LA PRESENCIA DEL IDEARIO ROMÁNTICO ALEMÁN EN LA ESTRUCTURA Y EVOLUCIÓN TEÓRICA DEL ROMANTICISMO ESPAÑOL Para plantear el problema en sus justos términos, se impone en primer lu- gar una precisión de lo que se ha de entender por ideario romántico alemán, y cuál es la extensión razonable que debe darse al del romanticismo español. Porque las ideas-guía con sus manifiestos correspondientes o las fechas que cabe deducir del conjunto para su periodización con el fin de medir la dura- ción del movimiento en España y describir su tenor literario y artístico, están en íntima función de los conceptos básicos. Al adoptar este procedimiento, se ofrece, asimismo, una explicación de lo que supone el desnivel cronológico entre las dos corrientes culturales y un mejor entendimiento de la mutación que sobre las ideas germánicas produce el paso por Francia, Inglaterra e Italia. Fuera de este examen queda forzosamente el análisis del origen del ideario alemán el cual fue, a su vez, un resumen concentrado del desarrollo anterior de Europa, como por ejemplo, del gran pasado italiano a partir de Dante y la discusión de la perfecta poesía por Muratori, de la estética sensista de Inglaterra con los comienzos de una historiografía por los Warton, de lo que representaba la cultura española del barroco y la crítica de Cervantes, y, no en último lugar, la vigencia del enciclopedismo francés. Fuera queda, en fin, hasta dónde este movimiento alemán fue continuidad, correctivo u oposición con respecto a la Ilustración de Europa. En cuanto al primer concepto, o sea el del ideario romántico alemán, se recoge en éste el pensamiento teórico desde el Sturm und Drang hasta el flo- recimiento del Biedermeier, o sea, desde 1770 hasta 1850 aproximadamente. 1 Se incluye aquél porque Herder actuó en todo tiempo al lado de la estéticaposterior en España, aunque apenas se le conociera directamente. La presencia del Biedermeier se debe al hecho de constituir éste la última fase de un ro- manticismo en gran parte afín al de Occidente. A pesar de evidentes reparos se adopta, por consiguiente, el criterio que siempre se aplicó al gran movimiento cultural de Alemania, identificando todo el período con el romanticismo, igual que hicieron Mme. de Staël, Ste. Beuve o Menéndez Pelayo y no tan distante de las interpretaciones de Franz Schulz o de Korff, utilizando el término de la Goethezeit. Sobre esta base, entran en una relación de sus hombres representativos Lessing, Herder y Goethe, Schiller, Kant, Johannes von Müller y los hermanos Humboldt, los escritores de la Romantische Schule con los Schlegel a la cabeza, más Fichte y Schelling, Jean Paul y Nüsslein, a continuación Heine y Hegel, y finalmente E. T. A. Hoffmann, líhland y Lenau. Cuatro generaciones en su conjunto cuya cooperación no hubiera dejado de señalar Friedrich Schlegel, si su descripción de este fenómeno se basara en una perspectiva de 1830, y no de 1810, al fijarse en el desarrollo generacional, o sea, histórico. En la enumeración faltan los nombres de Novalis, Hólderlin y Tieck, los de Eichendorff, de la Droste y Leopold von Ranke porque estos no llegaron a conocerse en España por entonces. Si bien esta ausencia se debe en parte a la valoración contemporánea de la propia Alemania, no está de más advertirla ya que restringió el ámbito del impacto germánico. El período español cubierto por el término romántico se inicia a comienzos del siglo XIX, cuando se registran las primeras traducciones del teatro juvenil de Schiller, como, por ejemplo, El Amor y la Intriga, y el artículo Reflexiones sobre la Poesía, el cual se publicó en la revista de Quintana: Variedades de las Ciencias, Literatura y Arte y el que se atribuye a Bóhl. El nacimiento primario y tímido del romanticismo coincide con el emocionalismo de Cienfuegos y la traducción del famoso tratado da Burke sobre los orígenes de nuestras ideas de lo bello y de lo sublime. Más claras se muestran las señales