Publicado en: Horacio Machín / Mabel Moraña (Eds.), Marcha y América Latina, Pittsburgh, PA, S.79- 122. „Perder los amigos, pero no la conducta“1 Tercerismo, nacionalismo y antimperialismo: Marcha entre la revolución y la contrarrevolución (1958-74) por Eduardo J. Vior Universidad de Magdeburgo, ALEMANIA A Mirta Zampieri, in memoriam, que me enseñó a escuchar y leer entre líneas para conocer el mundo. Hacia 1965, al entrar en la adolescencia y empezar a salir al centro de Buenos Aires, comencé a comprar Marcha en el quiosco ubicado frente a la puerta del cine “Lorraine” de la calle Corrientes, entre otros motivos, para leer sus magníficas críticas cinematográficas. A veces iba ya el viernes por la noche para estar seguro de conseguirlo. Hasta que la dictadura militar prohibió un año después su entrada a Argentina, el semanario nos introdujo en la política internacional y en la literatura latinoamericana, nos hizo conocer a muchos autores de la izquierda internacional antidogmática y a amar su periodismo de análisis y discusión, fundamentado, polémico y serio. Al advenir el gobierno peronista en 1973 Marcha volvió a ser permitido en Argentina, pero ya no nos satifizo, en parte porque gran parte de mi generación se había definido por el peronismo y no nos sentíamos acompañados por el semanario y en parte por las mutilaciones que éste había sufrido bajo la dictadura militar uruguaya en marcha desde febrero de ese año. Preparando este ensayo revisé las intensas discusiones libradas en sus páginas durante los años 60 sobre los conceptos de “tercerismo”, “nacionalismo”, “antimperialismo” y “revolución”. Sobre estas ideas discutíamos también en Argentina en la misma época, pero, aunque la situación de mi país era el tema extranjero más importante en las páginas de Marcha, en la década aquí tratada el semanario sólo reprodujo las discusiones en la llamada “izquierda nacional” argentina y en los grupos intelectuales radicalizados después de su apoyo a A. Frondizi en 1958. A partir de mediados de la década el semanario comenzó a informar sobre la radicalización del peronismo combativo y revolucionario, pero nunca se metió en la discusión programática y estratégica que se libraba en la otra orilla del Río de la Plata. Esta omisión me llamó tanto más la atención cuanto que Carlos Quijano y sus colaboradores más cercanos se definían como “nacionalistas” y “antimperialistas”. Aproximándonos a este problema llegaremos rápidamente a una primera respuesta que nos remite a la más abarcadora por la naturaleza del nacionalismo y antimperialismo marchistas. Este es el tema central de este texto. Marcha y el peronismo Marcha nunca polemizó con o sobre el peronismo. Carlos Quijano analizó a menudo la evolución de la situación argentina, comentó a veces las políticas de Perón, pero no debatió sobre sus ideas. Su actitud ante este líder fue ambigua: por momentos era para él sólo un “demagogo” a quien no cabía considerar seriamente. Así afirmaba en 1953 que 1 Del editorial de Carlos Quijano en el 25° aniversario de Marcha, el 26 de junio de 1964, caracterizando la línea de conducta del semanario. A nosotros, muy modestos ciudadanos, nos parece un tonto. Un tonto sin redención y sin historia, llevado y traído por el azar de los hechos, y a quien se atribuye una importancia que está muy lejos de merecer. (12-9-53)2 Pero dos años después, cuando la confrontación civil y social en Argentina se agudizaba entre el motín del 16 de junio y el triunfante golpe del 16 de setiembre, lo veía de manera diferente: (...) el señor Perón escribe derecho en líneas torcidas. (...) El señor Perón quiere mandar y a esta voluntad de mando avasalladora sacrifica todo. Incluida su vielle carcasse [cursiva en el original – EJV]. (2-9-55) Hasta 1972 Quijano nunca definió su posición ante el peronismo y evitó categorizarlo3. Sólo cuando Perón regresó por primera vez a Argentina, el 17 de noviembre de 1972, preparando la derrota de la dictadura militar dirigida entonces por Alejandro A. Lanusse, el director de Marcha volvió a ocuparse personalmente del “fenómeno Perón”, sin tratar su pensamiento y estrategia. Así afirmaba ese mismo día en su editorial (“El hombre y el mito”) que: (...) el fenómeno peronista, el hecho peronista, no fue comprendido. Esa especie de partido único, donde coexisten todas las contradicciones de un país dependiente escapaba a los modelos que se manejaban. Era un partido que a veces sin tener conciencia cabal de ello, recogía una gran corriente histórica, entrañablemente popular, la del federalismo, rediviva en el radicalismo. Partido antioligárquico y antiunitario, puesto bajo la dirección de un líder magnetizador. El partido de los caudillos, el de Facundo y el Chacho Peñaloza, frente al partido de los doctores, el de Rivadavia, Sarmiento y Mitre. El de las provincias frente al de Buenos Aires, puerto y vidriera, extranjerizador y extranjerizante. (...) Uno