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mujer y deporte en el mundo antiguo PDF

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1 EL DEPORTE FEMENINO EN LA ANTIGUA GRECIA Fernando García Romero, Universidad Complutense Spa vrta" me;n [basilh`e" ejmoi;] patevre" kai; ajdelfoiv, a{[rmati d j wjkupovdwn i{ppwn] nikw`sa Kunivska eijkovna tavnd j e[stase. movn[an] d j ejmev fami gunaikw`n JElla vdo" ejk pavsa" tov[n]de labei`n stevfanon. “Reyes de Esparta mis padres y hermanos, con el carro de caballos de rápidas patas ha vencido Cinisca y ha erigido esta imagen. Y afirmo que yo sola entre las mujeres de toda Grecia he obtenido esta corona”. Ésta inscripción1 acompañaba a la estatua que, probablemente en el año 396 a.C., la espartana Cinisca dedicó en Olimpia con ocasión de su victoria en la carrera de cuadrigas. En ella manifiesta su orgullo, sin duda legítimo, por haberse convertido en la primera campeona olímpica de la historia. Pero, con ser éste probablemente un hito notable en la historia de la mujer en el mundo antiguo, tampoco debemos echar las campanas al vuelo y sobrevalorar esta conquista; no debemos perder de vista que Cinisca era una mujer especial (espartana, y además hija y hermana de reyes de Esparta, Arquidamo II y Agesilao respectivamente)2 que además consiguió su victoria olímpica en una prueba especial. En las pruebas hípicas de la antigua Grecia, en efecto, era proclamado vencedor no el auriga sino el propietario de los caballos, de manera que una mujer con los suficientes recursos económicos para mantener una cuadra y con la suficiente ambición y dedicación, podía ver su nombre inscrito en las listas de vencedores en los grandes juegos (sólo en las pruebas hípicas, puesto que en las demás no podían participar, por tener que intervenir en persona). Después de Cinisca, que repitió triunfo en 392, vencieron en Olimpia, siempre en pruebas ecuestres, la espartana Eurileónide en 368 a.C., Belistica de Macedonia (concubina de Tolomeo II Filadelfo) en 268 y 264 a.C., las hermanas Timareta y Teódota de Élide en 84 a.C., y otra participante local, Casia Mnasítea, en 153 p.C., y quizá también la famosa Berenice, esposa de 1 IG V.1 nº 1564a. (IvO 160) = Antología Palatina 13.16. Cf. L. Moretti, Iscrizioni agonistiche greche, Roma 1953, pp.40-41, y Olympionikai.I vincitori negli antichi agoni olimpici, Roma 1957, nos 373 y 374; J. Ebert, Epigramme auf Sieger an gymnischen und hippischen Agonen, Berlín 1972, nº 33. 2 Cf. Jenofonte, Agesilao 9.6; Plutarco, Agesilao 20; Pausanias, 3.8.1, 3.15.1, 5.12.5 y 6.1.6. 2 Tolomeo III Evérgetes. Y otros casos de victorias femeninas en pruebas ecuestres podríamos citar en los restantes Juegos Panhelénicos y en otros festivales. Además nuestro entusiasmo al comprobar la existencia de campeonas olímpicas en el mundo antiguo se viene definitivamente abajo cuando atendemos a los motivos por los que, según Plutarco (Agesilao 20.1), participó Cinisca en los Juegos Olímpicos: Agesilao animó a su hermana a participar “con la intención de demostrar a los griegos que el triunfo (en una prueba hípica) no requería ningún talento, sino únicamente ser rico y estar dispuesto a gastarse el dinero”, de manera que ¡incluso una mujer! podía obtener la victoria en este tipo de disciplinas. Y lo malo es que estos prejuicios contra las mujeres atletas se han mantenido hasta el deporte contemporáneo, hasta bien entrado el siglo XX. Todavía el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, el barón Pierre de Coubertin, afirmaba que el papel que las mujeres debían desempeñar en unos Juegos Olímpicos era, sobre todo, el de coronar al vencedor3; y en 1924 leemos lo siguiente en la revista española Aire libre: “Existen agrupaciones deportivas donde grupos de muchachas, llevadas por el prurito de imitar al hombre, cultivan el deporte de su predilección sin excluir el fútbol, el atletismo, el pedestrismo, el ciclismo, etc. Nunca se combatirá bastante a tales