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Mi queridísimo amigo PDF

20 Pages·2017·0.11 MB·Spanish
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Introducción Mi queridísimo amigo En verano de 1776, cuando David Hume yacía en el lecho de muerte, gran parte del pueblo británico esperaba ansioso las nue- vas de su defunción, tanto al norte como al sur del río Tweed. Durante casi cuatro décadas, Hume había desafiado sus opi- niones filosóficas, políticas y, sobre todo, religiosas. Había su- frido una vida entera de vituperios y reproches de los beatos, incluyendo un intento de excomunión por parte de la Iglesia de Escocia, aunque para entonces ya estaba fuera de su alcan- ce. Todos querían saber cómo se enfrentaría a su fin el famo- so infiel. ¿Mostraría arrepentimiento, o tal vez apostataría del escepticismo? ¿Sin el consuelo habitual que proporciona creer en el más allá, moriría en un estado de desasosiego? A la pos- tre, Hume murió tal y como había vivido, con un buen humor sorprendente y sin echar mano de la religión. El relato más des- tacado de su fin calmado y valiente lo brindó su mejor amigo, otro filósofo renombrado que acababa de publicar un libro que cambiaría el mundo. En palabras del mismo Adam Smith, pese a que La riqueza de las naciones era un «ataque virulento […] contra el sistema comercial de Gran Bretaña», tuvo una acogi- da bastante buena1. De hecho, Smith fue objeto de mucho más oprobio con motivo de una carta breve que publicó ese mismo año y que describía —de forma laudatoria— la alegría y la se- 16 DENNIS C. RASMUSSEN renidad de Hume durante los últimos días de vida. La carta aca- baba afirmando que su incrédulo amigo era una persona «cuya erudición y virtud se acercaban tanto a la perfección como tal vez permita la fragilidad humana»2. Esto es lo más cerca que Smith estuvo jamás de enemistarse con los devotos, y fue algo que pagó con creces, aunque nunca se arrepintió. Fue el colo- fón perfecto para una amistad crucial en la vida de dos de los pensadores más notables de la historia. Este libro cuenta la his- toria de esa amistad.  Hay que decir que los dos protagonistas del libro se habrían opuesto a su mera existencia. Aunque acumularon fama y cierta fortuna, Hume y Smith repudiaban que los escritos sin pulir y los pormenores de su vida privada salieran a la luz. Hume temía que su correspondencia «cayera en manos equivocadas y fue- ra publicada», y Smith recalcó: «Si puedo evitarlo, no permito nunca que mi nombre salga en el periódico, cosa que, a mi pe- sar, no siempre consigo»3. Esta preocupación no obedecía solo a razones de privacidad, sino a la reputación póstuma. Cuando Hume murió, William Strahan, editor de ambos autores, con- templó la posibilidad de sacar una recopilación de las cartas del filósofo, pero Smith desechó la idea enseguida. Tenía mie- do de que otros se pusieran «inmediatamente a rebuscar entre los cajones de aquellos que habían recibido alguna vez un tro- zo de papel de él» y que se acabaran publicando muchas cosas inapropiadas, para infortunio de todos aquellos que deseaban mantener intacta su reputación4. Cuando se acercaba su final, Hume y Smith ordenaron a los albaceas que quemaran casi to- dos los documentos. En el caso de Smith se cumplió la petición, pero en el de Hume no5. Sin embargo, Smith sabía perfectamente que «la gente an- sía saber las circunstancias más baladíes y los dimes y diretes de los grandes hombres» porque, al parecer, él mismo compar- tió esta fascinación6. James Boswell, padre de la biografía mo- IntroduccIón. MI querIdísIMo aMIgo 17 derna y alumno de Smith durante una breve etapa, justificó así que sus memorias de Samuel Johnson fueran detalladas: «Todo lo relativo a una figura de su dimensión es digno de mención. Recuerdo que, en sus clases sobre retórica en Glasgow, el Dr. Adam Smith nos contó que le encantaba saber que los zapatos que llevaba Milton eran de cordones y no de hebilla»7. Es más, Hume llamó la atención popular sobre él al componer una con- cisa autobiografía durante su enfermedad terminal. La tituló Mi vida, y pidió a Strahan que la usara como prólogo para