L ucien Gérardin L a Alquimia LA ALQUIMIA Lucien Gérardin Para Ghislaine Título original: L'alchimie Traducción: M. Bofill y E. Petit Culture, Art, Loisirs, 1972. - 1 - L ucien Gérardin L a Alquimia Esta figura esquematiza la explicación alquímica del mundo. - 2 - L ucien Gérardin L a Alquimia INDICE 1. Una palabra cargada de imágenes 4 2. Y el hombre inventó la ciudad 5 3. Cuatro elementos y cuatro cualidades 12 4. Alejandría y sus laboratorios 20 5. El oro potable de los taoístas 28 6. La transmisión de la herencia griega 35 7. Filósofos sabianos y árabes 43 8. Los comienzos de la Alquimia latina 51 9. Enciclopedistas y grandes escolásticos 59 10. La invención de la Piedra Filosofal 67 11. Dos ilustres mediterráneos 75 12. La expansión de la Alquimia medieval 83 13. El Renacimiento y los primeros especialistas 90 14. Paracelso y la medicina espagírica 99 15. Algunos grupos de alquimistas 107 16. La alquimia de la razón y de las luces 114 17. Los últimos hacedores de oro 123 18. El Arte Real 131 19. Algunas transmutaciones célebres 139 20. El simbolismo alquímico 147 - 3 - L ucien Gérardin L a Alquimia 1. Una palabra cargada de imágenes Alquimia: palabra pletórica de imágenes que se extienden hasta el infinito. Sabios iniciados, rodeados de grimorios, inclinados sobre retortas donde borbotean Azufre y Mercurio, mientras el fuego elabora la Gran Obra. Búsqueda de la misteriosa piedra filosofal capaz de transmutar el vil plomo en oro puro, amarillo y brillante como el sol. Transformación mística del adepto en hombre regenerado. Descubrimiento o rehabilitación de conocimientos trascendentales sobre el sistema del mundo. En una obra reciente, Las innovaciones científicas, tecnológicas y sociales, Dennis Gabor, premio Nobel de física, señala que “el reinado del descubrimiento empezó con la aparición del hombre sobre la Tierra [...] Los inventos tecnológicos y las innovaciones sociales resultan indispensables, aunque no conforman una buena asociación. Esas actividades son el fruto de dos tipos distintos de hombres: desgraciadamente unos y otros se vieron sometidos durante mucho tiempo por una tercera raza de hombres, una raza que no se interesa por las ventajas de la técnica ni por el progreso social sino, únicamente, por el poder”. Los conocimientos y el método de la industria actual se fundan en una ciencia reciente, fruto del humanismo del Renacimiento y de la mecánica de Galileo y de Newton. Sin embargo, la ciencia es más antigua: el estudio de la alquimia resulta para nosotros, hombres del siglo XX, mucho más importante que el de la vida de los innumerables reyes, príncipes y emperadores que, una vez cumplidos sus cuatro pasos de marioneta por la escena de la Historia, han desaparecido como sombras inútiles. En el camino que vamos a recorrer se levantan múltiples obstáculos: los alquimistas han escrito en numerosas lenguas –latín, griego, siriaco, árabe, persa, chino–, y las traducciones presentan dificultades. Más aún si se considera que sus ideas están envueltas en un simbolismo oscuro que debe descifrarse. Pero lo más importante es alcanzar un estado de ánimo muy distinto del nuestro o, más exactamente, diversos estados de ánimo: la teoría de Paracelso es más compleja que la de Roger Bacon y la de éste más compleja que la de Zósimo. Hay que recrear todos estos universos y no caer en la trampa de cotejar sin cautela obras escritas en épocas distintas. La alquimia tiene dos caras: la teórica y la práctica. La alquimia teórica se presenta como un sistema general del mundo; la alquimia práctica extrae consecuencias concretas: por ejemplo, la transmutación en oro. La alquimia nació en el siglo III antes de nuestra era, como síntesis genial de las experiencias de los primeros tecnólogos y de la filosofía griega, heredera de la cosmología babilónica y persa. Durante dos mil años la alquimia dominó el pensamiento científico en Oriente y en Occidente. El Renacimiento y la supremacía de la cultura impresa sobre la cultura oral le resultaron nefastos. El humanismo condujo a la idea de que el hombre se opone a la Naturaleza y debe dominarla; fruto del libro, la especialización creciente de las ciencias hizo perder de vista la riqueza de la antigua visión del mundo. Hoy debemos redescubrir la idea alquímica para escapar