ebook img

Rabinovich, Alejandro: “La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud. Ethos guerrero en el PDF

18 Pages·2009·0.19 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Rabinovich, Alejandro: “La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud. Ethos guerrero en el

Nuevo Mundo Mundos Nuevos Debates, 2009 ............................................................................................................................................................................................................................................................................................... Alejandro M. Rabinovich La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud Ethos guerrero en el Río de la Plata durante la Guerra de la Independencia, 1810-1824 ............................................................................................................................................................................................................................................................................................... Advertencia El contenido de este sitio está cubierto por la legislación francesa sobre propiedad intelectual y es propiedad exclusiva del editor. Las obras publicadas en este sitio pueden ser consultadas y reproducidas en soporte de papel o bajo condición de que sean estrictamente reservadas al uso personal, sea éste científico o pedagógico, excluyendo todo uso comercial. La reproducción deberá obligatoriamente mencionar el editor, el nombre de la revista, el autor y la referencia del documento. Toda otra reproducción está prohibida salvo que exista un acuerdo previo con el editor, excluyendo todos los casos previstos por la legislación vigente en Francia. Revues.org es un portal de revistas de ciencias sociales y humanas desarrollado por CLEO, Centre pour l'édition électronique ouverte (CNRS, EHESS, UP, UAPV). ............................................................................................................................................................................................................................................................................................... Referencia electrónica Alejandro M. Rabinovich, « La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud »,  Nuevo Mundo Mundos Nuevos [En línea], Debates, 2009, Puesto en línea el 02 février 2009. URL : http://nuevomundo.revues.org/index56444.html DOI : en curso de atribución Editor : EHESS http://nuevomundo.revues.org http://www.revues.org Documento accesible en línea desde la siguiente dirección : http://nuevomundo.revues.org/index56444.html Document generado automaticamente el 01 juillet 2009. © Tous droits réservés La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 2 Alejandro M. Rabinovich La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud Ethos guerrero en el Río de la Plata durante la Guerra de la Independencia, 1810-1824 Introducción 1 En mayo de 1813, la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata aprobaba como Marcha Patriótica lo que luego se llamaría Himno Nacional Argentino. Sus estrofas eran del siguiente tenor: El valiente Argentino a las armas / Corre ardiendo con brío y valor: / El clarín de la guerra cual trueno/ En los campos del Sud resonó (…) Coro: Sean eternos los laureles / Que supimos conseguir:/ Coronados de gloria vivamos / O juremos con gloria morir. 2 La primera estrofa –como la mayoría de las que componían el texto original– ha sido eliminada hace tiempo, como excesivamente bélica y diplomáticamente incorrecta. El coro, repetido mecánicamente, no mantiene hoy ninguna real significación fuera de un contexto futbolístico. Sin embargo, en 1813 era poesía de guerra. Hacía referencia a una realidad concreta, ante unos contemporáneos a quienes se buscaba interpelar mediante un discurso plenamente significativo. Había nacido, sin duda, como poesía de salón, pero debía ser apta para fungir en poesía de campamento, de vivaque, de campo de batalla. En ella se destaca sorprendentemente la centralidad de la gloria como objeto de coronamiento, como aliada de la muerte. 3 Más sorprende aún que esta misma centralidad venga a ser ratificada, a modo de amarga denuncia, treinta y nueve años después, en mayo de 1852, por Juan Bautista Alberdi. En ese año publicaba su trascendental Bases y puntos de partida para la Organización Política de la República Argentina, libro a partir del cual el Congreso General Constituyente redactaría al año siguiente la Constitución Nacional. Se trataba ante todo de un diagnóstico, de un intento por identificar por qué desde la independencia todo había salido tan mal. Con indiscutible agudeza, Alberdi escribía: La gloria es la plaga de nuestra pobre América del Sud (…) La nueva política debe tender a glorificar los triunfos industriales, a ennoblecer el trabajo, a rodear de honor las empresas de colonización, de navegación y de industria, a reemplazar en las costumbres del pueblo, como estímulo moral, la vanagloria militar por el honor del trabajo, el entusiasmo guerrero por el entusiasmo industrial que distingue a los países de raza inglesa [...] La guerra de la independencia nos ha dejado la manía