todas las recopilaciones futuras de sus escritos. Está claro que Smith aprobó la idea, pues aportó una narración suplementaria de los últimos días de Hume en forma de Letter from Adam Smith, LL.D. to William Strahan, Esq. (Carta del Dr. Adam Smith a don William Strahan), la carta que provocó tanto alboroto. (Ambos textos se incluyen en el apéndice de este libro.) Esto es lo más próximo a una obra conjunta entre ambos. Con su co- laboración, Smith advierte al lector de forma ostensible sobre su amistad usando la palabra friend (‘amigo’) hasta diecisiete veces en apenas seis páginas. Además, los genios rara vez son intachables al juzgarse a sí mismos. Hume y Smith temían que la publicación de sus cartas mancillara la reputación que ha- bían labrado con las obras de mejor corte, pero conocer mejor su personalidad y amistad mutua no hace sino aumentar nues- tro sentimiento de admiración. Por último, este libro tampoco se centra exclusivamente en sus escritos no publicados. Como filósofos y hombres de letras, destinaron buena parte de la vida a pensar y escribir, y su amistad se caracterizó por el interés en las ideas y obras recíprocas, por lo que estas serán uno de los ejes de nuestra historia. A la vista de la prominencia e influencia de Hume y Smith, es curioso que hasta ahora no se haya escrito ningún libro so- bre su relación personal o intelectual8. Una razón podría ser que sus vidas —en especial la de Smith— no están tan documenta- das como uno esperaría. Hume no fue un escritor prolífico de correspondencia, si bien las cartas que nos han llegado son tan 18 DENNIS C. RASMUSSEN lúcidas y divertidas que compensan el laconismo y la escasez. Su producción, en cambio, es copiosa. Aparte de múltiples tra- tados filosóficos, tenemos los seis últimos volúmenes de la His- toria de Inglaterra, ensayos sobre prácticamente cualquier tema que uno pueda imaginar, unos cuantos panfletos sobre sucesos de la época y, por descontado, Mi vida. Smith fue aún más pe- rezoso que Hume a la hora de escribir cartas, al parecer por- que escribir le resultaba físicamente arduo9. Su aversión por la pluma era un hábito que Hume a veces le recriminaba. La pre- sentación de las cartas lo ilustra: «Puedo escribir con tan poca frecuencia y extensión como vos…»; o «soy un corresponsal tan perezoso como vos…»10. Además, Smith solo publicó dos libros: La teoría de los sentimientos morales y La riqueza de las naciones. Poseemos una serie de ensayos que sus albaceas pu- blicaron póstumamente y apuntes de alumnos de algunos cur- sos que dio, pero la suma total queda eclipsada por la produc- ción de Hume. De hecho, los biógrafos de Smith se quejan a menudo de que parece que se esforzó para complicarles las co- sas. Envió pocas cartas, publicó solo dos libros y antes de falle- cer se aseguró de que quemaran sus documentos. Y, por si fuera poco, Smith procuró por todos los medios no escribir sobre sí mismo. Tal y como comenta un experto en el tema, por lo que respecta a la exteriorización autoconsciente es la antítesis total de su contemporáneo Jean-Jacques Rousseau11. Por fortuna para nosotros, Smith escribió cartas a Hume con algo más de rigor que al resto, especialmente en los últimos años. Desde que se conocieron hasta que Hume murió, Smith escribió o recibió un total de ciento setenta cartas, de las cua- les quince fueron de Smith a su amigo, y otras cuarenta y una en el otro sentido. Es, con mucho, el más pródigo de cuantos se enviaron cartas con Smith durante este periodo. (Por lo que respecta a Hume, de todas las cartas que han sobrevivido, hay destinadas más a Smith que a ningún otro, exceptuando a los editores William Strahan y Andrew Millar.) Las cincuenta y seis cartas entre ambos discurren sobre todo tipo de cuestiones, in- IntroduccIón. MI querIdísIMo aMIgo 19 cluyendo sus ideas y argumentos, los avatares de los textos que publicaron, incidentes cotidianos y libros recientes, así como de familias, amigos, contrincantes, estados de salud, perspectivas laborales, viajes y planes de futuro. Algunas son bastante cor- tas y banales, pero otras son graciosas, intelectualmente tras- cendentes o nos dan señales sobre la forma de ser de ambos. Analizando el contenido y la salutación de cada carta, uno pue- de ver cómo su relación se hizo más y más fraternal. Las cartas iniciales comenzaban con un saludo formal («Muy Sr. mío»), pero pronto evolucionaron hacia fórmulas más afectivas («Es- timado Smith» o «Estimado Hume»). A continuación, pasaron a «Mi querido amigo» y, finalmente, llegaron a «Mi queridísi- mo amigo», un tratamiento que ninguno de ellos usó para refe- rirse a otros destinatarios, al menos mientras fueron amigos12.  