al peligro creciente que amenaza de muerte a nuestra civilización de especialistas cada vez más especializados. - 4 - L ucien Gérardin L a Alquimia 2. Y el hombre inventó la ciudad Los pasados posibles Érase una vez, hace mucho tiempo –tanto que ninguna memoria humana nos ha transmitido el recuerdo–, un ser que caminaba cerca del gran lago Rodolfo, en África central, por casualidad recogió dos piedras y, también por casualidad, empezó a golpear una contra otra. Una de las piedras se rompió en trozos cortantes: se acababa de inventar el primer instrumento. El hombre acababa de nacer: hace unos dos millones de años.1 Desde entonces se ha recorrido mucho camino, siempre en la misma dirección. El hombre es, por necesidad orgánica, un ser innovador: al estar caracterizado por una no especialización esencial, no puede sobrevivir ni desarrollarse más que inventando instrumentos cada vez más perfeccionados. La complejidad de nuestro sistema nervioso posibilita esta capacidad de invención. Nuestra mano no se adapta a ninguna tarea en particular: no es palmeada para nadar ni tiene garras para escarbar o atacar, así que puede hacerlo todo a condición de tener como prolongación el utensilio adecuado. La mano de ese antepasado tan lejano ya no era una mano de simio sino de hombre. Ese Homo habilis (nombre con que se le ha bautizado) ya estaba dotado de una habilidad manual: sabía hacer toscos instrumentos de piedra y es posible que trabajase el hueso. Durante centenas y centenas de milenios, el progreso fue lento pero irreversible. El hombre aprendió a dominar el fuego, a mejorar la talla del sílex. Descubrió las técnicas de cocción de la arcilla y la elaboración de las fibras textiles.2 Actualmente el conocimiento de este pasado remoto y del pasado no tan lejano avanza a pasos agigantados. A las exploraciones esporádicas de los anticuarios del siglo XIX en busca de objetos apropiados para enriquecer los museos,3 ha seguido la investigación metódica guiada por un ánimo científico: el objeto ya no es lo importante; sólo cuenta el marco en que se halla, su integración en el ambiente global y la reconstrucción de la vida y del pensamiento de los hombres que lo crearon.4 Esta reconstrucción es tarea difícil, pues irremediablemente tendemos a interpretar el pasado a la luz de nuestros conocimientos actuales. No soy en modo alguno historiador profesional: la alquimia me apasiona desde hace tiempo, pero mi tarea cotidiana es la preocupación por lo venidero y la invención de los posibles futuros.5 Sé por experiencia cuán difícil es proyectarse en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, despojándose de las ideas y los valores de hoy. ¿Cómo despojar una mente moderna de todo su saber para situarla en la visión del mundo que pudo tener un griego de Alejandría o un monje del siglo XIII? ¡Empresa desesperada! Y, al mismo tiempo, exigencia imperiosa que orientará el viaje que haremos a través de dos mil años de alquimia. Agricultura y organización Resultaba muy instructivo seguir la lección que al reconstruir el pasado ofrecen los estudiosos de la prehistoria. El dominio del fuego, el arte de prepararlo entrechocando el sílex y la marcasita, se sitúa como la primera gran mutación de la humanidad. El descubrimiento de la agricultura aún fue más prometedor:6 mientras el hombre se alimentaba del producto de la caza y de la recolección de frutos silvestres vivió siempre al día, en la incertidumbre, obligado a frecuentes migraciones en busca de nuevos territorios a explotar. Con la agricultura la situación cambió: a partir de entonces la vida se fijó en la tierra que se cultivaba. El alimento puede almacenarse. Esta seguridad trae consigo 1 R.E.F. Leakey: Archeological Traces of Early Hominid Activities, East of Lake Rudolf (Kenya), en “Science” (17 de septiembre de 1971, vol. 173, pp. 1.129-1.134). 2 R. P. Bergounioux: La Préhistoire et ses problèmes (París, 1958). 3 H. de Saint-Blanquat: Visions de la Préhistoire, en “Sciences et Avenir”, núm. especial: La Vie préhistorique, pp. 4, 11. 4 A. Leroi-Gourhan: Reconstituer la vie, en “Sciences et Avenir”, núm. especial: La Vie préhistorique, pp. 57, 69. 5 L. Gerardin: Les Futurs possibles (París, 1971). 