instituciones, en las que se consiente a la mujer la práctica de ejercicios que no corresponden a su condición orgánica. Tales métodos pueden acarrear la pérdida de salud si el organismo no está preparado para soportarlos y, si lo está, la creación del tipo marimacho, y no sabemos cuál de los dos extremos es más lamentable”4. Naturalmente, el deporte femenino se inscribe dentro del contexto más amplio de la situación social de la mujer, tanto en el mundo griego y latino como en el mundo moderno, y su función y características dependen por supuesto del papel social de la mujer en los diferentes lugares y también en los diferentes períodos históricos. En el mundo griego, es posible establecer, en primer lugar, una distinción entre el mundo jonio y el mundo dorio, aunque los estudios dedicados al tema que ahora tratamos nos han enseñado a no exagerar en demasía esta dicotomía. En el mundo jonio y en concreto en su cabeza visible, Atenas, la principal virtud de la mujer era la discreción, el pasar inadvertida, de manera que se veía forzada a una escasa actividad fuera del ámbito del hogar. En cambio, en el mundo dorio representado por Esparta, la relativamente mayor 3 Cf. M. Frass, pp.119-120. 4 Tomamos la cita de T. González Aja, Introducción del deporte en España. Su repercusión en el arte, Madrid 2003, pp.72-73. 3 libertad de la que gozaban las mujeres les permitía realizar una serie de actividades impensables para las atenienses, entre las que se cuenta un completo entrenamiento atlético. Por otro lado, parece que en épocas helenística y romana se hizo mayor la presencia femenina en los ámbitos atléticos, tanto en lo que se refiere a la práctica activa del deporte como al desempeño de cargos de responsabilidad, pues conocemos los nombres de mujeres que, sobre todo en Oriente, desempeñaron en sus respectivas ciudades el cargo de gimnasiarca, más o menos el equivalente a nuestro concejal de deportes. Antes de entrar propiamente en materia, nos gustaría señalar ya el rasgo probablemente más significativo y definitorio del deporte femenino con respecto al masculino en el mundo antiguo. Las actividades deportivas son en la Antigüedad originariamente un acto religioso, un acto de culto, y este nexo entre deporte y culto se mantuvo de manera mucho más intensa en el caso del deporte femenino, dado que la situación social de la mujer impidió en buena medida una evolución hacia la práctica profesional del deporte (y, por tanto, hacia una debilitación de los lazos que unían deporte y culto), como desde muy pronto ocurrió en el caso del deporte masculino. Los primeros testimonios indicativos de la práctica del deporte por parte de las mujeres en el mundo griego remontan a la época minoica. Las fuentes arqueológicas atestiguan la intervención de mujeres en distintas manifestaciones deportivas y muy particularmente en la más característica disciplina del deporte cretense, los saltos del toro. Se ha discutido mucho sobre el carácter de estos saltos, si quienes intervenían en ellos eran acróbatas profesionales y se trataba por tanto de juegos meramente profanos, o bien si (como a nosotros nos parece más verosímil) tenían su origen en algún culto y ese carácter ritual se conservaba todavía en la época en la que se datan nuestros testimonios iconográficos. En lo que se refiere en concreto a la presencia de mujeres en las representaciones que nos han llegado, Evans la puso en relación con el culto a la Gran Madre cretense, de manera que saltando sobre el toro las sacerdotisas se ponían al servicio de su diosa, mientras que para otros estudiosos (Willetts, Arrigoni, Scanlon) se trataría de ceremonias de iniciación en las cuales podían participar también las mujeres. Veremos que buena parte de las actividades deportivas femeninas que tenemos documentadas en Grecia se desarrollaban en el marco de rituales de iniciación. En la Grecia del primer milenio, en la Odisea encontramos por primera vez mujeres practicando algún tipo