SECCIÓN 3: REDES FILOSÓFICAS FEMENINAS ALREDEDOR DE LA OBRA DE IRIS MURDOCH ∆α´ιµων. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013, 95-110 ISSN: 1130-0507 Hacia una filosofía de la persona. Un diálogo a distancia entre Iris Murdoch y María Zambrano Towards a philosophy of the person. A remote dialogue between Iris Murdoch and María Zambrano ELENA LAURENZI* Resumen: El ensayo pretende explorar algunas Abstract: The paper aims at exploring some of de las consonancias que se manifiestan entre las the close correspondences between the work of obras de Iris Murdoch y de María Zambrano, evi- Iris Murdoch and María Zambrano, and at reveal- denciando las conexiones que se pueden atribuir ing both the connections and divergences which a la compartida influencia weiliana, así como can be interpreted against the background of sus respectivas distancias de la filósofa francesa. the common influence of Weil on their respec- El análisis se centrará en particular en la crítica tive work. In particular, it analyses their com- compartida al individualismo político y filosófico, mon critique to the philosophical and political para evidenciar como ésta desemboque, en cada individualism in order to show how it triggers in autora, en un diferente uso y en diferentes acep- each thinker a different use and meaning of the ciones de la categoría de persona. category of person. Palabras clave: Iris Murdoch, María Zambrano, Key words: Iris Murdoch, María Zambrano, Simone Weil, persona, vida interior, filosofía, lite- Simone Weil, person, inner life, philosophy, lit- ratura. erature. La sintonía del gesto Aproximar las obras de Iris Murdoch y María Zambrano puede parecer aventurado. El intento de hacer aflorar una especie de diálogo en la distancia, o un recíproco interés a posteriori topa con la ausencia de una tradición manifiesta, un orden simbólico compartido Fecha de recepción: 01/04/2013. Fecha de aceptación: 06/05/2013. * Profesora de la Universidad del Salento (Italia) y de la Universidad de Barcelona, investigadora del Seminario «Filosofia i Gènere». Líneas de investigación: María Zambrano; pensadoras del siglo xx; teoría política feminista; estudios de género. Últimas publicaciones: Sotto il segno dell’Aurora. Studi su María Zambrano e Friedrich Nietzsche, ETS, Pisa 2012; «La responsabilidad de los escritores. Elsa Morante lectora de Simone Weil», en: F. Birulés y R. Rius (eds.): Lectoras de Simone Weil, Barcelona, Icaria, 2013; «Desenmascarar la complementariedad de los sexos. María Zambrano y Rosa Chacel frente al debate en la Revista de Occidente», Aurora. Papeles del Seminario María Zambrano (Barcelona), n° 13, 2013. Contacto: [email protected]. El presente trabajo se ha realizado en el marco del proyecto «Filósofas del siglo xx: Maestros, vínculos y divergencias» (FFI2012-30465). 96 Elena Laurenzi del cual este diálogo inferiría sus cuestionamientos, su campo semántico, su canon. Son pensadoras que aparentan tener poco que ver: es muy improbable que hayan coincidido alguna vez, puesto que ni sus respectivos recorridos biográficos ni los ambientes sociales e intelectuales en los que se movieron se entrecruzan en momento alguno.1 Las escuelas en las que se formaron pertenecen a los ámbitos que hoy denominamos analítico y continental: Murdoch estudió en Oxford y Cambridge, bajo la hegemonía de la filosofía del lenguaje y la herencia de Wittgenstein; Zambrano en la escuela de la razón vital orteguiana, y con la influencias añadidas del personalismo scheleriano. La percepción de su mutua heterogenei- dad se ve agudizada además por la diferencia entre sus «personalidades filosóficas». Lo que salta a la vista es el desacuerdo en los estilos, la dis-conformidad en la estructura textual, la disonancia en el ritmo. Desde sus primeras obras Zambrano efectúa un gesto irreverente hacia el canon filosófico: se afirma con plena originalidad, enunciando