Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana Phoenician Seamen and Colonists codifying the African Atlantic Coast Fernando lóPez Pardo Publicado por primera vez en J. M. CaNdaU MoróN – F. J. GoNzález PoNCe – a. l. Chávez reiNo (coords.), Libyae lustrare extrema. Realidad y literatura en la visión grecorromana de África. Homenaje al Prof. Jehan Desanges, Sevilla, 2008, 25-51 A finales del segundo milenio y a principios del primero, 1 la creciente llegada por mar de gentes del Mediterráneo oriental a la fachada atlántica peninsular y a la marroquí supuso un cambio cualitativo importante. Los marinos del mar interior acopiaron y contrastaron información sobre el Océano, sus costas, las gentes que las habitaban y sus recursos y fueron forjando un imaginario atlántico que tuvo un impacto muy duradero en las mentalidades de griegos y fenicios, cuya nota más destacada era la imagen hostil de este mar, paulatinamente asociada a la idea de que atesoraba ex- traordinarias riquezas en ganados y metales. Riquezas más valoradas si cabe por la dificultad de acceder hasta ellas navegando en medio de múltiples peligros. Es indu- dable que los fenicios que transitaban esta línea de costa y los que se asentaron en ella fueron dando nombre primero a los accidentes geográficos más significativos y a los cauces fluviales de mayor caudal y naturalmente a sus nuevas factorías y colo- nias. El rastro de esas denominaciones aparentemente habría sucumbido, salvo casos excepcionales, ante la geografía griega y helenística referida a los confines, que ha- bría desarrollado una cartografía con denominaciones propias o a lo sumo de origen autóctono. Y si algo había quedado de la tradición fenicio-púnica, ésta desapareció tras la conquista y colonización romana. Sin embargo creemos que ello está lejos de ser cierto y, como veremos, los esfuerzos fenicios a la hora de nombrar y designar lugares iban encaminados a servir de referencia a los navegantes y en menor medida a insertar este paisaje en su imaginario mítico-religioso. Por otro lado, quisiera reseñar que este trabajo, así como muchos de los que he ve- nido haciendo en los últimos años, hubieran sido imposibles si no es a partir del ma- gistral análisis hermenéutico realizado por Jehan Desanges sobre los textos clásicos que recogen noticias sobre la costa africana. Además, no sólo sus publicaciones, sino 1 La redacción del presente artículo es resultado de los trabajos desarrollados en el ámbito del Proyecto de Investigación, subvencionado por el Ministerio de Educación y Ciencia en los planes de I+D, Náutica mediterránea y navegaciones oceánicas en la antigüedad. Fundamentos interdisciplinares (históricos, ar- queológicos, iconográficos y etnográficos) para su estudio. La cuestión de la fachada atlántica afrocanaria (HUM2006-05196), de la Universidad Complutense de Madrid. Gerión 193 ISSN 0213-0181 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 http://dx.doi.org/10.5209/rev_GERI.2015.49057 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana también su forma de trabajar y en ocasiones sus comentarios han guiado las empresas de algunos de nosotros. 1. Un nombre especialmente antiguo para el estuario del Lukos: lkš La ensenada de la embocadura del río Lucos debió ser punto de atraque repetido de naves del Mediterráneo oriental mucho antes de que se fundara un asentamiento per- manente en el fondo de la rada, Lixus. Vemos en el propio nombre de la colonia y del río que la acogió, Lkš, una fonética y un significado estrechamente vinculados con los términos que se refieren a “los confines” (lqṣm y lksm) en los textos ugaríticos del segundo milenio. Lqṣm y lksm constituían el escenario mítico confinal al que llegaba su deidad solar antes de emprender su “viaje nocturno”, una deliciosa pradera costera próxima al mundo de los muertos. Esta caracterización de los límites tiene muchos elementos comunes con los peírata gaíes homéricos, los confines de la tierra. Allí se encuentran prados idílicos próximos al profundo Tártaro. 