del cambio hacia 1820 en la discusiones de Böhl de Faber con sus contrincantes en la Crónica Científica y Literaria, los primeros comentarios de Lista en El Censor y su propagación en El Europeo. El florecimiento de la primera fase se produce hacia 1827-8 con los discursos de Lista y Durán1. No es preciso recordar como este romanticismo, fundamentalmente histórico, evoluciona hacías formas y contenido más actualizados ya que se trata de materia muy conocida. En cambio, sí conviene subrayar que este movimiento no se extingue en cauces supuestamente eclécticos. Hay que tener presente su desarrollo posterior en las obras de Manuel Milá, Piferrer y Qua-drado, Cañete y Fernán Caballero, Florentino Sanz y Bécquer. 2 Han de incluirse los testimonios que aportan revistas como La Discusión, La Revista de Ambos Mundos, La América y El Museo Universal. Y no se debe olvidar su impacto en la pintura nueva, recomendada por Pablo Milá y representada por Federico Madrazo. No se alcanzan los límites de la actuación efectiva y evidente presencia hasta 1870, en términos generales. La transformación total que en Alemania se produjo entre 1840 y 1850 con historiadores como Gervinus, se advierte en España primero por los artículos de Juan Valera y Pí y Margall, aunque todos, en la vertiente alemana lo mismo que en la española, se entusiasmaran aún en su juventud con los altos ideales y grandes visiones del mundo romántico2. Obligado punto de partida para cualquier reflexión en torno a la cuesión que aquí se pone a debate, sigue siendo el mundo espiritual de Böhl de Faber. Como éste suele asociarse casi exlusivamente con August Wilhelm Schlegel y como sus propios juicios sobre el historiador de la literatura dramática abonan esta relación, no injusta, por tanto, pero sí unilateral, resulta oportuno insistir en que el credo intelectual y estético del culto comerciante fue más amplio y profundo de lo que se supone por lo común. En su haber contaba Bóhl con extensas y variadas lecturas de toda índole sobre la época. Su visión alemana tenía cabida para Herder, Goethe y Bürger, Lessing y Schiller, siendo el límite significativo de su saber el teatro primerizo de Grillparzer y la colección de canciones populares, reunidas por Arnim y Brentano en Des Kna-ben Wunderhorn. Sus conocimientos de literatura inglesa que arrancaban de Percy y Young, le llevaban a la admiración de Scott, Wordsworth y Byron. Más impuesto estaba aún en la literatura francesa aunque citara con evidente predilección a Chateaubriand, Mme. de Stäel y De Bonald, como si antes no se hubiera hartado de lecturas de Rousseau. La selección positiva que adoptó después, fue el producto de un largo proceso que contribuía a su propia evolución en el terreno espiritual y religioso. Subrayo esta matización de las lecturas de Bóhl porque su interés por el romance y el drama anticipan y marcan el carácter de su impacto en España. Percy y Herder, luego Wordsworth al que admiró mucho y del que Schlegel nunca habla y al que probabilmente no conoció siquiera, y finalmente la pareja Arnim — Brentano, constituyen el elenco teórico de su apasionada afición por el lirismo popular, a la vez medieval y contemporáneo, aunque, al parecer, ignorante del de Goethe. Al lado de este interés primordial por las canciones de toda clase que culmina en la Floresta de rimas antiguas castellanas (1821-25), desmerece su apología de Calderón y su publicación posterior, el consabido Teatro español anterior a Lope de Vega, de 1832. La lectura de su correspondencia con Durán, Lista y Fernández de Navarrete, tres figuras señeras de la historiografía española, demuestran esta orientación de Böhl y nos explican por qué pesó más el conocedor de la lírica que el del teatro. 