algunas intuiciones fundamentales que permanecerán a lo largo de su obra; su escritura rehuye la argumentación, se desvía de los caminos trazados; dialoga con los textos de la tradición, pero a través de alusiones, citas esporádicas y en su mayoría implícitas, o ensayos en los que emergen perfiles poco ortodoxos de los pensadores tratados.2 Murdoch en cambio se obliga a colocarse en el marco de la tradición y a respetar su canon y normas. En la entrevista que le hizo Bryan Magee, al argumentar la separación entre filosofía y literatura, afirma que «El filósofo ocupa el campo filosófico en la forma que éste tiene cuando aquél aparece en escena. Hay un cuerpo definido de doctrina ante el cual debe reaccionar, y entablar [...] un diálogo bastante restringido con el pasado»3. Se empeña pues en discusiones puntillosas y tenaces, y recorre «párrafo tras párrafo» las teorías que más la decepcionan precisamente por ser las que más le interesan (lo sublime de Kant; la teoría moral de Hampshire; la condena platónica del arte, entre otras); a veces se enreda y consigue con dificultad desatar el nudo para volver a su propio centro. Lo hace con repentinos gestos de impaciencia: «En este punto alguien podría empezar a protestar y a reclamar que le han quitado algo»4 –estalla en medio de una discusión sobre la filosofía de la mente de Hampshire– «No estoy conforme». Tras páginas y páginas de trabajosa rendición de cuentas, se resuelve a exponer «breve y dogmáticamente»5 su punto de vista con preámbulos como este: «Este es uno de esos momentos exasperantes 1 Sin embargo, ambas figuran entre los firmantes de la petición al papa Pablo vi de 1971, a favor de la subsisten- cia del ritual tridentino. 2 Leamos las líneas que encabezan su primer libro, Horizonte del liberalismo, de 1928: «He creído impropio adu- cir citas en el curso de estas páginas por no ser ellas un trabajo de investigación, para el que haya sido precisa una preparación especial. Se trata tan solo [...] de un pensamiento muy espontáneo, nacido ante la angustia de los grandes problemas que insistentemente llamaban a mi sensibilidad y de los que mi atención no ha podido, ni podrá en mucho tiempo libertarse. Por lo mismo, he omitido la acostumbrada lista bibliográfica». M. Zam- brano: Horizonte del liberalismo, a cargo de J. Moreno Sanz, Madrid, Ediciones Morata, 1996, p.199. 3 I. Murdoch: «Filosofía y literatura. Diálogo con Bryan Magee», en: B. Magee, Los hombres detrás de las ideas. Algunos creadores de la filosofía contemporánea, México, FCE, 1982, p. 284. 4 I. Murdoch: «The Idea of Perfection», en: Existentialists and Mystics. Writings on Philosophy and Literature, Nueva York-Londres, Penguin, 1999, pp. 299-336, p. 309. Una versión de este ensayo aparece traducida al espa- ñol en: La soberanía del bien, Madrid, Caparrós Editores, pp. 11-51. Prefiero sin embargo citar de la edición inglesa. Cuando no se indica diversamente, las traducciones deben atribuirse a la autora del ensayo. Gracias a Fina Birulés por su contribución fundamental en la versión al español tanto de las citas como del texto mismo, y a Rosa Rius por la revisión y los comentarios. 5 I. Murdoch: «The Sublime and the Good», en: Existentialists and Mystics, cit., pp, 205-220, p. 215. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 Hacia una filosofía de la persona. Un diálogo a distancia entre Iris Murdoch y María Zambrano 97 de la filosofía en los que nos sentimos inexorablemente impedidos de decir algo que sin embargo estamos irresistiblemente impelidos a decir».6 Su estilo cambia en los ensayos de madurez cuando, en significativa coincidencia con su alejamiento de la academia, toma las riendas, dirige el juego y sus intuiciones toman más respiro. A pesar de todo, el trato que ambas mantuvieron con la obra de Simone Weil7 nos ofrece la pista de una cierta proximidad. Una proximidad, hay que precisarlo, que