ridícula y aciaga del heroísmo. Esta aberración ridícula y aciaga gobierna nuestros caracteres sudamericanos. La sana política debe propender a combatirla y acabarla.1   4 Tenemos así dos momentos importantes en la construcción de una Nación Argentina: el de su simbolización en himno y el de su organización política. Ambos, desde posiciones valorativas que no podrían estar más enfrentadas, coinciden sin embargo en ratificar a la gloria como problema central. Como veremos a continuación, lejos de ser una rareza, este discurso de la gloria parece impregnar masivamente los archivos, publicaciones, memorias y epistolarios de la época de la Guerra de la Independencia (1810-1824). ¿Se trata simplemente de una licencia poética? ¿De una figura retórica? ¿O bien las fuentes nos señalan, justamente mediante aquello que hoy en día nos sorprende, una clave de un mundo pasado cuyo sentido se nos escapa? 5 Como todas las historiografías latinoamericanas, desde su nacimiento la historiografía argentina asumió la tarea de glorificar los orígenes nacionales mediante la construcción de mitos fundadores2; consecuentemente, las sucesivas corrientes revisionistas tendieron ya sea a negar la gloria de la gesta independentista, o a redistribuirla entre sus actores. Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 3 Afortunadamente, hoy la cuestión de si la guerra de la Independencia fue más o menos gloriosa es historiográficamente irrelevante3. Se abre entonces la posibilidad de comenzar a interrogarnos acerca de la gloria como problema. 6 ¿Qué era, en definitiva, para los hombres que vivieron la Guerra de la Independencia, esa gloria militar de la que hablan permanentemente? En este trabajo analizaremos un cuerpo documental formado por archivos militares, publicaciones de prensa y decenas de memorias personales contemporáneas. A través de estas fuentes veremos que la gloria era para ellos algo concreto, existente, que podía generarse, ganarse y perderse por parte de los individuos y los grupos. Su aparición, circulación y distribución eran objetos de enorme atención e interés, puesto que requerían determinadas condiciones para funcionar adecuadamente. La gloria era incluso objeto de un estricto control estatal y social ya que, bien usada, podía ciertamente funcionar como “aliciente eficacísimo” de los combatientes; pero fuera de control, o utilizada con fines perversos, se esperaban igualmente de ella los más terribles perjuicios. 7 Nuestro análisis funcionara en tres momentos. Expondremos primero a la gloria como objeto del discurso y elemento simbólico fundamental de la cultura de guerra dominante en el Río de la Plata, analizando sus diferentes funciones y modalidades4. Luego hemos de estudiar los mecanismos institucionales, tecnológicos y culturales (sistema de partes de batalla, medallas, registros, monumentos) que aseguraban la circulación formal de la gloria a través de lo que hemos de llamar un régimen de lavisibilidad. Finalmente, intentaremos reconstruir las prácticas sociales (el elogio, el canto, el rumor, la circulación de trofeos) que daban a la gloria una dimensión mucho más amplia, ajena al control estatal o militar. 1. De pasiones, resortes y estímulos guerreros en un contexto revolucionario 8 Con las invasiones inglesas de 1806 y la guerra de 14 años abierta por la revolución de mayo, la sociedad rioplatense iba a verse transformada de una manera inéditamente violenta5. La guerra que comenzaba fue vista por los hispanoamericanos como una realidad novedosa que llegaba por primera vez a aquellas tierras. Pero esta llegada fue también percibida como fatal: la guerra era inherente al status de libres e independientes; la guerra iba a hacerse, al menos por un período muy prolongado, permanente y natural. Ante esta perspectiva, es muy rica la gama de respuestas que la sociedad rioplatense se vio obligada a encontrar. 9 Sacudida hasta sus mismos cimientos, esta sociedad volcó hombres y recursos hacia un esfuerzo bélico que no parecía saciarse fácilmente. Al mismo tiempo, valores y discursos sociales iban a verse trastocados por la nueva coyuntura. Así en 1819, con este proceso ya maduro, algunos de los principales jefes militares de la revolución de mayo se dirigían al Director Supremo pidiendo que se reconsiderase el mérito que habían tenido en esos largos años de lucha y los premios a los que se habían hecho acreedores. En su nota explicaban que ellos, como todos sus compatriotas, aceptaban los riesgos de la guerra únicamente movidos por “la pasión sublime de la gloria”6. 10 Los oficiales que firman el documento estaban convencidos de que el hombre y los cuerpos políticos podían ser moldeados hasta en sus pasiones mediante la utilización correcta de ciertos estímulos, de ciertos resortes. El premio y el recuerdo, el honor y el mantenimiento del esplendor de las grandes acciones debía despertar la pasión sublime de la gloria; ella, a su vez, haría posible las hazañas guerreras que darían robustez al Estado. A sus ojos, había entonces resortes para hacer nacer y mantener la ambición de la gloria, y ésta era a su vez el resorte muy real del heroísmo guerrero. 