6 J. Ucko y G. W. Dimbleby : The Domestication and Exploitation of Plants and Animals (Chicago, 1969). - 5 - L ucien Gérardin L a Alquimia el ocio y aparece la reflexión. Los hombres se agrupan y surge el poblado. La revolución agrícola debió producirse hacia el décimo milenio antes de nuestra era, principalmente en las alturas que dominan la llanura mesopotámica: montes de Taurus, colinas del Irán y montañas de Galilea, zona conocida como la Media Luna fértil. Allí crecen el trigo y la vid silvestre. El paso de la recolección del trigo silvestre al cultivo propiamente dicho fue lento.7 La transición culminó hacia el séptimo milenio antes de nuestra era, tal como lo han demostrado las excavaciones en Jarmo y en Tepe Sarab, en las colinas del Irán. El poblado de Jarmo debió de contar con una población de aproximadamente ciento cincuenta almas. Se han encontrado restos de trigo y se ha podido precisar exactamente el año de la siega: 6750 antes de nuestra era. ¿Cómo? Gracias a la medición del porcentaje residual de carbono radiactivo: en su crecimiento el trigo, como cualquier otra planta, toma carbono del gas carbónico de la atmósfera. Una pequeñísima parte de este gas es radiactiva. Una vez encerrada en el grano, la radiactividad disminuye a lo largo del tiempo. Midiendo el residuo actual se puede determinar la época en que se segó el trigo. El poblado de Jarmo sólo era una agrupación de agricultores: estos sedentarios se unían para defender de los saqueos las reservas de alimentos. La caza continuaba desempeñando un papel en su alimentación, pero se invertía la importancia relativa del trigo y de la carne, y es posible que algunos ancianos, al reparar en ello, exclamasen: “¡Ay!, los tiempos cambian, ya no es como antes”. ¡Todo se repite sobre la Tierra! La agricultura produjo un invento fantástico; la ciudad. ¿La ciudad? ¿Un invento? Pues sí; ahora estamos tan acostumbrados a vivir en ciudades que no llegamos a percibir que se trata de un invento. Además los hombres tenemos tendencia a reservar la palabra invento para los objetos técnicos, y a olvidar los inventos sociales, artísticos y políticos. La ciudad, más que una simple aglomeración de agricultores, es una organización. Nace como fruto de la evolución de la agricultura y acelera aún más esta evolución. El intercambio y el comercio surgen, de forma natural, de las posibilidades que proporciona la agricultura de aumentar la producción y almacenar los alimentos: esto es un invento. El cobre nativo y las monedas A falta de moneda, el hombre primitivo intercambiaba sus excedentes por lo que deseaba poseer. Pero ese tipo de esquema es demasiado simplista. Debido a la especialización del trabajo que implica la organización social de una ciudad, el hombre pudo recurrir a una especie de patrón común: cabezas de ganado o medidas de cereales. Pero estas son cosas perecederas. En consecuencia, muy pronto surgió la necesidad de un patrón más estable y, sobre todo, más cómodo. Una sustancia que fuera a la vez escasa e indestructible. Esa sustancia era, indiscutiblemente, el metal, que se halla en estado natural ya sea bajo la forma de aleación hierro-níquel de los meteoritos o de cobre nativo, hoy muy escaso. El cobre, relativamente fácil de trabajar con el martillo de piedra, fue el primer metal utilizado. Las excavaciones llevadas a cabo en Anatolia, en Catal Hüyük,8 revelaron la existencia de una población del sexto milenio, cuyos restos se extendían a lo largo de trece hectáreas. Este conglomerado más que un gran poblado de agricultores, era una ciudad con todo lo que esta palabra implica: organización colectiva basada en una determinada especialización, existencia de almacenes de reservas y, sobre todo, lugares de culto. En suma, un nivel de civilización muy superior al de los poblados de agricultores neolíticos. Los arqueólogos encontraron en esta ciudadela objetos de cobre que debieron servir de moneda de cambio. Cuando el metal pasó a ser precioso, fue buscado por su propio valor. No sabemos quién tuvo 7 J. R. Harlan: Agricultural Origins: Centers and Non Centers, en “Science” (29 de octubre de 1971, vol. 174, pp. 468, 474). 