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La Papisa Juana. La mujer que fue papa PDF

840 Pages·1998·2.605 MB·Spanish
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Según cuenta la leyenda, la usurpación del trono terrenal de Pedro por parte de una mujer obligó en sucesivas ocasiones, con el fin de impedir semejante ultraje impostor en lo venidero, a comprobar mediante un tacto testicular que el sexo del elegido se correspondía con tan alto honor. Para ello, y según la fábula, se utilizaba una silla perforada, como las antiguas sillas romanas de los baños que quizá utilizaran los papas en su descanso, que permitía la curiosa exploración. Las dos frases (no sé cuál será correcta, o si lo será alguna de las dos, lamentablemente tengo en desuso mis conocimientos de latín) que abren este artículo están relacionadas con esta famosa silla. Esta historia dentro de la historia a lo largo de la historia ha tenido tantos detractores como seguidores, y tantas «pruebas» que la acreditaban como que la desacreditaban. Hay varias versiones sobre la existencia de la Papisa, y aún más explicaciones de por qué pudo surgir el mito. En líneas generales, no obstante, actualmente ganan por mayoría, y por evidencias, los críticos que niegan su existencia aduciendo, entre otras cosas, que no hay hueco cabal en la medición temporal que permita dar por lícita su veracidad y darle pábulo por tanto para figurar en el «Liber Pontificalis», por más que Platina —humanista e historiador serio del siglo XV, secretario del papa vigente y bibliotecario del Vaticano— se viera obligado a incluirla en su «Vidas de los Papas» por la fuerza de la tradición. www.lectulandia.com - Página 2 Alain Boureau La papisa Juana La mujer que fue papa ePub r1.0 Titivillus 02.09.16 www.lectulandia.com - Página 3 Título original: Título Alain Boureau, 1989 Traducción: Guadalupe Rubio de Urquía Editor digital: Titivillus ePub base r1.2 www.lectulandia.com - Página 4 Prólogo a la edición española Estaba yo atareada en un trabajo sobre la concepción dualista de la cultura, que atribuye una tendencia viril o femenina a determinadas actitudes estéticas ante la vida, cuando me brindaron la traducción de La Papesse Jeanne, de Alain Boureau, obra de reciente aparición en el mercado francés. El ofrecimiento no podía ser más oportuno, pues la figura equívoca de la papisa, presente en el morbo popular desde hace siglos, es sin duda, y precisamente por razón de la ambigüedad que comporta su identidad, un arquetipo de ese dualismo que, como dice Guillermo Díaz-Plaja, «rige toda la historia de la cultura humana[1]». Esta es, a mi juicio, la esencia del atractivo que ejerce Juana, y también el secreto de su larga y singular vida, concebida en las brumas del rumor medieval, pero cuya problemática —esto es, el antagonismo entre los valores masculinos y femeninos, entre el poder y la sumisión, entre lo religioso y lo laico, entre lo que parece y lo que es, etc.—, que subyace en el dualismo, interesa al lector de hoy porque cae de lleno en nuestra actualidad. Así lo ha entendido Alain Boureau, y con su Papisa Juana nos ofrece no sólo un estudio erudito y exegético sobre un personaje sugestivo, sino también una reflexión oportunísima sobre un tema tan próximo a nuestra realidad diaria cual es el de los criterios que, en última instancia, presiden la distribución de los papeles en la sociedad moderna. Podremos coincidir o no con dicha reflexión, pero lo que es seguro es que no podremos sustraernos al encanto de la Juana de Boureau, y que seguiremos con interés creciente sus peripecias a lo largo y ancho de Europa durante cerca de ochocientos años de pasiones humanas, por conventos y plazas, por palacios y frentes de batalla, en las tertulias de sobremesa y en la quietud de los archivos, y acompañados en todo momento por ese conjunto de individualidades que, anónimamente o de forma destacada, nos ha precedido en la construcción de nuestra biografía, de la que no siempre tenemos conciencia clara. Como muy bien adelanta A. Boureau en su «Introducción», la historia de la papisa no se reduce a un episodio lejano, envuelto en un escándalo con olor a incienso, ni tampoco a un banderín de enganche hábilmente agitado por descontentos, cismáticos y anticlericales. En este sentido, quien espere encontrar en este libro un relato picante y mordaz sobre una mujer que con engaño ocupó la cátedra de San Pedro, descubriendo su falsa identidad con un parto escandaloso en la vía pública, pronto quedará defraudado. Por el contrario, a quien desee conocer las circunstancias que originaron semejante fábula y las que contribuyeron a su longevidad en la memoria colectiva, el relato ameno y riguroso en sus fuentes de Alain Boureau no sólo no le defraudará, sino que le presentará una Papisa Juana