11 El contenido concreto de esta pasión se define aún mejor en el caso de Cornelio Zelaya, oficial del Ejército del Norte. Él era un oficial competente, confiable en combate. Sin embargo se encontró en una posición anómala que se vio llamado a aclarar en una memoria para sus hijos. Sucede que nunca superó el grado de Coronel, pero llegó a este rango ya en 1813. Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 4 Habiendo seguido de servicio durante décadas, la falta de ascensos posteriores podía indicar a su descendencia que su desempeño no había sido bueno. 12 Por eso detalla dos de cuatro ocasiones en las que pudo haber ascendido a Coronel Mayor sin dignarse a aceptarlas. La primera, cuando en 1816 se lo ofreció el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón –eran amigos personales desde la primera resistencia contra la ocupación británica– y la segunda cuando en 1819 el General Manuel Belgrano propuso al gobierno su ascenso, según la costumbre de festejar de esta forma el 25 de mayo. Las dos veces se opuso, “no por orgullo como injustamente lo supuso el general Belgrano, sino por ambición de gloria, como que no me guiaba otro principio.”7 Según su lógica, un ascenso que no indicaba, certificaba y premiaba el valor en combate no era nada, volviéndose incluso motivo de deshonra. Zelaya explica que su anhelo era sin duda ascender, pero sólo a partir de alguna hazaña. La abrupta disolución del Ejército del Norte lo dejó sin oportunidades para ello, pero el declarar que se movía sólo por ambición de gloria lo eximía de cualquier posible reproche utilitarista; su honor quedaba limpio en tanto había sido fiel a lo que se esperaba de un guerrero. 13 Zelaya no era un caso aislado. Lo correcto, lo que se esperaba de quienes adoptaban la guerra como modo de vida, era que declarasen no tener otro objeto más que la consecución de gloria militar. José de Córdoba, comandante de las fuerzas realistas derrotadas en Suipacha, al pasarse al ejército patrio explicaba su accionar diciendo que “tengo tanto amor propio y vanagloria, que sólo aspiro a hacerme memorable en mi nación por los términos de heroicidad.”8 En las memorias y correspondencia de la época se encuentra siempre esta misma idea: la pasión de la gloria “es el único estímulo para las acciones grandes y heroicas”9. 14 La gloria era entonces el alimento, la sangre que irrigaba simbólicamente al campo de batalla. Ella funcionaba en tres niveles distintos pero complementarios. Existía primero la gloria de la Patria, que era la gloria de del cuerpo político y colectivo. La misma era invocada en cada victoria; se la festejaba, se le dedicaban loas. Podía funcionar como interpelación a las tropas antes de la lucha, llamándolas a mantener o ganar gloria para las armas de la causa. En las instrucciones oficiales que el gobierno dio a José de San Martín para la campaña de Chile, por ejemplo, se le indicaba que la independencia de América y la gloria a la que aspiraban las Provincias Unidas eran los únicos móviles a los cuales atribuir el impulso de la misma, y que de ese espíritu debía ir imbuido todo el ejército10. 15 Al lado de la gloria del cuerpo colectivo había dos tipos de gloria individual que eran al menos tan importantes como el anterior. Por un lado había una gloria indirecta, atribuida no necesariamente a quién combatía sino a quién comandaba, incluso a la distancia. Esta gloria era la del General en jefe o comandante que no había participado de la acción de guerra, pero que sin embargo era en un cierto sentido el titular de la fuerza que sí lo había hecho. Eminentemente aristocrática, esta gloria podía incluso llegar hasta el gobernante bajo cuyo mandato un ejército resultaba victorioso. Bajo esta modalidad la gloria causó problemas tan pronto como hubo un combate que considerar. Ya en octubre de 1810, tras el combate de Cotagaita, la Junta decidió premiar al General Balcarce con el inédito cargo de Brigadier. Mariano Moreno, aduciendo que era irregular que los miembros del gobierno tuvieran menos graduación que aquél, propuso extender el premio a los miembros de la Junta Azcuénaga, Belgrano y Saavedra. Este último se negó reiterada y rotundamente, dado que sólo Balcarce “lo había trabajado”11. 16 Otro tanto sucedía tras la batalla de Chacabuco. San Martín envió al Director Supremo Pueyrredón, a nombre de los oficiales del ejército, una de las medallas de oro destinadas a premiar los combatientes por la parte que le había correspondido en la organización de la campaña12. Pueyrredón la rechazó terminantemente, diciendo que de aceptarla “haría a ese benemérito ejército manifiesta usurpación de un premio exclusivamente debido a los que supieron con heroicidad sacar triunfantes las armas de la patria en la cuesta de Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 5 Chacabuco.”13Lo que se manifestaba era una desproporción entre el honor otorgado, la cuota de gloria consecuente, y el mérito efectivamente demostrado afrontando el riesgo del combate. El espacio del guerrero era claramente el campo de batalla, y no se podía sin flagrante injusticia extender los beneficios de la gloria militar fuera de él14. 