Petrarca, Bruni, Valla, Pico della Mirándola, Alberti MANIFIESTOS DEL HUMANISMO < - v .‘ íV e x o P E N Í N S U L A Humanismo y humanidades son todo conocimiento y el papel de la términos de actualidad, pero el ori educación. Además, estos Manifies gen de los conceptos a los que re tos del humanismo, inéditos hasta la miten se encuentra en la Italia del fecha en lengua castellana y tradu siglo xiv. Allí y entonces nace un cidos con aseo y escrupulosidad movimiento de renovación cultu por María Morrás, nos muestran ral, el humanismo, que inaugura la la personalidad, afable o arrogante, Edad Moderna y cuya huella aún vanidosa o sencilla, atormentada es visible en numerosos dominios o de convicciones sin ñsuras, pero de la civilización europea. Carac siempre singular, de sus autores, teriza a los primeros humanistas, esos grandes hombres con los que que escriben con la pretensión de nace el individualismo y una nueva incitar a la adopción universal manera de pensar el mundo. de los studia humanitatü, un optimis mo reivindicativo que dice tanto 1.a selección, la traducción, la pre de la confianza de una época en el sentación y el epílogo de estos Ma poder transformador de las huma nifiestos del humanismo son obra de nidades, como de la seguridad de María Morrás (Madrid, 1962), pro sus autores en su propia valía para fesora de literatura española y eu cambiar la sociedad. Por todo ello, ropea en la Universidad Pompeu muchos de los opúsculos, literarios Fabra de Barcelona, que se ha inte o no, escritos en la Italia del cua resado por la presencia de la tradi trocientos pueden considerarse ción clásica en España, en especial auténticos Manifiestos del humanis por la influencia de Cicerón a tra mo. Ofrecemos aquí algunos de los vés de sus primeras traducciones al más representativos, escritos por castellano y por cuestiones relativas las figuras más descollantes del pri a la cultura literaria del siglo xv. mer humanismo, desde Petrarca, Actualmente prepara una edición guía y maesuo de todos los huma de la poesía de Jorge Manrique y de nistas, hasta Alberti, el primer hom un nuevo testimonio de la Danza de bre universal del Renacimiento. la muerte, así como un libro sobre el En todos esos textos, pese a la di empleo de herramientas electróni versidad de cuestiones que tocan, se cas para la elaboración de edicio aprecia la atención preferente por nes críticas. el lugar del hombre en el univer so, la relación entre la realidad y su Ilustración de la cubierta: Miguel Ángel, El materialización en el lenguaje, el pnfein Xamrías. Fresco. Capilla Sixtina (de- lenguaje como puerta de acceso a talle) (Rom»), Petrarca, Bruni, Valla, Pico della Mirándola, Alberti Manifiestos del humanismo SELECCIÓN, TRADUCCIÓN, PRESENTACIÓN Y EPÍLOGO DE MARÍA MORRÁS EDICIONES PENINSULA 2000 BARCELONA • Primera edición: enero del 2000. © de la selección, la traducción, la presentación y el epílogo: María Morras Ruiz-Falcó, 2000. © de esta edición: Ediciones Península s.a., Peu de la Creu 4,08001 -Barcelona. E-MAIL: [email protected] internet: http://www.pcninsulaedi.com Diseño de la cubierta: Lloren; Marques. Fotocompuesto en V. Igual s.I., Córsega 237, barios, 08036 Barcelona. Impreso en Romanyá/Valls s.a., Pla;a Verdaguer 1,08786 Capellades. depósito legal: b. 45.208-1999. isbn: 84-8307-240-8. 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MANIFIESTOS «Los que abrevian los textos ofenden el saber y el amor por ellos», escribió Leonardo da Vinci (1452-1519). No dice nada quien ha sido considerado la figura más repre sentativa del hombre universal del Renacimiento acerca de las antologías que recogen escritos enteros de diversos autores. Difícilmente podría ser de otro modo, pues sus Cuadernos, al comienzo de los cuales figura esta sentencia, no son sino una serie de apuntes, pensamientos fragmen tarios dispuestos sin orden ni concierto, temático o crono lógico, cuya unidad solo es perceptible para quien se toma la molestia de leer, con sosiego pero sin pausa, el más de millar de páginas que ocupan en la edición moderna. Otro tanto podría decirse del conjunto