2 Este escenario se co- rresponde puntualmente con el Jardín de las Hespérides que algunas fuentes clásicas sitúan en Lixus. Según esta tradición, que creemos heredada del mundo cananeo y fenicio, en dicho ámbito occidental también el sol abandonaba su carro y se instalaba en la copa que le llevaba placenteramente en su recorrido nocturno. Efectivamente, se trata de saberes compartidos cuya transmisión debió realizarse en los puertos del Egeo y los del Levante, jugando Chipre un papel importante para su mixtura. Por lo tanto, la frecuentación de los levantinos de la Edad del Bronce, que seguramente ya codificaron el paisaje extremo-occidental, propició que al fundarse Lixus fuera elegi- do el nombre que la vieja categorización mítica le había atribuido antes al lugar. Se explicaría así coherentemente la tradición lixita que hacía del santuario de Melqart al lado del Jardín de las Hespérides, en el estuario del Lucos, el más antiguo del Extre- mo Occidente, anterior al de Melqart de Gadir. 3 Hoy por hoy, Lixus parece ser el establecimiento fenicio más antiguo de la costa atlántica africana. La localidad ya tenía vocación urbana en el s. VIII a.C. cuando no antes, a fines del s. IX a.C., si extrapolamos a cronologías absolutas calibradas la datación de los materiales procedentes de los sondeos y excavaciones realizados en distintos lugares del hábitat. 4 Su considerable dimensión en época tan antigua permite incluir Lixus en el restringido grupo de ciudades fenicias de ese momento en el Extremo Occidente, un fenómeno urbano señalado por algunas fuentes 5 que con- trasta con el reducido tamaño de la mayoría de los enclaves fenicios de esa época. El análisis de las abundantes cerámicas hechas sin torno de las primeras unidades estra- tigráficas de los sondeos realizados en el yacimiento arqueológico, permite asegurar que el proyecto urbano fenicio de la extensa colina se realizó integrando población 2 Hom. Il. VIII, 477-481. 3 lóPez Pardo 2004-2005, 326-328. 4 haBiBi 1992; lóPez Pardo 2000. 5 Cf. Str. I, 3, 2. 194 Gerión 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana autóctona e indígenas traídos del sur de la península, quizás de la costa oriental de Andalucía y seguramente en régimen de dependencia. 6 Lixus fue desde esa época el gran centro regional de la fachada atlántica africana, atribuyéndosele una cierta equiparación con Gadir 7 y con Cartago, como señala ex- plícitamente Plinio refiriéndose a una época pasada. 8 Además del prestigioso y anti- guo santuario de Melqart que se encontraba en una isla del estuario, la ciudad contaba intramuros con un recinto sacro de grandes dimensiones a juzgar por los vestigios de época mauritana y romana hallados en la plataforma inferior de la colina. Aunque últimamente se ha dudado del carácter cultual de esta área, de debajo de uno de los edificios del cambio de era procede un ánfora R1 arcaica con un graffiti de contenido cultual o votivo y un pie de figura de terracota de presunto uso sacro, entre un con- junto muy homogéneo de materiales de la segunda mitad del s. VIII-inicios del VII a.C., hallados en el interior de una estructura que parece contemporánea, lo cual nos permite asegurar que la plataforma de los templos ya fue definida como un espacio de uso cultual desde época fenicia arcaica. 