17 Llegamos entonces a la modalidad central de la gloria; aquella que pertenecía al guerrero en tanto combatiente. Para entender su modo de funcionamiento debemos comenzar por analizar la dinámica que la ambición de gloria individual imponía en la vida y prácticas guerreras. Veamos la siguiente proclama a las tropas, típica en muchos sentidos, escrita durante la Campaña Libertadora del Perú15: ¡Soldados! Yo conozco el deseo que os anima en este día: vuestro coraje arde por encontrar al enemigo, y por cubrir de laureles vuestras armas; cada uno de vosotros se prepara a distinguirse entre los demás, y piensa desde ahora en las hazañas de valor que contará después a sus camaradas, cuando vuelva triunfante de la guerra.16 18 Lo que se reconocía y se fomentaba en este tipo de discurso – el que cada uno estuviera ansioso por luchar, para mediante una hazaña de valor poder distinguirse de los demás – es lo que constituía el carácter agonal de la ambición de gloria. En el campo de batalla el guerrero se enfrentaba con el enemigo, y demostraba su superioridad sobre él venciéndolo. Pero simultáneamente, había una competencia de otro tipo con sus propios compañeros de armas por  sobresalir, por ser valorado por sobre los demás. 19 Es en este sentido que la ambición de gloria era vista como el resorte que llevaba al heroísmo guerrero y a la fuerza del ejército. Con ella establecida y funcionando correctamente, cada acción de combate contra el enemigo debía ser al mismo tiempo une ocasión para revalidar o modificar la relación de valía diferencial entre los combatientes. Se esperaba que cada soldado fuese al frente pensando en realizar una hazaña extraordinaria que le permitiera distinguirse y elevarse en cuanto a prestigio. Este espíritu del que debía ir calado el ejército era entendido como emulación. Cada acto heroico debía despertar en los demás el deseo de hacer otro tanto, de no ser menos y de superar lo hecho por otros; en palabras de la época, se trataba de “rivalizar en heroísmo”. 20 Así durante la misma campaña del Perú, Juan Antonio Álvarez de Arenales recibió una misión extremadamente riesgosa. Desde la costa del Pacífico, con una división de unos 1200 hombres, debería internarse en las sierras dominadas por los realistas, derrotar las fuerzas que encontrase, sublevar los pueblos a su paso, y marchar cientos de kilómetros hasta circunvalar Lima y reunirse nuevamente con el resto del ejército en el norte del Perú. La expedición fue un éxito y tres meses después la división se presentaba al ejército con trece banderas y cinco estandartes como trofeo de sus victorias. El boletín oficial del ejército (que era impreso en el campamento y leído obligatoriamente a la tropa) expresaba la impresión causada por este regreso en los siguientes términos: “Su presencia trajo a la memoria de todos las fatigas, los riesgos y la gloria de que se había cubierto esta división: el ejército la saludó triunfante, y el pecho del último soldado palpitaba de envidia, por no haber adquirido ya iguales derechos.”17Esta envidia por la gloria de los otros debía ser, al menos discursivamente, una parte esencial del mecanismo que movía la máquina de guerra18.  21 La sed de gloria en un ejército atravesado por la emulación debía transformarse en élan, en impulso hacia delante. Lo vemos claramente en la situación de los jóvenes cadetes y reclutas en las horas previas a su bautismo de fuego. Las memorias relatan que la sensación general era de ansiedad por batirse, por enfrentar cuanto antes al enemigo para probar el propio valor y empezar a hacerse un nombre. El precoz Quesada se encontraba a los trece años de edad en el Ejército del Norte. Enfermo de tercianas, el mismo general en jefe Rondeau lo había tomado bajo su cuidado, manteniéndolo luego como ayudante de campo. Cuando empezaron a llegar desde el frente las noticias de los primeros contactos con el enemigo, sin embargo, Quesada solicitó insistentemente volver a su regimiento que combatía hasta que, según sus Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 6 propias palabras, Rondeau se enojó seriamente como que era despreciado, “y no se fijó que mi súplica era la de un niño que sólo lo guiaba el espíritu marcial que lo animaba para pelear con los godos”19. 22 Pero Quesada era un cadete, miembro de una familia de oficiales. ¿Hasta qué punto el deseo de la batalla y el espíritu de emulación que él expresa pueden ser generalizados más allá de las filas de sus pares? Debemos proceder con cuidado. Todas las fuentes, y la bibliografía reciente, señalan incontrovertiblemente que tras los primeros meses de entusiasmo que seguían al inicio de una nueva campaña los soldados rasos y milicianos pasaban a odiar uniformemente al servicio militar, a la disciplina que les imponía y la miseria que les causaba. La deserción en masa, los motines y los actos de desobediencia devenían entonces hechos cotidianos, pasando a constituir incluso el elemento central de la guerra. Un hecho, sin embargo, parece indicar que el imán de la batalla, si no el gusto por la vida militar, operaba uniformemente sobre todas las clases. 