no se origina en una filiación directa de la pensadora francesa, ni se resuelve en la aceptación total de su bagaje conceptual y de su horizonte de problemas. Al contrario, mi tesis es que la cercanía entre Murdoch y Zambrano, relativa a algunas cuestiones, se puede aprehender prescin- diendo de Weil o incluso contra Weil (o en disonancia con Weil). Una de estas cuestiones concierne a su común interés por la persona y por la vida interior, como intentaré mostrar a lo largo de este estudio. Pero de entrada quisiera detenerme en la coincidencia de nuestras autoras con un gesto filosófico8 que en Weil se expresa en su máxima potencia: el de pensar en el corazón del propio tiempo. «En cierto modo, mi adolescencia [...] era política, fue la política. [...] Yo no me veía en una cátedra dando clases de filosofía, aun con todo lo que la amo, [...] porque amo la vida. Y la filosofía tiene que estar viva». Así declaraba Zambrano9 evocando su compromiso moral e intelectual con la República y su activa participación en la guerra civil. Iris Murdoch, quince años más joven y nacida en otro contexto geopolítico, sintió también como intolerable la condición retirada y protegida de la vida universitaria y buscó ansiosamente un papel en la «real life» y en el «war work».10 Y más que un papel, lo que perseguía era una exposición directa, como muestra al abandonar el trabajo burocrático en el Departamento gubernamental del Tesoro para enrolarse en el UNRRA y pasar dos años (1944–1946) entre los refugiados en los campos de Austria.11 En las cartas y diarios escritos entre el 38 y el 46 destacan dos experiencias que marcan profundamente su percepción de la circunstancia histórica y que la vinculan de manera indirecta a María Zambrano: el desencadenamiento de la guerra de España provocó en Iris, estudiante en Oxford, una vívida conmoción, junto con la convicción de que la circunstancia exigía un compromiso directo; y la tragedia de los desterrados y sin patria que fue el epílogo del conflicto mundial, adquirió para ella, como para Zambrano que la vivió en primera persona, el estatuto de categoría filosófica, marcando el horizonte en el 6 I. Murdoch: «The Idea of Perfección», cit., p. 316. 7 Sobre la presencia de Weil en la obra de María Zambrano, véase R. Rius Gatell: «María Zambrano y Simone Weil: notas para un diálogo», en: C. Revilla (ed.): La palabra liberada del lenguaje. María Zambrano y el pen- samiento contemporáneo, Barcelona, Bellaterra, 2013, pp. 163-177. 8 Carmen Revilla propone en estos mismos términos la aproximación de Jeanne Hersch y Simone Weil. C. Revi- lla: «Sobre el ‘gesto filosófico’ de Simone Weil y Jeanne Hersch», en: F. Birulés y R. Rius (eds), Lectoras de Simone Weil, Barcelona, Icaria, 2013, pp. 51-66. La idea de «gesto filosófico» proviene en este caso de Hersch: «En toda gran filosofía hay [...] un gesto filosófico fundamental, escondido bajo las operaciones intelectuales». J. Hersch : Éclairer l’obscur. Entretiens avec Gabrielle et Alfred Dufour, Lausana, L’Âge d’Homme, p. 36. 9 M. Zambrano: Las palabras del regreso. Artículos periodísticos, 1985-1990, Salamanca, Amarú Ediciones, 1995, p. 33. 10 Cfr. P.J. Conradi: Iris Murdoch. A Life, Londres-Nueva York, W.W. Norton & Company, 2001, pp. 109-260. 11 Precedentemente, en Oxford, Murdoch había tenido contactos con exiliados de la primera hora –checos, aus- triacos, judíos alemanes– que influyeron profundamente en la vida intelectual británica de principios de los 40. Entre ellos el filólogo Eduard Fraenkel, quien desde 1934 ocupaba la cátedra de latín en el Corpus Christi College, y con quien mantuvo una importante relación de discipulado. