JOSÉ ANTONIO PIQUERAS CATEDRÁTICO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LA UNIVERSITAT JAUME I, DIRIGE EL GRUPO DE HISTORIA SOCIAL COMPARADA (UA-CSIC). ESPECIALISTA EN HISTORIA DE LAS RELACIONES SOCIALES Y DE LAS ACTITUDES POLÍTICAS EN ESPAÑA Y AMÉRICA LATINA, ES AUTOR DE LOS LIBROS CUBA, EMPORIO Y COLONIA (2003 Y 2007), SOCIEDAD CIVIL Y PODER EN CUBA (2006) Y BICENTENARIOS DE LIBERTAD (2010). HA EDITADO AZÚCAR Y ABOLICIÓN AL FINAL DEL TRABAJO FORZADO (2002), LAS ANTILLAS EN LA ERA DE LAS LUCES Y LA REVOLUCIÓN (2005) Y TRABAJO LIBRE Y COACTIVO EN SOCIEDADES DE PLANTACIÓN (2009). CODIRIGE, DESDE 1988, LA REVISTA HISTORIA SOCIAL. José Antonio Piqueras La esclavitud en las Españas UN LAZO TRANSATLÁNTICO SERIE ESTUDIOS SOCIOCULTURALES ESTA OBRA HA SIDO PUBLICADA CON UNA SUBVENCIÓN DE LA DIRECCIÓN GENERAL DEL LIBRO, ARCHIVOS Y BIBLIOTECAS DEL MINISTERIO DE CULTURA, PARA SU PRÉSTAMO PÚBLICO EN BIBLIOTECAS PÚBLICAS, DE ACUERDO CON LO PREVISTO EN EL ARTÍCULO 37.2 DE LA LEY DE PROPIEDAD INTELECTUAL PRIMERA EDICIÓN: ENERO 2012 SEGUNDA EDICIÓN: JULIO 2012 TERCERA EDICIÓN: NOVIEMBRE 2017 DISEÑO DE CUBIERTA: ESTUDIO PÉREZ-ENCISO © JOSÉ ANTONIO PIQUERAS, 2017 © LOS LIBROS DE LA CATARATA, 2017 FUENCARRAL, 70 28004 MADRID TEL. 91 532 05 04 FAX 91 532 43 34 WWW.CATARATA.ORG LA ESCLAVITUD EN LAS ESPAÑAS. UN LAZO TRANSATLÁNTICO ISBNE: 978-84-9097-760-6 ISBN: 978-84-8319-659-5 DEPÓSITO LEGAL: M-743-2012 ESTE MATERIAL HA SIDO EDITADO PARA SER DISTRIBUIDO. LA INTENCIÓN DE LOS EDITORES ES QUE SEA UTILIZADO LO MÁS AMPLIAMENTE POSIBLE, QUE SEAN ADQUIRIDOS ORIGINALES PARA PERMITIR LA EDICIÓN DE OTROS NUEVOS Y QUE, DE REPRODUCIR PARTES, SE HAGA CONSTAR EL TÍTULO Y LA AUTORÍA. A Nicolás Sánchez-Albornoz y Herbert Klein, por su generosa amistad INTRODUCCIÓN LOS ESPAÑOLES Y LA ESCLAVITUD1 Hay historias que semejan haber existido para ser contadas, mientras otras, cualquiera que haya sido la magnitud de sus consecuencias, parecen destinadas al olvido. Hay historias legendarias jamás verificadas que perviven en el recuerdo común y existen relatos verídicos que rara vez encuentran su lugar en la historia de un país, la que se narra y se enseña a los escolares, la que se transmite y difunde en los medios de comunicación, aquella que con naturalidad acaba incorporada a la conciencia nacional y a la memoria de una población. ¿Dónde encontramos que España ha sido la nación europea que con más continuidad ha sostenido en el último milenio esa institución peculiar que responde al nombre de esclavitud? No es en los manuales escolares, en las síntesis destinadas al gran público, en las enciclopedias de consulta. En el lugar donde se explica el asunto, en el libro de Historia Universal del ciclo de la enseñanza secundaria obligatoria, suele describirse de forma escueta la trata de africanos y la esclavitud en el Nuevo Mundo cuando se alude a las colonizaciones europeas y al “comercio triangular”; vuelve a aparecer a propósito de la guerra de Secesión de los Estados Unidos, quizá también al comentarse el reparto de África de 1885. Siempre es la historia de otros. De las diversas formas de afrontar el pasado, la relación más frecuente con un pasado incómodo consiste en ignorarlo si se puede, en modificarlo si se deja, en reducirlo a la menor expresión y significado si no hay más remedio que mencionarlo. Las indicaciones del Ministerio de Educación de noviembre de 2007 sobre el desarrollo del programa de Historia en el bachillerato señalan que debe conocerse el proceso de expansión exterior y las estrechas relaciones entre España y América, para lo cual deberá contextualizarse históricamente “el descubrimiento, conquista, aportaciones demográficas