23 Según todas las apariencias, la tasa de deserción que afectaba a los ejércitos durante meses prácticamente desaparecía cuando se hacía evidente que una gran batalla sucedería en los próximos días20. Así, si la larga campaña, el encierro del cuartel y la disciplina eran cargas insoportables para los paisanos y sectores urbanos que constituían la tropa, la perspectiva de una batalla, en cambio, era a menudo bienvenida21. Los oficiales, desde ya, atribuían éste fenómeno a una extensión de los valores que les eran propios a la tropa. César Díaz, por ejemplo, afirmaba que “El espíritu guerrero que inspira el anhelo de los peligros y las ocasiones de distinguirse, empezó a desplegarse en el ejército con tanta rapidez y generalidad, que muy en breve se hizo común a oficiales y soldados”22. Pero este deseo de la batalla, cuya existencia en sí parece fuera de toda duda23, puede ser atribuido a diversos factores que no necesariamente entran dentro del discurso de la gloria de los oficiales. 24 Las tropas podían dar la bienvenida a la batalla por afán de botín, por volver cuanto antes a sus casas, por simple aburrimiento. Es en este momento que para proseguir nuestro análisis se hace indispensable recobrar la palabra directa de los soldados. Lamentablemente, en el Río de la Plata de la guerra de la independencia, salvo contadísimas excepciones, ésta no aparece más que filtrada por oficiales, o a través de la pluma de un juez de instrucción, en los sumarios militares24. Pero el soldado que en ellos aparece juzgado, precisamente, comparece acusado de deserción. Nos enteramos entonces de los motivos de aquellos que dejan el ejército, pero no de las motivaciones de los que se quedan. 25 Una rarísima excepción es el diario escrito por un soldado anónimo del regimiento de Patricios, entre la invasión inglesa de 1806 y la revolución de Mayo. Allí, siguiendo su vida diaria aprendemos que la batalla es “la fiesta”, el “carnaval”, algo bienvenido por todos pues por fin van “a tener que contar”. A medida que la inevitable segunda invasión se acerca el ánimo de la población urbana es claro: “muchos son los ánimos y Espíritus valores que se hallan revestidos y preparados para una de San quintín”, “estamos deseosos atacarlos cuanto antes”. Cuando el soldado explica los sentimientos de quienes lo rodean, el lenguaje nos es en definitiva familiar: “oygo el valor imponderable deseoso que llegue el día para dar prueva dl valor español”25. 26 En las dos secciones que siguen, intentaremos reconstruir los circuitos y mecanismos mediante los cuales la gloria militar era construida. Veremos primero cómo la misma era administrada estatal e institucionalmente, concentrando su brillo casi exclusivamente sobre los oficiales y jefes. Luego hemos de reunir, a cuentagotas, los indicios de una circulación más amplia, informal y popular comparable a la que el soldado de Patricios nos ofrece. En ésta última participaban, sin lugar a dudas, desde el General en jefe hasta el último soldado. 2. El régimen de la visibilidad 27 En una sociedad militarizada como la del Río de la Plata revolucionario, el guerrero debía encarnar determinadas virtudes que le eran socialmente asignadas y que tenían un espacio de Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 7 aplicación específico en el campo de batalla. En este espacio el hombre iba a ser valorado en función de cómo se comportase en combate. Pero sus acciones no eran simplemente evaluadas; ellas eran apropiadas por parte del Estado, del ejército, de la sociedad en general. La atención de los contemporáneos se condensaba alrededor de las acciones de guerra, trabajándolas profunda y minuciosamente hasta transformarlas a veces por completo. Es en ese momento que aparecía la gloria. La gloria era el producto del trabajo simbólico de los contemporáneos sobre las acciones de guerra, y este trabajo se daba bajo la forma de un régimen de la visibilidad. 28 Entre la acción de guerra y la admiración que despertaba mediaba necesariamente alguna toma de conocimiento por parte de los contemporáneos acerca de lo que había ocurrido en el campo de batalla. La imagen de la hazaña, del acto de guerra, debía o bien ser vista directamente o transmitida en relato, sublimada en arte, simbolizada en escudos, acreditada en trofeos, hasta ser finalmente “vista” también por los contemporáneos ausentes del campo de batalla. 29 En primera instancia percibimos esta naturaleza visual de la gloria en todo un discurso de la misma. Cuando el gobierno o las autoridades se dirigían a los ejércitos, utilizaban de manera recurrente frases como: “Soldados: el continente del sud, la América toda os observa.”26Esta observación constante, lejos de significar una vigilancia o una amenaza, era parte esencial de los mecanismos que regían la gloria. Existía la posibilidad de ser deshonrado por un comportamiento indigno en el campo de batalla, por lo que la mirada de la patria venía a garantizar un seguro castigo; pero principalmente, estos ojos fijos venían a ser ofrecidos como una oportunidad, asegurando que la próxima batalla sería fecunda en gloria, asegurando que cada uno sería correctamente valorado según sus méritos. 