de ejercicio físico, en concreto en la famosa escena del canto VI que narra el encuentro entre Ulises y la princesa Nausícaa. La hija de los reyes 4 feacios, conduciendo su propio carro, acude a lavar la ropa a las aguas de un río cercano, y después de la comida ella y sus criadas inician un animado (aunque poco sofisticado) juego de pelota, que se interrumpe cuando un certero pelotazo acaba despertando al náufrago Ulises que dormía tras un matorral. Nos cuenta el erudito Ateneo (14d) que una supuesta compatriota de Nausícaa, la erudita Agálide de Corcira, atribuía a la princesa la invención de la pelota, de acuerdo con esa típica costumbre griega de buscarle un “primer inventor” a cualquier actividad o conquista humana. A esta erudita de Corcira la movía, sin duda de buena fe, su patriotismo local, pero lo cierto es que Agálide se equivocaba, puesto que unas muchachas aparecen jugando a la pelota ya en los frescos egipcios de Beni Hassan, de hacia 2000 a.C. (los juegos de pelota, por otro lado, se consideraban en la Antigüedad deportes especialmente aptos para las mujeres, y serán también uno de los ejercicios físicos predilectos de las mujeres romanas, como más adelante comentaremos). No cabe duda de que en el pasaje mencionado Homero está describiendo una práctica habitual de los hombres y mujeres de su tiempo e incluso de siglos anteriores. En cambio, no podemos decir lo mismo de los mitos en los que aparecen mujeres practicando algún tipo de deporte: en la mayoría de los casos son personajes excepcionales, trasuntos humanos o semidivinos de la divina cazadora Ártemis. Es el caso de la ninfa Cirene, de quien queda prendado Apolo cuando la ve pelear con un león (de acuerdo con la descripción de la Pítica 9 de Píndaro), y especialmente de la deportista por excelencia del mito griego, Atalanta, que participa en la caza del jabalí de Calidón y a la que ni siquiera el héroe Peleo puede derrotar durante los juegos fúnebres en honor de Pelias (fig. 1) en la prueba de la lucha (o en la carrera, según otras fuentes); y tampoco la pudieron derrotar los aspirantes a casarse con ella, para lo cual debían vencerla en la carrera pedestre, hasta la llegada del llamado Hipómenes o Melanión, que logró vencerla y convertirla en su esposa, pero para ello tuvo que recurrir a la astucia más que a la rapidez de sus pies y hacer uso de las manzanas de oro que le había entregado Afrodita y que fue arrojando durante la carrera, aprovechando para obtener ventaja el tiempo que Atalanta iba deteniéndose a recogerlas. Cirene y Atalanta, como también las Danaides (como conductoras de carros las presenta el poeta lírico Melanípides, fr.757 PMG), son vírgenes cazadoras que desprecian el sexo y a los hombres, con quienes pretenden rivalizar adoptando comportamientos masculinos. Así pues, estas mujeres deportistas del mito griego no son mujeres “normales”, sino mujeres “hombrunas”, y al respecto es significativo un pasaje del final de la República en el que 5 Platón nos cuenta cómo las almas de diversos personajes van eligiendo nuevas vidas: “el alma de Atalanta, cuando vio los grandes honores de un atleta, no pudo pasar de largo y los tomó para sí”; Atalanta desea reencarnarse, pues, en un atleta, y como tal la representa la iconografía (fig. 2). En opinión de Bruno Gentili5, Cirene y Atalanta (igual que las muchachas de Braurón de las que hablaremos más adelante) son la encarnación del motivo de la “muchacha que huye” mientras mira hacia atrás hacia su perseguidor, un acto que representa simbólicamente la huída de la experiencia traumática de la boda. Abandonando el mito, en la Grecia histórica los datos que nos informan sobre la dedicación de las mujeres al deporte proceden en especial de Esparta. En el sistema educativo espartano, como es sabido, el entrenamiento físico primaba sobre el intelectual, y la mujer participaba de él a todos los efectos, rasgo singular sin apenas paralelos en el mundo griego. Por supuesto, la