En prácticamente todos los escritos de Smith hay abundan- tes referencias explícitas e implícitas a Hume. No puede decir- se lo mismo a la inversa, puesto que Hume ya había compues- to casi todas las obras antes de que apareciera el primer libro de Smith. No obstante, sí publicó una crítica anónima de La teoría de los sentimientos morales nada más imprimirse. De re- sultas de la fama que reunieron en vida, muchos contemporá- neos documentaron anécdotas sobre ellos. Así pues, pueden en- contrarse comentarios y reminiscencias sobre su amistad en un puñado de fuentes, o bien de la época, o bien muy cercanas: la biografía de Smith de Dugald Stewart; la retahíla de escritos de James Boswell; la autobiografía del pastor moderado* Alexan- der Carlyle y el diario del dramaturgo John Home, que se mo- vían por los mismos círculos que Hume y Smith; la correspon- dencia privada de varios conocidos suyos; periódicos, críticas * Los moderados eran ideólogos de la Iglesia de Escocia que for- maron parte de la Ilustración, se opusieron al dogmatismo religioso y defendieron regirse esencialmente por las escrituras, tal y como hacía el luteranismo. (N. del t.) 20 DENNIS C. RASMUSSEN literarias y esquelas; además de las anécdotas recopiladas por Henry Mackenzie y John Ramsay de Ochtertyre, entre otros. Este libro recoge todos los testimonios disponibles para confec- cionar un retrato lo más fiel posible de su amistad.  Otra razón que podría explicar por qué el apego entre Hume y Smith no ha sido objeto de un análisis más profundo es que las amistades tienen menos alicientes que las riñas o desave- nencias. Los conflictos acarrean un gran dramatismo, y la bue- na camaradería no. Tal vez por eso no sea de extrañar que se hayan escrito tantos libros sobre pugnas filosóficas —solo hay que pensar en El atizador de Wittgenstein y El perro de Rous- seau de David Edmonds y John Eidinow, El gran debate de Yu- val Levin, The Best of All Possible Worlds de Steven Nadler, El hereje y el cortesano de Matthew Stewart, y La querella de los filósofos de Robert Zaretsky y John Scott, solo por citar algunos títulos recientes—, pero muchos menos sobre amista- des entre filósofos13. Incluso en las biografías de Hume se sue- le prestar menos atención a la amistad duradera con Smith que a la breve disputa con Rousseau, la cual, a pesar del sen- sacionalismo que espoleó, no fue ni de lejos tan crucial sobre su vida y pensamiento.  Aunque comprensible, este relativo desinterés por las amis- tades entre filósofos es una pena. La amistad se ha percibido siempre como un componente clave de la filosofía y de la vida filosófica, tal y como vemos al realizar una lectura somera de Platón o Aristóteles. El segundo es reputado por haber manifes- tado que la amistad es la única posesión de la que nadie prescin- diría si tuviera todas las riquezas del mundo, y Hume y Smith estaban claramente de acuerdo14. Hume sostenía que «la amis- tad es el máximo gozo para las personas», y Smith decía que el afecto y el cariño de nuestros amigos constituyen «la princi- pal fuente de la felicidad humana»15. Hume propuso inclusive un pequeño experimento mental para demostrar la hipótesis de IntroduccIón. MI querIdísIMo aMIgo 21 Aristóteles: «Imaginemos por un instante que todos los poderes y elementos de la naturaleza se conjuraran para servir y obede- cer a un solo hombre. Que el alba o el ocaso se produjeran a su orden, que los mares y ríos fluyeran a su total satisfacción y que la Tierra abasteciera espontáneamente todo lo que a él le convi- niera o apeteciera. Seguiría siendo un desgraciado hasta que no tuviera a alguien con quien compartir su felicidad, aunque solo fuera una persona… alguien de cuya estima y amistad pudiera disfrutar»16. La noción de la amistad también ejerce un papel bastante eminente en la Historia de Inglaterra de Hume. Según apunta una de las grandes especialistas en el autor, Hume en- tiende la «capacidad para hacer amigos […] como una prueba de fuego de nuestra personalidad»17.  