y otro [Irigoyen y Perón – EJV] enfrentaron la presión imperialista. Uno y otro trataron de romper con sentido nacional, tan profundo en las capas populares de Argentina, la dependencia. Uno y otro le abrieron las puertas a la “chusma”, a las generaciones formadas por los hijos de inmigrantes, a los obreros del campo y la ciudad, a los marginados y desplazaron a las grandes familias, a los grandes apellidos, a esa seudo aristocracia argentina de cuyos desaciertos y traiciones, a lo largo de la historia, los orientales también fuimos víctimas. Uno y otro –carencias a un lado, demagogia en algunos casos, a otro- fueron la antioligarquía. (...) El hombre no hace la cosa. El radicalismo es el auténtico radicalismo de Alem a Hipólito Irigoyen. “El Peludo”4 es el heredero del federalismo. El peronismo es el heredero del auténtico radicalismo. De un radicalismo de raíz popular o si se quiere, para mayor tranquilidad de los exquisitos, populista. III. Singular, fuera de serie, también el personaje. Los amados de los dioses mueren jóvenes; pero a veces, como en este caso, llegan a viejos. (...) Los años de destierro y de persecuciones en lugar de destruirlos, los recrean. El hombre de carne y hueso, deviene mito. En él se conjugan la lacerante nostalgia de un tiempo que la distancia dora y la fe no menos 2 Para las citas de artículos publicados en el semanario se ha preferido en este trabajo citar las fechas de su publicación. Los textos de Quijano son por regla editoriales, los de los otros autores –especialmente Arturo Ardao- se reparten en distintas páginas. Están compilados en la edición patrocinada por la Cámara de Representantes del Uruguay (Quijano, 19901; 19902; 19903 y 1992). 3 En el mencionado artículo de 1955 realiza a continuación de las líneas citadas una maravillosa comparación entre el proceso peronista de esos meses y el de Juan M. de Rosas entre 1829 y 1835. En los motivos referidos por él en este artículo (renunciamiento del líder, movilización popular combinada con milicias leales, poderosos que ceden a esta presión, ofertas reiteradas del mando al conductor que se resiste, aceptación final de éste en aras de la República) puede leerse su propuesta estratégica para los procesos populares uruguayos y latinoamericanos. 4 Denominación popular del presidente argentino Hipólito Irigoyen (1916-22 y 1928-30). lacerante en la redención. Es la víctima y el héroe. El caballero de la esperanza5. Catártico y carismático. (...) La historia la hacen los pueblos; pero con jefes. (...) (17-11-72) Sus referencias posteriores al movimiento argentino estuvieron fuertemente condicionadas por la evolución de la dictadura militar uruguaya a partir del 16 de febrero de 1973, que culminaría con la disolución del parlamento el 27 de junio siguiente y las sucesivas clausuras del semanario hasta su cierre definitivo en noviembre de 1974. Considero estas referencias al peronismo argentino como un tratamiento elíptico de la situación uruguaya. Así, por ejemplo, al saludar el 25 de mayo de 1973 el ascenso al gobierno del Frente Justicialista de Liberación (FREJULI6), bajo el título “¡Al gran pueblo argentino, salud!”7 Quijano escribe lo siguiente: (...) el gobierno argentino vuelve a ser ahora expresión indiscutible de la voluntad popular. (...) La elección argentina tiene características y significación excepcionales: a) En Uruguay el retorno al poder del Partido Nacional se produjo después de noventa años [en 1958 – EJV]. Durante ese tiempo, sin embargo, salvo en algunos períodos, el nacionalismo no fue proscripto. (...) El peronismo, en cambio, durante más de diecisiete años conoció la proscripción. (...) La “travesía del desierto”8 de de Gaulle se extiende desde su renuncia en 1947, hasta su retorno en 1958, (...) b) Durante esos diecisiete años largos el militarismo gobernó, con breves intervalos cargados de amenazas, a su antojo. (...) c) Esta elección se produce, cuando el imperio, de rodillas frente a Vietnam, está corroído por una espantosa corrupción interna (caso Watergate) y cuando busca pasar la posta en nuestras tierras, al subimperio9, (...). Para nosotros, y también para toda América Latina, (...) el posible resurgimiento de Argentina es fundamental. La historia y la geografía mandan. Una historia muy vieja; una geografía eterna. (...) En política internacional sí (...) el enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo. Una Argentina fuerte, de raíz popular y proyecto socialista, es también por esta razón, preferible a una Argentina militarista y oligárquica, segundona del imperio y cómplice del subimperio, como lo fue en 1816, como lo fue en 1865, como lo fue en estos años últimos, los de las “fronteras ideológicas”10. 