y modelo de explotación de América y su trascendencia en la España moderna”. Todo queda resumido en un epígrafe de un tema que comienza con la romanización y llega hasta finales del siglo XVIII. Más adelante, América vuelve a aparecer en un breve apartado sobre su emancipación política. Al parecer es cuanto precisan conocer los españoles de siempre y los nuevos españoles, muchos de estos últimos —por encima de un tercio del total de los residentes extranjeros— llegados de América Latina en la oleada migratoria que ha tenido lugar desde la última década del siglo XX. Los libros de texto poco añaden al respecto, ofrecen una escueta y aséptica explicación del orden colonial y los destinados a los centros educativos confesionales destacan la labor de evangelización que se llevó a cabo. En uno de esos manuales, de una de las grandes editoriales del sector (Anaya, 2001 y ss.), el sometimiento de la población indígena se considera una cuestión “controvertida” desde la época de fray Bartolomé de las Casas que ha dado lugar, escriben sus autores, a la leyenda negra y a una leyenda rosa; por supuesto, el libro omite toda referencia al tráfico de africanos y a la esclavitud, al número de habitantes desaparecidos entre tanta controversia. ¿En qué quedan, entonces, las aportaciones demográficas y el modelo de explotación de América? ¿En qué paran su trascendencia en la España moderna? Al parecer, las instrucciones ministeriales quedan sobradamente cumplidas al hablarse de la colonización voluntaria llevada a cabo por europeos y a los intercambios de mercancías. Pero hay una cuestión previa: habrá que preguntarse por qué se precisó una aportación demográfica externa tan significativa si las regiones más fértiles y ricas de la América colonizada por España contaban con una importante población nativa antes de 1492. Entra aquí el capítulo escamoteado del colapso demográfico que en poco más de un siglo redujo a la décima parte el número de los habitantes del Nuevo Mundo. Entre cuarenta y cincuenta millones de personas desaparecieron sin dejar rastro ni descendencia. Es la diferencia entre la estimación más razonable de población precolombina y población indígena a la altura de 1620 (Sánchez-Albornoz, 1994: 50-73). Es una historia compleja, en la que se combina la conquista por las armas, el sometimiento y la cristianización por la fuerza, el otrocidio del que habla Eduardo Galeano: “El indio salvado es el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie” (Galeano, 1992: 18 y 21). A la conquista, el sometimiento y la cristianización impuesta se une la explotación de mano de obra en un grado insostenible, y con todo ello asistimos a continuas migraciones internas, forzadas o en respuesta a las reclutas de trabajadores por la mita y la encomienda, dos modalidades de sujeción laboral. En suma, se produce el hundimiento de las formas de vida establecidas y de la capacidad vital indígena de autosostenerse. Ciertamente, la catástrofe demográfica tuvo mucho de ecocidio: en gran medida fue originada por la transmisión de in fecciones —bacterias, virus, gérmenes— para las que los nativos carecían de defensa inmunológica: la viruela, el tifus, la gripe, el sarampión fueron enfermedades mortales llevadas desde Europa por los conquistadores; la malaria y la fiebre amarilla se transmitieron desde África, portadas o incubadas por los esclavos. Las epidemias facilitaron la rápida conquista del territorio al propagarse con gran celeridad entre una población desprovista de anticuerpos. En unos casos la ofensiva infecciosa contribuyó a extinguir a los nativos, en otros redujo su capacidad de resistencia. El mestizaje formó parte del botín del