(2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125): 83-109 | 83 issn 1688 - 7247 Incidencia de la regulación afectiva en el desarrollo y en la conformación de la personalidad Delfina Miller1 El afecto tal cual se presenta en la organización psíquica de tal o cual individuo es lo que lo identifica más probablemente con lo que el individuo presenta de más irreductiblemente singular, de más singularmente individual. Andrè Green El afecto en psicoanálisis el afecto y su regulación se han vuelto un tema de importancia capital dentro de los estudios acerca del funcionamiento psíquico, lo que ha per- mitido cuantiosos aportes, especialmente en referencia al desarrollo y a la psicopatología. aunando diferentes perspectivas, dichos estudios suelen partir de lo biológico y conducen, a través de lo intersubjetivo, a la con- solidación de la subjetividad. varían en sus objetivos y metodologías, focalizándose algunos en cómo los afectos regulan y otros en la necesidad de que sean regulados, en las diferencias individuales (innatas o adquiridas), en su permanencia como rasgo o en su perentoriedad como defensa frente a la impulsividad y la actuación (cole, Michel y tetti, 1994; Fonagy, gergely, Juris y target, 2004; gross, 2007). sin embargo, este interés tiene dentro del psicoanálisis una larga histo- ria, así como posiciones diversas en lo que se refiere a su función, que van desde considerar los afectos como algo negativo que mostraría la debilidad 1 Miembro fundador de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica. [email protected] 84 | delfina miller issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) del yo para controlar la excitación y descargarla, lo que incidiría desorga- nizando el comportamiento, hasta considerarlos «pistas» para reconocer deseos, representaciones, relaciones objetales (spezzano, 2003). es un concepto que resulta fundamental desde los primeros trabajos de Freud, en los que a través del estudio de la histeria evidencia el va- lor terapéutico de la abreacción, buscando el origen del síntoma en un acontecimiento que no ha podido ser procesado y descargado, y cuyo afecto puede tener distintos destinos: la conversión, el desplazamiento o la transformación. el alivio del síntoma surgirá cuando al recuerdo se una el afecto correspondiente. siguiendo sus ideas, podemos observar dos tendencias que nos inte- resa destacar, ya que conducirán nuestras reflexiones respecto al funcio- namiento mental en relación con la afectividad: • la que considera los afectos como energía en busca de descarga y los vincula a las pulsiones y, específicamente, al ello. tomando en cuenta los planteos de Freud en Lo inconciente (1915/1980), un afecto sería la percepción consciente de un proceso inconsciente de descarga pulsional. • la que considera los afectos como señales que pasan a través del control del yo, tomando como referencia Inhibición, síntoma y angustia (Freud, 1926/1980). Podemos, entonces, preguntarnos: ¿Surge el afecto de un flujo desor- ganizador inconsciente o es un mensaje indicador de las características del estímulo? ¿Qué será lo primordial: la descarga o el procesamiento? ¿Qué sucede si se da uno u otro? la segunda tendencia, que considera los afectos como señales, ha sido desarrollada especialmente por la psicología de las relaciones objetales y la psicología del self, así como por los estudios de la regulación afectiva, especialmente por los teóricos del apego. estudios contemporáneos des- tacan la función de los afectos como indicadores de la importancia que el sujeto da a los diferentes estímulos, condicionando tanto su percepción como su respuesta conductual. son considerados experiencias subjeti- vas que, a la vez que nos hacen «sentir», condicionan también nuestro incidencia de la regulación afectiva en el desarrollo y en la conformación de la personalidad | 85 issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) actuar (Bernardi, 2008; emde, 1988). Para estos autores, estas experiencias subjetivas se consolidan en estructuras internas que van conformando el sustrato de la personalidad. otros psicoanalistas contemporáneos sostienen que solo la primera puede considerarse auténticamente psicoanalítica (green, 1999), ya que la segunda, al poner el énfasis en el control del yo, descuidaría el lugar del inconsciente en la generación de afectos. este planteo nos lleva a conside- rar qué incidencia y qué características se le atribuye a lo inconsciente, así como a los procesos cognitivos, en relación con la afectividad, vieja contro- versia entre afecto y representación, entre idea y emoción, que puede hoy traducirse a la pregunta acerca de cuánto incide el afecto en la cognición y cuánto esta en el afecto. estudios contemporáneos