5 “El caballero de la esperanza” fue la denominación que las masas campesinas brasileñas dieron en 1935 a Luiz Carlos Prestes, más tarde líder histórico del Partido Comunista Brasileño, durante su recorrida de 10.000 km con una pequeña columna (“la columna Prestes”) por el interior del país, en su lucha contra el gobierno de Getúlio Vargas. Quijano asimila y funde distintos procesos en una sola historia latinoamericana. 6 Coalición del peronismo con seis partidos menores que en las elecciones presidenciales del 11-3-73 obtuvo el 49,5% de los votos. Como Perón estaba proscripto por la dictadura militar, la fórmula fue encabezada por el peronista Héctor Cámpora y el conservador Vicente Solano Lima. 7 Verso del himno nacional argentino. 8 La imagen de la “travesía del desierto” es reiterativa y central en el pensamiento de Quijano y será materia de tratamiento especial en este trabajo. Moisés salvó al pueblo judío de la furia del faraón con el éxodo a través del Mar Rojo, conduciéndolo en la travesía de cuarenta años por el desierto del Sinaí, dándole las tablas de la Ley y mostrándole el camino de Canaán. Con el mismo modelo (éxodo-travesía- leyes-retorno a la Tierra Prometida) caracterizó el director de Marcha repetidamente a los movimientos populares nacionalistas y/o revolucionarios y a sus líderes. Esta cuestión nos ocupará más adelante. 9 Se refiere a los planes expansionistas de la dictadura militar brasileña (1964-85), que en aquel momento se encontraba en el apogeo de su fase más represiva e intervenía casi abiertamente en los países vecinos. 10 El concepto de “fronteras ideológicas” fue formulado en noviembre de 1965 durante una visita a Brasil por el entonces Comandante en jefe del Ejército argentino y posterior presidente del gobierno surgido del golpe de estado del 28 de junio de 1966, general Juan Carlos Onganía,. Dicho concepto pretendía Ahora empieza otra historia. (...) Festejemos pues la derrota del militarismo, confiemos en el pueblo argentino que conoció la adversidad y no se doblegó y reconozcamos con total amplitud la vigencia histórica del peronismo y la estatura de su conductor, (...) Cuando el cuartelazo de Uriburu contra Irigoyen algunos escribieron aquí: “¡Al gran pueblo argentino, salud!” Ahora, cuarenta años después, nos toca decirlo a nosotros. Con emoción y esperanza. Sí, ahora más que nunca, ahora después de la larga travesía y el sacrificio lustral: “¡Al gran pueblo argentino, salud!” (25-5-73) Quijano siempre estuvo convencido de la influencia que los procesos argentinos tenían sobre Uruguay. Su sentencia “ahora empieza otra historia” no se refería sólo al país vecino: el cambio en Argentina haría que también en Uruguay “empezara otra historia”. Los dos textos citados son la culminación de un proceso contradictorio que se remonta al surgimiento del peronismo en 1945. Quijano nunca tomó partido en las discusiones internas del peronismo ni polemizó con sus representantes porque quería conservar estrictamente la independencia del nacionalismo oriental, tal como él lo concebía. Pero, al reconocer al peronismo como nacionalismo popular, estableció un parámetro de comparación para la propia orientación perfilada desde que fundó del Centro “Ariel” en 1917 (Rocca, 1993:6). De ella nos ocuparemos a continuación. Las fuentes del pensamiento marchista El semanario Marcha siempre se definió como antimperialista, nacionalista, democrático y socialista. A partir de 1947, también como tercerista. Cierto que Arturo Ardao repitió en muchas ocasiones que el nacionalismo democrático, social y antimperialista de Quijano ya estaba constituído al fundar ambos en 1928 la Agrupación Democrática y Social Nacionalista (ADSN) en el seno del Partido Nacional (Blanco). Pero, en vista de los cambios nacionales e internacionales hasta el golpe de estado de 1973, es de suponer que esa concepción se desarrolló, se complejizó y se adaptó a nuevas circunstancias seleccionando los aportes que le llegaban desde otras orientaciones nacionales y extranjeras. ¿Qué tipo de nacionalismo se estaba construyendo en torno a Marcha que prescindía de la comparación con orientaciones similares? ¿Se definió acaso en relación a orientaciones contrarias? Quijano denunció a menudo los planes intervencionistas de los gobiernos norteamericanos, pero nunca se interesó por las motivaciones internas de las ideas rectoras en los EE.UU.11. Para él el imperialismo era un hecho fundamentalmente económico que se explicaba por la necesidad del capital norteamericano de expandirse más allá de las fronteras y la ideología era un resultado de esa motivación12. remplazar la tradicional rivalidad argentino-brasileñe por la Doctrina de Seguridad Nacional y la lucha contra el “comunismo”, es decir contra todo tipo de movimientos populares, reformistas y/o revolucionarios que pudieran alterar el orden establecido. Especialmente Uruguay –por aquellos años en plena crisis social y política- sufrió las consecuencias de la colaboración represiva de sus dos vecinos. 