DIKAIOSYNE Nº 31 Universidad de Los Andes Mérida – Venezuela Diciembre 2016 ISSN 1316-7939 OBJECIONES DE SAN AGUSTÍN AL MANIQUEÍSMO Cristian Rojas Belandria* Resumen Se trata aquí de considerar conforme a la doctrina de san Agustín la contra- dicción que existe en el maniqueísmo en relación con la dualidad bien y mal que lo caracteriza, a partir de algunas obras del autor referidas en el texto. Con base en ellas se lleva a cabo un desarrollo de las principales objeciones que opone el autor contra el maniqueísmo. Palabras clave: maniqueísmo, bien y mal, libertad, albedrio, lógica, contra- dicción. SAINT AGUSTINE CRITICS TO MANICHAEISM Abstract In this article I explore the contradiction in the duality of good and evil ac- cording to Saint Augustine and from here I develop the main objections to Ma- nichaeism in Augustinian view. Key words: Manichaeism, good and evil, freedom, will, logics, contradic- tion. * Profesor del Departamento de Filosofía. Escuela de Educación. Facultad de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes. Mérida-Venezuela. [email protected] FECHA DE RECEPCIÓN: 15/2/2016 FECHA DE ACEPTACIÓN: 15/3/2016 96 1. Introducción Para indicar las principales objeciones que opuso san Agustín al maniqueís- mo se estima necesario empezar por señalar a qué nos referimos cuando hablamos de maniqueísmo, cuál es la tesis central de esta doctrina religiosa, y luego pasar a señalar lo que fueron estas objeciones que opuso el autor a la doctrina maniqueista. Pero en primer lugar debemos partir de los términos bien y mal en los que básica- mente se funda dicha doctrina y en relación con los cuales se centran las principa- les refutaciones de san Agustín a las creencias de esta secta maniquea. A pesar de ser términos bastante controversiales a lo largo de toda la historia del pensamiento filosófico, el término bien ha sido entendido tradicional y generalmente como “to- do lo que posee valor, precio, dignidad, mérito, bajo cualquier título que lo sea”1, y el mal, como su contrario. En relación con ambos términos, tomaremos en cuenta los dos criterios de mayor asentimiento, de manera sucinta en sus principa- les representantes. Tales criterios son: el punto de vista metafísico u objetivo y el punto de vista subjetivo. En la tradición filosófica se suele atribuir el origen de estas posiciones con- trapuestas a Platón y Aristóteles, respectivamente. Desde el punto de vista metafí- sico, el bien es la realidad perfecta y suprema, y es por esa razón por lo que es deseado o apetecido. Desde esta perspectiva, porque el bien es perfección y reali- dad es la razón por la que es deseado o apetecido. El modelo, desde este punto de vista, vendría a ser la teoría de Platón, según la cual la idea de bien es la realidad perfecta, y la ubica en la cúspide de las demás ideas. En la República es represen- tada por Platón en analogía con el Sol, que se irradia en la verdad, la belleza y la justicia, siendo esta última, por así decirlo, el rostro social de la idea de Bien. Pos- teriormente y en el transcurso de esta corriente el bien es identificado con Dios, de manera que puede denominarse bueno sólo aquello que es semejante a Dios. En 1 Abbagnano, Nicola. Diccionario de Filosofía. 4ta Edición. Editorial Fondo de Cultura Económica. México, 2010. p.129. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 97 cambio, según el modo de ver subjetivista, el bien es lo que nos gusta, y no es deseado porque sea perfección y realidad sino que es perfección y realidad porque es deseado. Para Aristóteles, en la Ética Nicomaquea, «el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden» (Ét.N. I.1094a). En opinión de algunos autores, si bien es cierto que esta posición la asume Aristóteles en su Ética Nicomaquea, tam- bién es cierto a la hora de establecer el grado de preferencia entre distintos bienes, podría decirse que apela a la noción metafísica de bien, es decir al bien más perfec- to, estableciendo de esta manera una suerte de jerarquía de bienes, y conciliando de este modo en su doctrina ambas posiciones, según piensan ciertos autores. Sin em- bargo, hay que tener en cuenta que para Platón las ideas como el bien, la verdad, la belleza y la justicia son formas que tienen su existencia real en