8 J. Mellaart : Catal Hüyük, a neolithic Town in Anatolia (Nueva York, 1967). Resumen en francés en el número 17 (julio-agosto 1967) de la revista “Archeologia”. - 6 - L ucien Gérardin L a Alquimia la idea genial de fundir los minerales para transformarlos en metal. Las leyendas más antiguas hablan de incendios de bosques que provocaron la fusión de filones superficiales de minerales gracias a la presencia de carbón bajo forma de árboles carbonizados.9 En los montes se encuentran minerales de cobre, y en Armenia algunos contienen a la vez cobre y estaño. Al fundirse se transforman, de forma natural, en bronce. Y, si bien el cobre puro es blando y poco apropiado para fabricar utensilios resistentes. El bronce, en cambio, es duro, tan duro como el sílex, al que muy pronto reemplaza. El objeto de cobre era un signo de riqueza. A su vez el utensilio o el arma de bronce se convirtieron rápidamente en un factor de superioridad, esencial para el que lo poseía. Pronto se alcanzó el dominio técnico del bronce: la presión que ejerce la necesidad es un factor primordial del progreso. El uso del bronce se extendió rápidamente. En el cuarto milenio antes de nuestra era, hallamos bronce en Ur del bajo Eufrates, en Sumeria, en Susa de Elam, en Mohenjo Daro del Alto Indo.10 El hombre entraba definitivamente en el camino del progreso tecnológico. Con su actividad, el futuro se abría hasta el infinito. Oro y plata, hierro y plomo Al igual que el cobre, el oro se conoce desde la más remota antigüedad: nada más natural, dado que el metal amarillo se halla en estado puro, a veces incluso en pepitas bastante grandes. Su hermoso color –el color dorado del sol–, su resplandor, su inalterabilidad atrajeron, lógicamente, la atención del hombre: en las ruinas de la ciudad de Troya, Schliemann ha encontrado hermosos objetos de oro. Junto a éstos el emocionante descubrimiento de un sencillo crisol de arcilla: “Parece que esta vasija –dice Schliemann– ha sido construida con arcilla mezclada con granos de cuarzo. Probablemente se ha utilizado para alguna operación metalúrgica realizada con oro, ya que en su interior se ven claramente pepitas de ese metal, junto con escorias y un fragmento de carbonato de cobre incrustado de cristales de óxido rojo de cobre”.11 El dominio del hierro fue mucho más difícil de alcanzar que el del cobre, el bronce o el oro. En sumerio el hierro se llama “an-bar”, es decir, fuego celeste, lo que demuestra que en esta época tan remota el hierro era, sobre todo, hierro caído del cielo, hierro de meteoritos.12 La metalurgia del hierro exige temperaturas muy altas y hornos de carbón vegetal o mineral; este último carbón ya se conocía en la Antigüedad, aunque se utilizaba muy poco debido a su escasez. La leyenda atribuye a los hermanos Dáctilos –llamados así, por ser cinco, como los cinco dedos de la mano– el descubrimiento de los secretos de la fundición del hierro.13 Los Dáctilos eran originarios de Frigia. Sus secretos de fabricación pasaron a Europa a través de Tracia, y en la isla de Samotracia se fundó una cofradía de herreros, que practicó durante mucho tiempo sus ritos misteriosos en esta tierra perdida y difícilmente accesible, azotada por las olas del mar de Tracia. Además del cobre, el oro y el hierro, la Antigüedad conoció otros metales; en primer lugar el plomo y la plata, que casi siempre se hallaban juntos en las minas. Cuando se funde el mineral más usual, la galena argentífera o sulfuro de plata y plomo, el plomo se deposita en el fondo del crisol y la plata queda a flote, lo que permite separarlos con bastante facilidad una vez enfriado el crisol. En las excavaciones de Troya, Schliemann encontró, a gran profundidad, una estatuilla de plomo. El análisis vino a demostrar que el metal era muy puro, sin mezcla de plata.14 En la Antigüedad, dado su extraordinario parecido, el estaño, el antimonio y el cinc fueron confundidos con el plomo. Se hablaba de plomo negro (el verdadero plomo) y de plomo blanco (el estaño). No habiéndose encontrado ningún objeto de cinc, se supone que éste no se conocía en tanto metal pero, sin embargo, ya se había descubierto el latón (aleación de cobre, estaño y cinc), que se 9 Lucrecio: De Natura Rerum (versos 1.240 a 1.243), este poema fue escrito en el año 57 a. de C. 10 T. A. Rickard: L’Homme et les métaux (París, 1938). 11 H. Schlieman: Ilios, ville et pays des Troyens, p. 501 (París, 1885). 12 G. F. Zimmer: The Use of Meteoritic Iron by Primitive Man, en “Journal of the Iron and Steel Institute”, pp. 306 y siguientes (1961). 