3 Lo digo sin querer minimizar la importancia de su apología de Calderón que le venía de Schlegel, y para la cual no le asistían ni sus conocimientos ni sus aficiones más íntimas. Bóhl era un hombre de profunda espiritualidad. Aunque se dejara arrastrar al campo político y de la polémica ideológica, en su lucha contra la Revolución Francesa y el despotismo de Napoleón, aunque actuara efectivamente en este sentido durante la década de Fernando VII, llamada ominosa, se le hace injusticia, realzando este aspecto en demasía. Lo que ocurrió a Pitollet en la defensa del patrimonio cultural de Francia y de la Ilustración, se repitió hace poco con otra notable monografía sobre Bóhl desde una posición polémica actual, igualmente arraigada en la política. Me refiero al libro de Guillermo Carnero que llega a afirmar que sus consideraciones estético-literarias "son fundamentalmente el camuflaje de sus ideas políticas", las cuales se califican a continuación de puramente "reaccionarias", partiendo del criterio singular de identificar toda restauración con reacción3. Ninguno de los libros, ni el de Pitollet ni el de Carnero, reflejan la intención primaria de Bóhl, los dos utilizan indebidamente las manifestaciones de su mujer, los dos se quedan en la periferia aunque el lenguaje inhábil y torpe del autor alemán lo pudo justificar en cierta medida. Bóhl se esforzó en propagar el concepto organicista de la cultura y de la obra de arte, y más de ésta que de aquélla, por ser común a todos los escritores de la época clásico-romántica de Alemania. En términos generales recoge la acentuación del fenómeno religioso para la cultura que se manifiesta en el tratado de August Wilhelm aunque de modo más bien difuso y un tanto teórico. En la traducción de las palabras clave, como por ejemplo, las voces pla-stisch y pittoresk, no consigue encontrar una versión a pesar de ofrecérsela Mme Necker de Saussure en su versión francesa, con lo cual se privó de un elemento útil para la argumentación organicista. Para subrayar el valor relativo de los factores formales recurre al binomio schlegeliano: orgánico-mecánico, pero con muy poca fortuna como expuse en otro lugar4, contrastando las voces alemanas y españolas. En su modo de proceder resulta a menudo poco feliz y apenas convincente frente a sus contrincantes Mora y Alcalá Galiano. Su visión admirativa del Siglo de Oro es más tradicionalista que coherente, al combinar las tesis de Schlegel con las de Antonio Capmany y otros apo-logetas españoles del pasado. Como no se percató de ia relación específica del clasicismo español del siglo XVI con la Antigüedad, carece su argumentación de fondo. 4 Todo ello le lleva a acentuar más la parte negativa de la estética romántica, es decir, la crítica de la imitación servil y externa con el elemento de las unidades, en lugar de mostrar el aspecto positivo y orgánico de la originalidad. En el fondo, carecía siempre de una visión clara de estas ideas clave ya que ignoraba las consideraciones críticas de Friedrich Schlegel sobre el particular en su totalidad. Sus seguidores españoles vieron este defecto, pero no lo destacaron. En el deseo de defender los valores de la literatura nacional, utilizaron en primer lugar el lado positivo de su argumentación, en lugar de reparar en sus flaquezas. Dada la gran difusión del libro de Schlegel que le mereció el calificativo de mensaje del romanticismo alemán, considerando sus frecuentes reediciones, signo inequívoco de su nada menor vitalidad, sostenida por su denso conjunto y elegante presentación, que aún hoy se admira a pesar de la ambigüedad terminológica del binomio clásico-romántico, y a pesar de sus incuestionables lagunas en el saber positivo de la comedia barroca, llamó siempre la atención que no se hiciera nunca una traducción española del Curso de literatura dramática. Para la época inmediata, la de los Schlegel y Bóhm, esta ausencia resulta menos sorprendente. Hay que tener en cuenta que la gente culta e interesada lo podía leer en francés o italiano. Y quienes habían emigrado a la Gran Bretaña, que no fueron pocos, y hombres de calidad, tenían el texto inglés a su disposición. Por