COHFEB.EHCIAS 1902-1903 luje EN LA tuerra de la Independencia POR EL GENEKAl. p r D. JOSÉ GÓMEZ DE ARTECHE 1 ...;• ''..?< MADEID.—1903. Establecimiento tipográfico Hijos de J. A. García. CAMPOMANES, 6.— TKLJÉi'ONO 4A. SEÑORAS: No vais á oir hoy la voz elocuentísima de algún sabio. prelado, insigne repúblico ó filósofo, como los á quienes días atrás escuchasteis disertar aquí sobre las excelen cias de la Mujer en su misión providencial sobre la tie rra. El empeño, harto halagador para mí, de uno de los conspicuos varones que presiden á ésta vuestra Asocia ción, podía tan sólo decidirme á aceptar el encargo de dirigiros la palabra; palabra, empero, cuanto desapaci ble, ruda, ia ele un soldado, atento, entre tantos otros oficios, rudos también, á describir los trances de la gue rra con su obligada secuela de fuego y sangre, desola ción y muerte. Pero si aún cupiese, atendiendo á la más vulgar idea de la modestia, el resistir tan galante invitación por el temor, harto justo, á un tremendo fracaso, muéveme á arrostrarlo otro deber, además del de la cortesía, el que me impone la memoria de mi excelente madre, ¿cómo queréis que la llame?, santa y adorable madre, inspirán dose en la abnegación, propia, eso sí, de su sexo, al animarme á una jornada, si ineludible por su carácter especial, llena de peligros, pero grata, en cambio, á sus sentimientos profundamente católicos. Algo encuentro yo, al invocar ese recuerdo y el de] servicio á que aludo, que disculpa también mi .atreví- 4 — miento de hoy al dirigirme, en las pocas palabras que- voy á pronunciar, á la. Mujer heroica; creyendo que han de captarme ante vosotras la benevolencia que necesito y, más todavía, las simpatías que no puede menos de provocar el cumplimiento de ambos deberes, el de la gratitud que me trae aquí, y el del objeto que me lo impone. Porque yo soy el único superviviente de dos oficiales enviados por el Gobierno español á Roma, á fin de pre parar con su estudio y sus noticias la gloriosa expedición militar destinada en 1849 á restablecer el Solio Pontificio en la capital del Orbe Católico, derribado por tan fiera, tan impía y bárbara revolución como la que arrojó de él al venerable Pío IX, de memoria imperecedera y santa. Y ¡rara coincidencia que, por otra parte, me obliga más y más en ésta para mí extraordinaria ocasión! Quien me ha dispensado el honor de invitarme á esta conferencia, es el primogénito del gran estadista é his toriador insigne, de aquel orador que llegó á conquistar- de la opinión el epíteto de Hércules del Parlamento, y fué el autorizadísimo órgano de nuestro Gobierno para las negociaciones diplomáticas que produjeron la alianza de las cuatro Potencias que llevaron á ^u SANTIDAD á su propio y legítimo asiento en la silla de San Pedro. A favor de esa intervención, Pío IX volvió al Vati cano para, por providencia divina, dirigir todavía largos años la excelsa nave que, aun combatida y todo sin cesar, ha resistido y resistirá eternamente los más recios hura canes, siendo el faro, guía y salvador, de la Humanidad en el universo entero. Y hay que decirlo y proclamarlo en honor ele nuestra hoy calumniada patria, antes tan gloriosa y aun temida: España, la que^ cuando las naciones más poderosas veían tambalearse ó caer sus tronos á impulso de la aterradora revolución que en 1848 conmovió la Europa toda, supo — 5 — mantener el de su augusta é inolvidable soberana; España •fué la iniciadora, el agente primero, más activo y des interesado en la obra grandiosa de la restauración del Solio Pontiñcio en Roma. Decláranlo así documentos irrebatibles por su carácfer oficial, la confesión espon tánea de los más caracterizados estadistas y de escritores franceses, interesados en esa cuestión que tanta sangre •costó á las tropas de su país. El Barón Alfonso de Balley- dier escribía al ilustre general D. Fernando Fernández de Córdova, jefe de nuestra división de Italia, que España .había sido la nación católica d quien pertenecía el mérito de la iniciativa en la restauración del Pontífice. Esto, •como ese francés, lo reconocen cuantos rinden culto á la verdad, confirmada, si hiciese falta, en el protocolo •consignado en las conferencias de G-aeta. Perdonad, Señoras, este preámbulo, que si tiene alguno de los rasgos característicos del Yo Satánico^ dig nos siempre de reprobación, ofrece, en cambio, la con fianza ele que, de soldado y todo, no han de herir mis palabras vuestros sentimientos de españolas y cristia nas, admiradoras, además, de algunas de nuestras com patriotas que, inspirándose en esos mismos móviles de vuestra alma, los llevaron hasta el heroísmo por su vir tud y su abnegación en servicio de sus semejantes y de la Patria. Aunque soldado, repito, y aun vehemente enlas pasio nes á que arrastra el tráfago de oficio tan dado á provo carlas, ya que no