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La Mentira PDF

520 Pages·2005·2.53 MB·Spanish
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CentroGeneral Meir Amit de informa ción sobre inteligencia y terrorismo Patrimonio histórico de los servicios de inteligencia HADASSA BEN-ITTO LA MENTIRA QUE NO HA QUERIDO MORIR Cien años de los Protocolos de los Sabios de Sión Presentación de JON JUARISTI Traducción de la edición inglesa de EMILIO SALDAÑA © RIOPIEDRAS EDICIONES Rocafort, 249 08029 Barcelona Fotocomposición: Anglofort, S.A. Rosellón, 33- 08029Barcelona Impresión y encuadernación: Romanyà Valls, S.A. Pl. Verdaguer, 1 - Capellades (Barcelona) Depósito legal: B-42.890-2004 ISBN: 84-7213-171-8 Impreso en España La mayoría de los miembros de mi familia perecieron en el Holocausto, y yacen en desconocidas tumbas sin nombre. Que ésta sea su estela funeraria. PRESENTACIÓN A finales de enero de 1932, un joven abogado y empresario bilbaíno, antiguo alumno de la Universidad de Deusto y ex jugador del Athlé- tic, amén de ex alcalde de Guecho y flamante diputado en las Cortes Constituyentes de la II República por el Partido Nacionalista Vasco, enviaba una carta admonitoria a un correligionario hostil a la política de unidad católica que había coaligado a tradicionalistas y nacionalis- tas frente al laicismo militante de los republicanos y la izquierda. En dicha carta, José Antonio Aguirre y Lecube, futuro presidente del Go- bierno Vasco, a quien el canónigo Pildain, alma de la coalición de las derechas y también diputado, acababa de definir como «el O’Connell español», explicaba así las causas de la crisis general de civilización que caracterizaba a la época: «Nos encontramos, a mi juicio, ante dos fra- casos formidables, de los que ha de ser testigo el mundo contemporá- neo, si no lo es ya. El fracaso del egoísmo representado por la viciosa economía capitalista y el fracaso del socialismo, compendio y suma del materialismo de un siglo, ambos, a mi juicio, manejados por una sola fuerza cuyo designio es el dominio del mundo. Desde el último Con- greso sionista de Viena de 1894, el mundo sigue el curso que le mar- can los dominadores de la mercancía humana, los judíos, como clara- mente están dándonos razón los últimos acontecimientos.»1 Como es sabido, no hubo tal congreso sionista en la Viena de 1894. Ahora bien, en octubre de ese año, quinientos curas vieneses 1. Cit. en José María Lorenzo Espinosa, Gudari, una pasión útil. Vida y obra de Eli Gallastegui (1892-1974).Tafalla: Txalaparta, 1992, pp. 258-259. 9 proclamaron hombre providencial de la Iglesia al antisemita Karl Lue- ger, líder de los social-cristianos, avalándolo políticamente ante los electores católicos, justo como Pildain haría casi cuarenta años después con Aguirre. El 28 de octubre de 1894, día de San Simón y San Ju- das en el calendario católico, Lueger se convirtió en alcalde de la ca- pital del imperio de los Habsburgo. ¿Fue una inconsciente identifica- ción retrospectiva con Lueger lo que provocó el lapsus del diputado vasco? Porque está claro que Aguirre no había querido escribir Viena, sino Basilea, y no 1894 sino 1897, como mandaban los cánones esta- blecidos por el catecismo antisemita del siglo XX; es decir, por los Pro- tocolos de los Sabios de Sión. ¿Había leído Aguirre los Protocolos? Sin duda. El párrafo antecita- do de su carta contiene lo esencial de la tópica difundida por el libro en cuestión y sus sucesivos glosadores: la existencia de un plan del sa- nedrín secreto de los judíos para someter el mundo entero a su domi- nio tiránico (plan en el que se habría inspirado el Congreso Sionista de Basilea de 1897), la instrumentación judía del liberalismo y del so- cialismo para minar la cohesión política y moral de las naciones gen- tiles y el argumento de que bastaba observar atentamente el desarro- llo de la historia presente para cerciorarse de todo ello. En 1932, los Protocolos se pusieron de moda en la derecha española, coincidiendo con la batalla parlamentaria en torno al artículo 26 del proyecto cons- titucional, que establecería la aconfesionalidad del Estado. «Es a par- tir de comienzos de 1932 –escribe José Luis Rodríguez Jiménez- cuan- do los Protocolos empiezan