11 Durante la dura polémica entre Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa sobre el tercerismo en el Uruguay (v. más abajo), entre diciembre de 1965 y marzo de 1966, hay una brillante referencia de Ardao al pensamiento de William James y a su crítica al imperialismo de Theodore Roosevelt (1901-09). Pero en no he hallado antecedentes ni continuaciones de ese análisis (Ardao, 18-3-66). 12 Se encuentran en distintos pasajes algunas referencias al miedo como motor de la actitud norteamericana hacia el continente, pero él nunca sistematizó estas reflexiones. Sobre el papel de este sentimiento en la política continental de EE.UU. véanse mis consideraciones en las conclusiones. Marcha se desinteresó también de la evolución doctrinaria del neobatllismo en los años 50 y la del postbatllismo a fines de los 60 y principios de los 70. Mucho menos se preocupó por analizar la evolución del pensamiento conservador, fuera colorado o blanco, y el surgimiento paulatino del neoliberalismo y el neoautoritarismo13. Dedicó sí brillantes análisis constitucionalistas a los avances neoautoritarios entre 1967 y 1973, pero más como denuncia y esclarecimiento que para redefinir las propias posiciones. Su argumento era que se estaba repitiendo el proceso que llevó al golpe de estado de Gabriel Terra, el 31 de marzo de 1933. Su motivación no era entender el pensamiento neoautoritario en gestación, sino advertir contra la periódica vuelta del autoritarismo en la historia uruguaya. Desde sus páginas se tomó en cambio partido ante los avatares del herrerismo y del nacionalismo14. Especialmente Quijano y Ardao discutieron asiduamente sobre historia nacional, el primero también mucho sobre reformas económicas y constitucionales así como sobre la integración regional y/o latinoamericana, mientras que el segundo se concentró más en la historia de las ideas filosóficas, de la universidad, (a partir de 1965) del latinoamericanismo y entre 1965 y 1966 llevó adelante contra Real de Azúa la fundamental discusión sobre tercerismo que recogemos más abajo. Para Ardao el tercerismo de Marcha desde 1947 era puramente estratégico, dirigido al no-alineamiento en la Guerra Fría, y no tenía significado doctrinario. Así marcó los límites frente a la “tercera posición” del peronismo histórico15. Después de los primeros momentos (1939-41) Marcha se concentró en ser una tribuna de doctrina nacionalista, antimperialista, tercerista, democrática y socialista. Pablo Rocca (1993:128) lo resume de la siguiente manera: Marcha fue una publicación atípica, extraña en el submundo dependiente, pero posible en un Uruguay europeizado, raigalmente liberal. Nació y creció en una ciudad, pequeña a escala del continente que orilla, y de ese enclave fue producto, hecho y leído por clases medias integradas a la economía distributiva y a la educación de fuertes tonos democrático-radicales, tempranamente pauperizada. Marcha fue producto y productor de ese medio cultural. Su estilo tendió más a la didáctica de las posiciones propias que al análisis de las ajenas16, a la desconstrucción de las posiciones adversarias, al desenmascaramiento y la denuncia de los planes adversarios y – especialmente a partir de 1970- a la agitación de masas a favor de la alternativa anhelada. Su discurso se presenta como autopropulsado y autoreferido. Se fundamenta a sí mismo en la construcción de una tradición específicamente oriental, desde el estoicismo de Artigas, pasando por la exaltación rodosiana de las virtudes republicanas y la resistencia al golpe terrista de 1933 hasta llegar a Marcha. La historia del pueblo uruguayo es construida como un 13 Alejandro Vegh Villegas, ministro de Economía de la dictadura en los años 70, fue asiduo colaborador del semanario en la primera mitad de los años 60, donde publicó una larga serie sobre el desarrollo económico del Uruguay. Ya en ese momento había en su pensamiento elementos que podrían haber despertado la desconfianza, que sin embargo pasaron desapercibidos para la dirección del semanario. 14 Presente en las polémicas de Ardao con Methol Ferré en 1961 y con Real de Azúa en 1965-66. 15 Para la comprensión de la misma véase el discurso de Perón al clausurar el 1° de mayo de 1949 el Ier. Congreso Mundial de Filosofía en la ciudad argentina de Mendoza, editado en libro con el título de “Una Comunidad Organizada”. En una monografía inédita de 1983 traté este tema (Vior, 1983). 