Bajo la aparente calma pueden esconderse trampas que harán tambalear a una insegura y reciente relación. Priscila sabe que el peligro está a un paso de ella. Lo presiente, lo intuye. Pese a que su lógica le indique que huya, que escape de esa ciudad, no quiere perder lo que logró hasta el momento. Sabe que no puede esconderse y que hay un Torres dispuesto a todo. Aun así, quiere vivir y experimentar lo que nunca antes pudo hacer. Y entiende las señales que la intentan llevar por otro camino, pero se resiste y pronto su aparente normalidad se quebrará. Más temprano que tarde. Kevin desea envolver a Priscila en una relación cómoda. Su único miedo es despertar y que ella haya desaparecido para siempre, sin dejar rastros. Lo que anhela en su fuero interno es protegerla. Encontró en ella a la mujer ideal para él y está dispuesto a no soltarla. Temeroso de cualquier desenlace, hará lo posible para esconder todos los problemas relacionados a ellos. Aun consciente de las pesadillas que ella sigue teniendo, no podrá frenar la seguidilla de sucesos que se avecinan. Una promesa, una sonrisa y una mirada. Ella lo desarma con sus testarudas peleas y él la convence con su sutil táctica. La felicidad los atrapa y enceguece. Pero dicen que cuando cede la calma, un huracán arrasa, y éste traerá consigo devastación y desconsuelo. Ya no hay lugar a juegos ni inseguridades. Y el paso en falso fue dado, dando ventaja a la oscuridad. «Ese pedido sutil la dejó con encantadoras motas de ese sentimiento que nunca analizó. Un sentimiento cálido que le hacía burbujear el pecho».