Paul K. Feyerabend, uno de los filósofos más citados y polémicos de nuestra época, escribió esta autobiografia durante sus últimos meses de vida. Con la pasión, poder de convicción y, al mismo tiempo, desenfado de que dio muestras en tantos de sus escritos, Feyerabend rememora aquí su familia, el ascenso del nazismo, los años de guerra, el mundo teatral y musical que tanto amó, las mujeres de su vida, su educación e inclinaciones científicas, cómo llegó a convertirse en un filósofo de la ciencia, profesión que le llevaría a ocupar numerosas cátedras en Europa y Estados Unidos, o las relaciones que mantuvo con algunos de los intelectuales más importantes de nuestro siglo, entre los que se encuentran Bertolt Brecht, Ludwig Wittgenstein, Karl Popper o Thomas Kuhn. Completa el volumen una Introducción en la que José Manuel Sánchez Ron repasa la obra e ideas de Feyerabend, con la pretensión de facilitar su conocimiento a los lectores de esta apasionante, irónica y extraordinariamente honrada autobiografía. Paul Feyerabend Matando el tiempo Autobiografía ePub r1.0 Titivillus 25.10.15 Título original: Ammazzando il tempo (Un’ autobiografia) Paul Feyerabend, 1994 Traducción: Fabrián Chueca Retoque de cubierta: Titivillus Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 INTRODUCCIÓN José Manuel Sánchez Ron Paul Feyerabend fue —hay que emplear ya este penoso tiempo del verbo para referimos a él— uno de los filosófos de la ciencia más populares de las últimas décadas. Y no es difícil identificar la fuente última de su celebridad: la aparición de su ensayo, Against Method (New Left Books, Londres 1975)[1]. Recuerdo muy bien cuándo lo leí. En 1975 yo era becario de la European Space Research Organization en el King’s College de Londres, ubicado en el Strand, a apenas un centenar de metros de la London School of Economics. De vez en cuando pasaba por la librería de este célebre centro, en el que habían enseñado Popper, Lakatos, y con el que, como explica en estas memorias, también había estado asociado Feyerabend. En una de esas visitas —en abril— vi, entre las novedades, un pequeño libro blanco: Against Method. Por entonces ya había debido oír hablar o leer algo de su autor (mi ejemplar de Criticism and the Growth of Knowledge, que incluye un artículo de Feyerabend[2], lleva la fecha «Junio-74»), pero lo que sí es seguro es que compré su libro y lo leí en seguida. No soy un lector rápido, pero devoré aquel ensayo, tan vital, tan, en muchos sentidos, iconoclasta, tan rico en contenidos históricos y filosóficos, tan, por encima de todo, humano, con — para mí— inusitada rapidez. Constituía una corriente de aire fresco en las interminables —y pronto cada vez más aburridas— discusiones metodológicas del triángulo Popper-Kuhn-Lakatos. Puedo, por consiguiente, comprender muy bien el éxito de ese libro, inolvidable, aunque este adjetivo acaso no hubiese gustado a su autor. Un autor cuya humanidad le llevaba más allá de los con frecuencia terriblemente estrechos confines de «lo académico», de «lo intelectual». «Escribiendo y reescribiendo tediosos capítulos acerca de tediosas cosas —confiesa en estas memorias— malgasté un tiempo precioso que podía haber empleado en estar tumbado al sol, en ver televisión, en ir al cine o, acaso, en escribir algunas obras de teatro». Semejante desapego —que fue creciendo con el paso de los años, al igual que con el desarrollo de sus propias ideas filosóficas— por lo académico-intelectual-filosófico se manifiesta de diversas formas en esta autobiografía, que hoy, más de veinte años después de mi primer contacto con los escritos de Feyerabend, tengo el placer de introducir. Por un lado, nos encontramos con que llegó a la filosofía accidentalmente, leyendo a algunos de los filósofos que aparecían en los lotes de libros de segunda mano que compraba, buscando, sobre todo, novelas y obras de teatro. «Pronto me di cuenta —señala— de las posibilidades dramáticas