16 Me permito en este punto diferir de Claudia Gilman (1993:155), quien afirma que “Sus largos editoriales [los de Quijano – EJV] (...) se niegan a la pedagogía.” Aunque poco más adelante indica que “Quijano insiste, en sus editoriales, en elaborar una justificación teórica del papel de Marcha (concebido en términos de denuncia, esclarecimiento y guía) como un no tradicional de la política.” continuo sólo roto por las oligarquías, los imperios e imperialismos y que se proyecta hacia el futuro como un mandato. Las rupturas le llegan al cuerpo social “desde afuera”. Este es un modo de articulación habitual de algunos discursos proféticos y de aquéllos dirigidos a fundar naciones, que son la versión (no siempre) laica de los primeros en la época moderna17. Bajo esta perspectiva queremos tratarlo. Para restablecer sus relaciones con el proceso histórico y poder formular algunas hipótesis sobre sus efectos sobre los discursos democráticos y de justicia social en Latinoamérica tendremos en cuenta el tardío escrito de Sigmund Freud sobre “Moisés y el origen del monoteísmo”18 que presentaremos sucintamente al analizar el discurso político de Carlos Quijano. Por este camino buscamos ubicarlo en la tradición del pensamiento nacionalista y antimperialista latinoamericano y sacar algunas conclusiones de carácter general sobre los efectos actuales del mismo. El primer objetivo de este trabajo es estudiar la etiología y la dinámica del discurso político marchista para entender sus motivaciones, alcances y limitaciones. El segundo objetivo es discutir sus posibles efectos sobre la ulterior construcción de la identidad latinoamericana a principios del siglo XXI. La viabilidad del Uruguay en el pensamiento de Carlos Quijano Un aspecto central del pensamiento político de Carlos Quijano lo constituyó la preocupación por fundamentar la “viabilidad”19 del Uruguay como nación. Para ubicar esta preocupación en el contexto de las distintas y contrapuestas orientaciones historiográficas a través de la historia uruguaya, me permito citar extensamente a Gerardo Caetano (1992): En esta ponencia nos proponemos recorrer, en forma necesariamente sumaria y muy panorámica, el itinerario histórico de algunas “obsesiones” a través de las cuales se ha buscado dilucidar en el país ese tópico de “las telas más íntimas del nosotros nacional”20. (...) se analizarán (...) diversas vías de involucramiento (...) en torno al problema de la nación: a) la nación y el pasado; b) la nación y la política; c) la nación y la frontera del “afuera”; d) y, por último, la nación y el desafío de la viabilidad. (p. 60) Aquí seguiremos en grandes trazos la propuesta de Caetano, porque coincidimos con su idea básica de considerar a la Nación como una “comunidad imaginada” en el sentido de Benedict Anderson (1983) y porque nos remite a las cuestiones centrales del discurso marchista (construcción del sujeto colectivo, de sus destinatarios, de los colectivos, de sus adversarios y/o enemigos, etc.), tal como las consideramos en este texto. Sobre la visión del pasado como fundante de la nacionalidad uruguaya apunta él (pp. 63-64): Sin duda que uno de los escenarios más tradicionales en la consideración del “problema” de la nación entre los uruguayos ha sido el vinculado con el debate historiográfico en torno al surgimiento del Uruguay como Estado independiente. Respecto a este punto es harto sabido que se han enfrentado básicamente dos posiciones (...): a) la postura “nacionalista” o “independiente clásica”, cuyo rasgo más distintivo sería la reivindicación del surgimiento del 17 Una de las líneas de argumentación profética en el Antiguo Testamento, retomada muchas veces en la historia de la expansión europea en el mundo, es la necesidad de volver a la ley de Dios. También nacionalismos “redencionistas”, como el irlandés o el polaco, apelaron en los siglos XIX y XX a la vuelta a tradiciones originarias (ligadas a su identidad católica) para salvar al cuerpo social. Una versión laica de los discursos “refundacionales” la está poniendo en práctica el “devolucionismo” escocés. Entre muchos otros cf. al respecto B. Anderson, Imagined communities, London 1983; L. Mármora, Por un concepto socialista de Nación, México 1985. 18 Aquí utilizado en la edición alemana (Freud, 2001[1975]). 19 El término aparece repetidamente en textos de distintas épocas de su vida. 20 Carlos Real de Azúa, ¿Orientales o uruguayos?, Montevideo 1990 [cit. por G. Caetano – EJV] Uruguay en tanto“estado soberano” como el fruto de una voluntad y un sentimiento “nacionales” ya maduros en 1825(...); y b) la postura “unionista” o “disidente”, que destacaría en cambio la inconsistencia efectiva del deseo independentista de 1825, opuesto a la fuerza coetánea del sentido de integración platense (cimentado además en la índole federal del artiguismo), explicándose en consecuencia el surgimiento del Uruguay independiente como derivación más o menos directa de factores y artificios exógenos y, en particular, de la influencia británica. Aunque no mencionado por Caetano, cabe adelantar en este punto que esta última fue la posición sostenida por Quijano. La cuestión histórica se interrelaciona con la justificación de las orientaciones políticas, aunque –teniendo en cuenta el fracturamiento del sistema partidario y su baja coherencia doctrinaria - no sea posible hacer un corte tajante entre visiones “coloradas” y “blancas” de la historia del país. Caetano lo sintetiza de la siguiente manera: Dentro del campo colorado ha predominado lo que llamaremos la visión de la “uruguayidad”. Ella supondría una conciencia nacional de matriz fuertemente cosmopolita, identificada con valores e ideales universales que trascienden largamente las fronteras del país, en la que “lo interno” y “lo externo” no reconocen límites precisos. Refiriéndose a este punto, F. Panizza, por ejemplo, ha señalado que la conciencia nacional colorada y fundamentalmente la batllista refieren “un ‘afuera’ a la vez constituido y constituyente de la identidad de la sociedad uruguaya y de sus dislocaciones”.