Aristóteles clasifica las amistades en tres categorías: las que están motivadas por el interés, las que lo están por el placer y —las más nobles y raras de todas— las que lo están por la virtud o la excelencia. Smith hace una distinción similar en La teoría de los sentimientos morales, pero insiste en que la últi- ma es la única que «merece el sagrado y venerable calificativo de amistad»18. La relación entre Smith y Hume es un caso cuasi arquetípico de esta categoría, al tratarse de un vínculo estable, duradero y recíproco que surge, no solo del provecho que cada uno extrae del otro o del placer que obtienen en compañía, sino de la persecución coincidente de un fin honorable: en su caso, el entendimiento filosófico. Al examinar la relación personal e intelectual entre Hume y Smith, se puede extraer un punto de vista diferente sobre la amistad que el que irradian las obras de Platón, Aristóteles, Cicerón, Michel de Montaigne, Francis Ba- con, y otros19. Mientras que estos influyentes filósofos tendían a analizar el concepto de la amistad de forma abstracta —la fi- sonomía poliédrica de la amistad, sus raíces en la condición hu- mana, el nexo existente con el interés propio, el amor románti- co y la justicia—, al tomar el ejemplo de Hume y Smith vemos algo insólito, una amistad filosófica de muchos quilates en ac- ción: es decir, un estudio de casos. 22 DENNIS C. RASMUSSEN Puede que no haya ningún prototipo mejor de amistad en- tre filósofos en toda la historia occidental. De hecho, es difícil pensar en cuáles podrían ser los contendientes. ¿Sócrates y Pla- tón? Dado que se llevaban cuatro décadas de edad, es probable que la relación fuera más parecida a la de maestro y alumno, o quizá a la de mentor y protegido, que a una entre iguales. Y, en cualquier caso, la descripción de cómo fue su relación personal es exigua. Platón y Aristóteles, ídem. John Locke e Isaac New- ton se admiraban, pero no se puede decir que fueran amigos ín- timos. Martin Heidegger y Hannah Arendt tuvieron más bien una relación romántica (tormentosa) que una amistad, igual que Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir (con algo menos de melodrama). En cuanto a Michel de Montaigne y Étienne de La Boétie, Gotthold Lessing y Moses Mendelssohn, Jeremy Ben- tham y James Mill, G. W. F. Hegel y Friedrich Schelling, Karl Marx y Friedrich Engels, y Alfred North Whitehead y Bertrand Russell, la importancia de por lo menos uno de los componen- tes de la pareja es bastante inferior a la de Hume y Smith, tan- to en términos de impacto como de innovación. Sí se acercan bastante a su nivel Ralph Waldo Emerson y Henry David Tho- reau, si se les puede considerar filósofos y no escritores. Proba- blemente los principales rivales serían Erasmo y Tomás Moro, pero por la influencia y el peso de su pensamiento, muchos op- tarían por Hume y Smith20.  El contexto en que floreció la amistad entre Hume y Smith fue tan increíble como la amistad en sí misma. Cuando nacieron a principios del siglo XVIII, Escocia llevaba sufriendo miserias y plagas desde tiempos inmemoriales, además de estar sumida en la ignorancia y la superstición y padecer conflictos religiosos constantes y ocupaciones militares esporádicas. Según el pro- pio Hume, Escocia había sido durante mucho tiempo «tal vez la nación más vulgar de toda Europa; la más pobre, bulliciosa y agitada»21. Y, aun así, Hume y Smith fueron testigos de la lle- IntroduccIón. MI querIdísIMo aMIgo 23 gada de una emocionante nueva era de prosperidad económica y desarrollo cultural, un cambio tangible —y pasmoso— para la gente de la época. En 1757, Hume resumió de forma acerta- da la sensación al comentar a un amigo lo siguiente: «Es de lo más asombroso ver la