del pensamiento y me fascinó el poder que los argumentos parecen tener sobre la gente». Eran éstas, en efecto, características muy adecuadas a una personalidad como la de Feyerabend, hasta el punto de que en ocasiones uno no puede evitar pensar que el filósofo Feyerabend no ha sido sino un actor que ha utilizado la filosofía —y la ciencia— para ejercitar sus virtudes dramáticas. Es evidente, sin embargo, que la física le interesó desde una edad bastante temprana, aunque se dio cuenta de que sus cualidades en este campo —al igual que en matemáticas— eran limitadas: «Me faltaba la capacidad de adivinar las ideas que había detrás de un cálculo complicado y tenía que volver a las explicaciones sobre las explicaciones una y otra vez, paso a paso, hasta que surgía alguna clase de significado». Por el contrario, parece que veía muchas más posibilidades en su capacidad musical. Y así, entre los recuerdos de su juventud de que nos hace partícipes, abundan los que se refieren a sus gustos musicales, a la instrucción vocal que recibió, o a las mujeres de las que se enamoró. Precisamente por esta prodigalidad que muestra con relación a lo humano, y a la parquedad que exhibe con sus intereses filosóficos, he creído conveniente, en esta introducción, tratar de exponer —recurriendo siempre que sea posible a sus propias palabras— algunas de sus contribuciones profesionales, al igual que referirme a aspectos de su carrera que él apenas toca aquí. La sinceridad que Feyerabend mostró a lo largo de toda su vida (una sinceridad que algunos confundirán con afán de protagonismo) se manifiesta a menudo en estas memorias. Como cuando se refiere a su relación y actuaciones durante la segunda guerra mundial. Es, en efecto, poco frecuente —y aleccionador a la hora de comprender parte de lo que ocurrió en Centroeuropa en aquella época — leer textos como el siguiente: «Gran parte de lo que sucedió sólo lo conocí después de la guerra… los acontecimientos de los que fui consciente, o no me impresionaron en absoluto, o me afectaron de una forma aleatoria. Me acuerdo de ellos, puedo describirlos, pero entonces no existía ningún contexto que les diese significado y ningún propósito por el que juzgarlos… Para mí, la ocupación alemana [de Austria] y la guerra que siguió fueron un inconveniente, no un problema moral, y mis reacciones tenían su origen en estados de ánimo y circunstancias accidentales, no en una actitud bien definida». Y más adelante: «Por aquella época consideré la posibilidad de incorporarme a las SS. ¿Por qué? Porque un hombre de las SS tenía un aspecto mejor y hablaba mejor y caminaba mejor que los mortales corrientes. La razón era la estética, no la ideología. Una fuerte corriente erótica oculta me impulsaba mientras discutía el asunto con otros soldados. A menudo me olvidaba de ponerme a cubierto durante los combates. La razón no era el valor —soy un gran cobarde y me asusto fácilmente—, sino la excitación». Aun siendo muchas y notables las diferencias que separan a Feyerabend de Ludwig Wittgenstein (que era judío), la lectura de las experiencias y reacciones de aquél durante la guerra, de su actuación militar, de su profunda ambivalencia ante todo lo que le rodeó entonces —y después—, inducen, a veces, a recordar al Wittgenstein de la primera guerra mundial, un Wittgenstein que, curiosamente, no sólo era también vienés, sino que se parecía incluso físicamente a Feyerabend (éste nació en 1924 y aquél en 1889)[3]. Aun cuando su idea inicial había sido «estudiar física, matemáticas, astronomía y continuar con el canto», una vez finalizada la guerra eligió historia y sociología. En su opinión, la física tenía «poco que ver con la vida real, mientras que la historia sí; la historia me permitirá comprender lo que acaba de suceder». Pronto se esfumaron sus esperanzas. Las clases que recibió eran espesas y académicas exposiciones de un pasado que para él estaba completamente muerto. Así