las tres versiones se enteraron los españoles efectivamente. Lista y sus compañeros por la traducción francesa. Esta o la italiana manejaban Aribau y los redactores del Europeo. Alcalá Galiano lo leería en inglés, igual que utilizaba las traducciones a este idioma para los libros de Friedrich Schlegel y otros autores alemanes, mientras que los hermanos Milá hicieron uso de la versión de Gherardini. A causa de su carácter apologético, en cambio, se reprodujo tres veces el capítulo referente a España5, sin contar los numerosos resúmenes que del libro se efectuaron desde la Edinburgh Review hasta el Museo de familias de Bergnes de las Casas6. Por lo demás, no cabía esperar que el texto de Schlegel salvara los obstáculos de la censura fernandina que en su segunda fase fue, sin duda, puramente reaccionaria, si hubiera superado la barrera lingüística. Lo que esta última significa, se calibra en la malograda traducción de la Historia de la literatura Española de Bouterwek, de 1829. No pudo llevarse a felix término, a pesar de contar con el apoyo del Director de la Academia de la Historia, Fernández de Navarrete y al tiempo que las versiones en inglés y francés ya eran moneda corriente7. Hasta qué extremo se leía y discutía al autor del Curso, se aprecia en la monografía, relativamente reciente, de Chetana Nagavajara sobre August Wilhelm Schlegel in Frankreich de la que se desprende la profundidad de su impacto en todas las mentes superiores8. 5 Afortunadamente poseemos igualmente testimonios de la impresión que causó sobre gente española. Figura a este respecto, en primer lugar, la revista El Europeo de Barcelona, con los artículos de Aribau y López Soler, a quienes suplía el colaborador italiano Monteggia información adicional, basada en Il Conciliatore. No menos importante era en este conjunto de redactores del Europeo la colaboración de Carl Ernst Cook, un alsaciano de Mülhausen, al que se tenía siempre, cuesta creerlo, por refugiado inglés. Cook ya llevaba anos en Cata-luna, enseñando alemán, música, matemáticas y otras asignaturas. Uno de sus alumnos fue el luego famoso médico Orfila. Cook dio al Europeo una ambientación de lo alemán que no estaba apenas en el Curso de Schlegel ni coincidía con sus creencias. Habló de Galvani, Mesmer y Gall, es decir, sabía de la filosofía de la Naturaleza de los románticos y todo ese complejo de creencias, entonces tan dominantes de Europa, en las cuales se mezclaba la ciencia con la filosofía y la religión. Pozo inmenso, si recordamos a Novalis, Ritter y Baader y sobre el que nos instruye el libro extraordinario de Auguste Viatte acerca de las fuerzas ocultas del romanticismo, o cogiendo un testimonio reciente, los fragmentos de Friedrich Schlegel de estos anos, que se acaban de publicar por primera vez en la edición crítica de su obra9, Cook completaba la visión más bien literaria de August Wilhelm Schlegel igual que lo hiciera con las noticias sobre las ciencias clásicas que publicó Aribau. El segundo testimonio, no menos llamativo, por no sospechado, nos lo facilita Martínez de la Rosa, cuya aportación al drama romántico describió por primera vez en términos justos Ermanno Caldera10. Con respecto a él no está de más recordar sus reflexiones teóricas sobre la tragedia, de estos anos precisamente. Estas se basan en no pocas ocasiones en August Wilhelm Schlegel cuyo libro cita varias veces como autoridad. Cabe decir que la visión de Schlegel fomentó la evolución del autor de la Conjuración de Venecia hacia el romanticismo. Un romanticismo aún muy cerca del clasicismo, igual que el del propio Schlegel, conforme advierte atinadamente Roger Ayrault11. Finalmente, ha de mencionarse aquí la cala crítica e histórica que Alberto Lista efectuó durante el último lustro de los anos veinte y comienzos de la cuarta década a través de la Gaceta de Bayona y otros periódicos. Todos los españo- les, los de Cádiz, Madrid y Barcelona, no huelga decirlo, actuaron con conocimiento de los escritos de Böhl. La mudanza general que se produjo hacia 1830, fuera y dentro de España, iba a modificarlo todo, aunque el cambio no vino de modo inesperado o imprevisto, si enfocamos la actuación de un ministro como López Ballesteros. 