30 Ahora bien, más allá de la retórica, es difícil imaginar un espacio en el que fuese más difícil garantizar la visibilidad que en un campo de batalla. Era un problema concreto: ¿en qué medida se podía ver (no digamos ya registrar) realmente lo que cada uno hacía? Las batallas independentistas latinoamericanas no tenían una escala napoleónica, pero igualmente podían involucrar hasta diez mil hombres, con un desarrollo a lo largo de varios kilómetros (una línea en formación podía extenderse unos tres kilómetros, y comenzar la jornada a unos cuatro o cinco kilómetros de la línea enemiga), añadiéndose otros factores. 31 En la trascendental batalla de Tucumán, por ejemplo, unos 1800 patriotas se enfrentaban a tres mil realistas en las afueras de la ciudad. Mientras el ejército realista avanzaba hacia la ciudad, pequeñas guerrillas patriotas iban quemando a su frente los pastos secos para incomodarlos, con lo que había mucho humo. Como ocurría normalmente, durante el combate se levantó además gran cantidad de polvo (principalmente por las cargas de caballería) y negras humaredas por los disparos de armas de pólvora. Como si fuera poco, en el momento exacto del choque entre ambas fuerzas acertó a pasar por encima “una densísima nube de langostas”27arrastrada por un huracán, “cubriendo el cielo y oscureciendo el día”28. ¿Qué podía quedar de la patria que observa y garantiza a cada uno una valoración justa de su accionar? El mismo Belgrano, que mandaba al ejército patriota, terminó sin saber cómo a varias cuadras de la batalla, desconociendo hasta bien entrada la noche el resultado de la misma. 32 Así, la operación no consistiría ya en verlo realmente todo. Se postularía y se anunciaría sí, antes que nada, y como ya hemos visto, que en efecto todo sería observado. Pero lo que se haría principalmente sería suplir, mediante toda una serie de prácticas, de discursos, de instrumentos, ese nexo de visibilidad ausente entre el acto de guerra a ser valorado y aquellos, dentro y fuera del círculo de los guerreros, que lo debían valorar. Lo que encontraremos, no será la visibilidad directa y perfecta de un coliseo en el que un cuerpo político entero ve batirse a dos gladiadores, sino la precaria y trabajosa creación y transmisión de una imagen a través de múltiples instrumentos. No es sólo visibilidad, sino un régimen de la misma. 33 Los ejércitos de la Guerra de la Independencia se regían aún por las ordenanzas españolas, las cuales establecían que cada oficial tenía la obligación de transmitir las acciones señaladas de sus subordinados a sus superiores, de manera que éstas alcanzasen los oídos del monarca29. Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 8 Se creaba así un camino ascendente que conectaba, teóricamente, a cada combatiente con su Rey. Reemplazado el rey con el gobierno revolucionario asentado en Buenos Aires, para cumplir con éste importante punto de la ordenanza los ejércitos rioplatenses contaban con un precario sistema de comunicaciones que ligaba los varios frentes militares abiertos a cientos de kilómetros de la capital30. Casi a diario, los comandantes de incluso las más pequeñas partidas de vanguardia debían detenerse, tomar asiento y escribir a su superior un oficio con las novedades o un parte con el resultado de la más ínfima escaramuza con el enemigo. Estos documentos seguirían luego un camino estipulado a lo largo del cual serían releídos, transcritos o mencionados a su vez en otros documentos hasta llegar finalmente al gobierno, donde serían copiados, clasificados y publicados. 34 Vemos así que un enorme esfuerzo estatal era necesario para que funcionase esta visibilidad que llamaremos vertical. La misma implicaba en efecto toda toda una infraestructura que le diese sustento: los archivos, las decenas de postas y puntos de recepción, los cientos de mensajeros y caballos que día y noche recorrían miles de kilómetros, formando un circuito de verdaderos nervios ópticos capaces de hacer que los pueblos observaran aquello que en la batalla debía ser valorado. 35 Dentro de esta visibilidad el principal elemento era sin ninguna duda el parte de batalla. Éste era la versión oficial de una acción de guerra, dada por el oficial superior a cargo de la fuerza que había combatido. Pese a la libertad con que eran escritos, los partes tenían una cierta estructura, un cierto estilo característico. Su momento más importante estaba dado por la narración de los movimientos de la batalla, pero por lo general sólo mencionaban acciones de combate colectivas (realizadas por un batallón o un escuadrón), atribuidas siempre al oficial que las mandaba: “El bravo brigadier O´Higgins reúne los batallones 7 y 8 al mando de sus comandantes Crámer y Conde, forma columnas cerradas de ataque, y con el 7 a la cabeza carga a la bayoneta sobre la izquierda enemiga. El coronel Zapiola al frente de los escuadrones 1º, 2º y3º con sus comandantes Melián y Molina rompe su derecha”31. 36 En el ámbito de la visibilidad vertical se producía así claramente una selección. Si en los partes una batalla se reducía a movimientos colectivos, cualquier posibilidad de distinción individual, cualquier posible glorificación de un hecho realizado por un simple infante o jinete se cerraba definitivamente. Para los hombres de la tropa quedaba vedado así el camino de lo extraordinario. Por otro lado, y reforzando el efecto de lo anterior, si la acción colectiva era atribuida a título individual al oficial que la mandaba, el resultado, lejos de ser una batalla anónima, era una batalla llevada a cabo por un puñado de gigantes sobrehumanos. 