmo Con ello, los campesinos se convierten en coprotagonistas activos del tránsito del Antiguo Régimen al liberalismo, al menos en su faceta de colaboradores en la destrucción de instituciones fiscales y jurídicas que los situaban en posición subordi nada en términos sociales y económicos. Confluencia de intereses, pues, con el nuevo poder liberal ascendente en el derribo del viejo edificio. La pregunta inmediata es si esa primera conjunción implica una posterior colaboración en la construcción del nuevo sistema. Ciertamente no se trata de estudiar la confrontación entre proyectos políticos, sociales y económicos diversos y más o menos acordes con los intereses del agro gallego. En esencia, el proyecto era único y tenía una única dirección: la creación y consolidación de un Estado liberal burgués, con las limitaciones y matices conocidos en el caso español y, si queremos, con algunas excepciones a primera vista llamativas en la periferia gallega que habrían de permitir entre otras cosas la pervivencia del sistema foral tras una sui generis desamortización. Setrata de saber, en consecuencia, en qué medida el asentamiento del nuevo Estado liberal posibilitó la desaparición de viejas fuentes de conflicto, pero también sigeneró nuevos motivos ytambién nuevas formas y manifestaciones de conflictividad. Una de las realizaciones más tempranas y tangibles del nuevo régimen fue la supresión del entramado fiscal y jurídico tradicional; conflictos seculares en torno a la fiscalidad eclesiástica, a la fiscalidad señorial, y al ejercicio mismo de la jurisdicción, dejan de tener razón de ser: a la altura de 1850 no son más que un recuerdo más o menos lejano. Pero ello no quiere decir que desaparezca el ámbito fiscal como causa de conflicto. La sustitución del sistema tributario, y sobre todo la implantación a partir de 1845 de la reforma de Mon, origina en la Galicia rural nuevos y graves problemas. El nuevo sistema tributario traía consigo cambios que no podían dejar de ser negativos para la mayor parte de los campesinos. De una situación en la que una parte importante de los tributos -el diezmo, la primicia, el Voto de Santiago- se pa gaban en especie, y según criterios conocidos desde muy atrás, se pasó a contribuir en metálico y de acuerdo con nuevos sistemas de distribución de la carga fiscal, en los que su capacidad de intervención quedaba muy limitada. Los viejos métodos de defraudar se hicieron inservibles, y la necesidad de obtener numerario se agudizó. Y a esto había que unir un cambio notable en la naturaleza de las relaciones del cam pesino con las élites y el Estado dado que el modelo paternalista que las presidía, en mayor o menor medida, fue eliminado. Enprimer lugar, todos los trabajos señalan un incremento de la carga fiscal per cápita en la segunda mitad del siglo, derivado del constante aumento de la contribu ción territorial y, paralelamente, de la contribución de consumos (VILLARES PAZ, 1982; VALLEJO PaUSADA, 1994; FERNANDEZ GONZALEZ, 1995). Si a esto unimos el cambio cualita tivo que suponía pasar a pagar en dinero, cabe pensar que como mínimo las explo taciones campesinas más deficitarias, menos capaces de obtener numerario, tuvieron que pasarlo mal. En segundo lugar, la cuota tributaria se convirtió en una cantidad fija anual, proporcional a la riqueza líquida imponible, que se recaudaba trimestralmente y no se 173 Henrique Herués Sayal', Angel Fern.indez Gonz.iiez, Lourenzo Fern.indez Prieto, Aurora Artiaga Rego y XeJ/íJ L. Bulbo« Lopez ajustaba para nada a las variaciones cíclicas del ingreso del campesino: éste debía pagar su cuota con independencia de que la cosecha fuese buena o mala, y de que dispusiese o no de numerario en la fecha de cobro. Y esto sucedía tanto en la contribución territorial como en la de consumos, pues ésta se recaudaba en la mayor parte de Galicia por derrama y no en proporción a las transacciones realizadas. En tercer lugar, a lo anterior hay que añadir la muy inferior capacidad del campesino para defraudar o eludir los impuestos. Una vez establecido por Hacienda el cupo correspondiente a cada ayuntamiento, la evaluación de la riqueza imponible y el reparto de la carga fiscal quedaba en manos del gobierno municipal y de los mayores contribuyentes, y éstos, por lo que sabemos, no dudaron en trasladarla a los campesinos, que se vieron incapacitados para alterar su base imponible y su cuota. La única alternativa era conseguir que los cupos asignados al ayuntamento fueran rebajados, o que se redistribuyera la carga fiscal. Lo cual no significa ignorar que la práctica inexistencia de amillaramientos facilitaba un nivel de ocultación del que tam bién se pudo haber beneficiado el campesinado. y a las dificultades citadas anteriormente, habría que añadir una más: la des aparición de los principios paternalistas tradicionales, y la falta de receptividad de las clases dominantes y del Estado a las reivindicaciones de protección y generosidad. Las evidencias aportadas por distintos autores coinciden en destacar el rigor con que se exigieron las nuevas contribuciones, la facilidad con que se llegaba al embargo, y la "ceguera" de los recaudadores ante los problemas de pago de los contribuyentes. Las evidencias disponibles hasta el momento sobre la actitud campesina ante el sistema tributario durante la 2ª mitad del XIX son muy escasas, y estamos lejos de saber si hubo o no fraude o resistencia. El incremento a partir de los años cincuenta de los impagos de la contribución territorial y de las reclamaciones de agravio de los particulares ante los repartimientos fiscales son otras tantas muestras de laactitud de los contribuyentes gallegos frente al nuevo sistema tributario (VALLEJO PausADA, 1994). Sin embargo, habrá que esperar al Sexenio Revolucionario, veinte años después de la reforma Mon-Santillán, para tener constancia de motines y oposición activa a varios tributos, en especial a aquéllos que gravaban el consumo. La rebaja y redistribución de los cupos asignados a los ayuntamientos fueron precisamente las reivindicaciones de los motines antifiscales ocurridos en Galicia entre 1868 y 1874. MORENO YVELASCO (1992) detectan protestas, tanto pacíficas como violentas, contra el pago del impuesto de consumos, de los arbitrios que gravaban las ventas en ferias y mercados, o de los impuestos personales. Entre Febrero y Mayo de 1869 más de 40 municipios gallegos solicitaron en sus exposiciones a las Cortes lareducción de las cuotas asignadas por impuesto de capitación. También conocemos la existencia de motines contra la contribución de consu mos producidos en varias villas y ciudades en 1892 (Noia, Pontevedra, Ourense, Vigo), donde la contribución de consumos se recaudaba a través de fielatos instala dos a la entrada de las mismas. Fueron provocados por los cambios que querían introducir los arrendatarios del impuesto en perjuicio de los campesinos -que vendian leche, pescado u hortalizas en las mismas- y de los consumidores urbanos, así como 174
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