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Miguel Soler 2000 Mi Escuela Numero 24 PDF

28 Pages·2000·0.92 MB·Spanish
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9*liguel ó oler 9*1i Escuela 9iúmero Q4 Publicado con autorización de la reoisfa *1)OCSó de la Asociación de Educadores de Latinoamérica ij el Caribe Alonteoideo, Año 3. A° 6. marzo de 2,000 9 Miguel ó oler ? oca cM i Escuela húmero 24 Barcelona, agosto de 2000 Edición del autor Distribución gratuita Los maestros uruguayos seguimos y hemos de seguir empeñados en la defensa de la escuela pública. Los grandes anclajes de este perseverante afán están, sin duda, principalmente ubicados en el presente, con sus pobrezas, los interrogantes sobre los fines y alcances de la enseñanza básica y la insatisfactoria condición laboral de los maestros, y en el futuro, con las incertidumbres propias de una sociedad que quiere ponerse al día con el mundo pero no sabe cómo modernizar muchas de sus estructuras, en especial las productivas. En este artículo quisiera recordar que otro gran anclaje de nuestra escuela popular nos viene del pasado. No sólo de la visionaria tradición vareliana, orientadora del gran esfuerzo educador, sino también de una práctica docente propia de la escuela de un país en formación, un país de aluvión demográfico, un país en el que la escuela y sus maestros estaban en la base de la construcción de una democracia de avanzada. Desearía dar testimonio de mi personal escolarización en la Escuela Número 24 de Montevideo, entre los años 1928 y 1933. No se trata de escribir mis memorias ni de ocupar al lector con anécdotas menores, sino de presentarle el funcionamiento de una escuela pública uruguaya, urbana, en los años de entreguerras. Se me permitirá que no dé los nombres de las personas a las que me refiero en mi texto. No es mi propósito hacer el elogio de maestras y compañeros -algunos de los cuales bien lo merecen- sino describir, lo más objetivamente posible, una institución educativa de setenta años atrás. -3 - En Uruguay fueron los años de las presidencias de Juan Campisteguy y de Gabriel Terra. El país contaba con sólo 60.230 analfabetos adultos (1), número inferior al de las estimaciones de la UNESCO para 1995 (2). El número de maestros en actividad superaba los cuatro mil. En febrero de 1933 la Asociación José Pedro Varela organizó el Primer Congreso Nacional de Maestros. Eran los años de Torres García, Barradas, Figari, Cúneo, Rodó, Sabat Ercasty, Zavala Muniz, Espinóla, Silva Valdés, Vaz Ferreira, Morosoli, Reyles, Fabini, Ascone, Cluzeau Mortet, de la creación del SODRE y de la OSSODRE. París era, para la clase culta uruguaya, el gran centro de referencia. Esos mismos años coincidieron, fuera de fronteras, con la gran depresión de fines de los años veinte, que afectó profundamentamente las exportaciones de materias primas latinoamericanas, con la instauración de la República en España, la toma del poder por Hitler en Alemania, la política de Buena Vecindad del Presidente Franklin D. Roosevelt, el inicio de la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, la prolongada ocupación de Nicaragua por fuerzas estadounidenses contra las que combatió Sandino, y la existencia en América Latina de numerosas dictaduras, incluyendo la de Gabriel Terra en Uruguay. Yo, alumno inmigrante Nacido en 1922 en Cataluña, España, llegué con mis padres y hermanos a Montevideo en 1926, alojándonos en un pequeño apartamento de la calle Suárez, muy cerca del Monumento a D. Joaquín Suárez. En el cruce de Agraciada con Asencio, a unos trescientos metros de nuestra casa, estaba la Escuela N° 24 y a ella fuimos ingresando, primero Florentina, mi hermana mayor -que mucho me ha ayudado en la elaboración de estas páginas- y luego, sucesivamente, yo, mi hermana Carmen y mi hermano Alfonso. De modo que los cuatro hermanos recibimos allí, por las tardes, en régimen de media jomada, la enseñanza primaria de la época, laica, gratuita y obligatoria, como había querido Varela. 