9 Como ya hemos señalado, las condiciones portuarias del golfo estuarino del Lu- cos eran excelentes y la ciudad contaba además con un embarcadero protegido por la propia colina del asentamiento, cuyas estructuras romanas son aún visibles. Ello convirtió el puerto en refugio y punto de partida para los barcos que se aventuraban en la navegación hacia el sur, fue así un lugar de memoria donde se debían conservar informaciones útiles de anteriores travesías. De alguna manera es reflejo de este papel el que Hanón, según su conocido Periplo, llevara en sus naves a algunos lixitas con el fin de que le sirvieran de intérpretes y que, a la postre, fueran los que iban indicando los nombres de los parajes que visitaban. 2. Los eremboi visitados por Menelao, habitantes del “monte de las viñas” Tras el conflicto troyano, el príncipe Menelao, después de un recorrido perfectamente coherente que le conduce primero a Chipre, después a Fenicia y más tarde a Egipto, relata que sus naves le llevaron hasta los etíopes, los sidonios, los erembos y Libia, 10 para después arribar a la isla de Faros, frente a Egipto. 11 Desde la Antigüedad es muy poco lo que ha podido afirmarse con seguridad sobre el lugar donde habitaban los erembos, pues excepto los comentarios a este pasaje de la Odisea, este etnónimo no es recogido en fuentes antiguas. También muy inciertas han sido las reconstrucciones del itinerario que las naves de Menelao realizaron su- puestamente tras abandonar Egipto. 6 lóPez Pardo – sUárez Padilla 2002, 118-123. 7 Str. XVII, 3, 2. 8 Plin. Nat. Hist. V, 2, 4. 9 lóPez Pardo – rUiz CaBrero 2005. 10 Hom. Od. IV, 81-84: “De cierto yo sé que sufrí grandemente, que he pasado ocho años errante en mis naves, llevado ya a las costas de Chipre y Fenicia, ya a tierras de egipcios; que llegué a los etíopes, sidonios y erembos y a Libia” (trad. de Pabón en Fernández Galiano – Pabón, 2000). 11 Hom. Od. IV, 351-359. Gerión 195 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana Estrabón 12 parece preferir la interpretación de los erembos como árabes, aunque considera la corrección realizada por Zenón del texto odiseico, de !Eebn por %ς, 13 superflua, al creer que el nombre antiguo recogido en la Odisea habría sufrido consecutivas alteraciones. Siguiendo a Posidonio reconoce un aire de familia tanto étnica como de nombre entre armenios, árabes y erembos, considerando este úl- timo un epíteto particular que habría servido a los antiguos griegos para designar a los árabes. De tal manera que erembos procedería de %en ejbjen (“penetrar”, “ha- bitar bajo tierra”), calificativo que habría sido cambiado posteriormente por el más explícito de Tgl, utilizado, según sigue diciendo el autor, para designar a los árabes instalados entre Egipto y Etiopía. 14 La Periegesis de Prisciano 15 insiste en situar los Erembi mencionados en la Odisea en el país de los etíopes, en tierras de Egipto. Por su parte nos dice Estrabón 16 que él mismo pudo recoger de la obra Sobre los viajes de Menelao del gramático alejandrino Aristónico todas las hipótesis sobre este viaje, que el autor ofrece de forma resumida. 17 Entre ellas destaca por innecesaria según Estrabón aquella “de los que afirman que navegó hasta Etiopía unos conducen su periplo a través de Gadeira hasta la India, conciliando la duración del viaje con el tiempo que indica diciendo «volví en el octavo año»”. 18 Sería Crates de Malo (s. II a.C.) quien habría hecho esta propuesta, 19 modificando Erembous por Eremnous (referido a la tez oscura) y considerando que se refiere a habitantes de la India. 