el mundo suprasen- sible, y este mundo sensible en el que vivimos es una mera copia o sombra de las ideas que habitan en ese mundo suprasensible o inteligible. En cambio, Aristóteles no comparte dicha teoría dualista, pues para él materia y forma constituyen ontoló- gicamente una misma realidad; así como no existe en el universo una materia pura, sin forma, tampoco puede haber una forma pura sin materia. Ahora bien, en contraposición al bien hay que señalar al mal, que tiene tam- bién una variedad de significados tan extensa como el término bien. Pero, como ya se dijo, lo enfocaremos desde los dos puntos de vista anteriormente señalados. En este caso, la concepción metafísica del mal se presenta a su vez en dos modalida- des: el mal como el no ser y el mal como una dualidad del ser. La primera, la concepción del mal como el no ser, frente al ser, que es el bien, proviene de los estoicos y fue sostenida también por los neoplatónicos. Desde esta perspectiva, es la existencia de los males la que condiciona la de los bienes. Así, entre otros, no habría verdad si no hubiese mentira. No habría justicia si no hubiera ofensas o injusticias. Esta identificación del mal como no ser será adoptada por la doctrina cristiana, y es san Agustín quien la difunde en el mundo occidental, pues para él, como veremos más adelante, ninguna naturaleza es mala en sí misma, y el mal no es otra cosa que la privación del bien. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 98 La segunda, la concepción del mal como una dualidad en el ser, que es la que nos interesa destacar aquí, se considera como una contraposición interna en el ser, una lucha entre dos principios antagónicos. Tiene su origen en una antigua religión persa, de Zoroastro o Zaratustra y posteriormente sería retomada por Ma- ni para la conformación de su doctrina que por derivación de su nombre pasó a ser conocida como maniqueísmo. En cambio, según la noción subjetivista, el mal es objeto de un apetito o de un juicio negativo y se considera al mal no como una realidad o una irrealidad, sino como un objeto negativo del deseo o en general de un juicio de valoración. Entre sus principales representantes encontramos a Hobbes, Spinoza, Locke y Kant. 2. El maniqueísmo El maniqueísmo ha sido entendido como una secta religiosa fundada por un persa llamado Manes o Mani (215-276 d.C) del cual se deriva el nombre de mani- queísmo. La doctrina religiosa de esta secta estaría constituida por elementos persas y cristianos, en la que se señalaba que él era el “Paráclito de la Verdad” y, por tan- to, el último elegido, que según las sagradas escrituras sería el indicado para llevar la doctrina cristiana a su madurez. Se ha considerado con frecuencia al maniqueís- mo como una religión sincretista, puesto que integra elementos religiosos del gnos- ticismo, cristianismo, budismo, e invalida las anteriores y se presenta como una religión definitiva y universalista. La principal tesis maniqueista que resalta de las demás —aunque no existe un consenso en la doctrina— es su carácter dualista. Mani sostenía que existían dos sustancias desde el principio de los tiempos: la luz (Ormuz) y la oscuridad (Ahri- man), de donde se deriva que de la primera proviene el bien, equiparándose con Dios; de la segunda, el mal, equiparándose con la materia. A la región de la luz le corresponde el Norte, el Este y Oeste, mientras que a la oscuridad el Sur, lo de abajo. A pesar de que ambas se encuentran separadas y delimitadas, se oponen constantemente. De esta constante pugna señala Ferrater Mora que: «Al chocar en DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 99 una zona fronteriza, la Luz queda obstaculizada por la Oscuridad (y viceversa). Este choque da origen al tiempo y al mundo, los cuales son el resultado de la ruptu- ra de la primitiva dualidad y de la mezcla de las dos fuerzas contrarias»2. Así las cosas, la tesis maniqueista sostiene que tanto el bien como el mal conviven en una constante lucha y, al poseer iguales fuerzas, ambos son eternos e inmutables y, en consecuencia, indestructibles. La secta maniquea, y de conformidad con sus prácticas, predicaba que estas dos fuerzas estaban en el hombre. Lo interior del hombre, su espíritu, su alma, pertenecían a