6 En el terreno espiritual y cultural tampoco se anuló o desechó cuanto se había creído válido en la apreciación y el entendimiento del romanticismo. A la preparación de esta mudanza habían contribuido tres factores esenciales, siendo el primero y más importante la evolución de la conciencia general en la propia Alemania a partir de 1815. La confianza mayor en la valía del pueblo iba acompañada del despertar de un fuerte sentimiento nacional y evidentes aspiraciones de constitucionalismo por todo lo largo y ancho del país. No menos decisivo resultó el segundo factor, representado por el agotamiento de la fase restaurativa de Europa. Esta, que August Wilhelm Schlegel y Bóhl habían defendido en un principio, quedó dramáticamente condenada con la Revolución de Julio en 1830. Y en tercer lugar se ha de registrar la muerte de Fernardo VII que trajo consigo la desaparición total del Antiguo Régimen y la apertura pública y oficial a la nueva Europa. La transformación del escenario alemán no fue espectacular, pero profunda, y no faltaron los accidentes testimoniales, como por ejemplo el asesinato de Kotzebue o la fiesta de Wartburgo. En el extranjero se recoge este desarrollo con gran claridad en el país que no había sufrido los avatares de la guerra. Basta leer las revistas inglesas, la Edinburg Review, la Foreign Review o la Foreign Quarterly Review, entre otras, para darse cuenta de ello. El comentarista más señalado de este momento fue Thomas Carlyle, el gran escritor escocés, que se distinguía por la calidad informativa de sus artículos y la honda simpatía con la que observaba ideas y sucesos. Sus artículos más notables se publicaron precisamente entre 1827 y 1833. Carlyle da cuenta de las nuevas obras de Goethe, como por ejemplo del Fausto, juzga la evolución del autor en una visión retrospectiva, sabe de su actitud mediadora entre clásicos y románticos y aprecia su posición alemana en lo justo. Hablando de Jean Paul, describe el mundo fantástico de sus novelas con su peculiar religiosidad que admira, y su ojeada crítica no deja de entrever la problemática del país y de sus habitantes. Al mismo tiempo tiene a sus lectores al corriente sobre la significación de Schiller en la cultura alemana, repara en el papel de Novalis y enjuicia el teatro de Grillparzer. Fijándose en la crítica literaria del día, no se olvida de mencionar debidamente la Historia de la Literatura Antigua y Moderna de Friedrich Schlegel, desde 1818 ya traducida al inglés por Lockhart, el yerno de Walter Scott. De la impronta de estos artículos sobre sus lectores españoles en Inglaterra sabemos poco, salvo dos excepciones. La primera es la de Antonio Alcalá Galiano cuyos artículos en The Athenaeum se publicaron en 1834 y que de- senterró para nosotros Vicente Llorens. En éstos lo mismo que en los que Alcalá Galiano redactó posteriormente, o sea, después de su regreso a España, se atuvo el critico gaditano más al ideario de los Schlegel que a la situación alemana general que ignoraba igual que su comentarista de hoy12. 7 El impacto mayor de Carlyle se registra, en cambio, en el Museo de Familias de Ber-gnes de las Casas, en los libros que éste va a publicar luego en su imprenta y, no en último lugar, en su largo ensayo sobre Jean Paul que veinte años más tarde imprimió en su revista La Abeja. Carlyle continúa, rectifica y sustituye a Mme de Staél, clasificándole en una visión histórica13 y actualizando su reportaje sobre Alemania. La acentuación del elemento liberal, o dicho de otra manera, la politización de la literatura romántica en conformidad con las corrientes constitucionales, populares y sociales, está representada por Victor Hugo, Lamennais