4 - - Aunque miembros de una familia de inmigrantes recién llegados y sumamente pobres, no tuvimos mayores dificultades en integramos a la abierta sociedad uruguaya, a pesar de que nuestra lengua materna -y al principio única- era el catalán. La verdad es que todos mis condiscípulos eran, generación más, generación menos, descendientes de inmigrantes. El país contaba con algo menos de dos millones de habitantes y necesitaba y acogía sin muestras de agresividad los contingentes europeos que se radicaban en él en busca de nuevas perspectivas o como resultado de los conflictos en el hemisferio norte. Todas las clases sociales convivíamos en aquellas aulas. Entre mis compañeros había hijos de fuertes industriales (tejidos, tabacos). Quienes habitaban las hermosas casas-quinta de la Avenida Agraciada se sentaban junto a compañeros que provenían de algún conventillo. El sentimiento de haber padecido cualquier forma de discriminación es totalmente ajeno a mis recuerdos. La túnica blanca y la moña azul, de uso general obligatorio en las escuelas públicas uruguayas, nos igualaban a todos. Por esa época las escuelas privadas acogían o bien a minorías que deseaban conservar sus rasgos de origen o bien a los muchachos indisciplinados. Algunas escuelas privadas eran consideradas -por lo menos en mi entorno- verdaderos reformatorios y las madres acostumbraban sancionar las travesuras de sus hijos amenazándolos con enviarlos a la escuela de los curas. Sabia fue, sin duda, la política educativa de la época que hacía de la escuela primaria pública un medio fundamental de integración de una ciudadanía que no cesaba de crecer y de diversificarse. El personal Asistíamos, como he dicho, por las tardes, durante cuatro horas diarias. Los jueves eran días de descanso, pero se trabajaba los sábados. La escuela era mixta y tal vez contara con irnos trescientos alumnos; en cada clase debía haber entre treinta y cuarenta niños. Mis maestras fueron todas mujeres. Las recuerdo como señoras ya mayores, bien vestidas y calzadas, elegantes, amables pero serias, alguna de ellas temible para un niño tímido como era yo. Fueran o no casadas, las llamábamos señoritas. -5 - Desde luego eran todas maestras tituladas, con la carrera avanzada, porque la Escuela N° 24, por su ubicación, se hacía apetecible por el doble camino del concurso y del traslado. Gozaban, sin duda, de una elevada consideración social; los sueldos de los funcionarios públicos eran por entonces muy buenos. Contábamos también con profesoras de canto, de gimnasia, de trabajos manuales y con una limpiadora. No había portero ni secretaria. La Directora estaba en todas partes. La recuerdo a la hora de la salida, plantándose en medio de la avenida Agraciada, con los brazos abiertos, deteniendo el tránsito para que cruzáramos la calle sin riesgos. Era costumbre que los niños, voluntaria y rotativamente, lleváramos a la escuela, todos los días, un ramo de flores que adornaba el salón de clase durante la jomada y que la maestra llevaba a su hogar al salir. Pero no creo que ninguna familia gastara dinero en flores; las cultivábamos en casa. Cada clase, al finalizar el curso, era fotografiada por un profesional que vendía copias en color sepia... a quienes podían comprarlas. Tengo un excelente recuerdo de aquel grupo de educadoras, sentimiento no necesariamente compartido en el mismo grado por otros ex alumnos con los que he repasado aquellos años. El local, ¿grande o pequeño? No tengo recuerdos muy detallados del local de mi escuela. De niño me impresionaba por sus imponentes proporciones. Contaba con dos plantas; los cursos inferiores se ubicaban en la planta baja y los superiores en la alta. En ambas había servicios higiénicos, que llamábamos licencias, para niños unos, para niñas otros. En la planta baja había dos patios: uno cubierto, que servía de ambulatorio y de salón de actos, con su piano, sus múltiples vitrinas llenas de material didáctico y varias plantas que crecían en latas de aceite forradas con papel crepé verde. En las paredes se podía leer frases del tipo: persevera y vencerás; sube sin temor de caer y no caerás. El otro patio era exterior y servía para nuestras horas de recreo. Lo recuerdo exiguo, demasiado, con árboles, apto para juegos en pequeño corro -bolitas, trompos- o para saltar a la cuerda, pero no para la práctica de deportes. Durante los días de lluvia el recreo se realizaba, con activida­ 6 - - des adecuadas, en los salones de clase. El local, construido especialmente para la escuela, contaba con amplios