que regresó a la ciencia, obteniendo una formación —algunos de cuyos rasgos menciona en su autobiografía— en la que predominaron aspectos que podríamos denominar clásicos, hecho éste que se percibe en muchos de sus trabajos sobre filosofía de la ciencia (de la física en particular) y que hay que tener en cuenta a la hora de entender sus posturas en dicho campo. Participando en diversos tipos de actividades culturales, también comenzó a introducirse en el mundo filosófico vienés. Por entonces (1948) escuchó por primera vez a Karl Popper, logrando atraer su atención. Al referirse a su encuentro con Popper, Feyerabend, habitualmente bastante reacio en estas memorias a ofrecer detalles concretos acerca de sus lecturas en filosofía de la ciencia (él, que a lo largo de toda su vida fue un ávido lector), da un dato que permite saber que por entonces ya había estudiado el clásico —y no demasiado fácil— texto de Hans Reichenbach Philosophical Foundations of Quantum Mechanics (University of California Press, Berkeley, 1944), lo que muestra que ya se interesaba por el análisis filosófico de la teoría cuántica, uno de los dominios en los que, como veremos, más se distinguió a lo largo de su carrera. Es interesante señalar que, de hecho, Feyerabend terminaría siendo muy crítico con los puntos de vista de Reichenbach. Así, una década después de su primer encuentro con Popper, publicó un artículo en el que criticaba la interpretación de la mecánica realizada por Reichenbach, al igual que el tratamiento que Hilary Putnam había efectuado de las ideas de éste[4]. Naturalmente, Philosophical Foundations of Quantum Mechanics aparecía de manera prominente en sus consideraciones en este artículo. Aun así, cuando se volvió a publicar el libro de Reichenbach en una edición en rústica, en 1965, se le pidió a Feyerabend que escribiese una reseña de él, lo que aprovechó para reiterar y elaborar sus opiniones críticas[5]. Por aquellos mismos años (1948-1952) también conoció a personajes como el citado Wittgenstein y Niels Bohr, el gran físico danés, autor (en 1913) del primer modelo atómico cuántico realmente satisfactorio, y uno de los principales promotores, a partir de hacia 1926-1927 (esto es, después de que Werner Heisenberg formulase el principio de incertidumbre), de la denominada «interpretación de Copenhague» de la mecánica cuántica, sobre la que elaboró con cierta frecuencia y no siempre claramente[6]. Leyendo sus recuerdos parece que ni el uno ni el otro le impresionaron demasiado (personalmente sobre todo), aunque, como tendré ocasión de señalar más adelante, estudió cuidadosamente los escritos de ambos, intentando ir con Wittgenstein a Cambridge, una vez que obtuvo su doctorado. Pero Wittgenstein murió y Feyerabend eligió ir a Londres, con Popper. En la capital británica, el interés principal de Feyerabend fue la interpretación de la mecánica cuántica; en particular, las ideas de John von Neumann y David Bohm, tal como éstos las habían expresado en sus respectivos libros: Mathematische Grundlagen der Quatenmechanik (Springer, Berlín, 1932) y Quantum Theory (Prentice-Hall, Englewood Cliffs, N. L, 1951)[7]. También se interesó por las ideas de Wittgenstein. Las relaciones de Feyerabend con Popper fueron razonablemente buenas al menos hasta 1953, cuando el autor de Logik der Forschung (1934) intentó que se le ampliase su beca. No lo logró, lo que le llevó a intentar conseguir fondos para que fuese su ayudante. Una posibilidad que no llegó a materializarse, ya que, tras una estancia en Viena, Feyerabend logró un puesto en Bristol. En estas memorias, Feyerabend no es muy explícito acerca de cómo evolucionaron sus relaciones con Popper. De comentarios aislados indirectos —habitualmente un tanto ácidos— se vislumbra que tales relaciones se deterioraron considerablemente. Por lo que yo sé, fue en el ámbito de los análisis filosóficos de la mecánica cuántica en donde surgieron las