20 Estrabón, sin embargo, aparenta cambiar de opinión en el libro III y deriva el viaje de Menelao hasta el Extremo Occidente, 21 considerando que el autor de la Odisea tuvo conocimiento de su expedición y de las de Diomedes, Odiseo y otros muchos a estos parajes. A no ser que tuviera en mente que después de traspasar las Colum- nas las naves del héroe habían circunnavegado África hasta el país de los etíopes orientales. 22 Quizás su convencimiento de la deriva de los barcos de Menelao hasta el Extremo Occidente proceda de otros versos homéricos en los que Néstor refiere que Menelao “llegó hace poco del extraño país desde donde nunca espera volver hombre alguno una vez que le arrastran a través de aquel piélago inmenso los raudos ciclones”. 23 Unos versos que claramente parecen remitir al Océano en su parte occi- dental. Un dato quizás relevante es que las naves de Menelao difícilmente pudieron 12 Str. I, 2, 34. 13 heUBeCK – West – haiNsWorth 1988, 198. 14 Ya en I, 1, 3 Estrabón adelanta su preferencia por considerar a los erembos como trogloditas árabes situándolos en un contexto oceánico. 15 Priscilian. Perieg. 170; 890; 896. 16 Str. I, 2, 31. 17 Kidd 1988, 953. 18 Str. I, 2, 31. Trad. THA IIB, 635-636. 19 Str. I, 2, 35. 20 Str. XVI, 4, 27. desaNGes 1978, 82, n. 282; THA IIB, 635. 21 Str. III, 2, 13. 22 Lo que recordaría mucho la propuesta de Crates de Malo. 23 “Mas con todo te exhorto a que vayas al gran Menelao, que hace poco llegó del extraño país desde don- de nunca espera volver hombre alguno una vez que le arrastran a través de aquel piélago inmenso los raudos ciclones. Ni a las aves se ve que lo crucen de nuevo en el año, que en verdad es ingente y temible” (Hom. Od. III, 317-322). 196 Gerión 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana llevarle directamente desde las aguas del Mediterráneo al Mar Rojo y al país de los etíopes orientales, pues sobre el carácter exclusivamente naval de su expedición no caben dudas en el texto odiseico, 24 ya que son sus naves las que les hacen errar desde Chipre hasta los etíopes, sidonios, erembos y finalmente Libia. Quizás el escollo que debió parecer más destacable para proponer un viaje sólo al Extremo Occidente fuera la mención de los etíopes, pero el autor de la Odisea era consciente de que los etíopes habitaban tanto el extremo suroriental de África como el confín de Occidente, “Mas el dios (Posidón) se marchó donde los etíopes lejanos, los etíopes repartidos en el confín del género humano, en su doble dominio, unos hacia el poniente, los otros hacia la aurora”. 25 Residían, pues, por debajo de Libia en los extremos africanos del recorrido solar, por ello su referencia a los etíopes no por fuerza debe imaginarse en el ámbito oriental. Con posterioridad son numerosas las referencias a poblaciones melanodermas sitas en la costa atlántica africana que pertenecen a un reconocimiento empírico y no pura invención, según vemos por la insistencia en los textos y lo preciso de su localización. Entre los distintos autores antiguos que mencionan a estos etíopes de Occidente, cabe destacar al Ps.-Escílax, 26 que describe a los etíopes “sagrados” que viven frente a la isla de Kérnē, que debían tener una localización no muy alejada de la isla de Mogador (vid. infra). Según el Periplo de Hanón 27 etíopes nada hospitalarios habitaban una zona hacia el sur que frecuentaba el pueblo que ocupaba las orillas del río Lixos (Lukkos). Los etíopes Hesperii (occidentales) fueron objeto de atención para Eratóstenes (s. III a.C.) 28 y Estrabón localizaba su país en la costa por debajo de Maurousia y contra ellos inter- vino el rey mauritano Bogo. 29 Por su parte, Plinio, 30 además de referirse también a los etíopes Hesperii , a dos días de navegación a lo largo de la costa desértica, a partir de una isla llamada Atlantis, enfrente del Atlas, consideraba etíopes a los Nigritae y los Pharusii 31 y habla de los etíopes Daratitae, situados al borde del mar 32 en torno al uadi Draa. 33 Por su parte Tolomeo menciona con cierta profusión tribus de la costa atlántica africana a las que aplica el epíteto “etíopes”, como los Leukaethiopes al norte del Draa, que habitaban seguramente la llanura de Marrakech 34 y los etíopes Nigritae 35 al norte del Nigeir. 