37 Así se producía sin duda una cierta tensión. Zapiola cargaba sobre el enemigo de manera idéntica a otros cien o doscientos granaderos, pero éstos eran privados de cualquier posible distinción mientras que aquél recibía de manera automática la gloria de todos. Era necesario al menos ofrecer alguna posibilidad de aparición a los comportamientos individuales extraordinarios, y esto se expresaría de varias maneras. A menudo, por ejemplo, el redactor del parte interrumpía su relato rutinario para mencionar un hecho de valor extraordinario: El siguiente rasgo de valor personal no debe sepultarse en olvido. Un cabo del cuerpo de auxiliares de Buenos Aires, Manuel Araya, viendo a un oficial enemigo que con suma intrepidez animaba a su tropa, marchó sobre él, matólo, y vuelve montado en su caballo a su formación.32 38 Al mismo tiempo otros documentos específicos servían para cubrir las falencias de los partes. Los generales en jefe elaboraban, actualizaban y enviaban regularmente al gobierno unas planillas en las que medían las virtudes de cada oficial (incluyendo muchas veces a los suboficiales) bajo su mando. Estaban formadas por categorías tales como “aplicación” o “conducta”, “valor”. Uno por uno, el General pasaba en revista los cientos de sargentos, cadetes, tenientes que componían su fuerza, e iba respondiendo, valor: tiene, no tiene, sobresaliente, ignoro, acreditado33. Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 9 39 Luego de las grandes batallas, cada cuerpo podía también enviar al gobierno su propia evaluación interna. En la Relación de oficiales del Batallón de artillería de los Andes que se distinguieron en la acción de Maipú, por ejemplo, podemos ver que el capitán Ilario Cabrera se había elevado sobre todos, puesto que cuando ya no pudo hacer uso de su pieza de artillería, “cargó sable en mano sobre el enemigo”34. 40 Siguiendo la misma línea, en 1813 la Asamblea General creaba un Registro Marcial, mandando que cada jefe que dirigiese una acción de guerra enviase al gobierno una relación de los soldados muertos, especificando “cómo y cuándo murieron gloriosamente”. Esta descripción se mandaría a la ciudad natal del soldado caído para exponerla en los lugares públicos, y en las puertas de los cabildos durante los días de fiesta. A su vez, en el regimiento al que pertenecía cada muerto se usarían las fiestas de mayo para leer a la tropa los relatos de sus caídos35. 41 Por otro lado se contaba con lo que se llamaba premios militares: escudos, medallas, cintas, cordones. Estos pequeños distintivos seguían un diseño rigurosamente estipulado y llevaban en general una corta leyenda alusiva a una acción determinada. Su función era clara: se trataba de marcar, de distinguir, de señalar, de unir indefectiblemente la imagen de un guerrero a la de sus acciones distinguidas. Decía la Gaceta, al anunciar su implementación: Este distintivo queda establecido por regla general en el Ejército, y mediante él todo soldado llevará a la vista la historia de sus campañas, en premio de su valor, y un estímulo para sus conciudadanos. ¡Qué gloria la del patriota que llegue a cargar en veinte o treinta escudos los trofeos de sus fuertes brazos!36 42 La Gaceta presuponía lectores que respetaban, admiraban y emulaban esta gloria de armas. En sus actividades dentro del ejército, pero también al entrar a la ciudad, al volver a casa, en la vida pública, en los actos y en los bailes, los guerreros se presentaban de uniforme. La Gaceta hablaba a un mundo que los admiraría maravillado, y que leería en sus escudos la parte que a cada guerrero le tocaba en las glorias de la patria.     43 La importancia con que estas distinciones eran miradas se reflejaba en los gastos y los cuidados que les otorgaba un Estado por otro lado en continua bancarrota37. Esto puede ser medido no sólo en la cantidad de oro y plata que se gastaba en su confección, sino en las medidas tomadas por el Estado para garantizar su monopolio38. En efecto, no habían tardado en proliferar las falsificaciones de escudos y medallas, a pesar de que los mismos eran expedidos con una cédula oficial a manera de certificado de autenticidad. El gobierno reaccionó con decretos castigando la fabricación ilegal y uso indebido de medallas, pero el fenómeno siguió extendiéndose hasta que en 1817 se hizo necesario ordenar que todos los poseedores de escudos concurriesen al Estado Mayor General con los respectivos documentos calificativos, para que el Director Supremo los revalidase. 