13 J. P. Rossignol: Les Métaux dans l’Antiquité; origine religieuse de la métallurgie ou les dieux de Samothrace, les Dactyles... (París, 1863). 14 H. Schliemann, op. cit., p. 404. - 7 - L ucien Gérardin L a Alquimia obtenía de forma empírica, mezclando el bronce con determinadas piedras ricas en mineral de cinc. El hermoso color dorado del latón, hizo que se le denominase oricalco o cobre de oro.15 Una noche a orillas del N’aman El conocimiento del vidrio se remonta a una época tan lejana como la del conocimiento del hierro. Su descubrimiento está atado, probable y lógicamente, a la costumbre de vitrificar la cerámica y otros utensilios. Algunos objetos egipcios y babilónicos de vidrio datan del segundo milenio. Según la leyenda, el vidrio fue descubierto accidentalmente a orillas del N’aman, torrente que desemboca en el Mediterráneo, cerca de Acra. Unos mercaderes fenicios vivaqueaban al lado del río y, para preparar una hoguera, cogieron piedras de natrón (carbonato de sosa natural). El calor redujo este carbonato a un óxido que, calentado con el sílice de los granos de arena, dio lugar a un producto cuya transparencia llamó la atención de los mercaderes. Volvieron a hacer la prueba. Se había descubierto el vidrio.16 ¿Tiene esta leyenda un fondo de verdad? Una cosa es cierta: en el siglo III antes de nuestra era, se continuaba utilizando la arena del río N’aman para fabricar vidrio, según explica el naturalista y filósofo Teófrasto. Siglos más tarde, se seguía exportando esta arena, incluso a tierras muy lejanas. El análisis de los objetos de vidrio hallados en las excavaciones permite constatar que la composición de los vidrios antiguos (70% de sílice, 20% de sosa, 5 a 8% de cal y un poco de sales metálicas colorantes) no difiere demasiado de la del vidrio actual. ¿No queda, por casualidad, en la abundante literatura egipcia o babilónica algún manual que explique las operaciones de los metalúrgicos o de los vidrieros y que, por lo tanto, nos proporcione datos de primera mano? A priori, ese tipo de textos son muy escasos: los procedimientos de fabricación técnica están envueltos en el misterio. Cuando un artesano hallaba un nuevo procedimiento que le daba cierta superioridad sobre sus cofrades (y competidores) no difundía a voces su descubrimiento. Y hoy sucede lo mismo: las patentes defienden, por supuesto, al inventor, pero la mejor protección es, sin duda, la discreción. Las cerámicas salidas de los talleres griegos son maravillosas: sólo los análisis más recientes han logrado desentrañar el secreto de su fabricación. Ningún texto antiguo confirma las hipótesis avanzadas; el único documento concreto lo constituyen cuatro ex votos realizados por una cofradía de alfareros en el siglo VI antes de nuestra era. Las cuatro placas representan el trabajo cotidiano de estos artesanos, con sus hornos y sus tornos de cerámica. El libro de «La Puerta del Horno» Se conocen algunos textos técnicos muy antiguos. Existen papiros egipcios, que datan de casi dos mil años antes de nuestra era, en los que se imparten conocimientos prácticos de agrimensura y geometría. Otros revelan los conocimientos médicos que poseían los sacerdotes egipcios hacia el año 1600 antes de nuestra era.17 Las bibliotecas babilónicas nos han legado tablas matemáticas. En todos estos casos se trata de conocimientos abstractos y no de las técnicas concretas de los herreros y vidrieros. Hasta el momento, no se ha encontrado ningún texto realmente antiguo que tratase de esas técnicas aplicadas. El manual técnico más antiguo que se ha conservado es asirio y fue hallado en la célebre biblioteca de Asurbanipal (668-626 antes de nuestra era). Su título: La Puerta del Horno, nos permite entrever el contenido.18 El texto describe, al principio, las precauciones que deben tomarse para construir el horno donde se realizarán las operaciones: “Si quieres colocar los fundamentos de 15 J. P. Rossignol: Mémoire sur le métal que les Anciens appelaient orichalque (París, 1852). 16 Plinio El Viejo: Historia natural, libro 36. 17 Papiro Ebers. 