cantidad de hombres brillantes que este país ha engendrado últimamente». Además, se pregunta: «¿No es extraño que, ahora que hemos perdido a nuestros príncipes, nuestros parlamentos, nuestro Gobierno independiente, e inclu- so la presencia de nuestra nobleza de alto copete, cuando esta- mos compungidos, cuando por culpa de nuestro acento y pro- nunciación hablamos un dialecto macarrónico… no es extraño, digo, que en estas circunstancias seamos el pueblo más excelso de Europa en términos literarios?»22. Dugald Stewart, el primer biógrafo de Smith, no daba crédito «del brote repentino de ge- nios en este país justo después del levantamiento [jacobita] de 1745, y que a un extranjero debe de parecerle surgido como por arte de magia»23. A comienzos del siglo XIX, Walter Scott recordó con nostalgia los días de Hume, Smith y sus compa- triotas, «cuando había auténticos gigantes en la Tierra»24. Los escoceses no fueron los únicos que repararon en este progreso. En 1776, Edward Gibbon, quizá el inglés más ilustrado de la época, admitió lo siguiente: «Siempre he mirado con respeto a la región norte de nuestra isla, donde el refinamiento y la filo- sofía parecen haberse refugiado huyendo del humo y las prisas de esta inmensa capital [Londres]»25.  Por lo común, la Ilustración escocesa se considera hoy una edad de oro intelectual a la altura del siglo de Pericles en Atenas, la pax romana de Augusto y el Renacimiento en Italia. Incluso existe un libro superventas titulado How the Scots Invented the Modern World,26 que explica cómo los escoceses moldearon el mundo moderno. Algunos de los humanistas más destacados, aparte de Hume y Smith, fueron Hugh Blair, Adam Ferguson, Henry Home (o lord Kames), Francis Hutcheson, John Millar, Thomas Reid, William Robertson y Dugald Stewart. Este rena- cimiento escocés también incluyó a científicos como el funda- 24 DENNIS C. RASMUSSEN dor de la geología moderna James Hutton, el químico Joseph Black y James Watt, reconocido por su máquina de vapor, y ar- tistas como el pintor Allan Ramsay, el dramaturgo John Home y el arquitecto Robert Adam. Todas estas celebridades eran co- nocidos de Hume y Smith, y se dejarán ver en nuestra historia. Los intelectuales escoceses, como a menudo se les denominaba, no eran pensadores desilusionados enfrentados a la clase domi- nante de la sociedad, como solía suceder con sus homólogos en Francia, sino que eran miembros muy admirados y comprome- tidos de sus comunidades. Salvo contadas excepciones —de las cuales Hume es la más ilustre—, todos tenían profesiones eru- ditas en la universidad, el ámbito judicial, la Iglesia o la medici- na. Tal vez esto provocó, en parte, que sus puntos de vista care- cieran del cariz subversivo tan conspicuo entre los philosophes parisinos. Así pues, la vertiente más radical del pensamiento de Smith y, en especial, de Hume destacaba más a primera vista27.  A mediados de siglo, aquella nación que había llegado al si- glo XVIII como una región fronteriza pobre y atrasada en la pe- riferia de Europa se había convertido en el centro neurálgico de la actividad intelectual. ¿Cómo lo hizo? Hubo varios factores: el sistema innovador de escuelas parroquiales, que había hecho de Escocia una de las naciones más alfabetizadas del mundo; las universidades de Glasgow, Edimburgo, Aberdeen y St. Andrews, que llegaron a estar entre las mejores de Europa; la aparición de múltiples clubs y grupos de debate; un sector editorial en auge; y los pastores moderados más progresistas que tomaron el ti- món de la Iglesia presbiteriana de Escocia28. Igual de relevante, o más, fue la unión de 1707, que formó la Gran Bretaña29. Es- cocia no había tenido un monarca propio desde la Unión de las Coronas en 1603, pero cuando su Parlamento se fusionó con el de Inglaterra a las puertas del siglo XVIII, la nación quedó to- davía más ligada a su poderoso vecino sureño. Esto auguraba una mayor seguridad y estabilidad, además de un acceso más amplio a los mercados de Inglaterra y sus colonias. Los esco- ceses renunciaron a buena parte de su poder político en virtud

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