36 24 Hom. Od. IV, 82. 25 Hom. Od. I, 22-26. 26 Ps. Scyl. CXII. 27 Hano 7. 28 Str. XVIII, 3, 8. 29 Str. XVII, 3, 5. 30 Plin. Nat. Hist. V, 16. 31 Plin. Nat. Hist. V, 10. 32 Plin. Nat. Hist. V, 43. 33 desaNGes 1962, 213 y 227; Plinio menciona también a los etíopes Perorsi, que según el autor tocan el Océano en el límite de la Mauritania (Plin. Nat. Hist. VI, 195), a quienes por localización y nombre quizás haya que identificar con los Pharusii (desaNGes 1962, 212 y 233). 34 Ptol. IV, 6, 6. desaNGes 1962, 16. 35 Ptol. IV, 6, 3. 36 desaNGes 1962, 207. Gerión 197 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana Tolomeo sitúa los etíopes Hesperii al sur de los Ikthyophagi, ribereños del gran golfo del Océano occidental, también llamado Hesperios, 37 el cual parece comenzar en el promontorio jssn 38 o Jsen, 39 al que se refiere más adelante como un macizo montañoso: Jssn j. 40 Precisamente Plinio 41 designa como por- tus Rhysaddir 42 la que debía ser una bahía cerca de la actual Agadir, quizás confor- mada por el estuario del río Sous sin sus aportes aluviales recientes y protegida por el gran promontorio del cabo Ghir, contrafuerte del Alto Atlas. El portus del r’š’dr (*Ruš-addir) sería naturalmente el fondeadero del “cabo imponente”. 43 Toda esta información permite delimitar un vasto territorio en el que habitaban pueblos denominados etíopes en la Antigüedad, entre el uadi Tensift con la llanura de Marrakech por la que discurre, el Alto Atlas y las tierras desérticas por las que fluye el uadi Draa. No habría pues ninguna dificultad en situar la visita a los etíopes, sidonios y er- embos más allá de las Columnas de Heracles, como ya vio W. von Soden, 44 que muy acertadamente identifica a los Sn de Od. IV 83 como los fenicios del Oeste y los Eremboi como pueblos occidentales autóctonos. Con la idea de que su nom- bre habría derivado de Érebo, término usado con frecuencia para referirse al mundo infernal del Ocaso, al parecer derivado del hebreo ‘æræb, “tarde, atardecer”. 45 Sin embargo puede parecer chocante que el autor de la Odisea, buen conocedor del tér- mino Érebo, 46 hubiera nombrado a los habitantes de sus proximidades, los supuestos erembos, haciendo irreconocible la relación entre ambos términos. Creemos que en la Odisea pudo ofrecerse un recorrido menos fantasioso y menos alejado de la realidad geográfica conocida en los siglos IX y VIII a.C. del Extremo Occidente. Si, como acabamos de ver, la referencia a los etíopes y sidonios de más allá del estrecho parece perfectamente coherente, no tendría por qué no serlo para los erembos. Aunque Posidonio, según recoge Estrabón, 47 propone corregir Erembous en Aram- bous simplemente para apuntalar una relación con los arameos y los árabes, 48 es posible que su estancia en Gades ca. 135-50 a.C. recogida en su desaparecido tratado Sobre el Océano 49 y comentada por Estrabón, le hubiera permitido recordar el nom- 37 Ptol. IV, 6, 1. 38 Ptol. IV, 6, 2 (edición de Müller 1883-1901); transcrito por Roget 1924: Pointe d’Oussadion. 39 Este último según uno de los mejores manuscritos (desaNGes 1978, 138; liPiNsKi 2004, 467. 40 Ptol. IV, 6, 8. 41 Plin. Nat. Hist. V, 9. 