me sea dable ilustrar vuestra inteli gencia cual mis sabios predecesores en esta cátedra, pro curaré interesar vuestro corazón, todo ternura, paz y abnegación. El esplritualismo, sin embargo, en la mujer eleva «us sentimientos de piedad, fe religiosa y amor á la fami lia, hasta unirlos al del hogar que acaba por confundir con el de la Patria. — () — Mairia, la llamaban los griegos; y no es de extrañar, según la naturaleza, la índole y los deberes de la mater nidad que hacen á la mujer participante íntima de los destinos de la nación en que ha nacido, crece y se mul tiplica. Esclava de esos sentimientos nobilísimos, cons tituyese la mujer en vehículo para afirmarlos en el hombre y -transmitirlos á sus hijos, y con tal virtud y eficacia, que está probado uno que parece fenómeno inexplicable, el de cuanto más enérgico es el hombre, más fácilmente se doblega á la voluntad de la mujer, si la ama, por supuesto, y ella, sobre todo, lo merece. Un distinguido Catedrático de la Universidad Central, define así los caracteres de la Mujer española: «Pintan las antiguas historias á la mujer ibérica compañera fiel del hombre; celadora de la honestidad; en los rigores y trabajos dura y esforzada; más engreída de sus virtudes quede sus joyas; temerosa de los dioses, y en el amol de la patria, heroica hasta la muerte». Y como el carác ter español, digo yo, se ha mantenido á través de los siglos constante y asimilador, á punto de que ni car tagineses, ni romanos, ni godos, ni árabes, lograron des viarlo hacia sus leves, usos v costumbres sino mientras dominaron el territorio, y menos todavía hacia su ma nera de ser, por atractivo ó autoritario que pareciera en unos, por soberbio y aun bárbaro en otros; de ahí el que en la mujer española de estos tiempos deban conside rarse esas mismas cualidades que se atribuyen á la de las primeras edades históricas. No en vano pasa el tiempo, ni éste hasta á contener los arranques de la inteligencia humana hacia el mejo ramiento del bienestar, del estado social y constitución de los pueblos; podrán modificarse en parte sus leyes y costumbres dentro de ellos mismos ó importadas de otros más adelantados, más corrompidos ó diestros; pero eso que se llama la idiosincrasia, esto es, la índole, el tem- — 7 — peramento en el hombre, permanecerá siempre.indele ble en su corazón como en su alma. Y eso puede fácil mente observarse en casi todas las- nacionalidades que pueblan nuestro continente europeo, aun siendo el que más invasiones ha sufrido y de influencias más variadas, donde los franceses y alemanes, por ejemplo, entre otros, guardan el carácter de los galos y germanos, aunque nadie como los españoles el de sus antecesores; idea de fácil comprobación con la lectura de César, Tácito y de más historiadores antiguos que los describen leal y fe lizmente en sus escritos. Así, pues, la*Mujer española puede con justicia alar dear de, fuera de su mayor ilustración, usos más cultos por consiguiente, y de su indumentaria, haber conser vado las más interesantes cualidades que el docto Cate drático Sr. Brieva ha atribuido á ia mujer ibérica en una conferencia dedicada á las damas granadinas en 1894. No tendrá, de seguro, la mía el éxito, como no tiene el mérito tampoco que obtuvo y mereció la de mi sabio y excelente amigo. Yo no voy á generalizar el concepto,de la mujer es pañola en todos los rasgos que la caracterizan; yo voy á tomar en cuenta y traer á vuestra memoria sus cualida des sobresalientes de ferviente católica y tan enérgica en la defensa del solar patrio como en la de su fe reli giosa. Y para no cansaros con la relación de esas sus principales virtudes, desplegadas tan brillantemente en las ocasiones más solemnes que la ofrecieron la antigüe dad que pudiéramos llamar clásica y la edad medioeval, voy á recordárosla tal cual se mostró .en la que hemos dado en calificar de nuestra más brillante epopeya, la de la guerra de la Independencia. Con pena se dejan así como olvidadas, las mujeres de Sagunto, de Numancía Astapa y Calahorra que, después ? de defender, cual hombres, sus hogares, se arrojaron con ellos y con sus hijos y preseas á las llamas, prefirien do morir en ellas á caer en poder de los invasores sus enemigos. Déjense también las heroínas de Orihuela, aunque más afortunadas, salvando su ciudad y su propia honra de la Morisma, como después las de Galípoli con el tan celebrado Montaner, su gobernador y cronista, derrotando á los imperiales de Andrónico para luego por entre ellos, turcos y griegos, abrirse paso hasta encum brarse á la Acrópolis de Atenas. Ni las muchedumbres de Theodomiro, ni las de los Almogábares en su incom parable expedición, parecían suficientes para hacer per durable la memoria del valor de los españoles; era, sin duda, preciso que sus mujeres dieran tan elocuentes ejem plos para