mucho más sugerente www.lectulandia.com - Página 5 que la que, tradicionalmente, se ha quedado enclaustrada en su papel de usurpadora papal. Porque Juana, o mejor dicho su historia, fue y es un escándalo y un banderín de enganche, pero también mucho más. Producto de una fusión de elementos cultos y folcloristas, Juana nace del vacío histórico a la plenitud del rumor, de la fábula, de la leyenda, de la invectiva, y finalmente de la literatura, para instalarse en la verdad de los hechos históricos como exponente de lo que es y de lo que puede ser. Por ello, la evocación de su recuerdo provoca, aún hoy, cuando menos, una sonrisa picara y cuando más una discusión entre quienes aseguran su existencia y quienes la niegan, haciéndose todos ellos eco, acaso sin saberlo, de centenares de años de controversia sobre lo divino y lo humano —nunca mejor dicho—, y en la que quizá, después de todo, lo menos importante haya sido y sea la realidad de su existencia. Juana no existió, y, como Boureau subraya desde el principio, su inexistencia es un hecho comprobado, esto es un dato objetivo. Pero la realidad, aun siendo una, se proyecta en muy distintos planos, y es en el de las creencias, receptáculo fecundo y vidrioso, donde la papisa encuentra su razón de ser y su destino, que es servir y ser servida en su condición de hija natural de la historia. Desde esta condición que la libera y la restringe a un mismo tiempo, Juana nos presta su vida como espejo en el que se reflejan otras vidas que nos interesa conocer para comprender la nuestra. Por ello, me parece significativo que Boureau encabece su trabajo con una cita de los Ensayos de Montaigne. Aparte del contenido de dicha cita, que le permite al autor de La papisa Juana situarnos desde el primer momento en el contexto de las creencias donde nace y vive Juana, los Ensayos tienen un claro sentido autobiográfico, como se desprende, entre otras cosas, de las palabras previas de Michel de Montaigne al lector, advirtiéndole: «Je suis moy-mesmes la matière de mon livre[2]». Digo, pues, que es significativo porque creo advertir en la elección de Boureau la intención no ya de referirnos a un testimonio directo e importante de la vigencia de la papisa en la memoria romana del siglo XVI, referencia que podría haber resuelto con otros muchos textos, sino, sobre todo, de sugerirnos hasta qué punto la historia de Juana es la nuestra. Boureau sabe del valor antropológico de los Ensayos, es decir del valor testimonial de vidas excepcionales que reflejan la esencia de la condición humana, y se sirve de Montaigne para darnos una clave temprana e inestimable sobre el significado de la papisa, en el siglo XVI y en el siglo XX. Como he dicho antes, la oportunidad de La papisa Juana de Alain Boureau es, pues, importante, y en el caso de la edición española presenta un interés adicional, por dos razones, ambas históricas. En primer lugar, porque en el curso de su atormentada carrera, la papisa desempeña un papel destacado en las controversias doctrinales que jalonan, a su vez, la historia de la Iglesia católica y en definitiva de Occidente, controversias que alcanzan un punto álgido durante la Reforma, cuando España desempeña un papel igualmente destacado, como nación católica defensora de Roma y como Imperio defensor de su hegemonía, contestada en dos frentes: en el www.lectulandia.com - Página 6 cultural y en el político. En segundo término, porque la lectura global de la vida de Juana nos remite en última instancia, y como he apuntado al principio, a nuestra realidad inmediata. Me refiero al significado que adquiere la identidad fronteriza de la papisa en el contexto de los cambios registrados de un tiempo a esta parte en todos los ámbitos de la sociedad española, entre los que cabe destacar aquí la separación Iglesia-Estado, la laicización progresiva y la intervención creciente del elemento femenino en la vida civil y religiosa de España. Poco más puedo añadir sobre esta Papisa Juana de Alain Boureau, que no adelante el propio autor en su «Introducción», excepto, si acaso, dos opiniones personales. Por un lado, subrayar la objetividad que preside el tratamiento de algunos temas delicados por parte de Boureau, quien ha huido del panfletarismo fácil que suele acompañar a Juana, ciñéndose al testimonio de las fuentes historiográficas con soltura de oficio no exenta de sentido del humor; el resultado de su esfuerzo es que su libro no ofende a nadie y a todos interesa. De otra parte, significar la exigua presencia de la historiografía española en un trabajo particularmente rico en fuentes documentales. Por lo demás, sólo me queda reiterarme en las calidades argumentales de este relato ameno y esclarecedor sobre una figura tan escurridiza como es La papisa Juana. GUADALUPE RUBIO DE URQUÍA www.lectulandia.com - Página 7 Introducción Asimismo, en el estudio en el que me ocupo de nuestras costumbres y actuaciones, los testimonios fabulosos, siempre que sean posibles, tienen el mismo valor que si fueran verdaderos. Porque, hayan sucedido o no, sea en París o en Roma, a Juan o a Pedro, lo cierto es que son siempre un ejemplo de la capacidad humana, que es de la que doy testimonio útil en este relato. MONTAIGNE, Ensayos, I, XXI. «¿Quién podría creer que todavía hoy existen en Roma personas que dan mucha importancia a la historia de la papisa Juana?», escribía Stendhal hacia el año 1830. Sin embargo, su asombro no le impidió en absoluto ocuparse ampliamente del tema. Más de 150 años después, el historiador de Juana tiene que enfrentarse a menudo con esa misma clase de asombro, entre condescendiente y admirativo, ya que pronto incurre en la sospecha de querer desviar el prestigio del trabajo histórico, atraído por el guiño equívoco de la crónica escandalosa, viéndose obligado a protestar en defensa de su rigor y seriedad, aunque sin convencer del todo a nadie. De hecho, la historia de la papisa sigue suscitando el deseo de penetrar en las antecámaras y recovecos del poder (en este caso de un poder sagrado y obstinadamente masculino), y durante los años que he dedicado a la preparación de este trabajo he asistido a la aparición, en Francia, de una trilogía novelada sobre Juana, así como de una investigación sobre la secretaria-enfermera de Pío XII, titulada La Popessa (por La Papessa, por efecto de una traducción precipitada del inglés). Se advierte, pues, un despertar incesante del gusto por la revelación extraordinaria («Un escándalo en el Vaticano», «El papa era una mujer»), expresado de múltiples maneras según los públicos. Este recurso, lejos de desgastarse o de agotarse, se alimenta a su vez de otra fuente de poder, puesto que en la actualidad tanto el papado como el sacerdocio católico continúan siendo, en Occidente, el último bastión de exclusión femenina; así, en este reducto único puede desarrollarse el antiguo juego de la sustitución de los sexos, hablar de la nostalgia de la separación, o bien, por el contrario, tratar de la fusión de los sexos. Trazaré ahí el límite de estas consideraciones en torno a la fascinación que ejerce la figura de la papisa, para establecer a continuación mis propias ambiciones como historiador, con una tenacidad exacerbada por esa avidez dudosa que genera la crónica escandalosa. En consecuencia, que nadie espere de mí, y aquí, una declaración de modestia, pues el tema ya se encarga por sí mismo de recordarme mis propias limitaciones, de manera que en estas páginas de presentación no me ocuparé de exaltar los resultados obtenidos, sino de explicar la naturaleza de la tarea emprendida y las expectativas formuladas. Consideremos en primer lugar el tema del que me ocupo, es decir, ese relato sobre la papisa Juana. La narración propiamente dicha surge a finales del siglo XIII, y rápidamente se convierte en una versión común que resumo a continuación, muy www.lectulandia.com - Página 8 brevemente: hacia el año 850, una mujer, natural de Maguncia, pero de origen inglés, adopta la apariencia de un hombre para poder acompañar a su amante, un hombre entregado a su vez al estudio, y por tanto inmerso en un mundo exclusivamente masculino. Pero también ella triunfa en este ambiente, hasta el punto de que, después de una estancia en Atenas, donde se dedica a estudiar, recibe en Roma una acogida calurosa y llena de admiración que le franquea el acceso a la jerarquía de la curia, para finalmente ser elegida papa. Su pontificado dura más de dos años y se ve interrumpido con motivo de un escándalo: Juana, que no ha renunciado a los placeres de la carne, está encinta, y fallece en el curso de una procesión que discurre entre San Pedro del Vaticano y San Juan de Letrán, después de alumbrar públicamente a un niño. Las diferentes versiones del relato van dejando huellas, y pruebas, y en última instancia el recuerdo de la existencia de la papisa; a partir de entonces, se verificaría manualmente el sexo de los papas durante la ceremonia de coronación. Asimismo, las procesiones pontificias abandonarán el camino directo desde el Vaticano hasta Letrán, a la altura de la iglesia de San Clemente, para evitar pasar por el lugar donde se produjo el alumbramiento. Por último, la presencia de una estatua o una inscripción en dicho lugar se encargaría de perpetuar la memoria de este incidente deplorable. ¿Pero existió realmente este papado? Desde luego que no. El lector que haya albergado la esperanza de encontrar el recuerdo de un personaje real quizá pueda consolarse de su desencanto si considera que la presencia de Juana en el espíritu de las gentes del pasado fue tan real como la realidad misma. Después de todo, el