primeras desavenencias importantes entre ambos. Probablemente, el punto de partida de tales diferencias fueron dos artículos que Feyerabend publicó en 1968 y 1969, en los que se oponía con gran dureza a las críticas que Popper había realizado de las ideas de Bohr, por las que, como vimos, llevaba interesándose bastante tiempo[8]. Unas cuantas frases extraídas de la conclusión de este artículo sirven para dar idea de su contenido: «Resumiendo. La crítica de Popper de la interpretación de Copenhague, y especialmente de las ideas de Bohr, es irrelevante, y su propia interpretación es inadecuada. La crítica es irrelevante y descuida ciertos hechos importantes, argumentos, hipótesis, procedimientos que son necesarios para evaluar de manera adecuada la complementariedad, y porque acusa a sus defensores de “equivocaciones”, “confusiones”, “errores graves”, que no sólo no han cometido, sino frente a los cuales Bohr y Heisenberg han reclamado especial precaución»[9]. Desarrollando sus argumentos, Feyerabend rechazaba, la interpretación que Popper hacía del principio de incertidumbre, apuntaba que Popper estaba en realidad más cerca de Bohr, al que criticaba, que de Einstein, al que defendía, y adjudicaba al propio Bohr la paternidad de un instrumento lógico que Popper ha reclamado como suyo, y utilizado con profusión, las propensiones, señalando que fue «introducido por Bohr mucho antes de que Popper hubiese comenzado a pensar sobre el asunto»[10]. La respuesta de Popper a las acusaciones de Feyerabend fue bastante sumaria, y tardó bastante en aparecer. Lo hizo en uno de los «Postcripts» a La lógica de la investigación científica: Quantum Theory and the Schism in Physics[11], en donde reunió sus principales trabajos sobre física cuántica. Ahí, Popper se limitaba a objetar la interpretación que Feyerabend —al igual que otros (Mario Bunge y Max Jammer)— realizaba de la manera en que había utilizado la expresión «disposición [arrangement] experimental». «Mi utilización, bastante accidental, de esta frase… ha llevado a alguno de mis críticos a suponer que hablo de propensiones solamente con relación a situaciones experimentales preparadas por las personas. Y han concluido de esto que no he tenido éxito en mi intento de “conjurar el observador”; también, que mi teoría es esencialmente equivalente a la de Bohr»[12]. Con la expresión «conjurar el observador», Popper se estaba refiriendo, naturalmente, a sus esfuerzos de eliminar el papel —básico en la interpretación de Copenhague— del observador en el denominado «colapso de la función de onda», en donde el «acto de medida», esto es, la interacción «observador-aparato (clásico) de medida», «selecciona» una de las posibilidades cuánticas (estrictamente autofunciones). Pero los ataques de Feyerabend a Popper no se han limitado a la filosofía de la teoría cuántica. Del libro de éste, Objective Knowledge, ha escrito lo siguiente[13]: En una primera lectura, el libro de Popper causa una tremenda impresión. Esta impresión ha cegado a algunos de sus ya no demasiado perspicaces críticos. Pero véase las razones dadas y las doctrinas propuestas, considérese el progreso realizado en todos los campos, y especialmente en metodología, desde la publicación de la obra magna de Popper, considérense sus predecesores, tales como Mill y otros pensadores del siglo XIX, y uno se sorprenderá viendo lo difícil que es encontrar un argumento moderadamente aceptable, lo frecuentemente que afirmaciones bruscas, equivocaciones, cuestiones retóricas ocupan el lugar de un discurso racional, lo poco que se toman en cuenta descubrimientos más recientes y que poca diferencia existe entre las partes valiosas de este libro y las opiniones de sus predecesores. No nos alejamos demasiado de la verdad cuando decimos que con Objective Knowledge el programa de investigación de Popper ha entrado en una fase degenerativa. Volviendo de nuevo a Popper, una referencia de éste a