18 R. Campbell Thompson : On the Chemistry of the Ancient Assyrians (Londres, 1925). - 8 - L ucien Gérardin L a Alquimia un horno, escoge un día apropiado de un mes favorable. En cuanto los obreros hayan terminado el horno, ponte a trabajar. Toma a los que han nacido antes de tiempo, pero no mezcles nada extraño, nada impuro. Ofréceles libaciones; el día que coloques los ingredientes en el horno, haz un sacrificio en honor a los que han nacido antes de tiempo. Luego encenderás fuego bajo el horno y colocarás los ingredientes. Los hombres que trabajarán en ello han de purificarse; sólo entonces podrán acercarse al horno. La leña que arde bajo el horno debe ser madera de estoraque que no se haya utilizado para almadías y que haya sido protegida con cuero”. Los eruditos19 han discutido durante mucho tiempo el sentido de estas palabras: “los que han nacido antes de tiempo”. ¿Se trata de fetos humanos y de una especie de sacrificio ritual para obtener favores de los dioses del horno? El buen sentido nos señala que no debía ser demasiado fácil conseguir fetos en Babilonia. Además, poner carne humana en un horno destinado a operaciones metalúrgicas entorpecería, de entrada, el trabajo de los fundidores. Debemos ver en esta expresión un tecnicismo para designar los minerales que no han alcanzado la madurez del metal o las piedras que han quedado en estado bruto y que no son preciosas. Por otra parte el tratado de La Puerta del Horno es muy preciso en sus descripciones técnicas. Así, el escriba señala que para calentar el horno es preciso tomar “madera que no se haya utilizado para almadías”: la madera era escasa en la baja Mesopotamia, procedía de las montañas de la parte alta del país y, para transportarla, se fabricaban almadías con pellejos de cuero hinchados y colocados debajo de un armazón de maderos. Los barqueros bajaban por el río en la almadía cargada de mercancías. Al llegar a las ciudades del delta mesopotámico, desmontaban la balsa y vendían la madera. Los pellejos deshinchados se cargaban en asnos y volvían al punto de partida para ser cargados de nuevo. Esta madera saturada de agua fangosa no era apta para el trabajo metalúrgico de un alto horno de reducidas dimensiones y era preferible utilizar madera seca transportada en la almadía y protegida por un toldo “de cuero”. Coloración del vidrio y transmutación de los metales Después de explicar el modo de poner en funcionamiento el horno, el tratado aborda la fabricación del vidrio: las proporciones indicadas para los distintos componentes (arena y sosa) son correctas. Siguen a continuación numerosas recetas de coloración: azul con cobre o rojo con oro. Este procedimiento de coloración no fue redescubierto hasta el siglo XVI por el alquimista sajón Libavius. El escriba asirio describe luego algunos procedimientos de imitación de piedras preciosas: zafiro, esmeralda (vidrio verde), alabastro (vidrio blanquecino), venturina, coral (vidrio rojo). Después de estas recetas indica la manera de platear el bronce pero, lamentablemente, el texto de las tablillas se halla muy deteriorado en esa parte. Este plateado servía, seguramente, para la fabricación de espejos. Debemos señalar que este texto resulta muy conciso: el escriba se contenta con dar las proporciones de los distintos ingredientes de cada receta. Sin lugar a dudas, se trata de un resumen y las técnicas de preparación y de fabricación debían de enseñarse oralmente. Incluso hoy, el vidrio coloreado resulta atractivo. Pero ya no constituye ningún misterio: a nadie se le ocurriría confundir el vidrio colorado con el rubí, el verde con la esmeralda, el vidrio azul opaco con el lapislázuli. Pero en aquella época era muy distinto. Cuando las cosas raras como el oro o la esmeralda pueden imitarse –el oro con latón y la esmeralda con vidrio coloreado–, existe la gran tentación de realizar un fraude. Para descubrir este fraude se podía recurrir a algunas pruebas. Pero estas pruebas antiguas –por ejemplo la del oro que mediante el fuego, destruye y transforma en escoria los otros metales (plomo, cobre o cinc)– no tenían la misma eficacia que los actuales análisis químicos o físicos. Para los Antiguos, el aspecto físico, la dureza, la maleabilidad, el color desempeñaban un papel importante en las clasificaciones. Sobre todo el color, cualidad inmediata accesible a cualquiera. ¿Cambiar el color de un cuerpo no era también cambiar un poco su naturaleza? ¿La tintura del vidrio (o de los metales) era una simple coloración? 