a ser difundidos y a ser valorados en tanto que arma de agitación política. Ese año se publican varias ediciones y las ideas desarrolladas por los Protocolos comienzan a ganar audiencia en ciertos medios de la derecha católica y del incipiente fascismo.» Y así, como ya había sucedido en Francia y Alemania durante la década anterior, «la derecha autoritaria española va a afirmar que la destruc- ción de España representa la etapa decisiva del plan trazado por la ma- sonería y el judaísmo».2No menos de cinco versiones españolas del li- bro ven la luz ese año. De ellas, una –la publicada por Ediciones Fax- 2. José Luis Rodríguez Jiménez, «Los Protocolos de los Sabios de Siónen Espa- ña», Raíces, XIII, 38, primavera de 1999, p. 30. 10 reproduce la primera traducción editada en España, cinco años antes, por la imprenta Aldecoa de Burgos, a partir de la versión francesa de monseñor Jouin. Quizá fuera ésta la que primero conoció Aguirre. En cualquier caso, otra de las ediciones de 1932 apareció en Bilbao, pu- blicada por la imprenta Mayli. Traigo todo esto a colación como mues- tra de la amplísima difusión del libro en la Europa de entreguerras. Ni siquiera mi ciudad natal, la susodicha Bilbao, quedó al margen de la plaga. Ni José Antonio Aguirre, cuyo centenario ha conmemorado so- lemnemente este año el Partido Nacionalista Vasco y que ha pasado a la Historia como un paradigma de demócrata e incluso de democris- tiano avant le mot. También ese año, Onésimo Redondo publicó en el semanario va- llisoletano Libertad, por él mismo dirigido, una versión abreviada, en veintiuna entregas, de la traducción francesa de Roger Lambelin, pu- blicada el año anterior en París por Grasset. Tal proliferación de tra- ducciones y ediciones revela una epidemia que afectaba por igual a los movimientos declaradamente fascistas –como el que dirigía Redondo desde la vieja ciudad castellana– y al catolicismo militante. Los Proto- colos se revelan así como el punto de encuentro entre el antijudaísmo tradicional, de signo religioso, y el antisemitismo moderno, antirreli- gioso o neopagano. El mito católico de la conspiración judeomasóni- ca encuentra en ellos una formulación actualizada y el mito ario del nazismo una confirmación de sus paranoias. En lo que a España se re- fiere, es innegable que proporcionaron a la derecha antirrepublicana el ingrediente ideológico que hizo posible soldar el tradicionalismo al nuevo nacionalismo de orientación totalitaria, con las consecuencias de todos conocidas. ¿Qué añade este ensayo de Hadassa Ben-Itto a la historiografía de los Protocolos? Los lectores españoles no hemos podido disponer has- ta hace relativamente pocos años de obras críticas acerca de la genea- logía de un texto que ha envenenado nuestro siglo XX (la traducción del famoso ensayo de Norman Cohn, titulado en español El mito de la conspiración judía internacional, constituye una excepción notable, pero aislada). Lo que se nos ofrece en el libro de esta magistrada israelí es, ante todo, una historia judicial centrada en dos procesos que tuvieron lugar en el mismo año, 1934, en Suiza y Sudáfrica, y que produjeron 11 una verdad jurídica determinada: los Protocolos eran una falsificación palmaria. Pero, al mismo tiempo, hallarán una implacable reflexión so- bre la forma en que el nazismo consiguió deteriorar más allá de las fronteras de Alemania el sentido común de la Justicia. Encontrarán asi- mismo semblanzas de gentes muy diversas: algunas encarnaron la va- lentía y la dignidad en tiempos no demasiado propicios a la expresión de este tipo de valores y, desde luego, no todos ellos fueron judíos. Su existencia personal no estaba directamente amenazada por el ascenso de la rabia antisemita. Eran jueces honestos, profesores, exilados libe- rales rusos que, sencillamente, se sentían personalmente interpelados y ofendidos por la demagogia criminal de los antisemitas. Optaron por plantarle cara: o sea, eligieron responder desde una posición radical- mente ética a provocaciones miserables que pretendían y, en muchos casos, lograban inhibir la reacción cívica al terror totalitario. Sabían que el mal sólo prospera donde los buenos no hacen nada por impe- dirlo. Por desgracia, su resistencia no fue