(...) En contrapartida lo “blanco” ha tendido a asociarse con la idea de “orientalidad”. En rasgos generales ella supondría una identidad nacional que reivindica desde el vamos una índole telúrica y hasta “bárbara” (por oposición a la “civilización” eurocéntrica), que tiene al “afuera” como una fronta “más dura” en tanto constituye el escenario de algo que “la Nación no es”, que privilegia nítidamente los referentes del pasado y de la tradición sobre las claves universalistas de la construcción modélica. (...) Por su parte, para el universo plural de las izquierdas el tema de “lo nacional” ha sido objeto de tratamientos muy disímiles, constituyéndose a este respecto mucho más en frecuente foco de controversias que en catalizador de convergencias. Si bien referido a este tópico podrían establecerse conexiones sólidas entre el “socialismo nacional” de Vivian Trías y lo que Carlos Quijano llamaba difusamente “izquierda nacional”, las contradicciones saltan de inmediato si comparamos sus análisis y percepciones con los del “socialismo frugoniano” o con la fuerte matriz exógena de la identidad comunista dsede los tiempos de Mibelli y Gómez hasta el propio Arismendi. (pp. 68-69) En cualquiera de sus orientaciones –según Caetano- el “afuera” ha constituido desde siempre una de las claves configurativas de la identidad uruguaya. Esta percepción de lo externo como determinante del propio horizonte de valores, normas y sistemas simbólicos es especialmente fuerte en la tradición batllista que, como hemos visto, configuró hegemónicamente buena parte de la visión uruguaya de la propia nacionalidad. Esta tradición la sintetiza Caetano en los siguientes puntos (pp.71-72): Ese intento batllista de construcción de una nacionalidad a través de “la identificación del país con ideales que lo trascendían” también aparece rflejado en otra larga serie de manifestaciones y escenarios típicos de la época: a) La escuela pública, donde desde el nombre de los institutos hasta los programas de enseñanza remitían a esa manera de concebir la nación; b) La identificación del Uruguay con otros países del mundo (Suiza, Francia, Nueva Zelandia, etc.), lo que trasuntaba el deseo inocultable de ser una “isla” tan excepcional como ajena dentro de América Latina; c) la honda dramatización en la vivencia de los acontecimientos de la escena mundial; d) La propia modalidad de acción política del batllismo (...) Al respecto añade (...) la persistencia incluso acrecentada del mito de la “excepcionalidad” uruguaya y de la asociación entrañable con la peripecia internacional. En ese contexto, a nadie puede extrañar que los uruguayos viviesen como “intransferiblemente propios” los episodios de la caída de París primero y de su liberación después, que una publicación como el semanario Marcha diera cuenta de ambos hechos con sendas portadas en idioma francés, (...) (p. 72) En este sentido el pensamiento marchista participaba también de esa excepcionalidad autoatribuida. (Raviolo/Rocca, 1997: 253-55). Precisamente la crisis de los años 60 puso en cuestión ese lugar imaginario del Uruguay. En esa situación la misma “viabilidad” del Uruguay como país independiente apareció como controevrtida. Como Caetano (p. 75) lo expresa: Esta cuestión de la viabilidad y su continuidad en el imaginario colectivo de los uruguayos ha permanecido durante el siglo XX. El desafío pudo ser ignorado o soslayado en los tiempos de prosperidad y de la expansión reformista, (...) pero resurgió con mayor fuerza y crudeza al sobrevenir la crisis y el agotamiento del modelo. Y concluye, citando a su vez a Real de Azúa (“La dimensiones de la defensa de Paysandú”, en: Marcha, 31-12-64): “(...) si la nación misma no es capaz de ‘tener un pasado’ es porque (...) (no) parece tener un futuro (...). Cuando me refiero a un pasado entiendo por él algo de lo que T.S. Elliot llamaba ‘un pasado útil’, es decir inteligible, capaz de sustentar, de dar sentido, a una faena histórica y nacional proyectada hacia adelante” (p. 76) Sintetizando este punto para las necesidades de nuestro trabajo, podemos decir que 1) para Quijano y el núcleo central de Marcha la cuestión de la “viabilidad” del Uruguay como nación independiente fue una de las “obsesiones” centrales que guiaron su tarea y se fue haciendo tanto más dominante cuanto más acuciantes las urgencias que planteaba la crisis terminal del modelo batllista; 