participación de las muchachas en las prácticas deportivas espartanas era atribuida por la tradición al mítico legislador Licurgo, a quien se nos dice que movió principalmente el deseo de preparar futuras madres que gracias al deporte resistieran mejor los esfuerzos del parto (Plutarco, Licurgo 14.2) y dieran a luz hijos sanos y robustos, como nos dice Jenofonte en la Constitución de los lacedemonios (1.4): “Licurgo…considerando que para las mujeres libres lo más importante era la procreación de hijos, en primer lugar ordenó que el sexo femenino ejercitarse su cuerpo no menos que el masculino, y en segundo lugar estableció para las mujeres, como también para los hombres, competiciones de velocidad y fuerza entre ellas, estimando que de unos padres fuertes nacen asimismo hijos más robustos” (la idea se encontraba ya en la perdida Constitución de los lacedemonios de Critias, fr. 32 Diels-Kranz)6. También Aristóteles, por cierto, cuando describe su ciudad ideal en la Política (1260a21 ss.) insiste en que las embarazadas practiquen los ejercicios adecuados de preparación al parto. Por su parte Filóstrato (Sobre la gimnasia 27), puestos ya a ser prácticos, no olvida las ventajas que una mujer bien entrenada puede aportar al nuevo hogar una vez casada, pues “no dudará en llevar 5 En Gentili-Perusino, p.12. 6 Veinticinco siglos después, en 1934, “a pesar de toda esta expansión y de la presencia de la mujer en el mundo laboral y deportivo, las corrientes higienistas determinan la mayoría de las posiciones de la época frente a la práctica deportiva femenina, siendo ésta recomendada o rechazada en función de que ayudara o no a que las mujeres cumplieran su misión procreadora. En este mismo sentido se pronuncia también, en nuestro país, Mundo deportivo: ‘Se ha comprendido que los deportes no alejan a la mujer de sus obligaciones femeninas, sino, al contrario de esto, que la disciplina deportiva aumenta el sentimiento del deber y, además de esto, hace más apropiada a la mujer para su misión como mujer y madre’ ” (González Aja, op. cit., p.76). 6 agua ni en moler a causa precisamente de los ejercicios físicos hechos desde su juventud”. Pero embarazadas y amas de casa no eran las únicas beneficiarias de la educación atlética espartana. En general, la ejercitación deportiva y la vida al aire libre de las muchachas espartanas contribuyeron notablemente a que la fama de su belleza y salud se extendiera por todas partes (ya en Odisea 13.412 Esparta es “la de hermosas mujeres”), como bien reflejan las palabras con las que la espartana Lampito es saludada por la ateniense Lisístrata en la comedia homónima de Aristófanes (vv.78 ss.; estamos en el año 411 a.C.): “¡Hola Lampito, queridísima laconia! ¡Cómo reluce tu belleza, guapísima! ¡Qué buen color tienes y cuán lleno de vitalidad está tu cuerpo!¡Hasta un toro podrías estrangular!”. A Lisístrata responde Lampito dándole el secreto de su belleza: “¡Ya lo creo, por los dos dioses! Porque practico la gimnasia y salto dándome en el culo con los talones!”, aludiendo a un tipo de ejercicio típico de las espartanas llamado bíbasis, que consistía en saltar hasta tocarse los glúteos con los pies, ya fuera con los dos pies juntos o bien saltando alternativamente sobre cada una de las dos piernas. ¿Qué pruebas comprendía el entrenamiento físico de las espartanas? Ya hemos visto que, según Jenofonte, Licurgo “ordenó que el sexo femenino ejercitase su cuerpo no menos que el masculino”, y parece indudable, dada la coincidencia de nuestras fuentes, que las jóvenes lacedemonias practicaban la carrera, la lucha, el salto y los lanzamientos de disco y jabalina, es decir, el pentatlo completo (cf. Eurípides, Andrómaca 595ss.; Plutarco, Licurgo 14.2; Propercio 3.14; Critias, fr. 32). Algunos testimonios invitan a pensar que tampoco desconocían la natación e incluso la equitación, mientras que las disciplinas más violentas, el boxeo y el pancracio, parece que no formaban parte del entrenamiento