42 Portum rhysaddir A : rhisaddir F3 risardir DChFEaCCoX risardis R adir F1 (desaNGes 1980, 49). 43 lóPez Pardo 2007, 138; la traducción sería “cap puissant” (desaNGes 1978, 135), “cap (du) Puissant” (liPiNsKi 1992) o volviendo a la tesis tradicional: “Powerful Cape” (liPiNsKi 2004, 466). 44 voN sodeN 1959. 45 JeNNi 1978-1985, col. 977; “evening” (hoFtiJzer – JoNGeliNG 1995, 886), que en púnico pudo tener una evolución semántica referida a “desolation” (‘rbh Pún; halFF 1963-1964, nº 51, 3). 46 “A las sombras de ocaso y el Érebo” (Hom. Od. XII 81). 47 Str. I, 2, 34. 48 Kidd 1988, 955. 49 THA IIB, 554. 198 Gerión 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana bre de la colonia de Arambys citada en el Periplo de Hanón. 50 Una de las cinco cuya fundación atribuye al cartaginés el autor de la obrita y que fueron supuestamente emplazadas en la exigua franja costera comprendida entre el cabo Espartel y Lixus. Ello nos pone tras una pista bastante segura. Evidentemente el texto odiseico no pudo remitir al nombre de la colonia hanoniana localizable en este paraje cercano al cabo Espartel, incluso en el caso de que la supuesta fundación cartaginesa no fuera más que una simple apropiación literaria del nombre de un asentamiento fenicio an- terior. El nombre de Arambys parece tomado de un topónimo semita más antiguo que se refiere al entorno geográfico del cabo Espartel que sería conocido como har ‘anbin o mejor har ‘anbi, como ya propuso en su día S. Bochart. 51 El término hr “monte” aparece documentado en distintas lenguas semíticas desde el ugarítico, 52 pasando por el hebreo 53 y naturalmente en fenicio-púnico, donde hr tiene el significado de “montaña(s)”, “país de las montañas”. 54 Por su parte ‘nb se documenta en hebreo y arameo con el significado de “grape”. 55 En fenicio, a pesar de que quienes han tratado el tema no lo han encontrado, aunque consideran muy proba- ble su presencia, 56 creemos que se halla atestiguado formando parte de algún nombre teóforo como ‘NBTB‘L (“Baal is my ‘fruit”). 57 Es segura tanto la validez de la ubicación como la reconstrucción del nombre se- mita y su propio significado en relación con las uvas o las viñas, ya que los griegos conocían el cabo Espartel como Ampelusia, “de las viñas”, como recoge Plinio. 58 Pomponio Mela, 59 que era natural de la región, nos lo confirma al señalar que si bien los griegos lo llaman Ampelusia, los africanos en su lengua lo llamaban con un térmi- no equivalente, por lo que habría que entender que las gentes del país, púnicoparlan- tes, lo designarían precisamente har ‘anbin o har ‘anbi. El har ‘anbin o har ‘anbi hay que identificarlo pues con el yébel el Quebir, el mon- te que conforma el promontorio costero del Espartel y que cae en pendiente sobre la bahía de Tánger. 60 El cabo era conocido entre los fenicios con el nombre de Soloeis 50 Hano 5. Según GaNGUtia (THA IIA, 33, n. 68), la lectura JAb que da Posidonio tiene que ver con la colonia de Arambys. 51 BoChart 1646; CarCoPiNo 1949; reBUFFat 1976, 145-146. 52 olMo lete – saNMartíN 1996, 168. 53 stolz 1978-1985, col. 688. 54 KrahMalKov 2000, 161. 55 En inscripciones arameas aparece también ‘nby’ (plural enfático) “produce in general”, en Nisa-b 812,1 prob. “some produce of the wine” (según hoFtiJzer – JoNGeliNG 1995, 874). 56 reBUFFat 1976, 150, n. 33. 57 KrahMalKov 2000, 161. liPiNsKi (2004, 447) considera naturalmente que es un nombre fenicio *har ‘anbi y lo traduce directamente como “Mount of the wine”. 58 Plin. Nat. Hist. V, 2. 59 Mel. I, 5. 