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Introduccion A Una Poetica De Lo Diverso PDF

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É d o u a r d G lissant INTRODUCCION A UNA POÉTICA DE LO DIVERSO Traducción de Luis Cayo Pérez Bueno EDICIONES DEL BRONCE TÍTULO ORIGINAL: INTRODUCTION Á UNE POÉTIQUE DV DTVERS © ÉDITIONS GALLIMARD, 1996 ISBN ORIGINAL: 2-07-074649-6 PRIMERA EDICIÓN: MAYO DEL 2002 PROYECTO GRÁFICO: COLUMNA COMUNICACIÓ, S.A. © ÉDOUARD GLISSANT, 1996 © DE LA TRADUCCIÓN: LUIS CAYO PÉREZ BUENO, 2002 EDICIONES DEL BRONCE, 2002 ISBN: 84-8453-103-1 DEPÓSITO LEGAL: B. 13.380-2002 IMPRESIÓN: HUROPE, S.L. CALLE LIMA, 3 BIS - 08030 BARCELONA ESTA OBRA ES GALARDÓN DEL P.A.P. GARCÍA LORCA, PROGRAMA DE PUBLICACIÓN DEL SERVICIO DE COOPERACIÓN Y DE ACCIÓN CULTURAL DE LA EMBAJADA DE FRANCIA EN ESPAÑA Y DEL MINISTERIO FRANCÉS DE ASUNTOS EXTERIORES. O EDITORIAL PLANETA, S A-, 2002 CÓRCEGA, 273-279 - 08008 BARCELONA IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN Introducción a una poética de lo diverso Criollización en el Caribe y en las ¿ {meneas . . . Lenguas y lenguajes.............................................. Cultura e identidad ........................................... FI caos-mundo: por una estética de la Relación . Entrevistas El imaginario de las lenguas ............................. El escritor y el aliento del lugar ......................... N ota SOBRE EL TEXTO ...................'............................ Sin duda, el texto de estas cuatro conferencias, cuyo título genérico b: escogido en homenaje a Víctor Segalen, adolece de un excedo de «din- ría» justo allí donde hubiera sido preciso abordar lo Diverso v urdimbre del «todo-mundo » por un flujo de aproximaciones poéticas, por descripciones de paisajes y de situaciones, por un juego sonoro armonías y disonancias que hubieran dado cuenta de nuestra comía: «existencia-en-el-niundo». Pero es norma en estos casos tratar ü( expresar lo más posible en el tiempo asignado e ir, si no a lo más nin­ do, sí al menos a lo más inmediatamente convincente. ésta una obra hilvanada de un tirón, en la que el mero hablar L¡ arrastra hasta agotar casi las existencias de la escritura y m la que c, «yo» se declara a ultranza, mientras que las entrevistas que signen enfatizan significativamente el compromiso y la toma de par­ tido. Confío en que, una vez leída, el sentimiento de búsqueda, inquieto y errático acaso, prevalezca sobre el sistema replegado en si mismo. Doy las gracias, entre otros más, a Jean-Clajule Castelain, Joél Des- rosiers, Lise Gauvin, Jean-Claude Gémar\ Robert Melanpn, Gas­ tón Mirón, Pierre Nepveu, que me han acompañado en este rastreo. No olvido a Martin Bobitaille, quien se encargó de la trascripción del conjunto del texto. É.G. El objeto de estas cuatro conferencias ha de parecer a algu­ nos complejo y errático y es más que probable que a le largo de la exposición vuelva sobre temas que se entrelazarán, que se superpondrán; es mi forma de trabajar. * * * La primera aproximación que tuve de lo que cabría denominar como las Américas, la primera experiencia que recuerdo fue el paisaje, antes incluso de haber tenido conciencia de los dramas humanos —colectivos o individuales— acumulados en el tiem­ po. La región americana me ha parecido siempre —-y me refie­ ro a la región de las Américas— harto particular en relación, por ejemplo, con lo que he podido conocer de los paisajes europeos, a los cuales he tenido siempre como un conjunto muy reglamentado, cronometrado, en conexión con una espe- > ni.....i ¡cuali/tado de las estaciones. Cada vez que regre- il< i i I i Vmcricás, ya fuera a una isla como Martinica, mi llprru mil ll, o al continente americano, lo que llamaba más mi ih ni ion era el carácter abierto del paisaje. Para mí, es un p ii ;ijc irrué» —salta a la vista que se trata de una palabra Invi nuda—, en él hay irrupción y embate, también erupción, ali.dad e irrealidad a partes iguales. Cuando estoy en las eleva- 11 t iones de Sainte-Marie, en el cerro Bezaudin, el lugar en que nací, y diviso los cultivos en espaldera, casi verticales en esas alturas de Bezaudin y en otro cerro llamado Pérou, y en otro más conocido como Reculée, me asalta la misma sensación que ante el paisaje más vasto de Chavín, en Perú. Chavín es la cuna de las culturas preincaicas donde vi esos mismos cultivos