físico de las espartanas, ya que únicamente Propercio (3.14) les atribuye la práctica de estas especialidades en su intento de presentarlas idealmente como una especie de Amazonas históricas. La carrera es sin duda el deporte femenino de competición más extendido en la antigüedad y poseemos abundantes testimonios de su práctica por parte de las mujeres de Esparta. Pausanias (3.13.7; cf. Hesiquio, sub voce “Dionisyádes” y los escolios a Esquines 1.43) nos dice que a instancias del oráculo de Delfos se instituyó en las cercanías de Esparta un festival en honor de Dioniso que incluía una carrera entre once escogidas doncellas. Era, sin duda, una carrera ritual, pero ninguna de nuestras fuentes nos aclara su posible función, si era un rito de iniciación o, como sugiere Arrigoni, una 7 prueba que tenía como finalidad seleccionar nuevas sacerdotisas de Dioniso, entre las cuales se contaría la vencedora de la carrera. A su vez, como un rito iniciático de carácter prenupcial se interpretan generalmente (aunque la información de que disponemos es igualmente escasa) las carreras de mujeres que quizá se desarrollaban en el santuario de Helena y Menelao en Terapne, en las cercanías de Esparta, y en las cuales podían participar no sólo las hijas de los espartiatas, sino también las hijas de los periecos (al menos eso nos aseguran los escolios a Teócrito 18.22-23): se trataría de un ritual que miraría al matrimonio, al cual las jóvenes de Esparta llegaban en la plenitud de su forma física (nada sabemos de otra carrera pedestre que menciona Hesiquio e 2823). Este tipo de competiciones atléticas femeninas que podríamos llamar rituales, se desarrollaban fuera de la ciudad, sin la presencia de espectadores masculinos. En cambio, otro tipo de prácticas deportivas femeninas exigía la presencia, cuando no la participación directa, de los jóvenes espartanos. Se trata de actividades atléticas a las que se ha atribuido una función “erótica” con fines “políticos”; es decir, el entrenamiento físico de las muchachas espartanas en los gimnasios de la ciudad tendría como uno de sus objetivos principales estimular eróticamente a los jóvenes, con la vista puesta en el matrimonio y en la procreación de hijos. Esto nos conduce a referirnos a dos cuestiones muy debatidas: la promiscuidad de los sexos durante la práctica del deporte y la supuesta desnudez de las muchachas espartanas cuando realizaban sus ejercicios. ¿Las muchachas espartanas se entrenaban compitiendo contra oponentes masculinos, con el resultado de la estimulación del apetito sexual de unos y otros (con las mismas intenciones con las que Alcibíades esperaba despertar la líbido de Sócrates invitándolo a acudir con él a la palestra y practicar allí la lucha, según leemos en el Banquete platonico)? A tal conclusión podría llegarse a partir de un célebre pasaje de la Andrómaca de Eurípides (vv.595 ss.), en el cual Peleo habla como un ateniense cuando afirma indignado que “ni aunque quisiera podría ser casta ninguna muchacha espartana, pues juntamente con los hombres, tras abandonar sus casas, con los muslos desnudos y los peplos sueltos, tienen pistas de carreras y palestras comunes, insoportables para mí”; y seis siglos después Filóstrato (Sobre la gimnasia 27) asegura que en Esparta hombres y mujeres “practicaban el deporte juntos”. Los intérpretes más escépticos sostienen, en cambio, que ambos textos podrían interpretarse también en el sentido de que chicos y chicas compartían los mismos lugares de entrenamiento, pero 8 que no necesariamente ha de pensarse que entrenaran juntos. Por otro lado, sobre la existencia de luchas mixtas tenemos alguna que otra noticia más; así, los escolios a Juvenal 4.53 nos transmiten la noticia de que el noble romano Palfurio Sura intervino en una competición deportiva luchando contra una muchacha espartana, y Ateneo (566e) nos proporciona un posible paralelo fuera de Esparta (y no en ámbito dorio, sino jonio) para competiciones mixtas