Feyerabend se encuentra en la contestación a uno de los autores del volumen que Paul Schilpp preparó en su honor en la Library of Living Philosophers. El autor en cuestión es Henryk Skolimowski, quien planteó abiertamente el tema de los críticos a Popper que habían surgido del propio entorno de éste, indicando que treinta años después de haber desarrollado y formulado sus principales conceptos metodológicos y epistemológicos en oposición a la filosofía del Círculo de Viena, «Popper adquirió nuevos oponentes. Estos oponentes extrajeron su inspiración inicial de los trabajos de Popper, o, en cualquier caso, compartieron con él algunas suposiciones importantes sobre la naturaleza de la ciencia, que no compartían los empiristas lógicos. Pero fueron muy lejos en “subjetivizar la ciencia”. Por esta razón, Popper comenzó a desarrollar su filosofía en nuevas líneas para combatir el peligro del subjetivismo»[14]. Ante semejante alusión, Popper encontró «necesario defenderse de otros conceptos dinámicos de ciencia», señalando[15]: «En lo que se refiere a mi antiguo discípulo Feyerabend, no puedo recordar un escrito mío en el que yo hiciese referencia a alguno de sus escritos. Lakatos es un caso diferente. Él trabajó inicialmente en el campo de la historia y la filosofía de la matemática, y le he agradecido en varios lugares el haber aprendido algo de él, al igual que él ha reconocido haber aprendido de mí». La frialdad latente en las palabras de Popper es evidente. Durante tres años Feyerabend se vio inmerso —a su manera— en el ambiente intelectual (científico y filosófico) británico. En 1958 recibió una oferta de Berkeley para pasar un año, y el escenario cambió. De hecho, el año terminó convirtiéndose en un puesto permanente. Preguntándose el por qué de la oferta californiana, Feyerabend reflexiona en estas memorias acerca de las principales contribuciones que por entonces había hecho: «Mi labia fue sin duda importante, pero al parecer las pocas cosas que había publicado fueron aún más decisivas. Estaba mi mamotreto wittgensteniano. No lo había escrito para su publicación, sino sólo para aclarar mis pensamientos; pero Elizabeth Anscombe lo había entregado a una revista filosófica respetable, ésta lo había aceptado y el trabajo impresionó a algunas personas. Después, estaban los trabajos de un ámbito totalmente diferente: un ensayo sobre la prueba de Von Neumann, y otro sobre la teoría de la medida de Von Neumann. Ninguno era muy original ni especialmente profundo, pero ambos fueron leídos y comentados»[16]. Los trabajos a los que se refiere aquí Feyerabend —ya he aludido antes, de pasada, a alguno de ellos— son, probablemente: «Wittgenstein’s Philosophical Investigations», que escribió en 1952 y que Anscombe —junto a R. Rhees y G. H. von Wright, albacea del legado de Wittgensteín— tradujo al inglés[17]; «Eine Bemerkung zum Neumannschen Beweis»[18] y «On the quantum fheory of measurement»[19]. En «Eine Bemerkung zum Neumannschen Beweis», Feyerabend se adhería a la idea de que la «demostración» de Von Neumann, según la cual no es posible construir una teoría causal de la mecánica cuántica (utilizando variables ocultas), no se refería realmente a la mecánica cuántica, sino más bien a la teoría probabilista (o estadística) que subyacía en ella. Siguiendo una sugerencia de Popper, y razonando en base a consideraciones estadísticas, Feyerabend concluía que la pretendida demostración de Von Neumann era incorrecta[20]. Sin embargo, en «On the quantum theory of measurement», Feyerabend admitió que el análisis que había realizado en «Eine Bemerkung…» no era correcto[21]. El paso de Feyerabend de Bristol a Berkeley terminaría alejándole, no inmediatamente pero sí de manera definitiva, de la mecánica cuántica, llevándole a un campo, el de la metodología de la ciencia, con el que sin duda estaba familiarizado como antiguo «alumno» de Popper. Allí encontraría fama universal. En uno de sus