nos muestran que ambos procesos son difícilmente separables, ya que «la cognición está al servicio del afecto y esta inspira la cognición» (sroufe, 2000, p. 160). asimismo, las investigaciones actuales que reúnen los conocimientos psicoanalíticos con los provenientes de la biología o de los estudios acerca del desarrollo muestran que el afecto es considerado una fuente indepen- diente de conocimiento tanto de uno mismo como del entorno (dama- sio, 2010), suponiendo un modo independiente de evaluación (ledoux, 1999) en el que una gran parte de su procesamiento y regulación se daría automáticamente, fuera de la conciencia y, en ocasiones, con independen- cia de su representación. emde (1988), por su parte, también plantea que habría una evaluación afectiva inmediata, proceso que ocurriría de forma espontánea, automática y, la mayoría de las veces, subliminal. al ubicar los afectos en el origen de la psicopatología, Klein (1976) destaca su incidencia desde épocas muy tempranas, focalizándose en la ansiedad y sus vicisitudes, la envidia, el odio, la rabia, como promotores de todo el procesamiento psíquico. en las diferentes conceptualizaciones, los afectos aparecen como una matriz psíquica (green, 1975) formada a partir de procesos evaluativos que arraigan en la biología, son activos y adaptativos, incluyen cogniciones y operan tanto consciente como inconscientemente, a través de códigos simbólicos y subsimbólicos, previos al desarrollo del pensamiento (Bucci, 2003), reuniendo lo intrapsíquico con lo intersubjetivo, con un objetivo in- tegrador, al organizar el funcionamiento mental y la conducta (emde, 1988). 86 | delfina miller issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) otto Kernberg (1994) también presenta lo que podríamos considerar una operativización de estos principios, proponiendo que una vez que la organización psíquica se ha consolidado, sus activaciones se deberán a estados afectivos. estos estados afectivos incluyen relaciones objetales internalizadas y una básica representación de sí mismo que se vincula a una particular representación del objeto. los afectos, por su parte, van a tener una valencia positiva o negativa respecto a la relación del sujeto con el objeto de la experiencia particular, mientras son los afectos básicos los que se consideran marcos estables para la organización de la experiencia psíquica y el control conductual, a través de las diferentes etapas del desa- rrollo. a la vez, serían bloques constructivos y poseerían función de señal, consolidándose como libido o agresión. Podríamos, entonces, considerarlos aspectos continuos de nuestra vida, que no serían intermitentes ni tampoco de índole exclusivamente traumática, sino que constituirían esa «matriz psíquica» (green, 1975) que en la vida cotidiana regularía nuestros intereses así como nuestras frustraciones, y comunicarían nuestras necesidades. Fonagy (1999) y emde (1988) agregarían que contribuyen a conformar el núcleo del self. Afectos y pulsiones ¿Qué relación podemos establecer hoy entre estos términos? cabe pregun- tarse, de acuerdo a lo que expusimos, si el afecto se vuelve motivación en sí mismo y determina la acción (emde, 1988). tomkins (1995) confirma estas ideas y señala que el afecto tiene el carácter de una fuerza que antes solo estaba reservada para las pulsiones. spezzano (2003) también comparte y confirma estas ideas. o. Kernberg (1994) plantea que los afectos serían estructuras puente entre los instintos y las pulsiones. los afectos serían para él estructuras instintivas, es decir, pautas psicofisiológicas biológica- mente determinadas, activadas por el desarrollo. lo que se organiza para constituir las pulsiones agresiva y libidinal es el aspecto psíquico de esas pautas. el afecto sería la expresión cualitativa de la cantidad de energía pulsional y sus variaciones. Freud (1980/1915) mismo define el afecto como la traducción subjetiva de la energía pulsional. incidencia de la regulación afectiva en el desarrollo y en la conformación de la personalidad | 87 issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) en este sentido, podríamos decir que, en los humanos, los afectos se han hecho cargo de buena parte del papel que los instintos desempeñan en los animales inferiores, si bien la conducta dirigida emocionalmente sería más flexible y modificable. esta flexibilidad representaría a la vez una enorme ventaja y una tremenda vulnerabilidad, ya que estaría vinculada a la dependencia de la reacción afectiva de la evaluación positiva o negativa que el sujeto hiciera de un suceso determinado, lo que dependería, a su vez, de su capacidad para modular la tensión que dicho suceso le signifi- que, así como de la seguridad que encuentre en el contexto. Podemos