cuando nos dice que en la isla de Quíos “es muy agradable…ver a los jóvenes combatir en la lucha contra las muchachas”. Mientras que algunos estudiosos como Arrigoni, Arieti y Patrucco consideran fidedigna esta última noticia y la interpretan como un nuevo ejemplo de prácticas deportivas femeninas tendentes a provocar el estímulo sexual de los jóvenes, otros, más escépticos, califican estas informaciones como “cotilleos de sociedad más que datos serios sobre el deporte femenino” (Harris, Weiler). La posible existencia de luchas mixtas está documentada también, aunque esporádicamente, entre los etruscos, a juzgar por la imagen representada en el asa de una tapadera de bronce de mediados del siglo IV a.C.7. Sea como fuere, aunque no podamos estar seguros de si los entrenamientos mixtos se practicaban en Esparta, si estamos en condiciones de afirmar al menos que muchachos y muchachas compartían los mismos lugares de entrenamiento, y eso probablemente baste para seguir manteniendo la existencia de una función “erótica” del deporte espartano. Y algo semejante debemos decir a propósito de la desnudez de las mujeres cuando se ejercitaban en público (la desnudez, como es bien sabido, es la norma en el caso del deporte masculino). A partir de los versos de Propercio (3.14.1-4) “muchas reglas de tu palestra, Esparta, admiramos, pero especialmente tantas excelencias del gimnasio de las doncellas, pues sin mala reputación se ejercita desnuda una muchacha entre hombres que luchan”, es casi un lugar común afirmar que las espartanas entrenaban y competían desnudas. Pero la aseveración de Propercio choca con lo que, cuatro siglos antes y en plena época clásica, indican los ya citados versos de la Andrómaca de Eurípides, en los que se dice que las muchachas espartanas practicaban el deporte “con los muslos desnudos y los peplos sueltos”, es decir, vistiendo una breve túnica que dejaban ver buena parte de los muslos (y que justifica el epíteto “enseñamuslos” con el que las califica el poeta Íbico de Regio, fr. 339 PMG, en el siglo VI a.C.). La iconografía, por otro lado, nos presenta a las corredoras espartanas vistiendo túnicas más o menos largas (fig. 3), de manera que quizá tengan razón quienes 7 Cf. Olivova, p.158. 9 sostienen que las muchachas espartanas se ejercitaban generalmente vestidas (el hecho de que pudieran ir más o menos ligeras de ropa no dejaría de ser un estímulo para los espectadores masculinos), y la desnudez quedaba limitada por un lado a ciertas procesiones de las que nos habla Plutarco (Licurgo 14.2 ss.) cuando afirma que el legendario legislador espartano “eliminando toda forma de molicie, educación sedentaria y feminidad, acostumbró a las muchachas no menos que a los muchachos a participar desnudas en procesiones y a cantar y a bailar en algunas festividades religiosas, estando presentes los jóvenes como espectadores…La desnudez de las doncellas no tenía nada de indecoroso, ya que estaba presente el pudor y ausente la incontinencia”; y por otro lado la desnudez podría ser también habitual en las competiciones rituales que tenían lugar fuera de la ciudad y sin la presencia de espectadores. Así por ejemplo, Teócrito pudo haber tenido en mente las antes citadas carreras en honor de Helena que se celebraban en Terapne cuando en su poema Epitalamio de Helena (vv.22-23) las compañeras de la heroína recuerdan la época feliz en la que practicaban carreras “ungidas a la usanza de los hombres (y por lo tanto desnudas) junto a los baños del Eurotas”. A partir de ocasiones como éstas, los escritores posteriores habrían extendido la desnudez a todas las actividades físicas de las espartanas, ya fuera para acentuar los rasgos escandalosos (dado que el mostrarse desnudo en público repugnaba grandemente el gusto de los romanos) ya para acentuar el contraste entre la idealizada vida natural de la antigua Esparta y la complicada vida de una gran ciudad moderna como Roma, como ocurre en el poema de Propercio. Como