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"Quando o mundo estiver unido na busca do conhecimento, e não mais lutando por dinheiro e poder, então nossa sociedade poderá enfim evoluir a um novo nível." Las mil y una noches es una de las obras más importantes e influyentes de la literatura universal. Se trata de una recopilación de cuentos y leyendas de origen hindú, árabe y persa, de los cuales no existe un texto definitivo, sino múltiples versiones. El rey Schahriar, tras sufrir las infidelidades de su esposa, decide casarse cada día con una joven virgen que es ejecutada a la mañana siguiente para evitar así cualquier otra traición. Para impedir que todas las muchachas del reino mueran, la joven Scherezade se ofrece como voluntaria para casarse con el monarca, y utiliza su astucia para proponerle un pacto mediante el cual no podrá ser ejecutada hasta que no acabe de contarle una historia. Los cuentos que la componen se prolongarán a lo largo de mil y una noches, y acabarán por cautivar al monarca y disuadirle de su cruel empresa. Entre las ediciones españolas fundamentales están la que tradujo y editó Vicente Blasco Ibáñez, de la edición francesa de Joseph-Charles Mardrus (1889); y esta, del catedrático y arabista Juan Vernet, traducción directa del original árabe, más fiel con el original. Anónimo Las mil y una noches Traducción, introducción y notas de Juan Vernet [*] INTRODUCCIÓN UNA VIEJA HISTORIA TRADICIONALMENTE se viene aceptando —y ya veremos por qué— que Las mil y una noches fueron dadas a conocer en el mundo occidental por la versión francesa que, procedente del árabe, realizó bajo el reinado de Luis XIV el orientalista francés Galland. Pero si investigamos en la temática de la literatura española veremos que nuestros autores renacentistas conocían los temas de varios de sus cuentos y que ya en la Edad Media Pedro Alfonso, Jacob ben Eleazar de Toledo (siglo XIII) y otros introdujeron cuentos —como demostró Menéndez y Pelayo en el caso de la doncella Teodor (véanse noches 436-462)— que conocieron una amplia difusión en la Península, sin contar con los que llegaron a Europa por otras vías, como la italiana representada en el Decamerón. Si continuamos intentando profundizar a través del tiempo, es decir, buceando en busca del origen de estas obras, tropezamos con un par de textos árabes fechables que nos afirman la existencia de los mismos con mucha antelación a las fechas aquí apuntadas; Muhammad b. Ishaq b. al-Nadim en su Kitab al-fihrist (Libro del índice [de los libros que ha manejado]) compuesto en el 377 de la hégira, que corresponde al 978 de la era cristiana (377/978) nos indica que: «Los primeros que compusieron novelas de aventuras, las reunieron en libros y los guardaron en las bibliotecas fueron los persas, quienes colocaron algunas de ellas en boca de los animales. La tercera dinastía de los reyes de Persia, los asganiya, se aficionaron en exceso a ellas, y este género aumentó y adquirió gran importancia en la época sasánida. Los árabes las vertieron a su lengua y una vez en manos de los instruidos y de los literatos, éstos las corrigieron, las arreglaron e incluso compusieron otras parecidas. El primer libro que se compuso en este género fue el Hazar afsané que significa “mil cuentos de aventuras”. El origen fue que un rey tenía la costumbre de matar a la mujer con la que había cohabitado la noche anterior. Se unió a una princesa inteligente y lista llamada Sahrazad; cuando ésta estuvo a su lado empezó a contarle un cuento que se prolongó hasta el fin de la noche, lo cual movió al rey a conservarle la vida para poderle preguntar, durante la noche siguiente, por el final del relato; así transcurrieron mil noches durante las cuales la poseyó hasta que quedó en estado y dio a luz un hijo; se lo mostró al rey y le explicó su ardid. El rey se maravilló de su agudeza y le conservó la vida. Este soberano tenía una nodriza llamada Dinarazad que le había ayudado en todo esto. Se dice que este libro se compuso para Luhmaní, hijo de Bahmán, pero también se dicen muchas otras cosas. »Lo cierto, si Dios quiere, es que el primero que se entretuvo con los relatos nocturnos fue Alejandro Magno, que tenía muchas personas dispuestas a distraerle y a contarle cuentos; él no veía en ello un pasatiempo, sino un medio de estar siempre vigilante y alerta. Para eso mismo sus sucesores utilizaron el libro Hazar afsané que