2) buscaron resolver esta cuestión en el doble sentido señalado por Caetano: construyendo, por un lado, un “pasado útil” con el que, por el otro, intentaron fundamentar un proyecto nacional centrado en la integración latinoamericana; 3) no sólo en esta acentuación del “afuera”, sino también en la peremne identificación de Quijano con Francia, de Gaulle, el republicanismo y el laicismo puede considerárselos como arraigados en la tradición republicana uruguaya y compartiendo algunos valores centrales de la misma con otras corrientes, lo que hará ambivalentes y contradictorias sus rupturas de los años 60 y 70; y 4) la “ex-centricidad” de Carlos Real de Azúa, quien no compartía ni la identificación con Francia ni la creencia en la excepcionalidad del Uruguay ni la consecuente lealtad a lo que podemos denominar “racionalismo oriental”21 (del que empero no renegaba), representó en la definición ulterior del proyecto marchista durante los años 60 a la vez una atracción y una amenaza, pero nunca fue totalmente ajena al mismo. Marcha en el tercerismo: Ardao vs. Real de Azúa en 1965-66 El segundo aspecto relevante para ubicar nuestro análisis es la definición del concepto de tercerismo, tal como fue utilizado por el núcleo central del semanario. No conociendo posteriores tratamientos teóricos del tema22, para completar la caracterización del pensamiento marchista considero necesario volver a la polémica que al respecto libraron Arturo Ardao y Carlos Real de Azúa entre fines de 1965 y principios de 1966. 21 Nos referimos a la tradición racionalista en el pensamiento uruguayo, a la que Ardao dedicó numerosos estudios, y cuyo representante para él más importante en el siglo XX fue Carlos Vaz Ferreira (Ardao, 2000). 22 La polémica aparece mencionada en los trabajos de distintos autores (v. por ejemplo Rocca, 1997:265- 268 o la introducción de Cotelo a la edición de la misma por el parlamento uruguayo, 1997:813-824), pero no conocemos ningún trabajo que haya analizado el tratamiento teórico del tercerismo en ella. La misma se desencadenó por la dura crítica al libro del sociólogo uruguayo Aldo Solari (1922-89) sobre “El tercerismo en el Uruguay”que Ardao hizo en tres artículos aparecidos en Marcha en diciembre de 1965 y los comentarios de Real de Azúa sobre dicha crítica en cuatro contribuciones para el diario Época en enerode 196623. Solari había pasado del tercerismo al desarrollismo y era a mediados de los años 60 director del Instituto de Ciencias Sociales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República en Montevideo24. Poco después de la polémica comenzó a trabajar para la CEPAL en Santiago de Chile hasta su jubilación en 1985. Volvió entonces a su patria donde asesoró al presidente Julio M. Sanguinetti hasta morir en 1989.Durante la polémica estaba fuera del país y no participó en ella hasta que al final respondió indignado a las críticas de Ardao. La disputa se libró entonces entre éste y Real de Azúa. En su libro Solari hizo una crítica del tercerismo en el Uruguay que en lo fundamental se dirigía (casi sin mencionarlo) al grupo de Marcha. Siguiendo aquí a Cotelo (1997:817-18), pueden resumirse sus afirmaciones del modo siguiente: (...) 4. “El antiimperialismo de los terceristas es tan vago como el concepto de imperialismo (pág. 27). En sus inicios, la Revolución Cubana fue el sueño dorado de los terceristas; su vuelco hacia el marxismo-leninismo significó profundos desgarramientos y divisiones de lealtades en la conciencia de los terceristas (págs. 30-31)25.” 5. “El nacionalismo es un ingrediente de la ideología tercerista (pág. 38).” (...) 8. “En definitiva el tercerismo condena los valores de la sociedad moderna o industrial (pág. 67).” 9. “(...) Es una ideología de élites y no de masas (pág. 76). (...)” 10. “El tercerismo surgió con la guerra fría y la coexistencia pacífica le planteó conflictos difíciles de resolver (pág. 86).” 11. “ Pese a Carlos Quijano el tercerismo no ha presentado una inserción en lo económico (pág. 115). (...)” 23 Los siete artículos –con omisión del segundo de Ardao del 28-1-66- fueron publicados por la Cámara de Representantes después del texto de Solari en el tercer volumen del libro inédito de Real de Azúa sobre “Tercera posición, nacionalismo revolucionario y Tercer Mundo” (Montevideo, 1997). Éste forma el sustrato de las posiciones de Real y para entenderlas es necesario conocer el libro. Por razones de espacio no podemos tratarlo aquí como se merece, pero lo tendrremos permanentemente en cuenta. Para simplificar el citado, todas las referencias a la polémica se harán del modo siguiente: Real/Ardao, 1997:... 