60 Una prueba adicional para identificarlo con el cabo Espartel procede de un portulano griego del siglo XVI en el cual dicho promontorio es denominado Arampe (CarCoPiNo 1949; reBUFFat 1976, 143). Gerión 199 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana Fig. 1. Esquema del viaje de retorno realizado por Menelao. (peñón), 61 señalado como el extremo de África por Heródoto 62 y por el mismo Periplo de Hanón (Fig. 1). 63 Cabe pues identificar a los erembos odiseicos con los habitantes del har ‘anbin o har ‘anbi, los pobladores de la región tangerina de comienzos de la Edad del Hie- rro, unas gentes que conocemos bien a través de sus necrópolis. 64 Sus tumbas, de tipología inexistente en el resto de África, son cistas trapezoidales compuestas por grandes placas de piedra, en las que se depositaron inhumaciones individuales o, a lo sumo, dobles, donde los cadáveres aparecen en posición de decúbito lateral flexio- nado, a veces con restos de ocre rojo como en la necrópolis de Mries. 65 Este tipo de enterramiento sobre el que se extiende la influencia fenicia y púnica a través de la deposición de ciertos elementos del ajuar funerario y mediante la incorporación de ciertas creencias sobre el Más Allá, 66 hunde sus raíces en la Edad del Bronce, con claras concomitancias con las tumbas de finales del II milenio a.C. del sur peninsular, con el que mantiene fluidas relaciones la región tingitana, como mostraría el hallazgo 61 Soloeis es un término fenicio común para designar cualquier saliente rocoso, pues su significado es precisamente ése: “peñón” o “saliente rocoso”. Soloeis es el nombre semita de una localidad de Sicilia junto a un pequeño cabo, no lejos de Panormos (act. Palermo). También el nombre de la localidad de Sala (Rabat, desembocadura del Bou Regreb) está emparentado con el mismo término. 62 Hdt. II, 32; IV, 43. 63 Según el Periplo (2), después de haber navegado dos días más allá de las Columnas, fundaron una pri- mera ciudad, que llamaron Thymiaterion, a cuyo pie se encontraba una gran llanura. A continuación, siguiendo hacia poniente, llegaron al cabo Soloeis, promontorio de Libya cubierto de árboles. A partir de allí, y según in- dicación del Periplo, cambiaron el sentido de la navegación en dirección opuesta. El escenario descrito por el Periplo permite afirmar claramente que Thymiaterion corresponde a Tingi, con su amplia llanura, y el cabo So- loeis al Espartel, la punta noroccidental de África, que hoy como en el pasado permanece cubierto de árboles. 64 PoNsiCh 1967; Id. 1968; Id. 1970, 67-168. 65 JodiN 1964, 22. 66 lóPez Pardo 1990, 23-26; KBiri alaoUi 2000. 200 Gerión 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana Fig. 2. Región de Tánger. Necrópolis de la I Edad del Hierro. de algunos objetos metálicos, una punta de flecha en espiga y una pequeña hoja de alabarda de la necrópolis de Mers, seguramente de carácter no utilitario claramente adscrita al tipo Carrapatas. 67 La extensión de este tipo de enterramiento no es dema- siado amplia, alcanza el río Lucos por el sur y el uadi Lau por el este. 68 La forma de las tumbas y los objetos metálicos hallados en los ajuares funerarios, permiten asegurar que el grupo cultural tingitano se encuentra especialmente integrado en las relaciones atlántico-mediterráneas y euro-africanas ya desde la segunda mitad del segundo milenio a.C. (Fig. 2). 69 De todo ello se pueden extraer varias conclusiones. Por un lado, efectivamente pa- rece bastante razonable que los sidonios que menciona después de los etíopes y antes de los erembos tenían una localización occidental, más si cabe por el simple hecho de que poco antes menciona en su recorrido Chipre, Fenicia y los egipcios, por lo que forzosamente deben tener un emplazamiento distinto. Los sidonios se deben identifi- car en este contexto y por oposición a la mención de Fenicia en el verso anterior con la diáspora tiria o tirio/sidonia del Extremo Occidente. Ello conduce inevitablemente 67 Sobre esta pequeña alabarda han tratado: PoNsiCh 1970, 50 y 55; oNrUBia 1988, 162; soUville 1968, 290. 