decir entonces que las funciones más importantes del afecto serían comunicar estados internos, estimular la competencia exploratoria en el medio y alentar respuestas adecuadas a situaciones de emergencia. a partir de estos planteos, podemos considerar el lenguaje afectivo como un lenguaje privilegiado, no siempre expresado con palabras, no siempre consciente, proveniente a veces de estímulos externos y a veces de fuerzas internas, que supone un intercambio inmediato y determinante entre los sujetos. los afectos, que como vimos, son objeto de un procesamiento psí- quico que caracteriza a cada individuo, resultan de capital importancia en la labor terapéutica, en la medida en que esta aspire a generar cambios en la organización psíquica. es por esta razón que se les otorga un lugar de privilegio dentro de las intervenciones psicoanalíticas (diagnósticas o terapéuticas), en las cuales el vínculo (afectivo) se ha desarrollado como fundamento. ¿Porque es importante la regulación de la afectividad? Una preocupación primordial del psicoanálisis ha sido desde siempre la regulación de los afectos y sus consecuencias, tanto para el desarrollo normal como para la patología. esto queda ya evidenciado, por ejemplo, en el estudio de los mecanismos defensivos planteado por Freud (1926/1980), aun cuando se puede ver una gran disparidad entre el rol marginal que se le ha concedido dentro de la teoría psicoanalítica y su enorme importancia en la clínica, en su vinculación con los procesos inconscientes, los deseos, imbricados dentro del proceso de desarrollo (Fonagy, 1999). 88 | delfina miller issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) el estudio más sistemático, así como la investigación en la regulación de los afectos, se originó en la psicología del desarrollo (gross, 2007), y ahora se están extendiendo tanto a la psicología del adulto (gross, 2007) como a la psicopatología, cubriendo diversas perspectivas. Podemos definir la regulación afectiva como la capacidad del yo para modular los estados afectivos. dicha capacidad se sustenta en una signi- ficación experiencial que va más allá de la comprensión intelectual, ya que a la vez que habilita la mentalización, se ve luego condicionada por ella. en este sentido, la «afectividad mentalizada» estaría en la base de la capacidad madura para regular los afectos y para descubrir el significado subjetivo de los estados afectivos propios. Juega un papel fundamental en el desarrollo del reconocimiento y manejo de uno mismo, así como en la adaptación del sujeto a su entorno (Fonagy et al., 2004). Puede decirse que el adulto opera, desde los primeros vínculos con el niño, como un conmutador que transforma los esquemas sensorio-moto- res, con los cuales nace el bebé, en pulsiones que se ponen de manifiesto como afectos y marcas significantes. Por otro lado, la posibilidad de representar aquello de lo que los afec- tos nos informan parece constituir una piedra angular de nuestra vida mental, y la de ligar, el paso necesario para acceder a una determinada organización que va a dar lugar a nuestra personalidad condicionando nuestro actuar (Marty, 1985). ¿Qué sucederá entonces cuando se externalizan las conmociones afec- tivas a través de la acción, pero no están suficientemente representadas, ligadas? ¿es entonces, como dice green (1975), que en estos sujetos la acción tomaría el lugar de la representación? ¿es que estamos frente a un afecto-representación que queda excesivamente pegado a una única y rígida interpretación a la que solamente se puede responder actuando? ¿Qué falla aquí? ¿la capacidad de representar? ¿la afectividad que no dispara adecuadamente el proceso mental, sino que lo invade y desorgani- za? ¿será que nos enfrentamos a una incapacidad de procesar situaciones que han sido vividas como traumáticas y que mucho tiempo después si- guen alterando al individuo y reclamando su atención, al punto que todas las nuevas experiencias parecen simplemente reediciones de ese trauma? ¿corresponde a sujetos excesivamente sensibles que necesitan evitar toda incidencia de la regulación afectiva en el desarrollo y en la conformación de la personalidad | 89 issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) nueva emoción porque ya no tienen fuerza para integrarla o es, como dice Bion (1991), que la intensidad de los impulsos destructivos transforma el amor en sadismo y genera un temor permanente a una aniquilación inminente que menoscaba la integridad del self en un ataque sádico al yo y a la matriz del pensamiento? si nos remitimos a la experiencia clínica, podemos decir que los niños con una afectividad descontrolada, que suelen volcarse en acciones o, más bien, en actuaciones, que reaccionan con una violencia que sentimos