y Saint-Simon. Como tal no entraría en nuestro examen, si no mediase en esta mutación el poeta Heinrich Heine, y más que el poeta el periodista político que informaba desde París sobre los sucesos germánicos. Mientras que el lirismo heiniano tardó aún dos decenios en ejercer su atracción sobre los poetas españoles, según nos muestra la exhaustiva bibliografía del canadiense Claude R. Owen14, estaba el criterio polémico y decidido liberal ya bien presente en las reuniones literarias de Madrid. Si se piensa que el reconocimiento de Heine por el público inglés no se produjo hasta 1863, ya que se debe a un agudo artículo de Matthew Arnold, el cual, a su vez, motivó la traducción de sus tratados críticos15, llama esta puntual presencia de Heine especialmente la atención. En el contexto tratado merece esta temprana entrada del autor una preferente mención por su incidencia sobre las relaciones germano-hispánicas, aparte de prestar una notable agresividad al romanticismo liberal de cuño francés. Heine redactó varios artículos sobre la Romantische Schule, término con el cual apuntaba a los Schlegel, y sobre Religion und Philosophic in Deut-schlandy con el fin de ilustrar al público francés acerca de la situación espiritual del país vecino. Escritos entre 1833 y 35, primero en alemán aunque se publicaron antes en francés, pretenden dar una visión nueva de Alemania, de la real y efectiva. El marco de su perspectiva es todavía estético-literario, pero en el segundo trabajo suyo se hallan pertinentes observaciones sobre filosofía y teología, aunque muy unilaterales. Heine quiere rectificar el cuadro que Mme de Staël había compuesto e invalidar las interpretaciones históricas y críticas de los hermanos Schlegel, aunque se ensañe más con el hermano mayor, August Wilhelm y le falten argumentos verdaderos frente a Friedrich. Si Carlyle suplía a Mme de Staél, Heine se opone a su interpretación16. La repercusión de los escritos de Heine se observan simultáneamente en Madrid y en Barcelona. 8 De la primera nos informa el periodista Larra en sus artículos sobre los cursos del Ateneo en 1836, comentando las conferencias de Corradi que habló de literatura extranjera. De la segunda sabemos por el Propagador de la Libertad, revista barcelonesa que se publicó entre 1835 y 38. En ésta dio Covert-Spring o Fontcuberta, entonces su director, largos extractos de los escritos de Heine. Como informé pormenorizadamente del asunto, al descubrir el plagio del autor catalán, no insisto más en ello17. No es este el lugar de precisar el impacto de Heine. Dudo, además, de que sea posible indicarlo con exactitud, teniendo presente las asombrosas in- vestigaciones de Xavier Fábregas en torno a la cultura catalana de aquel entonces18. En cambio, sí debe subrayarse que aquel Heine que no actúa aún con su fama de gran poeta, no presentaba uña nueva estética literaria ni una visión histórica distinta de la literatura. Como su segundo maestro que fue Hegel después de haberlo sido antes August Wilhelm Schlegel, no dispone de los conocimientos históricos, literarios y estéticos de los hermanos. Por tanto, retiene la diferencia entre clásico y romántico y retiene el interés por el medievo, pero manifiesta mayor apreciación de la literatura clasicista, relativamente hablando, y reniega decididamente del cristianismo y de una visión positiva del medievo cristiano. Heine no fue una mente sistemática. Tampoco lo fue su crítica que procede históricamente, pero carece de base histórica seria. De esta manera se explica también que Allison Peers apenas reparó en él y cree que ni el poeta ni el escritor tuviera influencia apreciable en España19. Porque si al principio la tuvo ciertamente muy menguada en los dos aspeaos, así por ejemplo, durante los decenios cuarto y quinto del siglo, luego la ejerció muy profundamente, según demonstró M. T. Albert en su tesis, por mí dirigida20. Contra él pesó también la clasificación negativa