de su obra, que abarca manifestaciones en el campo del pensamiento, el arte (la pintura, la escultura y la arquitectura), las ciencias natura les (la anatomía humana y la botánica) y la física (la mecá nica, la hidráulica). Pero bajo tanta diversidad yacen un método y una inquietud intelectual común, esa perspecti va crítica y ese vincular el saber a las necesidades de la so ciedad que promovió el humanismo. Leonardo es quizás el más conocido, pero no fue el primero ni el único huma nista en desplegar actividad tan variada y, en apariencia, tan dispar. Sin traspasar los límites del siglo xv, Leonardo 9 MARÍA MORRAS Bruni desempeñó una activa carrera política, tradujo a Aristóteles directamente del griego, estableció las bases de la historiografía moderna y escribió varias obras de conte nido literario; León Battista Alberti, además de pensador y autor en latín e italiano, ejerció de matemático, pintor y arquitecto, sobre los que escribió tratados teóricos que transformaron profundamente la práctica en estos cam pos; Lorenzo Valla, por su parte, polemizó sobre cuestio nes de gramática, teología y derecho. La lista podría alar garse, pero basten estos tres nombres como muestra de cómo los humanistas consideraron que podían opinar so bre todos los dominios del saber humano. Cierto es que la depuración y la interpretación de textos, una actividad que identificamos hoy con una especialidad, las humanidades o más propiamente la filología, constituye la base del hu manismo. Sin embargo, los humanistas proclamaron su legítimo derecho a extender sus indagaciones a campos ajenos y se defendieron con uñas y dientes frente a las acusaciones de intrusismo de juristas, filósofos y teólogos. Puesto que todo el conocimiento se transmitía mediante la palabra, el método crítico que propugnaban resultaba de hecho un método universal, que podía aplicarse a cual quier cuestión relativa a la autenticidad y la interpretación de textos clásicos, es decir, prácticamente a todas las disci plinas. Esta consideración, según la cual el humanismo fue ante todo un modo crítico e histórico de examinar el saber, aclara también que no pueda hablarse de una filosofía o in cluso de un pensamiento único en el seno del humanismo. Así, hay humanistas aristotélicos y humanistas platónicos, humanistas escépticos o profundamente religiosos, huma nistas republicanos y monárquicos, satíricos y moralizan tes. Por ello, para hacerse una idea mínima de cuáles eran las ideas de los humanistas y por qué eligieron expresar su pensamiento de modo literario, huyendo de su presénta lo PRESENTACIÓN ción sistemática, no basta con acercarse a un autor. Es im prescindible leer al menos un puñado de textos, en su ma yoría breves opúsculos con un marcado carácter persuasi vo y literario a la vez. Una buena parte de los primeros humanistas fueron re tóricos profesionales, los primeros hombres de letras que vivieron gracias a los resultados de su pluma, ya ocuparan puestos de secretarios como Salutati, Bruni o Bracciolini, ya fueran educadores, bien como tutores en casas nobles, al modo de Eneas Silvio Piccolomini, bien como maestros con escuela propia, como Pier Paolo Vergerio o Guarino Veronese. Alcanzar una cierta posición social o política, conseguir un puesto en la curia papal, contar en el gobier no de la ciudad o hacerse merecedor del mecenazgo de Al fonso V el Magnánimo dependía fundamentalmente de la capacidad de expresar de modo elocuente los puntos de vista del poderoso de tumo. También, claro está, había que demostrar a quien tuviera el poder que él, y no otro cualquiera de los humanistas que pululaban por las cortes, era el candidato más cualificado para un puesto para el que en general no faltaban los aspirantes. La única manera de hacerlo era trazando una imagen favorable de sí a la par que se mostraba a través de la propia escritura las habili dades persuasivas y la capacidad de argumentación. De ahí que las referencias a las obras y a la significación del autor abunden en las páginas de los humanistas, y que la subjeti vidad y el individualismo que tiñen muchas de