inmotivada, nos resultan muchas veces difíciles de comprender y suelen generarnos una mezcla de asombro, desconcierto y rechazo. sus acciones y las nuestras en el vínculo con ellos parecen perder su sentido simbólico. el contacto se vuelve superficial. la barrera, imposible de traspasar. no los entendemos y nos da la impresión de que ellos tampoco nos entienden. caemos en el agujero en el que ellos mismos están, por momentos no sabemos qué hacer y muchas veces… también nosotros actuamos. nos es necesario tomar distancia de la situación para poder reflexionar y así comprender mejor algo de lo que parece pasarles-pasarnos. algo les y nos genera una conmoción muy fuerte, no comprenden, ni compren- demos, qué ni cómo los desorganiza y nos desorganiza, y entonces ambos actuamos. nos parece que para ellos no hubiera posibles intermediarios entre el estímulo que los conmociona y la respuesta. ¿es esto lo que «ex- ternalizan»? ¿la imposibilidad de significar, representar, ligar, comprender lo que están viviendo y, en consecuencia, dar una respuesta adaptada a la situación-estímulo? ¿no hay representaciones que se reactiven ante la experiencia que están viviendo, que queda entonces reducida a una experiencia afectiva sin fundamento? ¿son las representaciones escasas, superficiales, y por eso no dan cuenta de la experiencia? ¿Proviene esto de una falla cognitiva, afectiva, o del encuentro con el otro? ¿Podemos hablar de conflictos que traben el normal procesamiento mental? ¿de instancias que entren en conflicto? ¿cómo y en base a qué se producen estas respuestas? ¿cuánto de todo esto será parte de una estructura deficitaria que subyace y condiciona? la excitación existe y es registrada, la respuesta se produce, pero ¿de qué forma? esa excitación necesita ser procesada para transformarse en una respuesta adaptada. Parece que esto es lo que no sucede. 90 | delfina miller issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) entonces, si bien la acción —y, por qué no, la actuación— supone un recurso para todos, el problema se genera cuando no se puede acceder a su significado, cuando queda reducida a una inmediata y necesaria descarga, y no resulta un preámbulo o una consecuencia de la actividad mental, sino que la sustituye en una permanente evacuación de todo lo que sea considerado como un dolor o una frustración, o simplemente genere incertidumbre. en la medida en que el comportamiento se transforma simplemente en una descarga, esto sume al sujeto en una situación de profunda vulne- rabilidad que compromete su funcionamiento mental. la desorganización sobreviene y se va perdiendo cada vez más la capacidad de procesar mental- mente las señales afectivas, con lo que queda sumido en un mar de acciones. los límites entre el self y el objeto se volverán entonces borrosos. cual- quier nuevo estímulo resultará improcesable. serían sujetos frágiles, desva- lidos, que podrán aparecer como deprimidos, pero no con una depresión melancólica, sino con una depresión «blanca», al decir de Marty (1985). tal como lo ha demostrado gross (2007), cuando no se utilizan es- trategias de regulación, la experiencia de emociones negativas aumenta considerablemente su intensidad. así, las personas con dificultad para dis- tinguir y significar sus estados emocionales, al ser menos hábiles en regu- larlos, experimentarán afectos menos controlables y, muy probablemente, con mayor intensidad, lo que está en relación directa con la aparición de síntomas psicopatológicos y somáticos. esto, sin embargo, no implica que estas «actuaciones» carezcan de sen- tido, sino, más bien, que es preciso buscar el sentido en otro lado, diferente de la sexualidad, del conflicto edípico o de la culpa neurótica, tenemos que buscarlo en otro registro. Renunciar a encontrarle una significación a las actuaciones sería abandonar la búsqueda del sujeto del inconsciente, sin lo cual ¿podremos comprender al sujeto? si no podemos comprenderlo, menos aun podremos ayudarlo. todo lo anterior evidencia la importancia de que los afectos resulten una señal para uno mismo y para quienes lo rodean, a partir de la cual se pueden desplegar estrategias que sostienen el conocimiento de uno mismo y del entorno, incidiendo en el comportamiento y la adaptación. entonces, aunque está aceptado que los afectos acompañan y aparecen ya desde los primeros momentos de la existencia humana, es su identifica- incidencia de la regulación afectiva en el desarrollo y en la conformación de la personalidad | 91 issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) ción, diferenciación y, en definitiva, su regulación lo que les da su lugar en el desarrollo de la personalidad. si bien diversos afectos coexisten, parecería que cada uno de ellos sostiene