19 R. Eisler: L’Origine babylonienne de l’alchimie, en “Revue de synthèse historique”, pp. 1, 25 (1961). - 9 - L ucien Gérardin L a Alquimia A primera vista, parece extraordinario que una pizca de oro molido pueda colorear de rojo una gran masa de vidrio. ¿El vidrio que resulta de esta coloración, todavía es vidrio o ya es rubí? Este tipo de reflexión probablemente se sitúa en los orígenes de la alquimia, algunos siglos antes de nuestra era. Los primeros enciclopedistas No se ha encontrado ningún texto egipcio análogo a La Puerta del Horno y los autores clásicos griegos y latinos que tratan esos temas se cuentan con los dedos de una mano. En primer lugar, hablaremos del filósofo y naturalista Teófrasto (hacia los años 372-288 antes de nuestra era), designado por el mismo Aristóteles para sucederle en el Liceo. En su tratado De las Piedras,20 Teófrasto describe cierto número de minerales y diserta sobre las tinturas naturales y su preparación. Unos doscientos años más tarde, en el siglo I antes de nuestra era, el romano Vitruvio escribió sus Diez Libros de Arquitectura. Naturalmente, en el campo de preocupaciones de un arquitecto entraban los problemas de color, así como los del cemento o el yeso. Vitruvio poseía una curiosidad enciclopédica. “Es imposible –señalaba– destacar en un arte sin tener nociones más o menos generales de todas las demás” y, al mismo tiempo, hacía una distinción muy clara entre el erudito que conoce las teorías generales y el técnico que une a la teoría la práctica especializada del tal o cual arte, especialmente la arquitectura. Luego aparece Plinio el Viejo, que murió durante la erupción del Vesubio en el año 79 de nuestra era; nos ha dejado una enciclopedia de los conocimientos de su época: la Historia Natural. Varios libros21 están consagrados al estudio de los metales, del vidrio y de los colores. Su contemporáneo, el médico griego Dioscórides, habla en sus seis libros de Materia médica22 de remedios extraídos del reino mineral. Sin embargo, sólo obtendríamos un pequeño opúsculo, unas decenas de páginas como máximo, si juntásemos los textos que estos cuatro autores consagraron a los conocimientos técnicos de su época. Debemos recalcar el interés de todos ellos por los procedimientos para descubrir fraudes y por los métodos de análisis, en especial el de Plinio, que describe la forma de separar el oro de la plata: es inútil exponer al fuego esta aleación tal como es, ya que queda prácticamente intacta; hay que utilizar ácidos, tratar la aleación, por ejemplo, con ácido clorhídrico que transforma la plata en cloruro de plata y no altera el oro. Veamos cómo describe Plinio la operación: “Se coloca el metal en un crisol de barro con dos partes de sal común y tres de mysi, luego otras dos partes de sal y tierra arcillosa. Se expone el crisol a la acción del fuego. Entonces las sales se apoderan de todo lo que es extraño al oro, que queda puro”.23 El mysi es una especie de pirita, mezcla compleja de sulfuros y sulfatos. Bajo el efecto del calor, la reacción de la sal común y del mysi libera ácido clorhídrico naciente. El ácido no aparece como un cuerpo aislado, sino que interviene en la disolución de los metales. Ésta es la primera operación química que ha sido descrita. Sextus el negro inventa la destilación Dioscórides,24 en el quinto libro de su Materia médica, explica una operación mucho más importante. Al examinar las propiedades del cinabrio (sulfuro natural de mercurio), señala: “El mercurio se extrae del cinabrio de la siguiente manera: en un jarro de barro se coloca un plato de hierro donde se deposita el cinabrio y, encima, como tapadera, una vasija honda, unida al jarro con arcilla. Colocado esto sobre el fuego, el cinabrio se pega en lo alto, en el fondo de la tapadera, como hollín, y al enfriarse se convierte en mercurio”.25 Plinio describió la operación 20 Reproducido por F. de Mely: Les Lapidaires grecs (París, 1902). 21 En particular los libros 33, 34, 35 y 36. 22 En particular el libro 5. 23 Plinio el Viejo: Historia Natural, libro 33, cap. 25. 24 Médico militar romano que vivió bajo Tiberio y Nerón; su libro data seguramente del año 50 después de C. 25 Dioscórides: Materia médica, libro 5, cap. 110. - 10 -
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