es bien conocido, el sistema educativo espartano influyó notablemente en las teorías de Platón sobre la organización de la ciudad ideal, y eso incluye la educación física de las mujeres. Platón, en efecto, se aparta claramente del sistema educativo ateniense cuando dispone para las mujeres de su estado ideal el mismo entrenamiento físico que para los hombres, ya sea ejercitándose juntos (según se deduce de República 452a-b), ya sea ejercitándose por separado (Leyes 794c) y vistiendo las mujeres ideales de Platón “el atuendo apropiado” (Leyes 833c). Las propuestas de Platón a este respecto apenas tuvieron eco, no sólo en Atenas (de hecho, Aristóteles, Política 1260a21, niega a las mujeres la posibilidad de recibir la misma educación que los hombres), sino en general en el resto de Grecia, y un entrenamiento físico serio y continuado difícilmente entraba en la educación de la mujer. No obstante, es posible que existiera algún tipo de formación física, aunque fuera 10 limitada, a juzgar por las competiciones que, normalmente en el marco de algún culto, contaban con participación femenina a lo largo y ancho del mundo griego. Ya se ha dicho que la carrera pedestre es el deporte femenino por excelencia en la antigua Grecia. Quizá el testimonio más antiguo al respecto provenga de un lugar y una época especiales para las mujeres: la Lesbos del siglo VII a.C. Se trata, en efecto, de un posible fragmento de Safo (recogido por Voigt con el nº 11 entre los fragmentos lesbios de autor incierto), que dice “enseñó a Hero de Guíaros, la rápida en la carrera”. Nada cierto puede deducirse de tan exiguo fragmento, y más si tenemos en cuenta que desconocemos el contexto en que se inscribía y que para colmo el texto que ha llegado hasta nosotros no es seguro que esté sano. En tales condiciones, la constatación de la rapidez de Hero puede no tener nada que ver con una competición deportiva (Bernardini), aunque se ha pensado también que pudiera apuntar a la existencia de carreras femeninas en Lesbos, que (puestos a conjeturar) se han relacionado incluso con los concursos de belleza que se celebraban en la isla en el marco del culto a Hera, con vistas a los cuales las jóvenes entrenarían sus cuerpos. La documentación iconográfica atestigua la posible existencia de carreras de muchachas como parte de los rituales de iniciación prenupciales que tenían lugar en el santuario de Ártemis en Braurón, no lejos de Atenas. La iconografía, en efecto, nos muestra corriendo a muchachas de diversas edades en el santuario de Braurón (las llamadas “osas”) y en otros lugares del Ática, como el Pireo, Salamina o Eleusis. Ahora bien, ¿qué representan esas carreras? Digamos, en primer lugar, que unas corredoras aparecen vestidas y otras desnudas, un hecho que algunos estudiosos (Kahil, Sourvinou- Inwood) han interpretado en el sentido de que las chicas que corren con una breve túnica son las que se encuentran en la primera etapa de la iniciación y las que corren desnudas son las que están a punto de culminar el proceso8, mientras que para otros (Scanlon) la desnudez no estaba ligada a una edad determinada, sino que el rito comprendía una parte que las muchachas debían desarrollar desnudas y otra en que debían hacerlo vestidas, quizá simbolizando (como quiere Pierre Vidal-Naquet) el paso del estado “salvaje” (representado por la desnudez) al estado “civilizado” y “doméstico” (representado por el vestido)9. Es probable, por otro lado, que, como ha defendido 8 De muy dudosa credibilidad nos parece una noticia transmitida por la Suda y los escolios a Aristófanes, Lisístrata 645, según la cual las niñas que participaban en los ritos de Braurón tenían entre 5 y 10 años. 9 Osborne defiende, en cambio, la hipótesis contraria: del vestido se pasaba al desnudo, que simboliza un nuevo “nacimiento” como condición previa para el inicio de la nueva vida adulta que las muchachas van a emprender.

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