artículos, una primera versión del cual presentó en marzo de 1967 en el seminario de Popper en la London School of Economics, Feyerabend ofreció algunos indicios de cómo tuvo lugar aquel cambio en sus intereses y pensamientos[22]: En los años 1960 y 1961, cuando Kuhn era miembro del departamento de filosofía de la Universidad de California en Berkeley, tuve la buena fortuna de poder discutir con él varios aspectos de la ciencia. Me he beneficiado enormemente de estas discusiones y he mirado a la ciencia de una forma nueva desde entonces. A pesar de que se dio cuenta del interés y la novedad del planteamiento de Kuhn, fue «incapaz, en general, de estar de acuerdo con la teoría de la ciencia que él proponía, y todavía estuve menos preparado para aceptar la ideología general que yo pensaba que formaba el trasfondo de su pensamiento. Esta ideología, así me lo parece, podría dar consuelo únicamente al más estrecho de miras y más engreído de los especialistas. Tendería a inhibir el avance del conocimiento. Y está destinado a aumentar las tendencias antihumanitarias que ya son un inquietante rasgo de la ciencia posnewtoniana». En estos puntos, sus discusiones con Kuhn no llevaron a ninguna conclusión. «A menudo, él interrumpía uno de mis largos sermones, señalando que lo había malentendido, o que nuestros puntos de vista estaban más próximos de como los presentaba yo. Ahora, volviendo la vista atrás hacia aquellos debates —muchos de los cuales llevábamos a cabo en el ahora difunto café Old Europe, en la avenida Telegraph, y que tanto divertían a otros clientes por su amistosa vehemencia—, al igual que a los artículos que ha publicado Kuhn desde que abandonó Berkeley, no estoy seguro que éste fuera el caso. Y me reconforta en mi creencia el hecho de que prácticamente todos los lectores de The Structure of Scientific Revolutions de Kuhn (Princeton, 1962) lo interpretan como lo hago yo, y que ciertas tendencias en la sociología y psicología modernas son el resultado de este tipo de interpretación». Uno de los puntos concretos en donde Feyerabend criticaba a Thomas Kuhn tenía que ver con la supuesta independencia de los distintos paradigmas, una de las tesis centrales de La estructura de las revoluciones científicas[23]. Así, en el artículo que acabo de citar, señalaba (p. 141) que «en el segundo tercio del siglo XIX existían al menos tres diferentes y mutuamente incompatibles paradigmas…: (1) el punto de vista mecánico que encontró su expresión en la astronomía, en la teoría cinética, en los diversos modelos mecánicos para la electrodinámica, al igual que en las ciencias biológicas, especialmente en la medicina (aquí la influencia de Helmholtz fue un factor decisivo); (2) el punto de vista conectado con la invención de una teoría del calor fenomenológica e independiente, que finalmente demostró ser inconsistente con la mecánica; (3) el punto de vista implícito en la electrodinámica de Faraday y Maxwell, que fue desarrollada, y liberada de sus concomitancias mecánicas, por Hertz». Tal hecho le permitía a Feyerabend concluir que «estos paradigmas diferentes estaban lejos de ser “cuasi-independientes”. Todo lo contrario: fue su activa interacción la que condujo a la caída de la física clásica. Los problemas que llevaron a la teoría especial de la relatividad no podrían haber surgido sin la tensión que existía entre la teoría de Maxwell, por un lado, y la mecánica de Newton, por otro». Un lector familiarizado con los escritos de Imre Lakatos, encontrará en las anteriores afirmaciones resonancias a las ideas que sobre metodología científica defendió el sucesor de Popper en su cátedra londinense[24]. Y ocurre que Feyerabend mostró siempre, efectivamente, un cierto respeto por Lakatos, de quien habla en estas memorias. En un ensayo que añadió al volumen segundo de sus Philosophical Papers, mencionó explícitamente este hecho[25]:
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