una disposición particular para el recono- cimiento y la adaptación del niño a su entorno. teorías neuropsicológicas actuales presuponen la existencia de un almacenamiento de recuerdos afectivos en el cerebro límbico, que permite la reactivación de aspectos, no solamente cognitivos, sino también afectivos de la experiencia vivida, en especial aquellos aspectos subjetivos que colorearon afectivamente dicha experiencia (arnold, 1970). al decir de cole, luby y sullivan (2008), al ser capitales para el desarrollo, también vuelven al niño más vulnerable, aun cuando sean básicamente adaptativos. La regulación de los afectos implica tanto un componente intrapsí- quico como un componente intersubjetivo, que en su combinación pro- veen al niño la capacidad de distinguir la realidad interna de la externa, los procesos mentales y emocionales de la comunicación interpersonal. solo gradualmente el niño se da cuenta de que tiene sentimientos y pensamien- tos, y va siendo capaz de distinguirlos. Las representaciones primarias de las experiencias se van organizando en representaciones secundarias de estados de la mente y del cuerpo propios, así como van permitiendo el conocimiento de la mente y el cuerpo de los demás. de esta manera, la regulación afectiva juega un papel primordial en la constitución del self, ya que no solamente habilita el autoconocimiento y el conocimiento de los otros, sino que focaliza su atención, promueve los mecanismos de defensa y afrontamiento, y condiciona el relacionamiento. en este sentido, es mucho más que la valencia o la intensidad de los afec- tos lo que está en juego. la regulación afectiva, tal como la entiendo, hace referencia a los mecanismos que van a dar cuenta de la organización del self, sosteniendo asimismo la percepción de cómo estamos, de cómo nos sentimos. no es entonces la condición de positivo o negativo, fuerte o débil, lo que debemos estudiar al respecto, sino los complejos procesos por los cua- les esa primera señal que dan los afectos se relaciona con las herramientas cognitivas, con el comportamiento y, en definitiva, con los desafíos del momento, condicionando las respuestas. considero, por tanto, que los afectos regulan y a la vez son regulados. nos encontramos con una forma muy primaria, innata, de autorregulación 92 | delfina miller issn 1688 - 7247 | (2017) Revista uruguaya de Psicoanálisis (en línea) (125) que luego, a través del contacto con el otro, se irá modulando (heterorre- gulación) para, en definitiva, volver a ser autorregulación en la medida en la que esos intercambios con los otros vayan siendo internalizados. el desarrollo y el crecimiento del individuo se verán claramente afec- tados cuando esta regulación no se logre. Las consecuencias de la disregulación de la afectividad ahora bien, ¿qué entendemos, de acuerdo a lo que venimos exponiendo, por disregulación2 de la afectividad? la respuesta afectiva desadaptada, basada en la ineficacia, en la identificación, significación y procesamien- to de esa primera señal afectiva que da cuenta de la vivencia, que genera fallas en el reconocimiento de lo que sucede, de cómo nos impacta a no- sotros mismos y de cómo impacta en los demás. se evidencia a través de un aumento de la ansiedad que dispara la actuación y va generando una sensación consciente o inconsciente de desvalimiento que puede relacio- narse con la depresión. todo este proceso va de la mano del desarrollo y del crecimiento del niño, por lo cual debemos tener en cuenta que, ya en las primeras semanas, el niño puede manifestar diversos afectos: enojo, tristeza, alegría, miedo, interés y sorpresa, y antes de que cumpla el año, aparecen estrategias ru- dimentarias para regularlos; por ejemplo, el self-soothing (gormally, Barr, Wertheim, alkawaf, calinoiu y young, 2001; sroufe, 2000). en el segundo año, se hacen presentes los rudimentos de culpa, vergüenza, y orgullo (cole, Michelle, tetti, 1994; lewis y sullivan, 2005); los niños de dos años ya son capaces de comprender la alegría, la tristeza y el enojo, y de darse cuenta de cómo estos afectan el entorno y el comportamiento (lewis y Michaelson, citados por cole, Michel y tetti, 1994). 2 Debemos tener en cuenta que el término disregulación no se encuentra en el Diccionario de la Real Academia Española. Sin embargo, se trata de un término que se ha vuelto de uso frecuente en función de los múltiples estudios que se han realizado al respecto, como fácilmente lo comprobamos en la bibliografía citada. Proviene de la traducción del término inglés dysregulation. A los efectos de esta presentación, usaré entonces la expresión disregulación en función de efectuar una traducción lo más específica posible del inglés.
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