ellas res pondan en ocasiones a razones bastante ramplonas, como puede ser el hacer propaganda de las habilidades propias. Otra cosa es que circunstancias tan prosaicas como el aci cate de una recompensa económica o un buen puesto—a las que hay que añadir no pocas veces el anhelo de satis facer el ansia de celebridad y vanagloria— resulten en un cambio de mentalidad asociado a la aparición de una con MARÍA MORRAS ciencia moderna. Además, los humanistas, que repug naban de los tecnicismos y rechazaban las disputas de los escolásticos'—o sea, de los profesores universitarios—so bre asuntos ajenos al interés común por estériles y solip- sistas, eligieron convertir el ámbito público en espacio de debate. Primero trasladaron a los jardines de palacios y vi llas, y luego, con la llegada de la imprenta, a la calle, la dis cusión de los temas relativos a la historia, la gramática, la ética o una cierta concepción del hombre, pues estaba en juego, también, extender a todos los campos del saber y del hacer en sociedad unos modos de pensar que chocaban con las ideas más arraigadas del Medioevo. Sin que pue da decirse que redactaron manifiestos acerca de qué era el humanismo, a la manera en que lo harían, con pasquines y proclamas, los revolucionarios del siglo xix o los autores de vanguardia en este siglo, pocos escritos hay de los hu manistas en que no se trace, con elocuente retórica, cons cientes de que el combate de las ideas se desarrollaba en el terreno de la palabra, cuál era el sentido de la renovación que propugnaban, cuáles eran sus inquietudes culturales y su actitud ante el saber, qué pensaban de quienes les eran afines y de quienes discrepaban de ellos, cómo y por qué habían gestado sus obras y, sobre todo, qué pretendían con ellas. Esta necesidad de explicar qué suponía volver los ojos a la Antigüedad, de marcar las distancias con el pe riodo precedente, que fue bautizada entonces como Edad Media, fue especialmente acuciante para las primeras ge neraciones, aquellas que en Italia y a la zaga de Petrarca pusieron en marcha un modo de hacer y de pensar que luego sería bautizado como humanismo. En este sentido, muchos de sus escritos pueden considerarse manifiestos del humanismo. A pesar de que no poseen carácter siste mático y programático— que los humanistas identificaban con el odiado escolasticismo y que evitaron cuanto pudie 12 PRESENTACIÓN ron, aun a costa de parecer superficiales y contradicto rios— , a pesar de su naturaleza literaria, evidente en la va riedad de los géneros literarios que emplean y en el recurso a la narración tejida a un tiempo de referencias autobiográ ficas y metafóricas, al hilo de estos prólogos, epístolas, diálogos y discursos es posible captar el ambiente, la per sonalidad y las ideas de los hombres responsables de inau gurar—y dar nombre—a ese periodo histórico que llama mos todavía hoy Edad Moderna. 2 . HUMANISMO Se suele designar con el nombre de humanismo un movi miento de renovación intelectual cuyos primeros indicios se asocian a la práctica de la retórica en los estados del norte de Italia, singularmente en Padua, a principios del siglo xiv, y que llega hasta el siglo xvi, extendiéndose con intensidad diversa por todos los rincones de Europa e in cidiendo en grado y modo variados en casi todos los ámbi tos del saber. No obstante, dejando a un lado los balbu ceos de los precursores, se considera que el humanismo tiene su verdadero punto de arranque en la obra de Pe trarca (1304-1374), al que hay que situar en lugar aparte en la historia del humanismo, tanto por la significación de su obra como por no haber ejercido una actividad pública similar a la que caracterizó a las generaciones posteriores de humanistas y haber permanecido buena parte de su vida alejado de Italia. Aunque ello le permitió mantener siem pre su independencia política e intelectual, podría haber impedido asimismo la continuidad de su empresa. Sin em bargo, a su muerte, su legado es recogido por varios discí pulos y Florencia se convierte en el centro principal de re novación cultural. Nacidos en esta pequeña ciudad-estado