en espaldera, ante los cuales uno se pregunta cómo el campesino que los cultiva consigue no despeñarse y permanecer en los treinta centímetros contados en los que pone sus pies. En esos espacios, el ojo no se familiariza con los artificios y las sutilezas de la perspectiva; con una ojeada, abarcamos toda la verticalidad y la abrupta acumulación de lo real. Este paisaje americano con el que nos reencontramos en una isla diminuta o en el continente me ha parecido siempre «irrué». Y es muy probable que me venga de ahí el sentimien­ to que siempre he albergado de una especie de unidad-diversi­ dad, por un lado, de las regiones del Caribe y, por otro, del conjunto de países del continente americano. En este sentido, el Caribe también me ha parecido siempre una suerte de pró­ logo del continente. En los siglos XVI y XVII, el Caribe era conocido como el Mar del Perú, a pesar de que Perú estaba en el otro extremo del continente y no existía una comunicación posible. Era una especie de introducción al continente, una suerte de vínculo entre lo que había que dejar atrás y aquello cuya exploración había que emprender. El Caribe fue el primer lugar donde desembarcaron escla­ vos, esclavos africanos, que después eran reexpedidos hacia Norteamérica o hacia Brasil o hacia otras islas cercanas. A mi juicio, estas regiones caribeñas son no tanto ejemplares —des­ creo del concepto de ejemplaridad— cuanto indicativas del universo americano. Y, sin embargo, se trata de países que durante mucho tiempo han sido ignorados —sin contar Haití, la primera república negra de la historia mundial, ni tampoco Cuba y la revolución cubana. Mi intención es menos ponde­ rarlas que probar que hay ahí una referencia a algo que está sucediendo en las Américas, no sin sobresaltos acusados, y que trataré de estudiar con ustedes. Comenzaré por definir la que, en mi opinión, es, y en esto coincido con otros, la característica esencial de las Américas, es decir, la división en tres partes a la que podemos someter —con investigadores como Darcy Ribeiro en Brasil y Emma- nuel Bonfil Batalla en México o Rex Nettleford en Jamaica— a las Américas: la América de los pueblos testigos, de los que siempre han estado ahí, conocida como Mesoamérica\ la Amé­ rica de los migrantes europeos que en el nuevo continente han mantenido los usos y costumbres y las tradiciones de sus países de origen, a la que podríamos llamar Euroamérica, que abarca Quebec, Canadá, Estados Unidos y una parte (cultural) de Chile y Argentina; y la América que podríamos denominar Neoamérica y que es la de la criollización. La forman el Caribe, el nordeste de Brasil, las Guayanas y Curasao, el sur de Esta­ dos Unidos, el litoral de Venezuela y Colombia y una parte considerable de América Central y de México. Esta división supera las fronteras, llegando a superponerse esas tres Américas. La Mesoamérica está presente tanto en Quebec como en Canadá y en Estados Unidos. Venezuela y ( '.olombia comparten una parte caribeña y una parte andina, esto es, una Neoamérica y una Mesoamérica. En esos conti­ nentes y en esas islas, las fricciones y los conflictos entre esas tres clases de Américas se han multiplicado^ Pero aur así, lo que predomina en esa relación es que cada vez más la Neoa­ mérica, vale decir, la América de la criollización, al mismo tiempo que sigue tomando prestados elementos de la Meso­ américa y de la Euroamérica, tiende a influir en esas dos for­ mas de la división americana. Y lo más sugestivo en el fenóme­ no de la criollización, en el fenómeno constitutivo de la Neoamérica, es que el poblamiento de esta Neoamérica es muy particular. En él prevalece Africa. Puede afirmarse que ha habido, en líneas generales, tres ti­ pos de «pobladores» ue las Américas. El «migrante armado», esto es, el que desembarca del Mayflower o el que remonta el río San Lorenzo. Llega con sus navios, su armamento, etc., se trata del «migrante fundador». Le sigue a continuación el «migrante familiar», doméstico, el que llega con su baúl, con su horno, con sus cazuelas, con sus fotos de familia y que pue­ bla una gran parte de las Américas del Norte o del Sur. Y, por último, el que llamo el «migrante desnudo», es decir, el que ha sido trasladado a la fiierza al nuevo continente y que constituye la base de la población de esta suerte de circularidad fundamen­ tal que es para