que las de Jerusalén no pasaran por ser las únicas dignas de premio tan soberano como el de la in mortalidad. Pero ¿quemas?: no intento tampoco detener me en el recuerdo de las perínclitas matronas españolas que con extraordinario valor, fe ardiente y excepcional euergía, dirigieron la gobernación de nuestros reinos en épocas, precisamense, en que el fraccionamiento geográ fico, las rivalidades de los príncipes, nuestra discordia ingénita, por fin, y la indisciplina de las clases todas, hacían tan difícil como peligroso su manejo, ante ene migo, sobre todo, que, aun dividido también é inspirado por esos mismos sentimientos, llevaba siglos y siglos de ocupación de nuestro suelo. La hija del Rey Monje, Doña Petronila, en Aragón; Doña Berenguela, en Castilla, y Doña María de Molina; pero sobre esas y excediendo á todas las de la Cristiandad en virtudes y talentos, en va lor y habilidad política, la incomparable Reina Católica Doña Isabel, no sólo dejaron un nombre que la Historia conmemorará en sus fastos más gloriosos, sino que han asegurado en nuestra patria el ejercicio de la realeza en su sexo, haciendo desechar leyes exóticas que se nos — 9 — querían imponer, y resistir pretensiones, en tal concepto, temerarias é injustas. Nada de eso; yo voy á ofreceroa el espectáculo de algunas tan sólo, heroínas de los que pudiéramos lla mar nuestros tiempos, en que, á pesar de no vestir las galas de la antigüedad y de no mostrarse rodeadas del ambiente embriagador del romanticismo que enaltece y agiganta las figuras que en él se envuelven, han de ser, al presentároslas, objeto de vuestra admiración y entu siasmo patriótico. El grito de ¡Nos lo ¡levan! proferido en el patio de Palacio por una anciana, cuyo nombre deja la Historia en olvido harto lamentable, arranca de los madrileños la resolución de resistir la salida del Infante don Fran cisco para Francia, dictada por el fastuoso Murat, gran Duque de Berg. Y aquel acento dolorido y triste, en ciende nuestra imperial villa en fuego y sangre, y se extiende por doquier el Dos DE MAYO, para tener su eco en la así histórica aldea de Mónteles, transmitido por la leyenda con estas tan aterradoras como elocuentes frases: Madrid perece víctima de la perfidia francesa. Españoles, acudid á salvarlo. España toda, con efecto, acude á tan marcial llama miento; y, con Madrid y Móstoles, lanza el guante al rostro del grande Emperador de los franceses, reto cuya lucha aun temeraria é incomprensible para la vencida Europa, durará añosy años hasta conducirle á la solitaria roca en que, nuevo Prometeo, perecerá devorado por el roedor de sus fracasadas ambiciones. El Dos DE MAYO, pues, si es como he dicho en otra 7 parte, el arranque de un pueblo excitado á la subleva ción ante el espectáculo de la religión nacional escarne cida, de la monarquía legítima esclavizada y da los fue ros populares atropellados, presentándose, creciendo y — 10 — desarrollándose para el mantenimiento de tan venerados objetos y, cuando no, para vengarlos en la cabeza de sus enemigos, reconoce su explosión en aquel grito que, senil y todo, puede ser, como el parte del Alcalde de Móstoles, la chispa eléctrica que incendié á Europa y la, purificó de tiranos. Sí; la chispa eléctrica que, insi guiendo la patriótica idea de nuestro egregio Vargas Ponee, corrió rauda por todos los ámbitos de la Penín sula hasta en Asturias despertar á los héroes de Cova- donga para, como antes contra la morisma, pelear sin tregua ni descanso con las legiones del nuevo César hasta arojarlas del suelo patrio. No correspondieron los efectos del Dos DE MAYO al que esperaban los madrileños. Salió así como desaten dida la Reina de Etruria, á quien había sustituido en Toscana aquella célebre Pauline, la cuñada de Murat, que dice Taine era la mujer más hermosa de su tiempo y rival de Messalina en el abuso de sus encantos; y aun cuando aquel día no partió de Madrid Don Francisco, lo verificó el 3, seguido de su tío el Infante Don Antonio. Pero en aquella infausta bien que gloriosa jornada, se vio á las Madrileñas emular con los hombres en la ma nifestación de su patriotismo, ya, cual ellos, peleando, ya proporcionándoles armas, municiones y víveres, ya, en fin, revelando que la Nación española estaba pronta á todo género de sacrificios por su propio honor y el de sus soberanos. De sus soberanos, sí; que no hay pueblo que haya hecho manifiesto su espíritu monárquico con la elocuen cia que el español en las más difíciles y, de consiguiente, solemnes ocasiones; y no ha sido la mujer quien haya quedado atrás en la expresión pública, paladina de ese sentimiento, no sin riesgo, á veces, de ofensas tan vale rosa como cristianamente contestadas, Felipe V obtuvo pruebas de eso en la conducta de las madrileñas para
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