68 Tumba de Alí Thalat (qUiNtero ataUri 1940-1941, 563-564.). 69 lóPez Pardo 2000, 17-18. Gerión 201 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224 Fernando López Pardo Marinos y colonos fenicios codificando la costa atlántica africana a considerar que, si bien los testimonios sobre los fenicios en el texto odiseico se pue- den inscribir en una amplia horquilla cronológica –ss. XII-VIII a.C.–, la referencia a la presencia estable de los “sidonios” en el Extremo Occidente permite relacionarla con una fecha relativamente baja, más próxima al momento de fijación del poema, 70 mejor que a la época de la que se evocan los hechos, pues se refiere claramente a un tiempo en el que la colonización fenicia es firme en el Extremo Occidente. 71 Por otro lado su presencia intercalada entre etíopes y erembos prefigura claramente la costa atlántica de Marruecos colonizada por los fenicios, donde Lixus aparece, como he- mos destacado antes, como una fundación especialmente antigua. No obstante, cabe incluir incluso en el imaginado viaje de Menelao a los fenicios situados en la orilla gaditana y onubense, dado que los erembos que visita finalmente se encuentran en la boca oceánica del estrecho. No menos relevante es el hecho de que el etnónimo erembos fuera el calco griego de una denominación semita, lo que permite asegurar que fue a través de la diáspora fenicia del Extremo Occidente como trascendió a la Odisea. 3. Del har ‘anbin a Lixus a) ¿Un santuario fenicio en el cabo Espartel? El Ps.-Escílax 72 señala la existencia de un altar de Posidón sobre la extremidad del promontorio Soloeis, en un párrafo de difícil lectura en el que C. Müller 73 lee eglpep (magnífico?) en lugar de eg. Pn, una alusión a “castigo”, “venganza”. 74 En dicho altar, en cuya descripción se detiene el autor del periplo, aparte de leones y delfines, estaban grabadas efigies humanas. Por su parte, el Periplo de Hanón 75 señala en el mismo promontorio Soloeis la existencia de un Psen Jen, un lugar sagrado de Posidón, que, como es habitual en el relato, es una más de las numerosas obras del cartaginés. La caracterización histórica de este lugar sacro plantea problemas de toda índole. Empezando por su propia localización, pues hasta el momento presente no se ha hallado ningún vestigio de este supuesto lugar de culto. No es posible localizarlo en la extremidad del cabo Espartel, donde lo sitúa el periplo hanoniano, pues se trata de un lugar de difícil acceso y donde es imposible atracar las naves. 76 Tampoco es nada fácil insertar estas dos noticias en la realidad cultual de 70 La datación de la obra homérica en el s. VIII está siendo cuestionada por la investigación, y no sólo no se remite en muchos casos al siglo VIII, sino que se apunta a veces a un período posterior: s. VII e incluso el VI (siGNes Codoñer (ed.) 2004, 362). 71 Aunque la identificación como sidonios de los habitantes de la costa libanesa sea tanto válida para el final de la Edad del Bronce como para el Hierro antiguo (BelMoNte 2002, 13). 72 Ps. Scyl. 112. 73 GGM I. 74 Bwmov meg. poinhv: posidwno cod. (cf. desaNGes 1978, 412). 75 Hano 3. 76 El altar habría que buscarlo no en la extremidad del cabo, donde es imposible atracar, sino algo más al sur, cerca de las playas del Ras Achakar-Cotta, donde antaño se localizaron varias tumbas púnicas de cámara de los siglos VI-V a.C. 202 Gerión 2015, Vol. 33, Nº Esp. Abril, 193-224
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