suficiente para contener la marea de odio y estupidez que ya inundaba Europa. Otras gentes apa- recen aquí: cómplices voluntarios, fanáticos o venales, del proyecto nazi de exterminio de los judíos. La minuciosa reconstrucción de am- plios episodios de los procesos hace revivir a unos y a otros con la efi- cacia psicológica y la verosimilitud de la mejor literatura narrativa. Además, Hadassa Ben-Itto esboza una teoría general sobre el éxi- to editorial de los Protocolos y su recalcitrante continuidad, mucho tiempo después de que su falsedad fuese probada. Ya en vísperas de la Gran Guerra, toda Rusia, empezando por el Zar, sabía que habían sido fabricados por la policía secreta del régimen, la Okhrana. En 1921, el periodista inglés Philip Graves (hermanastro del poeta Robert Graves) había desvelado su fuente principal: un libelo antibonapartista del es- critor francés Maurice Joly, escrito hacia 1860 y publicado poco des- pués en Bélgica bajo el título de Diálogo de Maquiavelo y Montesquieu en el Infierno. Nada de ello fue suficiente para impedir su difusión ni disminuyó el crédito que un gran número de lectores, tanto en Euro- pa como en América, estaba dispuesto a concederles. Todavía hoy se siguen editando. En determinados países islámicos, los gobiernos los ofrecen como regalo a los visitantes oficiales. Organizaciones musul- manas perfectamente legales en el permisivo Occidente los reparten 12 gratuitamente, mientras grupos de extrema derecha multiplican sus ediciones. LosProtocolossobreviven porque la sed de verdad es una pa- sión considerablemente más débil que la tendencia a eludir responsa- bilidades y, en consecuencia, a buscar la explicación del malestar in- dividual o colectivo en designios ajenos e incontrolables (apostando por la «causalidad diabólica» a la que se refirió Léon Poliakov). Una determinada coyuntura histórica, ya sea la del asalto liberal a la auto- cracia zarista en la Rusia de finales del siglo XIX; la de la República de Weimar o la del período constituyente de la II República en España, puede explicar la aparición o el retorno de la superchería: no así su dis- ponibilidad transhistórica, que tiene mucho que ver, en cambio, con el miedo a la libertad. En mi opinión, dos circunstancias distintas concurren en la pro- digiosa longevidad del fenómeno de los Protocolos,con independencia de las situaciones políticas concretas que explicarían su florecimiento en determinados países y épocas. En primer lugar, la fuerza de una tra- dición cultural que atribuye a los judíos una tendencia acrónica al complot. Los Protocolos son un caso más en una larga cadena de fal- sificaciones textuales que se presentan como pruebas indiscutibles de conspiraciones judías de mayor o menor alcance. En la España me- dieval, cronistas como Lucas de Tuy acusaron a los judíos de haber conspirado para entregar el país a los invasores musulmanes. En los albores del Renacimiento, corrió la especie de que los médicos judíos de la Corte, secretamente conjurados, habían envenenado al heredero de los Reyes Católicos, el príncipe don Juan (versión a lo profano de las imputaciones, tan abundantes, de asesinatos rituales de niños cris- tianos). En ninguno de estos dos casos se adujeron pruebas docu- mentales. Pero ya en tiempos de Carlos I, el cardenal primado Martí- nez Silíceo, para justificar la imposición en la Iglesia española de los estatutos de limpieza de sangre, hizo circular profusamente una su- puesta carta de los «Príncipes de la Sinagoga de Constantinopla» a los criptojudíos de España, en la que se recomendaba a éstos infiltrarse en el clero católico para pervertir su religión. Los Protocolos constituyen la versión más radical, por el alcance planetario del complot descrito, de este mito intemporal de la conspiración judía. A pesar de la torpe- za técnica de la falsificación, es difícil llegar más allá en la fantasía pa- 13

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mitismo, el mito de la llamada «conspiración judía» para alcanzar la dominación del El último Protocolo trata de la sucesión al trono, para asegurar que los futuros bles de la guerra civil y del asesinato de Lincoln. Lo que los
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