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José Luis Olaizola PDF

25 Pages·2017·0.91 MB·Spanish
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Cucho José Luis Olaizola Ilustraciones de Paula Blumen Cucho José Luis Olaizola PREMIO EL BARCO DE VAPOR 1982 Ilustraciones de Paula Blumen Primera edición: mayo de 1983 Cuadragésima cuarta edición: febrero de 2018 Gerencia editorial: Gabriel Brandariz Coordinación editorial: Carolina Pérez Coordinación gráfica: Lara Peces y Marta Mesa © del texto: José Luis Olaizola, 1983 © de las ilustraciones: Paula Blumen, 2018 © Ediciones SM, 2018 Impresores, 2 Parque Empresarial Prado del Espino 28660 Boadilla del Monte (Madrid) www.grupo-sm.com ATENCIÓN AL CLIENTE Tel.: 902 121 323 / 912 080 403 e-mail: [email protected] ISBN: 978-84-675-9599-4 Depósito legal: M-489-2018 Impreso en la UE / Printed in EU Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. A mi hija Rocío. CUCHO MALUQUER vivía con su abuela en un ático de la calle de la Luna, en Madrid. Iba al cole- gio como los demás chicos. No sabía por qué no tenía padres, pero, como otros chicos no sabían por qué no tenían abuela, estaban igual. Su abuela se ganaba la vida trabajando de asis- tenta, pero, cuando cumplió los sesenta años, tuvo tan mala suerte que se rompió una pierna. Aun- que se la arreglaron, ya no pudo salir a la calle porque su casa era muy vieja, sin ascensor. Y como se quedó un poco coja, no podía subir las escale- ras de los cuatro pisos que tenía el edificio. –Tú no te preocupes –le dijo la abuela–. Yo sé coser y me puedo ganar la vida arreglando ropa. Aunque la casa de Cucho estaba junto a la Gran Vía, que era la calle más importante de la ciu- dad, la ocupaba gente muy humilde. A pesar de todo, procuraban ayudar a la abuela, mandándole 7 ropa para coser, pero le podían pagar muy poco dinero. Además, la verdad era que la abuela cosía re- gular, y como encima tenía muy mala vista, solo podía hacer arreglos de poca importancia. El caso es que empezaron a pasar hambre. Cucho menos, porque en el colegio, durante el recreo, se comía los bocadillos que dejaban a medias sus compa- ñeros. Los había que no los querían ni probar y se los daban enteros. Casi les hacía un favor porque así no tenían que tirarlos a escondidas. En tal caso se los llevaba a la abuela; pero la mujer tenía otro problema: como le faltaban los dientes, le costaba mucho morder el pan y solo se podía comer lo de dentro. Entonces Cucho se puso exigente y solo admitía bocadillos rellenos de cosas blandas como, por ejemplo, queso, mantequilla con mermelada, membrillo y, sobre todo, tortilla francesa. Por tanto, la abuela cada día comía mejor, pero cosía peor porque veía muy mal. Un día se equi- vocó y, en un traje de caballero que le dieron para arreglar, a la chaqueta le puso, en lugar de las man- gas, las perneras del pantalón. Cuando la vecina fue a quejarse, la abuela se disculpó: –Ya me extrañaba a mí que su marido tuviera los brazos tan largos... Por eso, aunque los vecinos quisieran ayudarla, resultaba difícil: veía tan mal que nunca sabían cómo iba a quedar lo que le dieran para coser. La mujer suspiraba: –¡Ay! Si yo tuviera unas gafas... Cucho –que tenía diez años, pero parecía ma- yor– se fue a una tienda a ver cuánto valían unas gafas. El dependiente le preguntó: –¿Para quién son? –Para mi abuela. –¿Para qué las quiere? –Para coser. –¿Cuántos años tiene? Esto no lo sabía Cucho, y por eso contestó: –Pues como una abuela, pero de las más viejas. El dependiente le entendió y le contestó: –Calcula que unos ciento cincuenta euros. El chico se quedó asombrado porque no ima- ginaba que unas gafas pudieran costar tanto di- nero. Volvió a su casa y le dijo a la abuela: –Oye, abuela, mejor será que dejes de coser. No nos compensa tener que comprar unas gafas. La mujer suspiró. –Y si no coso, ¿qué voy a hacer todo el día en casa? Cucho no sabía cómo solucionar un problema tan complicado. 10

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Vía, que era la calle más importante de la ciu- dad, la ocupaba gente muy humilde. A pesar de todo, procuraban ayudar a la abuela, mandándole. 7
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