44 Estas luchas en torno a la visibilidad y su legitimidad nos hablan a las claras de un sistema oficial que estaba siendo rápidamente desbordado. La guerra en el Río de la Plata no era el monopolio de ejércitos regulares operando con sanción estatal. Tampoco era el asunto exclusivo de militares profesionales. La guerra, tras los primeros meses de conflicto, devino rápidamente un estado social continuo y comprensivo en el que las llamadas campañas de la independencia eran indiscernibles de una compleja trama de guerras civiles, conflictos étnicos armados y bandidaje social. A medida que el número de hombres movilizados en esta multiplicidad de instancias superaba todos los precedentes, la totalidad de la población se veía inmersa de una forma u otra en el estado y la cultura de guerra. En este contexto la visibilidad guerrera dejó de ser instrumento exclusivo del Estado central y sus ejércitos para pasar a ser un terreno de lucha en el que ciudades, comunidades, individuos y fuerzas de guerra independientes debían batirse por su cuota de gloria. Nuevo Mundo Mundos Nuevos La gloria, esa plaga de nuestra pobre América del Sud 10 3. Visibilidad horizontal 45 Hasta que el 24 de septiembre de 1812 las fuerzas patriotas derrotaron a los realistas en Tucumán, la revolución de las Provincias Unidas había estado sometida a una situación límite. Derrotados repetidas veces en el Alto Perú, los restos del ejército del Norte venían en una larga y desmoralizante retirada, sintiendo que con cada paso dado se dejaba atrás otra provincia que ya nunca sería recuperada. Sin demasiados refuerzos disponibles y casi sin esperanza, Belgrano tenía órdenes de retroceder hasta Córdoba, abandonando medio país a manos de un enemigo que amenazaba con llevar su marcha arrolladora hasta la misma Buenos Aires. En Tucumán, sin embargo, movido por la intensa presión popular que le pedía quedarse y resistir hasta el final, Belgrano tomó la responsabilidad de dar batalla a un enemigo que lo doblaba en número. Con la sorprendente victoria, todos los ingredientes necesarios para la construcción de un día perfectamente glorioso estaban reunidos.   46 Ahora bien, ya hemos mencionado lo catastróficamente baja que era la visibilidad real ese día en el campo de batalla. Polvo, incendio, pólvora, langostas, huracán. Desde ya, el régimen de la visibilidad contaba con la visibilidad vertical para operar pese a todo. Estaban los partes de la batalla, prolijamente escritos por Belgrano y publicados para conocimiento de todos. Estaban los escudos y demás premios militares, y la exhibición de las banderas tomadas. Sin embargo, esto no podía ser suficiente para semejante jornada. 47 De hecho, ¿qué resaltaba en definitiva Belgrano en su parte circunstanciado?: “…la subordinación y el entusiasmo de los reclutas de infantería (…) que pisaban los efectos y dinero de los enemigos sin atenderlos…”39Belgrano no elegía ninguna de las muchas acciones de combate destacadas que habían construido la victoria. Fiel a su credo, sólo reconocía virtudes cívicas y morales, los intachables patriotas que despreciaban el botín para cumplir con su deber. 48 Siendo así, la valoración guerrera debía encontrar otros canales. Al interior del ejército estalló de inmediato la polémica por la distribución de los honores de la jornada, por la atribución a cada uno del correspondiente mérito, de la correspondiente gloria: “Había también en el ejército una especie de facción, capitaneada por Dorrego, que se había abrogado el derecho de clasificar el mérito de los oficiales y jefes, sin dispensar al mismo general.” Esta especie de comisión informal, compuesta de oficiales de infantería y artillería, habría de levantar informaciones sobre el desempeño de cada oficial, haciendo circular versiones terribles acerca de sus “enemigos”. En la reconstrucción de la batalla que operaban, “censuraban amargamente a los de caballería por su comportación en la acción”, lo que alcanzaba a todo jefe “que no había mostrado tanta energía en el combate40”. 49 La caballería, desde luego, rebatía los cargos y aportaba una prueba concreta fácilmente verificable por todos: entre los cadáveres realistas aún desparramados por el campo de batalla, la gran mayoría presentaban heridas de sable y lanza. A diferencia de José María, Julián Paz había participado personalmente de la carga de caballería en la que Balcarce, por la derecha, había abierto la batalla arrollando la caballería contraria. Estaba entonces personalmente comprometido por el reparto de la gloria entre la caballería y la infantería: “Tocóme, pues, parte de esta gloria, y la de ser propuesto para capitán en el Regimiento de nueva creación decretado por el General Belgrano, bajo el título de Regimiento de Caballería del triunfo de la ala derecha”. Esto por supuesto los jefes de las otras armas no habrían de permitirlo: “No se realizó la formación de este regimiento, cuyo título tan señaladamente marcaba al jefe y tropa que habían contribuido a la victoria, porque la emulación y la envidia se desencadenó por este motivo”. Es decir que la facción de Dorrego y Forest comenzó a presionar a Belgrano hasta “despojarlo a Balcarce de la gloria que se había cubierto y lo lograron hasta cierto punto”. 50 Como vemos, la circulación del elogio y del insulto no era tomada a la ligera. Tras cada batalla el ejército se veía sacudido por una lucha feroz en torno a la reconstrucción de los distintos comportamientos durante la acción. Esta lucha era potencialmente peligrosa y comprometía Nuevo Mundo Mundos Nuevos

Description:
en una noche de 1812, Isidoro Suárez dejó el campamento patriota para guerrillear a los realistas, todo parecía indicar que el hecho desaparecería
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.