Dios y se encontraban estrechamente ligados a Dios, pero su parte externa, la materia, es decir, el cuerpo humano, estaba ligado a la oscuridad del demonio. Por lo que la purificación del alma en la ética maniqueista consistía en un punto clave, con hábitos que van desde la negación de los placeres materiales, la abstinencia, el vegetarianismo y la práctica del ayuno para así sanear su alma y desligarse del reino del mal. Pero el triunfo sobre el reino del mal no significa la destrucción de éste sino que conlleva al cerco o confinamiento del mal, pues, como se dijo anteriormente, el mal es eterno, y con igual poder que el bien. 3. San Agustín y el maniqueísmo Agustín de Hipona, durante casi una década, perteneció a la secta del mani- queísmo. Más conocido como san Agustín, fue un sacerdote y Doctor de la iglesia católica, nacido en Tagaste, una provincia de Argelia, alrededor del 354. Aparte de haber sido canonizado por la iglesia y haberse dedicado a combatir doctrinariamen- te las herejías, ha sido considerado como un intelectual de gran valía y como uno de los pensadores más importantes no sólo del cristianismo y la patrística medieval, sino dentro del pensamiento filosófico en general. Dejó más de 100 obras escritas que van desde autobiografías (Confesiones) hasta las filosóficas (El libre albedrio, La dialéctica). Aunque las Confesiones, en opinión de muchos autores, especial- 2 Ferrater M., José. Diccionario de Filosofía. Editorial Sudamericana. 5ta Edición. Buenos Aires – Argentina. 1964. Tomo II. p. 128. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 100 mente a partir del Libro XI «es buena filosofía, no biografía»3. Puede verse en esta obra no sólo el valioso intento de una teoría del conocimiento, sino también del tiempo. De hecho, en el capítulo XIV se pregunta: «¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo al que me pregunta, no lo sé». Luego, en el capítulo XXVIII, adelantándose a la teoría subjetiva del tiempo en Kant, dice san Agustín, después de una minuciosa reflexión en los capítulos anteriores, que el tiempo está en alma, la mente, que es la que espera, considera y recuerda. Puede verse también en san Agustín un anticipo del cogito cartesiano en sus Soliloquios: «Tú, que quieres saber, ¿sabes quién eres? No lo sé. ¿Dónde estás? No lo sé. ¿Eres uno o múltiple? No lo sé. ¿Te sientes a ti mismo desplazado? No lo sé. ¿Sabes que tú piensas? Sí». Estas reflexiones anticipadas a los principales filósofos del Rena- cimiento y la Modernidad, como Descartes y Kant, han llevado a considerar a san Agustín como uno de los filósofos más importantes, cuya influencia en filósofos posteriores es incuestionable. Proveniente de una familia pequeña, san Agustín era hijo de un hábil traba- jador pagano llamado Patricio. Su madre Mónica, canonizada también por la igle- sia católica como Santa Mónica, fue quien instruyó a su hijo bajo principios bási- cos de la religión cristiana, aunque como él señala en su propia autobiografía no fue un trabajo fácil para ella, pues desde muy joven san Agustín fue rebelde. Así señala en sus Confesiones: «Mi madre, fiel sierva tuya, lloraba por mí ante ti mu- cho más que las demás madres suelen llorar la muerte corporal de sus hijos»4. No obstante, san Agustín tenía una capacidad innata para desarrollar sus talentos en oratoria, gramática, retórica, y una inclinación constante por la búsqueda del cono- cimiento y la verdad de las cosas. Así, lejos de acercarse de joven a una vida cris- tiana, como anhelaba su madre, san Agustín por el contrario lleva una vida ordina- ria como cualquier otro intelectual, tiene un hijo y convive con la madre de éste por un tiempo, se enamora y en tal sentido declara en su obra: «Caí también en el amor en que deseaba ser cogido. Pero, ¡oh Dios mío, misericordia mía, con cuánta amar- 3 Bertrand Russell. Historia de la filosofía occidental, p. 385. 4 San Agustín de Hipona. Confesiones. Libro 3 capítulo 19. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 101 gura no rociaste aquella mi suavidad y cuán bueno fuiste en ello! Porque al fin fui amado, y llegué secretamente al vínculo del placer, y me dejé amarrar alegre con molestas ataduras, para ser luego azotado con las varas candentes de hierro de los celos, sospechas, temores, iras y contiendas»5. Mientras san Agustín continúa con las vicisitudes de su vida y con el ince- sante afán de poder hallar la verdad y la razón de las cosas, en su juventud se in- corpora a la secta maniqueista, que, aprovechando la ruta de la seda, se había ex- tendido hasta la costa Norte de África. Acerca de su paso por el maniqueísmo seña- la: «Ya había llegado a Cartago uno de los obispos maniqueos, por nombre Fausto, gran lazo del demonio, en el que caían muchos por el encanto seductor de su elo- cuencia, la cual, aunque también yo ensalzaba, sabíala, sin embargo, distinguir de la verdad de las cosas, que eran las que yo anhelaba saber»6. Luego de formar parte, por casi una década, de la secta maniquea, se decep- ciona. En primer lugar, al darse cuenta de que todos los representantes de la secta repetían lo mismo de manera insustancial: «Maniqueo me mandaba a creer, pero la creencia que me mandaba no convenía con mis cálculos ni con lo que veían mis ojos»7, pues ya san Agustin, por su interés en Dios, el hombre y el mundo, había estudiado la filosofía platónica a través de Plotino, así como otros filósofos griegos y latinos, y afirma: «De estos filósofos retenía yo muchas cosas verdaderas que habían ellos sacado de la observación del mundo y se me alcanzaba la razón de ellas por el cálculo y la ordenación de los tiempos y las visibles atestaciones de los astros»8. Comparaba esto con lo que decían los maniqueos, que de dichos fenóme- nos decían «muchas cosas delirantes»9. Como segunda causa de su decepción, estaba la imposibilidad de reconciliar ciertos principios maniqueistas contradicto- rios. San Agustín, abandona el maniqueísmo y se mantiene durante un tiempo en el escepticismo. Más adelante se convierte al cristianismo, no sólo por las insistencias 5 San Agustín. Confesiones. Libro 3. Cap. I. 6 Ibídem. Libro 5. Cap. III. 7 Ibídem. Libro 5. Cap. III. 8 Ibídem. Libro 5. Cap. III. 9 Confesiones. Ibíd. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 102 de su madre sino principalmente después de escuchar a San Ambrosio. Abraza luego el cristianismo con el mismo ardor apasionado con que amó los placeres del mundo; su obra Confesiones es un patente muestrario de ello. 4. El bien y el mal para san Agustín A pesar de que la obra de san Agustín se encuentra de algún modo sistemati- zada y hace referencia a un tópico en concreto en cada texto de su extensa biblio- grafía, sin embargo, en la mayoría de sus libros trata el tema del bien y el mal. Trataremos entonces de compendiarla de modo que podamos luego observar con mayor facilidad las objeciones que opuso al maniqueísmo. Para san Agustín el bien es lo mismo que decir Dios. Es decir, Dios es el verdadero ser. Dios es la Verdad absoluta y eterna. En sus palabras: «Dios es el supremo e infinito bien, sobre el cual no hay otro; es el bien in- mutable y, por tanto, esencialmente eterno e inmortal. Todos los demás bienes naturales tienen en él su origen, pero no son de su misma naturaleza. Lo que es de la misma naturaleza que él no puede ser más que él mismo. Todas las demás cosas que han sido hechas por él, no son lo que él es. Y puesto que sólo él es inmutable, todo lo que hizo de la nada está sometido a la mutabilidad y al cambio, es tan om- nipotente, que de la nada, es decir, de lo que no tiene ser, puede crear bienes gran- des y pequeños, celestiales y terrestres, espirituales y corporales»10. Considera además que las ideas como la verdad, la belleza y la justicia, en cuanto ideas universales, no provienen directamente del alma humana sino de la acción de Dios, colocados por él en el alma del hombre, pues nada existe que Dios no lo haya creado; por tanto, es Dios no sólo el principio del ser, sino también el principio de todo conocimiento. En el capítulo XIX Del libre albedrío establece san Agustín tres clases de bienes: grandes, medios y pequeños; todos, incluso los pequeños provienen de Dios. A los grandes bienes pertenecen las virtudes; las potencias del alma son 10 San Agustín. De la naturaleza del bien: contra los maniqueos. cap. I, p. 597. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 103 bienes intermedios, y los demás bienes, es decir, las distintas especies de cuerpos, son bienes pequeños. Las virtudes son los bienes por los cuales se vive rectamente y de estos bienes es imposible abusar, puesto que ellas constituyen la mayor per- fección. Ahora, para san Agustín las potencias del alma son tres: memoria, enten- dimiento y voluntad. Estas en cambio son bienes intermedios porque sin ellas no se puede vivir rectamente, pero las ubica en un lugar intermedio puesto que son bie- nes de los cuales sí se puede abusar y en consecuencia pueden orientar hacia una dirección opuesta a la virtud. Los bienes pequeños están constituidos por todo tipo de cuerpos materiales. Mientras que el mal, según él, es el no ser, es decir, lo que no existe. Lo que se llama mal es solamente un vicio, una alteración o corrupción del bien, y para argumentarlo señala que todas las cosas son mucho mejores y contienen tanto bien mientras más moderadas, hermosas y ordenadas sean y menos bien encierran cuando son menos moderadas, hermosas y ordenadas, «estas tres cosas, repito, o sea: el modo, la belleza y el orden son como bienes generales, que se encuentran en todos los seres creados por Dios, lo mismo en los espirituales que en los corpora- les»11. En consecuencia, «Dios está sobre todo modo de la criatura, sobre toda be- lleza y sobre todo orden, no con superioridad local o espacial, sino con un poder inefable y divino, porque de él procede todo modo, toda belleza y todo orden»12. Asimismo, añade a continuación san Agustín que donde estas tres cosas —el modo, la belleza y el orden— son grandes, grandes son también las naturalezas; donde son pequeñas o menguadas, pequeñas o menguadas serán también las naturalezas, y donde no existen, tampoco existe la naturaleza, y de aquí concluye que toda natura- leza es buena13. Tal explicación es necesaria para poder entender el mal, concebido por san Agustín como una corrupción del modo, de la belleza y del orden. Por ello afirma que antes de preguntar de dónde procede el mal, es preciso investigar, cuál es su 11 Ibídem. cap. III, p. 600 12 Ibídem. 13 Ibídem. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo 104 naturaleza. Y en este sentido, «el mal no es otra cosa que la corrupción del modo, de la belleza y del orden natural (…) la naturaleza mala es, pues, aquella que está corrompida, porque la que no está corrompida es buena. Pero aun así corrompida, es buena en cuanto a naturaleza»14. 5. Objeciones de san Agustín al maniqueísmo La concepción maniqueista al declarar al mal como una sustancia existente por sí misma, con igual fuerza que el bien, arrojó los problemas lógicos y ontológi- cos que refutaría san Agustín. Entre las principales objeciones de san Agustín al maniqueísmo tenemos: 1) La incoherencia en la que caen los maniqueistas al querer saber el origen del mal sin antes saber qué es el mal. Quieren dar respuesta de dónde se origina pero sin saber qué es en sí y en qué consiste su naturaleza. En otros términos, pre- tenden hallar el origen de un fenómeno sin saber qué es el fenómeno en sí. En este sentido, les cuestiona diciendo: «Vosotros queréis saber cuál es el origen del mal, y yo, a mi vez, empiezo la pregunta sobre la naturaleza, ¿quién procede en la investi- gación con más lógica yo o vosotros? ¿Los que investigan el origen sin saber de qué o los que investigan primero su naturaleza con el fin de no caer en el gran ab- surdo de investigar el origen de lo desconocido?»15, y continúa explicando qué es el bien, para luego desarrollar la corrupción de éste como un mal, que anteriormen- te mencionamos, pero dejando muy claro que ambos no se pueden comparar, sino, por el contrario, que el segundo (el mal) es una derivación del bien, y por consi- guiente no es algo autónomo y distinto. 2) El mal no puede ser una sustancia, como afirma la secta maniquea, y afirma san Agustín contra los maniqueos que el mal no puede ser una sustancia. Si el mal es precisamente la destrucción de la naturaleza de una cosa, absurdo sería — según él— decir que lo destruye, y lo construye. «¿Quién hay tan ciego que no vea 14 Ibídem. cap. IV. 601. 15 San Agustín. De la costumbre de los maniqueos. Libro II, cap. II. 305. DIKAIOSYNE Nº 31. Cristian Rojas Belandria Objeciones de san Agustín al maniqueísmo
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