mí el Caribe. No hay que desdeñar el término «circularidad», pues se trata de una especie de irradiación, de espiral, que dista mucho de la «proyección vectorial» que caracteriza toda colonización. Siempre he dicho que el mar Caribe se distingue del Medi­ terráneo en que aquél es un mar abierto, mi mar que difracta, mientras que el Mediterráneo es un mar que concentra. El hecho de que las civilizaciones y las grandes religiones mono­ teístas surgieran en las proximidades de la cuenca mediterrá­ nea obedece al poder de este mar para dirigir, incluso por medio de los dramas, las guerras y los conflictos, el pensa­ miento humano hacia un pensamiento de lo Uno y de la uni­ dad. El mar Caribe, por su parte, es un mar que difracta y que suscita la emoción de la diversidad. No es únicamente un mar de tránsito y travesías, es también un mar de encuentros y de implicaciones. Lo que sucede en el Caribe en tres siglos es lite­ ralmente esto, a saber: la coincidencia de elementos culturales provenientes de horizontes absolutamente diversos y que real­ mente se criolliznn, realmente se imbrican y se confunden entre sí para alumbrar algo absolutamente imprevisible, abso­ lutamente novedoso, que no es otra cosa que la realidad crio­ lla.. La Neoamérica —ya se trate de Brasil, el litoral caribeño, las islas o el sur de Estados Unidos— determina la experiencia concreta de la criollización a través de la esclavitud, la opre sión, la desposesión por los disiintos sistemas esclavistas, cuya abolición abarca un dilatado período (más o menos de í 830 a 1868), verileándose a través de esas desposesiones, esas opre­ siones y esos crímenes una verdadera conversión del «ser». Con su concurso, a lo largo de estas cuatro conferencias, desearía examinar esta conversión del ser. La tesis que sosten­ dré es que la criollización que se produce en la Neoamerica, y la criollización que se apodera de las otras Américas, no es dis­ tinta de la que opera en el nvundo entero. La tesis que sosten­ dré ante ustedes es que el -mundo se criolfiza o, lo que es lo mismo, que las culturas del mundo, en contacto instantáneo y absolutamente conscientes, se alteran mutuamente por medio de intercambios, de colisiones irremisibles y de guerras sin piedad, pero también por meuio de progresos de conciencia y de esperanza que autorizan a afirmar —sin que uno sea un utó­ pico o, más bien, admitiendo serlo— que las distintas humani­ dades actuales se despojan con dificultad de aquello en lo que han insistido desde antiguo, a saber: el hecho de que la ideno- dad de un individuo no tiene vigencia ni reconocimiento salvo que sea exclusiva respecto de la de todos los demás individuos.j Y esta dolorosa mutación del pensamiento humano es la que desearía rastrear con su ayuda. # * # ¿Qué es la criollización? Acabo de plantearles que existen tres tipos de poblamiento y que el debido a la trata de esclavos afri­ canos es el que ha causado las mayores aflicciones y desdichas en las Américas —eso sin contar el exterminio de los pueblos amerindios en el norte y en el sur del continente; y no pode­ mos pasarlo por alto. Se da actualmente un cuarto tipo de poblainienlo, interno: el de los desplazados haitianos y cuba­ nos en los boat people (refugiados que huyen en barco). Es una modalidad crítica del devenir de las sociedades americanas. Pero si se examinan las tres formas históricas de poblamiento, nos damos cuenta de que mientras los pueblos migrantes procedentes de Europa (los escoceses, los irlandeses, los italia­ nos, los alemanes, los franceses, etc.) llegan con sus cantos, sus tradiciones, sus herramientas, con la imagen de su Dios, ele., los africanos llegan despojados de todo, de cualquier posibili­ dad, desprovistos incluso de su lengua. Pues el antro del barco negrero es el lugar y el momento donde las lenguas africanas desaparecen, porque en el barco negrero, o en las plantacio­ nes, jamás convivían las personas que hablaban la misma len­ gua. El ser se hallaba despojado de cualquier elemento propio de su vida cotidiana y, sobre todo, de su lengua. ¿Qué sucede con ese migrante? Pues que recompone, echando mano de huellas, una lengua y unas artes que pode­ mos considerar válidas para todos. Allí, por ejemplo, donde en una comunidad étnica, en el continente americano, se ha con­

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