Description:Él dijo: —He de irme. Pero no se movió. La mujer le miró de soslayo, los ojos rientes y los labios húmedos y brillantes. —Bueno —sonrió—, ¿qué esperas? Sobre la almohada, su larga cabellera negra como ala de cuervo se extendía igual que una marea de ébano. McGee le devolvió la mirada. Ella sólo tuvo que mover un poco la cabeza y sus labios se unieron a los del hombre como una ventosa. El sintió el estilete ardiente de su lengua. Se entregaron al beso dejando que el placer fluyera igual que una llama, algo instintivo, vivo, que estaba allí y que debía ser gozado hasta el límite del aliento y de la vida. Poco después, y mientras ella jadeaba dulcemente, él repitió: —He de irme. Tengo el turno de la mañana.