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 98 Elena Laurenzi cual se había vuelto preciso pensar. Zambrano llegó a afirmar, después de su retorno a la patria tras 45 años de destierro, que amaba su propio exilio por considerarlo «una dimensión esencial de la vida humana».12 Por su parte Murdoch justificaba la recurrencia de la figura del desterrado en su universo imaginativo como representación de la condición del siglo, tanto política como espiritual: «No estamos tan cómodos en sociedad como lo estaban nues- tros abuelos. La misma sociedad se ha tornado problemática y poco fiable. De modo que la persona que es literalmente un exiliado, un refugiado, parece ser el símbolo apropiado del hombre en la actualidad».13 Para ambas, la crisis de Europa no es pues solo la prueba del fracaso del proyecto de la modernidad con todas sus categorías fundacionales (racionalidad, progreso, libertad) sino la cifra de la condición del ser humano en su relación con el mundo, la ejemplificación de su constitutiva y a la vez trágica libertad. Para Zambrano y para Murdoch perseverar en la filosofía, o volver a la filosofía tras la tragedia histórica fue una decisión vital: significó la búsqueda de un ámbito para reflexionar sobre los acontecimientos personales y colectivos y encarar la demanda que de ellos se des- prendía. Sin embargo, ambas experimentaron la incongruencia de la disciplina frente a este desafío. En los escritos de los años 40, ya desde el exilio, Zambrano expresaba su inquietud ante la filosofía reducida a «metodología de la ciencia» y ante una ética demasiado «ocupada en asentarse a sí misma», cuyas verdades, frente a la vida, quedan «duras, invulnerables, esté- riles e impotentes».14 Una inquietud similar se manifiesta en las preguntas planteadas por la joven Iris Murdoch en su conferencia pronunciada en la prestigiosa Aristotelian Society en 1956: «¿qué hacen por nosotros nuestros instrumentos técnicos? ¿De qué nos sirve, después de todo, un modelo filosófico?».15 Ambas piden una filosofía capaz de orientar la vida: una «guía» para el «peregrino moral».16 Por esto consideran que la disciplina tiene que tornarse humilde, confrontarse con la experiencia común más allá de los ámbitos profesionales y especializados. La petición zambraniana de «formas activas, actuantes del conocimiento», nacidas del «anhelo de penetrar el corazón humano» y capaces de comunicar con el «hombre vulgar que no es, ni pretende ser, filósofo ni sabio»,17 se refleja en la exhortación de Mur- doch a que la filosofía se comprometa a «hacer a la vez justicia a Sócrates y al agricultor virtuoso».18 Y es relevante que las dos lleguen a ejemplificar la sabiduría filosófica buscada en figuras de mujeres «sin nombre»: las nodrizas, las sirvientas, las criadas de Zambrano «sin más guía que su corazón en el laberinto del mundo»;19 o las madres de grandes familias, «abnegadas y sin voz», capaces de esa atención individualizada a cada miembro del hogar en la que Murdoch identifica la quintaesencia de la tarea moral.20 12 M. Zambrano: «Amo mi exilio», en: Las palabras del regreso, cit., p. 13. 13 I. Murdoch: BBC European Productions Meeting writers, 5, 4 de febrero 1957. Cit. en: P. Conradi, cit., p. 239. 14 M. Zambrano: Hacia un saber sobre el alma, Madrid, Alianza Editorial, 20022, p. 82. 15 I. Murdoch: «Vision and Choice in Morality», en: Existentialists and Mystics, cit., pp. 76-98, pp. 76-77 y 87. 16 I. Murdoch: «On ‘God’ and ‘Good’», en: Existentialists and Mystics, cit., pp. 337-362, p. 343. Una versión al español de este ensayo se encuentra en: La soberanía del bien, cit., pp. 53-80. Sobre la filosofía como guía, cfr. M. Zambrano: «La guía, forma del pensamiento», en: Hacia un saber sobre el alma, cit., pp. 71-97. 17 M. Zambrano: «La guía, forma del pensamiento», cit., pp. 73-74. 18 I. Murdoch: «The idea of perfection», cit., p. 300. 19 M. Zambrano: La España de Galdós, Barcelona, Círculo de Lectores, 1991, p. 148. 20 I. Murdoch: «On ‘God’ and ‘Good’», cit., p. 342. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 Hacia una filosofía de la persona. Un diálogo a distancia entre Iris Murdoch y María Zambrano 99 No sorprende pues que ambas practicaran la filosofía mayoritariamente fuera del ámbito académico; aunque ésta representara un medio de subsistencia, era en primera instancia el ejercicio de una reflexión solitaria, sin por esto perder de vista el mundo.21 Zambrano en el exilio no volverá a encontrar (o, más precisamente, no volverá a buscar) una plaza en la Universidad; vivirá pobremente de su colaboración con innumerables revistas y de las rentas de sus libros, pero la cantidad de materiales que dejó inéditos indica que la escritura filo- sófica fue para ella, sobre todo, actividad libre, cotidiana y vital. Murdoch dejará su puesto en el St. Anne’s College de Oxford en 1963, y quizás lo hiciera empujada por la exigencia de pensar en más estrecho contacto con la vida, como parece indicar el testimonio de su amiga y colega Philippa Foot, al reflexionar sobre la «inadmisibilidad» de Iris en el círculo de los wittgensteinianos: «Nosotros estábamos interesados en el lenguaje moral, ella en la vida moral… al final nos dejó».22 Murdoch seguirá practicando la filosofía al margen de la academia, y la publicación tardía de Metaphysics as a Guide to Morals (1992) muestra que, junto con la escritura literaria, la filosófica se mantuvo como un ejercicio constante. La aridez de la filosofía En los años ’40 Murdoch se acercó al existencialismo, al que reconocerá hasta en sus últimos escritos el mérito de proclamarse o de intentar ser una filosofía para la vida.23 En las obras de Sartre, a quien conoció en Bruselas en 1945, le pareció descubrir un alimento energético: «Encontrar, al fin, su escritura y su discurso sobre la moral [es] tan emocio- nante y trascendente, tras haberse alejado con desesperación de la ética trivial, estúpida y aguada de moralistas ingleses como W.D. Ross y H.D. Prichard», escribió a su amigo David Hicks.24 A Sartre dedicará su primer libro, reconociéndole como referente para los intelectuales comprometidos con la historia de esos años: «Todos aquellos que sintieron la guerra civil española como una herida personal, y todos los desilusionados amantes del comunismo que vieron su pasión frustrada, oirán hablar a esas novelas».25 Sin embargo, su admiración nunca fue incondicional.26 Desde el principio declara su incompatibilidad con el «racionalismo solipsista y romántico» del pensador francés, en cuyo pensamiento la libertad se torna indiferencia y desemboca en el terror.27 Sus críticas se dirigen contra el coté cartesiano de Sartre, contra su énfasis en la autoridad y la pureza de la conciencia lograda a través del silenciamiento de la condición emotiva y la tabula rasa de todo lo recibido por la tradición o por la contingencia. Asimismo cuestiona la concepción «totalitaria» del sujeto 21 «En esta soledad sedienta, la verdad aun oculta aparece, y es ella, ella misma, la que requiere ser puesta de manifiesto». M. Zambrano: Hacia un saber sobre el alma, cit., p. 42. 22 Citado en Conradi: Iris Murdoch. A Life, cit., p. 302. 23 I. Murdoch: «On ‘God’ and ‘Good’», cit., p. 337. 24 I. Murdoch: carta a David Hicks, 3 de novembre 1945, en: I. Murdoch: A Writer at War. Letters & Diaries 1938- 1946, Londres, Short Books, 2010, p. 251. 25 I. Murdoch: Sartre. Un existencialista romántico, Barcelona, Debolsillo, 2007, pp. 180-181. 26 Véase J. Broackes: «Introduction», en: J. Broackes (ed), Iris Murdoch Philosopher, Oxford-Nueva York, Oxford University Press, 2011, pp. 18-19. Broackers considera que las referencias recurrentes a las críticas de Gabriel Marcel hacia Sartre reflejan las posturas de la propia Murdoch. Sobre Murdoch y el existencialismo ver también en el mismo volumen (pp. 181-196) R. Moran: «Iris Murdoch and Existentialism». 27 I. Murdoch: Sartre. Un existencialista romántico, cit., p. 57. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 100 Elena Laurenzi sartriano, concebido como un ser ensimismado, alejado de las preocupaciones compartidas por las criaturas humanas: «[para Sartre] el sentido de pertenencia a una colectividad, el sentido de un ‘nosotros’ [...] no es fundamental para nuestro existir, no forma parte de la ‘estructura ontológica de la realidad humana’».28 Encontramos un juicio muy parecido en un inédito de Zambrano escrito en 1964 como comentario del rechazo del premio Nobel por parte del francés: «de una parte [Sartre] afirma la libertad y aun la soledad del individuo, que él [...] ha sabido manifestar como nadie en toda su dramaticidad actual. Y de otra parte cree, quiere, querría la total integración del hombre -escritor o no- en la sociedad. Y así la libertad que le es irrenunciable, como pájaro azorado unas veces se posa sobre el individuo y su soledad, otras sobre la comunidad ejemplificada por el mundo socialista. Y la cuestión sería que la libertad no conllevara la soledad, el aislamiento desesperado, la incomunicación del individuo, el vértigo que llega hasta la ‘náusea’. Y que la integración en una sociedad no conllevara sacrificio de la persona humana, de su libertad. Sartre es respetable no solo por su esfuerzo de pensamiento, sino como protagonista [...] de un drama muy de estos tiempos que a tantos seres de excepción ha consumido o deshecho, el drama de no saber conjugar soledad y convivencia, libertad y fe».29 Murdoch insiste en el efecto de aridez provocado por el análisis sartriano de la concien- cia. Y esta imagen de la aridez condensa en mi opinión los motivos de su incomodidad física, antes que conceptual y teórica, con la filosofía, más allá de la obra de Sartre. «Against the Dryness» es, efectivamente, el título de un ensayo de 1961 que constituye casi un programa filosófico en el que Murdoch mide su distancia con respecto a la doble tradición que por brevedad seguimos llamando «analítica» y «continental». 30 «Vivimos en una era científica y antimetafísica en la que los dogmas, las imágenes y los preceptos de la religión han perdido mucha fuerza. No nos hemos recuperado de dos guerras y de la experiencia de Hitler. También somos herederos de la Ilustración, el romanticismo y la tradición liberal. Éstos son los elementos de nuestro dilema, cuyo rasgo principal es, en mi opinión, que nos hemos quedado con una idea demasiado superficial y endeble de la per- sonalidad humana».31 En este rápido cuadro la autora incluye tanto el empirismo lingüístico anglosajón como el existencialismo francés, ambos herederos de la visión liberal-kantiana de la personalidad incapaz (a su juicio) de dar cuenta de las personas concretas en cuanto «impenetrables, individuales e indefinibles» y de su vínculo con la realidad: «No somos seres aislados que eligen libremente, monarcas de todo lo que observamos, sino infelices criaturas hundidas en una realidad cuya naturaleza tenemos la tentación constante y avasalladora de deformar mediante la fantasía. Nuestra imagen actual de la libertad alienta una facilidad que es como un sueño. Lo que necesitamos, en cambio, es un sentido renovado de la dificultad y la complejidad de la vida moral y de la opacidad de las personas».32 28 Ivi, p. 35. 29 M. Zambrano: «Jean Paul Sartre, Premio Nobel», dactiloscrito inédito, M 91, Fundación María Zambrano. 30 «Dryness» es un concepto que Murdoch refiere en particular a la literatura simbolista y a las características de «brevedad, claridad y discreción» de escritores como T.E. Hulme y T.S. Eliot o pensadores como Valéry y Wittgenstein. Murdoch relaciona este tipo de escritura filosófica y literaria con el triunfo de la política liberal y de la concepción post-kantiana del individuo «solitario e independiente». 31 I. Murdoch: «Against Dryness», en: Existentialists and Mystics, cit., pp. 287-295, p. 287. Cfr. supra, p. 13. 32 Ivi, p. 293. Cfr. supra, p. 17. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 Hacia una filosofía de la persona. Un diálogo a distancia entre Iris Murdoch y María Zambrano 101 La crítica a la representación moderna del sujeto es también un tema fundamental de la filosofía de Zambrano, que desde su primer libro, Horizonte del liberalismo, cuestiona la ética liberal-kantiana apelando a la misma imagen de la aridez y del esquematismo: Kant, con los «disecados apotegmas» y la «fría arquitectura» de su racionalismo es responsable de haber «cortado las amarras» que vinculan la conciencia a la realidad y de haber por lo tanto eludido al hombre concreto reduciéndolo a «pura forma esquemática», a arquetipo en el que ninguna persona real podría reconocerse: «El liberalismo es la máxima fe en el hombre y, por lo tanto, la mínima en todo lo demás. Llevó el hombre a creer en sí mismo y lo llenó de dudas acerca de todo lo que no era él. Le inspiró la máxima confianza en sus fuerzas y lo dejó navegando solo y sin guía en su pobre cáscara de nuez».33 Una filosofía de la atención En su «manifiesto» contra la aridez, Murdoch se refiere a Simone Weil como una fuente de inspiración para contrastar la representación voluntarista del sujeto que, como acabamos de ver, es el blanco de sus críticas: «Simone Weil dijo que la moralidad era un asunto de atención, no de voluntad. Necesitamos un nuevo vocabulario de la atención».34 El concepto weiliano de atención representa en la obra de Murdoch el fulcro de una propuesta filosófica que, a partir de los años 60, se orienta hacia el realismo. Zambrano, por su parte, se declara heredera de una tradición de pensamiento realista arraigado en España, frente al predominio del idealismo racionalista en Europa.35 En ambos casos se trata de un realismo marcado por el erotismo platónico, que concibe la realidad como misterio que nos trasciende, y cuya verdad «se revela a la mirada paciente del amor». Para Murdoch, el rea- lismo tiene que ver con «la piedad y la justicia».36 Palabras clave también para Zambrano, que en el saber de la piedad identificaba la capacidad de tratar con lo que es radicalmente otro,37 y planteaba el realismo como una reparación de la injusticia del «régimen del ser»: «cada ser lleva consigo como posibilidad una diversidad infinita con respecto a la cual lo que ahora es, es únicamente porque ha vencido de momento. Significa una injusticia y quizá una falacia. Una realidad es demasiado inagotable para que esté sometida a una justicia que no es sino violencia».38 Antes que posición epistemológica, el realismo es una actitud de la vida que se refleja a nivel estético y moral (ámbitos que para las dos filósofas se encuentran estrechamente vinculados). Zambrano habla del «realismo poético» como de «un estilo de ver la vida y en consecuencia de vivirla», «un modo de conocimiento desligado de la voluntad, 33 M. Zambrano: Horizonte del liberalismo, cit., pp. 240, 241 y 244. 34 I. Murdoch: «Against Dryness», cit., p. 293. Cfr. supra, p. 17. Escribía a este respecto la filósofa francesa: «Los valores auténticos y puros de lo verdadero, lo bello y lo bueno en la actividad de un ser humano se originan a partir de un único y mismo acto, por una determinada aplicación de la plenitud de la atención al objeto». S. Weil: La gravedad y la gracia, Madrid, Trotta, 1994, p. 155. 35 M. Zambrano: Pensamiento y poesía en la vida española, Madrid, Endymion, 1987. 36 I. Murdoch: «The Sovereignty of Good over other Concepts», en: Existentialists and Mystics, cit., pp. 363-385, p. 371. Existe traducción en español en: La soberanía del bien, cit., pp. 81-115. 37 M. Zambrano: «Para una historia de la piedad», Aurora. Papeles del «Seminario María Zambrano», 7, 2005, p. 106. 38 M. Zambrano: Filosofía y poesía, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 104. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013 102 Elena Laurenzi y de toda violencia más o menos precursora del apetito de poder».39 Y Murdoch se refiere al arte que enseña una «contemplación no posesiva», como ejercicio de detachment «difícil y precioso»40 que implica aprender a tener bajo control el egoísmo y acallar el yo. La idea weiliana de décréation de soi es un elemento clave de esta filosofía de la aten- ción. Para Zambrano el anonadamiento del yo fue experiencia vivida a raíz de la expropia- ción derivada del exilio, que ella aceptó como un continuo y progresivo «desnacerse».41 Para Murdoch fue un reto, un trabajo necesario de orden tanto filosófico-moral como artístico- literario, pues en ambas esferas el enemigo es el ego, «enorme e implacable», que genera la fantasía, espejismo de su reflejo en el mundo real. Sin embargo, es preciso observar que en Weil la cuestión se plantea de forma más radical que en Murdoch. La decreación no es solo un gesto de altruismo, ni tan solo la premisa de una adecuada aproximación a lo real, pues tiene que ver con la posibilidad de sustraerse al principio individuationis y, junto con ello, a la identidad social y colectiva. De ahí se des- prende la crítica radical de Weil al personalismo: «En cada hombre hay algo sagrado. Pero no es su persona. Tampoco es la persona humana. Es él, ese hombre, simplemente»,42 escribe en un ensayo fulgurante de 1942, «La persona y lo sagrado», muy leído por Murdoch. En pocas, densas páginas, Weil argumenta la vacuidad y esterilidad de la noción de persona (con su correlato, la noción de derecho) para fundar la convivencia social y la moral pública. Lo que según Weil es sagrado y demanda respeto es «esa parte del corazón que grita contra el mal»: la parte impersonal profunda que en todo ser humano, incluso el más envilecido, ha permanecido desde la primera infancia «perfectamente intacta y perfectamente inocente».43 No se trata, pues, de una facultad superior, sino de un componente muy inmediato e infantil que permite que nos identifiquemos con el dolor del otro. En cambio, la persona singular y única, con sus atributos particulares y contingentes, no proporciona ningún criterio para la convivencia: «No me resulta sagrado en tanto sus brazos son largos, en tanto sus ojos son azules, en tanto sus pensamientos son mediocres».44 Tampoco importan sus opiniones y pun- tos de vista, ni su sufrimiento personal (suffrance), pues lo único que tiene relevancia en la visión weiliana es la desgracia (malheur), experiencia límite que conlleva la destrucción de la persona.45 La decreación de sí tal y como la plantea la filósofa francesa es, por lo tanto, una experiencia extrema. De hecho, corresponde a su concepción de la creación como la retirada de Dios necesaria para que el mundo fuera.46 La decreación es la respuesta humana a este acto de amor: el hacerse recipiente de lo divino. Es, por lo tanto, una experiencia mística, y 39 M. Zambrano: Pensamiento y poesía en la vida española, cit., pp. 35-36. 40 I. Murdoch: «On ‘God’ and ‘Good’», cit., p. 353. 41 M. Zambrano: «Carta sobre el exilio», Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura, 49, 1961, p. 67. 42 S. Weil: Escritos de Londres y últimas cartas, Madrid, Trotta, 2000, p. 17. 43 Ivi, p. 37. 44 Ivi, p. 18. 45 «Del mismo modo que la verdad es algo distinto de la opinión, así la desgracia es algo distinto del sufrimiento. La desgracia es un mecanismo para triturar el alma; el hombre que se encuentra así capturado es como un obrero atrapado por los dientes de una máquina. No es más que una cosa desgarrada y sanguinolenta». Ivi, pp. 33-34. 46 «Es Dios quien por amor se retira de nosotros con el fin de que podamos amarle. Porque si estuviéramos expuestos a la irradiación directa de su amor sin la protección del espacio, del tiempo y de la materia, nos eva- poraríamos como el agua al sol». S. Weil: La gravedad y la gracia, cit., p. 81. Daímon. Revista Internacional de Filosofía, nº 60, 2013
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