contiene mil noches y menos de doscientos cuentos, ya que uno de ellos se prolonga durante varias noches. Lo he visto varias veces y es un libro sin valor, seco. »Al-Yahsiyarí, autor del Kitab al-wuzara (Libro de los visires) empezó a componer un libro para el cual había escogido mil veladas de árabes, persas, griegos y otros; cada uno tenía valor por sí mismo, sin depender de los demás; estuvo en relación con los recitadores nocturnos de los que aprendió lo mejor que sabían y referían con arte; además extrajo de los libros que trataban de veladas y narraciones lo de que por sí ya era bello y hermoso. Así reunió cuatrocientas ochenta noches; cada una contenía un relato completo que ocupaba cincuenta hojas más o menos. Pero antes de poder concluir la composición de mil veladas le arrebató la muerte. He visto numerosos cuadernillos de esta obra escritos por Abu-l-Tayyib, hermano de al-Sayfí. »Pero antes de todo esto ha habido multitud de gentes que han compuesto veladas y narraciones poniéndolas en boca de personas, pájaros o animales. Entre otros pueden citarse Abd Allah b. al-Muqaffa, Sahl ibn Harún, Alí ibn Dawud, secretario de Zubayda, y otros muchos cuyas biografías y las referencias a sus obras se dan en los lugares correspondientes de este libro. »Se discute mucho acerca del libro Kalila wa-Dimma (Calila e Dimna). Hay quienes dicen que lo han compuesto los indios, basándose en lo que se apunta en su prólogo, pero otros sostienen que lo compusieron los reyes asganiya, y que los indios lo imitaron. Muchos sostienen que Buzuchamhar, el sabio, compuso las distintas partes. Del libro del sabio Sindibad (Sendebar) existen dos copias: la mayor y la menor. Las discrepancias que sobre el mismo existen son similares a las del Calila e Dimna, pero la opinión imperante y más próxima a la verdad asegura que fue compuesto por los indios.» Una pequeña variante a lo expuesto por Ibn at-Nadim la da la afirmación de al-Masudí (m. c. 957) en sus Muruch al-Dahab (Praderas de oro) al decimos que «ocurre con estas leyendas lo mismo que con las obras que nos han llegado después de haber sido traducidas del persa, del sánscrito o del griego. Éste es el caso del libro titulado Hazar afsané, que en árabe significa “mil cuentos” ya que la palabra persa afsané tiene el mismo sentido que el árabe jurafa (leyenda, cuento). Este libro es conocido entre el público con el nombre de Alf layla wa- layla: trata de la historia del rey, de su hija y de la nodriza de esta última: Sirazad y Dinazad». Estas afirmaciones —que en seguida vamos a precisar— vienen corroboradas por la existencia de brevísimos fragmentos de Las mil y una noches que pertenecen al siglo IX. La primera observación que cabe hacer es el escaso valor estético que Ibn al- Nadim concede a nuestro texto; es, nos dice, «un libro sin valor, seco», cosa que no se le ocurre apuntar del Calila e Dimna, traducido al árabe por uno de los mayores prosistas de esta lengua en todas las épocas, Ibn al-Muqaffa, ni de la obra de al-Yahsiyarí. Esta afirmación se mantuvo válida en el mundo árabe a lo largo de más de diez siglos. Muchos cuentos de Las mil y una noches, en un largo período de su evolución, debieron de ser verdaderos pliegos de cordel que sólo eran aptos para ser recitados, como episodios aislados, por los juglares en los mercados a la caída del sol. Recuerdo que cuando hace ya casi cuarenta años asistía al último curso de la Escuela primaria árabe, en Alcazarquivir, para acostumbrar mi oído al árabe clásico, tan fonéticamente bien pronunciado por mi amigo si Abd al-Qadir Wayya, en la biblioteca de la misma existía un ejemplar del gongorino texto de las maqamas del Harirí y ni un solo volumen de Las mil y una noches. Y eso que en aquel entonces —y desde que en 1251/1835 había aparecido la edición príncipe de Bulaq— los críticos árabes venían reivindicando —a la vista del éxito obtenido en Occidente por la versión de Galland— Las mil y una noches como una de las obras representativas de su literatura clásica. Otro punto que plantea el texto de Ibn al-Nadim es el del origen real del mismo, pues nos asegura que se trata de una versión del persa. Pero esta afirmación, aceptable para un núcleo pequeño de cuentos, es imposible que lo sea para la totalidad, puesto que hay narraciones que la crítica interna demuestra que son muy posteriores a la época en que escribía Ibn al-Nadim. Y de ser así, también