suceso del año 850 sólo tiene realidad histórica en función de las creencias y de los comportamientos que genera; de haber sido real, aunque ignorado, no habría pasado de ser un hecho insólito. Imaginemos, por ejemplo, que Pío XII hubiera sido una mujer travestida; si nadie lo sabe, el fenómeno, revelado por un historiador aislado, sólo tiene interés en lo que se refiere a la psicología de Eugenio (o Eugenia) Pacelli (1876-1958). Pero si el rumor se difunde trastornando la comunidad católica, sea ésta la de 1995 o la del 2123, entonces dicho efecto generará, por sí mismo, abundante materia histórica. No obstante, reconozco que el consuelo propuesto sería tan pequeño como rechazable (pues el historiador también se interesa por la psicología de los soberanos) si la vida ficticia de Juana no resultara tan seductora. En efecto, constituye por sí misma un precioso tema histórico, lleno de contenidos, si bien completamente exento de verismo; es cierto que no ofrece punto alguno de inquietud, pero no es menos verdad que abunda en matices que reflejan un trabajo imaginario e ideológico, ya que coincide activamente con múltiples zonas oscuras de la historia, y en consecuencia puede tomarse como referencia visible entre los islotes que jalonan el tiempo. Quiero insistir, pues, en esta orientación del tema desde una perspectiva completamente histórica y temporal del planteamiento propuesto, detallando a continuación los atractivos que, a mi juicio, adornan la figura de Juana: 1. En primer lugar, hay que decir, no sin cierto despego, que esta narración, tantas www.lectulandia.com - Página 9 veces retomada, repetida, discutida y readaptada, constituye por sí misma un fenómeno cultural (historio-gráfico, pictórico, editorial, literario y doctrinal) importante. 2. Pero el simple deseo de describir un fenómeno no es suficiente para justificar una curiosidad intensa, compartida durante mucho tiempo por los actores y los comentaristas de la historia, y de la que yo, a mi vez, reivindico la parte que me corresponde. El episodio de Juana escenifica una transgresión capital, en el corazón y en la cúspide mismos de la institución fundamental de Occidente, la Iglesia. Aunque resulte banal afirmar que el cristianismo representa la originalidad más decisiva en todos los ámbitos, de la historia occidental, lo cierto es que estamos aún muy lejos de agotar todo el contenido que encierra dicha observación. Y, cuando la clave de la bóveda del edificio central, cuando Pedro se convierte en Juana, es decir, cuando la elección divina se transforma en engaño humano (y femenino), ¿qué sucede entonces? Durante dos o tres siglos, todo el mundo creyó en la veracidad del episodio. Las gentes de la Edad Media se enfrentaron, pues, a esta realidad, e intentaron adaptarla a sus propias concepciones del mundo. El acto mismo de la narración y de la interpretación forma parte de las tácticas y de las estrategias múltiples y variadas, que envuelven los temas fundamentales de la eclesiología (es decir, de la teoría del estatuto de la Iglesia): el problema de la validez de los sacramentos administrativos por mediación de un pontífice ilegítimo, el replanteamiento de la infalibilidad del Pontífice y del principio de la traducción romana ininterrumpida desde San Pedro, el tema de la exclusión de la mujer del sacerdocio, etc. Este embargo del escándalo y del horror, así como los alardes y las protestas ocasionadas, han contribuido decisivamente al proceso de construcción de la Iglesia, edificada a la vez con diezmos y con dogmas, con piedras y con Pedro, con instituciones y con creencias. Y, cuando los católicos rechazaron a la papisa, Juana contribuyó, desde la polémica y la literatura, en la construcción de los edificios reformados y laicos que se levantaron frente a la Iglesia. Encontramos, pues, en este episodio de Juana un tema de interés histórico importante, entre acción y pensamiento, entre religión y política, en el corazón mismo de la historia. El relato y el rumor actúan en el mismo sentido en que un elemento químico actúa y provoca reacciones. Esta convicción íntima me incita a rechazar la orientación «historiográfica» destinada principalmente a describir [al hilo del tiempo] las transformaciones narrativas y temáticas de un texto, orientación que ha suscitado en diversos ámbitos la aparición de innumerables estudios sobre «la figura de x en el tiempo de y». Nuestro relato, relativamente estable, se presta poco a esa tendencia ajena a toda problemática, que trata el relato como un elemento decorativo, y que se empeña en una contemplación abúlica de los colores cambiantes que dan tonalidad al tiempo. 3. Por último, el historiador, al margen de la curiosidad compartida, debe www.lectulandia.com - Página 10

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