0 José Antonio Hernández Guerrero El Mentidero 1 Índice Prólogo……………………………………………Rafael Sánchez Saus El Mentidero La Plaza del Mentidero El trabajo como símbolo Despedida La felicidad Los hijos de don Pepito Sufrimiento Despedirse La gente importante Cirugía estética Tradiciones Los poetas críticos El tiempo ajeno Las palabras vacías Sintonía escritora Los nuevos retos de Cádiz La expresividad literaria 2 Felicidades Cantera El levante y las encuestas de opinión San Pablo de Buceite El tiempo de las mujeres La Peña del Ciervo La guerra La mediocracia Jacinto Jimena de la Frontera Aurea mediocritas El deleite de la relectura Puerto Real Los libros El Barrio de Sana María El misterio humano Las sinrazones de la escritura Invitación al disfrute de sabores Los viajes El gran apagón La lectura El Barrio de la Viña Los premios del Ateneo El Festival de Música La memoria Leer literatura El odio 3 El lenguaje de los políticos (I) El lenguaje de los políticos (II) El lenguaje de los políticos (III) El lenguaje de los políticos (IV) Sanlúcar de Barramenda Caleta Matar y morir Pasión El lenguaje de los médicos (I) El lenguaje de los médicos (II) El lenguaje de médicos (III) El lenguaje de los médicos (IV) El mosqueo La lectura de Menchu El Ateneo, una institución viva Más sobre la lectura Mujer y deseo La desinformación El cuerpo Verano Las bodas de oro El Trofeo de los Trofeos Contar historias Los gérmenes de la crueldad Opulencia 4 Nuestras gentes José Miguel Abad Vallejo Theodor Wiesengrund Adorno Tomás Albaladejo Fructuoso Antolín José Araújo Manuel Barbadillo Rafael Barbadillo García de Velasco Juan Bartual Rafael Bellido Caro Jerónimo Bernabeu Carmen Bobes Fernando Candanedo Evaristo Cantero Ángeles Caso Elvira Castilla del Pino Luis Castro Alfonso Castro Pérez Gonzalo Córdoba José Chamizo Carlos Díaz Manuel de Diego José Domínguez Caparrós Eloísa Morales y Eloísa Valls Antonio Escobar Antonio Fernández Ruiz de Villegas Manolín Fernández 5 Emilio Flor Pepe Flores Alfonso Franco Antonio García Berrio Antonio García García María del Carmen García Tejera Alberto García Ulecia Miguel Ángel Garrido Melquiades González Brizuela Fabián González Juan González Araújo Antonio González González Andrés Avelino González Dolores Guerrero Borbón Ildefonso Gutiérrez Gustavo Gutiérrez Manuel Hermida Carmen Hernández García José Antonio Hernández García Carmen Hernández Guerrero Sebastián Hernández Guerrero Ricardo Hernández Saúco José Hierro Evelio Ingunza Manuel Jiménez Jiménez Pilar López Domingo Luiz Inácio Lula da Silva 6 Manuel Martín Ferrand Olimpia Martín Juan Mateos Francisca Méndez Garrido Fátima Mernisi Matilde Muñoz Francisco de Paula Muñoz Arenillas José Núñez Vázquez José María Ortega Romero Isabel Paraíso Manuel Pecino José Peña Herrera Santiago Peral Isabel Pérez Aguirre Ildefonso Pérez Alcedo Juan Antonio Pérez Bustamante Pedro Pérez-Clotet Dámaso Piña Pedro Quintero Enrique Ramos Concha Reverte Ignacio Rivera Podestá Antonio Rivera Francisco Rodríguez Luis Antonio Romero Manuel Romero Tenorio Francisco Ruiz Brenes 7 Antonio Sánchez Heredia Ricardo Senabre Joaquín Sierra Mateo Silva Romero Susan Sontag Rafael Soto Vergés Cristina Tejera Ruiz José Tomás Tocino González Esteban Torre Serrano Francisco Torre Tejada Alfonso Torrejón Jurado Antonio Troya Magallanes Francisco Umbral José Unzueta Pedro Valdecantos Ignacio de la Varga Darío Villanueva 8 Prólogo José Antonio Hernández Guerrero se ha sentado en un velador de la plaza del Mentidero, algunos amigos hemos hecho corrillo a su rededor y él ha empezado, como es su costumbre, a escuchar y luego a hablar y a contar. Eso es este libro. José Antonio escribe como habla, y habla como es y como quien es. Su espíritu cálido, ponderado, ecuánime, comprometido, positivo, profundo y amable se refleja en cada página de este libro. También su condición de estudioso e investigador de la palabra culta, exacta, sopesada y valorada, ajustada a su significación prístina. Con esos instrumentos José Antonio Hernández Guerrero nos acerca a un mundo que, siendo propiamente el suyo, es también en buena medida el nuestro, el de los muchos y fieles lectores que seguíamos sus “cosas” en el Diario de Cádiz y ahora le leemos en La Voz de Cádiz. Un mundo próximo en el que tienen cabida y preponderante protagonismo personajes hasta hoy anónimos en los que él pone su mirada sabia y amorosa para descubrírnoslos a nosotros y quién sabe si no a los mismos observados, seguramente ignorantes de ese perfil que la pluma de José Antonio revela para convertirlos en sujetos literarios, seres de profunda dignidad y atractivo, a los que de inmediato desearíamos conocer y tratar en el caso de que no lo hayamos hecho ya. Y si 9 ese conocimiento previo existe, los vemos bajo una luz nueva, la que el autor proyecta sobre sus criaturas, siempre bellas, siempre nobles, siempre excepcionales a sus ojos. Personas, en suma. Otras veces, menos numerosas, José Antonio Hernández Guerrero se recrea en el retrato y la aproximación de encumbradas figuras de la literatura, de la política, del pensamiento o de las artes, personalidades que también componen su mundo. Un mundo que igualmente es nuestro en su fondo de aldea global, pero en sus manos y en su pluma esa condición se humaniza, se allega, pierde lejanía y solemnidad. Los encumbrados personajes deambulan por el libro de la mano y en la libre compañía, vecinal y entrañable, de familiares y amigos del autor, pierden su imagen digital o en huecograbado para sentar plaza de gaditanos en el nuevo Mentidero que José Antonio ingenia y construye con materiales deliciosos. Nadie crea, por lo hasta ahora dicho, que este es un libro fácil o complacido. Quien lo haya practicado o intentado sabe de la dificultad del apunte breve, de las cualidades literarias, de observación y de síntesis que exige. Mayores aún cuando el objeto es el retrato de la persona, el ser más escurridizo e inaprensible. Máximas si entre las personas elegidas están las más próximas y queridas, las que constituyen el círculo más estrecho de los afectos, sí, mas también de los secretos sinsabores y preocupaciones. No hay arte fácil, y hay que ser muy artista, estar muy seguro del propio arte y del oficio implícito para atreverse con ese reto. Hemos leído esas páginas con un grano de malicia, buscando el desfallecimiento, siquiera momentáneo, del espíritu y del estilo habitual del autor. Las hemos concluido ligeramente decepcionados al sentir insatisfecha nuestra pequeña, apenas incipiente, maldad, pero reconfortados y asegurados en las razones de la ya vieja
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