puede pensarse que la obra tuvo su origen en la India, lo cual explicaría el marco patriarcal en que se desarrollan la mayoría de las escenas. Sin embargo, aún quedaría por explicar el origen de algunos episodios (noche 193, Historia de Qamar al-Zamán, hijo del rey Sahramán) de tipo rabiosamente matriarcal, y a partir del cual —o bien del similar que figura en Los mil y un días con el título de El príncipe Calaf y la princesa de China— había de servir de inspiración a Puccini para su ópera Turandot. Igualmente cuesta explicar la intervención de la doncella, nodriza o hermana —todos esos nombres recibe la acompañante de Sahrazad en su aventura, según los manuscritos de que se trate, y éstos son una infinidad— que hace que la obra termine en un doble matrimonio. Estos elementos apuntan a un origen oriental del cuadro-marco que tiende a situarse en Indochina, en algunas de cuyas regiones, v. g. la de los miao-tseu, era la mujer la que elegía al marido y no al revés. Hombres y mujeres se reunían durante algunos días de la lunación de mediados de otoño formando dos filas paralelas. Cada una de ellas tenía su jefe, hombre o mujer, quien actuaba como el director del coro —toda la escena recuerda el juego, aún vivo, del «matarile»—. Las canciones iban alternativamente de una a otra fila y si una muchacha se sentía interesada por un joven, le lanzaba una pelota de color que iba de un lado a otro hasta que caía al suelo: la muchacha que la recogía marcaba su inclinación por quien la había lanzado: su futuro esposo. Evidentemente el residuo más pequeño de dos filas son dos hombres por un lado y dos mujeres por otro. Admitido un origen extremo-oriental del cañamazo de esta narrativa que se encuentra representado en el Nontuk Pakaranam —(una noche con cuatro cuentos para la misma; uno para cada vela con el fin de evitar que el sueño venciese a los trasnochadores o vigilantes)—, el Vetalapañcavimcati (veinticinco cuentos), etc., se observa en su marcha hacia Occidente los siguientes fenómenos: a) Patriarcalización del cuadro al caer en manos de los indoeuropeos en el subcontinente gangético. b) Aumento progresivo del número de noches mediante la incrustación de unos cuentos dentro de otros (sistema del cajón de sastre o caja china), con o sin el desplazamiento de los cuentos primitivos. Las incrustaciones de nuevos cuentos pueden ser, para un círculo cultural dado, bien de manera aislada (v. g. la historia fechable por el horóscopo de la noche 29 que corresponde al año 653/1255 y es de origen egipcio) [1] o bien masiva, como ocurre con los cuentos persas que cubren las noches 720-778. En todo caso el número de noches debió de tener desde sus orígenes un valor simbólico, tal y como antes de nuestra guerra se decía de una persona muy rica que era «millonaria», cosa que hoy parece puro absurdo, puesto que son miles y miles de personas las que ganan más de un millón de pesetas anuales. Lo mismo ocurrió, pues, con las noches «cuentísticas»: veinticinco noches primero, luego cien, más tarde mil fueron cifras que querían significar —cada una y en su momento— un gran número. Lo que no cabe duda es que en el siglo IX ya se había pasado del mil de los persas a las mil y una de los árabes. Este paso pudo ser debido a la aversión que los musulmanes sienten por las cifras redondas o, tal vez, como sugiere Littmann, a la influencia del idiotismo turco bin-bir (mil y uno) que sirve para designar un gran número: en Anatolia existen unas ruinas llamadas Bin-bir-kilise (mil y una iglesias) y es obvio que en aquel lugar nunca han existido en tal cantidad.[2] En cualquier caso parece ser que en su origen Las mil y una noches constaban de un número muy inferior al que enunciaba en su título y que al principio de la época abbasí debía andar alrededor de las cien y que los cuentos en ellas narrados debieron ser, fundamentalmente, los que aún figuran en cabeza de la colección. c) Cambio del concepto de la moral según el origen de los cuentos. d) Menor longitud de las noches cuanto más recientes son. La inmensa cantidad de manuscritos completos o fragmentarios que existen en Las mil y una noches, la distinta ordenación de los cuentos, las discrepancias entre las introducciones y las conclusiones de toda la obra[3] y las distintas traducciones de los diversos autores hechas siguiendo unos criterios eclécticos y
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