No hay burlas con el amor al Pedro Calderón ri o dit de la Barca e d a d bili a s n o p s e r n si a d ci u d o r p e r a r b O Advertencia de Luarna Ediciones Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española han caducado. Luarna lo presenta aquí como un obsequio a sus clientes, dejando claro que: 1) La edición no está supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del conte- nido del mismo. 2) Luarna sólo ha adaptado la obra para que pueda ser fácilmente visible en los habitua- les readers de seis pulgadas. 3) A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna. www.luarna.com NO HAY BURLAS CON EL AMOR Personas que hablan en ella: · Don ALONSO de Luna, galán · Don JUAN de Mendoza, galán · MOSCATEL, gracioso · Don LUIS, galán · Don DIEGO, galán · Don PEDRO Enríquez, viejo y padre de las dos damas · Doña BEATRIZ, dama · Doña LEONOR, dama · INÉS, criada ACTO PRIMERO Salen Don ALONSO de Luna y MOSCATEL muy triste ALONSO: ¡Válgate el diablo! ¿Qué tienes, que andas todos estos días con mil necias fantas- ías? Ni a tiempo a servirme vienes, ni a propósito respondes; y, por errarlo dos veces, si no te llamo, pareces, y si te llamo, te escondes. ¿Qué es esto? Dilo. MOSCATEL: ¡Ay de mí! Suspiros que el alma debe. ALONSO: Pues ¿un pícaro se atreve a suspi- rar hoy así? MOSCATEL: Los pícaros ¿no tenemos alma? ALONSO: Sí, para sentir, y con rudeza decir de su pena los extremos; mas no para suspirar; que suspirar es acción digna de noble pasión. MOSCATEL: Y ¿quién me puede quitar la noble pasión a mí? ALONSO: ¡Qué locuras! MOSCATEL: ¿Hay, señor, más noble pasión que amor? ALONSO: Pudiera decir que sí; mas, para aho- rrar la cuestión que "no" digo. MOSCATEL: ¿Que no? Luego, si yo a tener amor llego, noble será mi pasión. ALONSO: ¿Tú, amor? MOSCATEL: Yo amor. ALONSO: Bien podía, si aquí tu locura empie- za, reírme hoy de tu tristeza más que ayer de tu alegría. MOSCATEL: Como tú nunca has sabido qué es estar enamorado; como siempre has estimado la libertad que has tenido, tanto, que en los dulces nombres de amor fueron tus placeres burlarte de las mujeres y reírte de los hombres; como jamás a nin- guna quisiste, y más te acomodas a engañar, señor, a todas que hacer elección de una; como eres (en el abismo de amor jugando a dos manos, potente rey de romanos) mal vencedor de ti mismo, de mí te ríes, que estoy de veras enamorado. ALONSO: Pues yo no quiero criado tan afec- tuoso. Hoy de casa te has de ir. MOSCATEL: Advierte... ALONSO: No hay para qué advertir. MOSCATEL: Mira... ALONSO: ¿Qué querrás decir? MOSCATEL: Que se ha trocado la suerte al paso, pues siempre dio el teatro enamorado el amo, libre el criado. No tengo la culpa yo de esta mudanza, y así de- ja que hoy el mundo vea esta novedad, y sea yo el galán, tú el libre. ALONSO: Aquí hoy no has de quedar. MOSCATEL: ¿Tan presto, que aun de buscar no me das otro amo tiempo? ALONSO: No hay más de irte al instante. Sale don JUAN JUAN: ¿Que es esto? MOSCATEL: Es pagarme mi señor el tiempo que le he servido con haberme despedido. JUAN: ¿Con Moscatel tal rigor? ALONSO: Es un pícaro, y ha hecho la mayor bellaquería, bajeza y alevosía que cupo en humano pecho, la más enorme traición que haber pudo ima- ginado. JUAN: ¿Qué ha sido? ALONSO: ¡Hase enamorado! Mirad si tengo razón de darle tan bajo nombre, pues no hace alevosía, traición ni bellaquería, como enamorarse un hombre. JUAN: Antes pienso que por eso le debi- erais estimar, que diz que es dicha alcanzar, y yo por tal lo confieso. ¿Criados enamorados? Un hombre que se servía de dos mozos, y los veía necios y desaliñados, nada en su enmienda buscaba como es decirlos a ratos: "¡Enamoraos, mentecatos!" que estándolo, ima- ginaba que cuerdos fuesen después, y aliñados; y, en efecto, ¿qué acción, qué pasión, qué afecto, decid, si no es amor, es el que al hombre da valor, el que le hace liberal, cuerdo y galán? ALONSO: ¡Pesia tal! De los milagros de amor la comedia me habéis hecho, que fue un engaño culpable, pues nadie hizo miserable, de avaro y cobarde pecho al hombre, si no es amor. JUAN: ¿Qué es lo que decís? ALONSO: Oíd, y este discurso advertid; veréis cuál prueba mejor. El hombre que enamorado está, todo cuanto ad- quiere para su dama lo quiere, sin que a amigo ni a criado acuda, por acudir a su gusto; luego es mise- rable amando, pues no es, ni se puede decir virtud, lo que no es igual, y miserable no ha habido mayor, que el que sólo ha sido con su gusto liberal. Que hace osados es error, pues nadie contra su fama entra en casa de su dama que no entre con temor. ¡Cuántos cobardes han sido de miedo de no perdellas; cuántos, mirando por ellas, mil desaires han sufrido! Luego, si gusto u honor hacen sufrir y callar, na- die me podrá negar que hace cobardes amor. Pues si privan los sentidos los favores o despre- cios, bien claro está que hace necios, puesto que hace divertidos; pues que si se llega a ver o desde- ñado o celoso el hombre más cuidadoso de lucir y parecer, desde aquel punto se deja descaecer, sin acudir al parecer y al lucir, y sólo aliña su queja. Luego amor en sus cuidados hace, con causas mudables, cobardes y miserables, necios y desali- ñados. Y en fin, sea así o no sea así, no quiero mozo que ama y que, por servir su dama, deje de servir- me a mí. JUAN: A vuestra sofistería nada quiero responder, don Alonso, por no hacer agravio a la pena mía del amor; y si en su historia discurro, temo quedar vencido, y no quiero dar yo contra mí la vic- toria. A buscaros he venido para consultar con vos un pesar; mas viendo, ¡ay Dios!, que de mi amor ha nacido, le callaré, porque quien da a un criado tal castigo, mal escuchará a un amigo. ALONSO: No escuchará sino bien; que no es todo uno, don Juan, ser vos el enamorado, o el bergante de un criado; que vos sois noble, galán, rico discreto y, en fin, vuestro es amar y querer; mas ¿por qué ha de encarecer el amor la gente ruín, y a quién no da enojo y risa que haya en el mundo (¡qué errores!) quien diga con hambre amores, y requiebre sin camisa? Y porque sepáis de mí que trato de un mismo modo burlas y veras, a todo me tenéis, don Juan, aquí. Salte allá fuera. JUAN: Dejad que me escuche Moscatel, porque a vos os busco y a él. ALONSO: Pues, proseguid. JUAN: Escuchad: Ya, don Alonso, sabéis cuán rendido prisionero de la coyunda de amor, el carro tiré de Venus, tan fácil victoria suya que no sé cuál fue primero, querer vencer o vencerme, que un tiempo sobró a otro tiempo. Ya sabéis que la disculpa de tan noble rendi- miento fue la beldad soberana, fue el soberano sujeto de doña Leonor Enríquez, hija del noble don Pedro Enríquez, de quien mi padre amigo fue muy es- trecho.
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