que Carlyle diera de él y que, por motivos religiosos, aumentó sensiblemente Mi-lá más adelante. Para que las lecciones de Carlyle y los artículos de Heine sobre lo alemán pudieran encontrar una respuesta adecuada, era necesario que el ambiente español cambiara. Con ello se toca el tercer factor explicativo de la mudanza. Si la disposición para una mayor receptividad ya se había formado en determinadas minorías, se requería, además, una verdadera y efectiva apertura. Marrast conjugó bien las dos componentes, la interna y la exterior, en su monografía sobre Espronceda. Un testimonio más directo nos ofrece el ya mencionado artículo de Larra que, sin conocer la materia, insiste en la importancia del factor alemán. Lo que no deja de ser llamativo en un ambiente arrolladoramente formado por hechos y teorías francesas, existiendo, sobre todo, como obstáculo, la barrera de la lengua, y siendo el portavoz de lo alemán un oscuro profesor, Fernando Corradi, que no tenía carisma de ninguna clase y del que dudamos que supiera siquiera la lengua alemana. 9 La cuestión de la presencia del ideario romántico no se debe confundir con la de las traducciones efectivas de obras alemanas, ni tampoco en la aplicación de una y otra en la estructura y en el desarrollo teórico del romanticismo español21, aunque la frecuencia de las versiones pueda incidir sobre el primer y tercer aspecto. Así ocurrió, de hecho, en la creación de la balada22. Durante el cuarto y quinto decenio, empero, priva el ideario teórico de modo evidente. Su presencia se manifiesta, por de pronto, en el prólogo de Alcalá Galia-no al Moro Expósito del Duque de Rivas, y nos advierte, de paso, que no debemos fijarnos unilateralmente en la evolución del teatro, olvidándonos de los antologistas Böhl y Durán. Refuerza esta reflexión el hecho de que en este lapso de tiempo continúa la lectura y traducción más varia del libro de Mme de Staël sobre Alemania al lado del Curso de literatura dramática de August Wilhelm Schlegel. Críticos atentos e historiadores a la vez, del corte de Gonzalo Morón y Manuel Milá, ponen este fenómeno adicionalmente en evidencia23. Con respecto al alemán, preponderan en este periodo los géneros líricos sobre el drama, incluyendo la relación Bürger, Goethe y Schiller, Uhland y Lenau y hasta el proprio August Wilhelm Schlegel, como poeta, se entiende. La barrera lingüística impedía que se hiciera otro tanto con el teatro, la novela y el cuento, si bien no faltan excepciones, conforme demuestran las traducciones del Werther. Volviendo a Alcalá Galiano y teniendo en cuenta sus artículos posteriores, especialmente el que bajo el título Literatura publicó en la Revista de Madrid en 1838, es de notar que examina lo mismo la lírica que el drama. Su distinción estriba en que habla con pleno conocimiento de la literatura contemporánea de Europa. De Inglaterra y Alemania, por supuesto, pero igualmente de Francia e Italia, y sin ignorar lo que se había publicado en español dentro y fuera de España. Según su reiterada observación es incuestionable el origen alemán de las teorías románticas y el carácter romántico de la literatura alemana. En cuanto a Inglaterra, advierte su rico florecimiento al margen de cuestiones teóricas sobre clasicismo y romanticismo. De Francia retiene el formalismo anticlasicista de sus poetas modernos, aparte de constatar expresamente la valencia relativa de las nuevas teorías para el enjuiciamiento de su gran teatro del siglo XVII. Con respecto a Italia reconoce igualmente el papel problemático de las consideraciones románticas, viendo el país tan profundamente afín a la Antigüedad por su suelo y su historia. A la vista está que el guía teórico de Alcalá Galiano ha cambiado. En lugar de August Wilhelm Schlegel, le informa ahora el hermano Friedrich. Este, cuya Historia de la literatura Antigua y Moderna ya corría entonces en inglés, francés 10
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