24 Dado que Ardao a su vez era director del Instituto de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la misma universidad y Real profesor de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Económicas (Cotelo, 1997:815 y 818), pueden suponerse conflictos de política universitaria como motivos suplementarios para el enconado debate. El intenso activismo intelectual de la Universidad en aquellos años estaba todavía estrechamente interrelacionado con el sistema partidario y de gobierno y las discusiones académicas tenían repercusiones sobre el mismo. Esta circunstancia puede ayudar a entender la furia con que se discutía. 25 La autoproclamación de Fidel Castro como “marxista-leninista” y su defensa de la alianza estratégica de Cuba con la Unión Soviética en su discurso del 1°-12-61 creó efectivamente un grave problema para todos los tercerismos latinoamericanos. 12. “’(...)el tercerismo (...) es declarativo, verbal, políticamente inocuo, teórico y meramente crítico (pp. 122 y ss.). (...)” O sea que cuestionaba la vigencia del tercerismo marchista, su sentido de realidad y su ubicación en la realidad política uruguaya. Esta condena desencadenaría tormentas. Para explicar el violento enfrentamiento, Cotelo (1997:820-821) aduce por una parte la dura lucha por el control de los aparatos culturales en América Latina entre la CIA y el movimiento de solidaridad con Cuba que se estaba produciendo en esos mismos meses26 y el declinio del tercerismo en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU)27. Para entender por otra parte la violenta confrontación entre Ardao y Real, Cotelo añade los opuestos orígenes intelectuales de ambos: el liberalismo ilustrado del primero, el antiliberalismo y antimodernismo otrora falangista del segundo28. Así la virulencia de la reacción de Ardao se explicaría por la sensación de cerco creciente que el grupo central de Marcha experimentaba en los primeros meses de 1966. Pero esta explicación no basta para aclarar por qué fue tan agresivo con Real de Azúa. Yo sostengo que la confrontación se hizo tan enconada fundamentalmente porque ambos contendientes competían por influenciar el mismo espacio político-cultural, el del nacionalismo antimperialista. Quijano, Ardao y Castro se construyeron desde fines de los años 20 una posición crítica dentro de la cultura y el espacio político uruguayos que en los años 60 se veía amenazada por el giro reaccionario de los grupos dominantes, pero también por la radicalización de la izquierda posterior a 1961. La crítica de Real de Azúa desde el mismo espacio político habría sido percibida por Ardao como una amenaza para el liderazgo que Marcha tenía dentro del nacionalismo antimperialista. Por eso su violenta reacción. En su primer artículo (17-12-65) Ardao presenta la serie que dedicaría al libro de Solari (Real/Ardao, 1997:827). Para él, a diferencia de Solari, el tercerismo no era una ideología (hoy diríamos una doctrina o sistema de orientaciones y creencias), sino una posición en materia de política internacional al comenzar la Guerra Fría en 1947. Fue entonces que Marcha comenzó a desarrollar las propias ideas terceristas (Real/Ardao, 1997:832-836) como una opción naturalmente resultante de la historia de su grupo fundador (24-12-65): En lo que respecta a nuestra agrupación política de entonces, la Democracia Social Nacionalista [en cursiva en el original – EJV], con ininterrumpida militancia antimperialista 26 Nuestro autor menciona aquí (loc.cit.) la campaña de Angel Rama en las páginas culturales de Marcha en mayo-junio de 1966 contra la instrumentación norteamericana del Congreso por la Libertad de la Cultura. Esta campaña destrozó las imágenes públicas de Emir Rodríguez Monegal y del editor Benito Milla, propietario de la Editorial Alfa, para la que Rama había dirigido una colección, y encrespó el clima de la confrontación política en el país. 27 Cotelo (1997:821) expone el surgimiento del tercerismo en la FEUU remitiéndolo a la influencia del Centro Ariel (fundado por Carlos Quijano en 1917), el periódico Jornada (fundado por Arturo Ardao en los años 30), la Asociación de Estudiantes de Medicina y la similar de Derecho, más la presencia de los anarquistas en los años cuarenta y cincuenta con su apoyo activo a los sindicatos obreros. Y concluye: “Opuestos tanto al capitalismo como al comunismo, a los Estados Unidos como a la Unión Soviética, los militantes estudiantiles comenzaron a hablar de una tercera posición. La Segunda Declaración de La Habana, diciembre de 1961, en la que Fidel Castro se proclamó marxista- leninista, trastrocó los destinos de los terceristas estudiantiles y poco a poco el tercerismo de la FEUU se fue desintegrando hasta convertirse en una ideología residual.” 28 Entre 1936 y 1942 Real de Azúa militó en grupos profalangistas y defendió activamente al franquismo, hasta que, invitado a España por el Consejo de la Hispanidad, se desencantó del régimen. En su libro “España de cerca y de lejos” elaboró teóricamente esat desilusión en un estudio que él mismo consideró “el primer estudio latinoamericano sobre la sociedad totalitaria” (cit. por Rocca, 1997:253-256).
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