salones, los que tenían grandes ventanales, que se podían abrir o cubrir con cortinas corredizas si el sol era intenso. La Directora tenía su escritorio (temible recinto para mí) donde había buenos muebles, entre ellos una vidriera que daba cobijo a la bandera nacional, con su bordado sol, que sólo aparecía en los grandes cele­ braciones. Muchos años más tarde visité por última vez mi escuela. Había que construir la plaza Soldados Orientales de San Martín, en la intersección de las calles Agraciada, Asencio y Uruguayana, para lo cual el local escolar debía ser derruido. El Director de la escuela de esos años organizó una gran fiesta, a la que fuimos invitados los ex alumnos. Fue un hermoso acto, a cargo de los alumnos del momento, en el que se eludió la emoción que podían provocar tantos recuerdos acumulados y se exaltó la obra de las escuelas públicas uruguayas, forjadoras de generaciones y sembradoras de valores. Yo me había hecho mayor, en muchos sentidos, y mi vieja y querida escuela había crecido, también, en mi valoración positiva. Pero en cuanto a sus dimensiones físicas había empequeñecido terriblemente. Era realmente un local pequeño, pero yo lo recordaba inmenso. Hoy, en el sitio que él precisamente ocupaba, junto a la actual plaza, hay un rincón infantil. Otros niños juegan sobre aquel mismo suelo. Un concepto global de la gratuidad Quiero explicarme mejor respecto al tema de la gratuidad de la enseñanza. Como siempre ha sido en Uruguay, los padres inscribían a sus hijos sin pagar matrícula alguna. A lo largo de los estudios no había colectas, ni cuotas especiales con ningún propósito, ni venta de artículo alguno que la enseñanza pudiera requerir. Como toda escuela, la N° 24 contaba con su Comisión Pro Fomento Escolar, que mis padres no integraban y cuyas actividades no me eran, por entonces, conocidas. Puedo imaginar que sus miembros contribuían a la buena marcha de la institución, sin hacer sentir a los alumnos más pobres que fuéramos los beneficiarios de cualquier tipo de medida filantrópica. 7 - - Mis hermanos y yo recibíamos de la escuela túnicas, moñas y calzado. Todos los útiles escolares nos eran suministrados gratuitamente: cuadernos, hojas sueltas, lápices de grafito y de colores, plumas y tinta, los libros oficiales de lectura, papel para forrar nuestros cuadernos, gomas de borrar, útiles de geometría. No eran artículos de distribución general, pero la escuela disponía de ellos para los niños cuyas familias no pudieran adquirirlos. No se hacían repartos colectivos; la entrega de la ayuda era hecha con discreción. Mi Directora era particularmente generosa conmigo, a veces me llenaba los bolsillos de plumas y gomas. Los únicos libros que la familia había adquirido eran una Historia Nacional de H.D. y El Mundo Tal Cual Es, de Giuffra, tan viejos ambos ejemplares que parecían comprados en la feria de la calle Tristán Narvaja. Todos los alumnos tomábamos un vaso de leche a la hora del recreo, a media tarde. No había comedor escolar porque, funcionando la escuela sólo media jomada, se suponía que los alumnos almorzábamos, como era nuestro caso, en nuestros hogares. Periódicamente todos los alumnos pasábamos por revisiones médicas y odontológicas y por las vacunaciones reglamentarias. Si algún niño necesitaba asistencia médica, atención oftalmológica o lentes, la Directora emprendía las gestiones del caso ante el Servicio Médico Escolar. Si el médico lo aconsejaba, los alumnos que requerían condiciones especiales de vida y alimentación podían obtener su traslado a las Escuelas al Aire Libre que por entonces ya funcionaban. Una escuela muy bien equipada El extenso equipamiento con que contaba la escuela seguramente debía tener una gran influencia en la calidad de la enseñanza y en la motivación de todos nosotros. Los salones contaban con amplios pizarrones murales, en los que maestras y alumnos escribíamos con tizas blancas y de colores. Cada aula disponía de un juego de cuerpos geométricos de madera; en los muros lucían numerosos carteles y elementos decorativos. Para uso general y sobre todo de los cursos superiores, había grandes vitrinas que albergaban diferentes gabinetes: el gabinete de física, con su extraña má­ 8 - -

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