Ignacio García Aguilar 79 Del calabozo al priorato: la carrera literaria de fray José de Sigüenza en El Escorial de los Felipes (1592-1606) Ignacio García Aguilar (Universidad de Córdoba) Introducción Fray José de Sigüenza (1544-1606) es un autor situado en la periferia del canon de la literatura aurisecular española. De su producción se ha valorado la prosa, muy elogiada por Unamuno, Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal, entre otros;1 y es también conocido por haber sido discípulo de Benito Arias Montano, pero poco más. Sin embargo, fray José fue autor de una considerable producción poética,2 no de gran calidad, aunque sí de enorme interés, dado el contexto en el que se escribió la mayor parte de ella: el monasterio de San Lorenzo de El Escorial en las dos últimas décadas de su vida, coincidentes con el fallecimiento de Felipe II y la sucesión de su hijo Felipe III. En estos aproximadamente veinte años el fraile jerónimo se preocupó por acercarse al poder real, lo que le granjeó poderosas amistades, pero también enemistades de mucho peso. Valga como ejemplo de ello el proceso inquisitorial que sufrió en 1592 y que fue orquestado por sus propios compañeros de orden. Aunque las causas oficiales tenían que ver con su interpretación de los textos bíblicos, lo que estaba al fondo de todo era la gran ascendencia que el jerónimo iba ganando sobre el rey y sus hijos. El proceso se resolvió con inusual rapidez y fray José se pudo reincorporar a sus labores habituales en 1593. No mucho tiempo después, los mismos jerónimos que lo habían denunciado lo eligieron prior de su monasterio, tras sufrir importantes presiones por parte del sucesor de Felipe II. De acuerdo con las Memorias sepulcrales3 del monasterio, “el rey don 1 A juicio de Unamuno (1975, 215) fue “uno de los más grandes escritores con que cuenta España,” pues “en el respecto de la lengua si los otros le igualan no se puede decir que haya quien le supere.” (véase también Martínez 1973). En palabras de Menéndez Pelayo (1962, 423), fray José fue “quizá el más perfecto de los prosistas españoles después de Juan de Valdés y Cervantes” y de acuerdo con Menéndez Pidal (1969, 150) “su lenguaje es de lo más puro y correcto que hay en castellano.” Para un detallado análisis de la recepción de la obra de fray José entre la crítica y la historia de la literatura contemporánea puede consultarse Campos y Fernández de Sevilla (2006, 240-250). 2 Como tantos de sus contemporáneos, fray José se dedicó al ejercicio de la poesía durante toda su vida. Sin embargo, su actividad como poeta no ha sido prácticamente estudiada (a excepción de Rubio González 1973, 1976, 1977 y García Aguilar 2011, 2014b), ya que esta faceta seguntina del seguntino quedó ensombrecida por el desinterés del autor en la difusión de sus poemas, por la mayor calidad e importancia de su prosa y, fundamentalmente, por el inalcanzable listón establecido por los más grandes autores áureos del momento. No obstante, sus versos tienen interés en el marco del presente monográfico debido que el propio Felipe II y sus hijos llegan a ser destinatarios de varios de sus poemas e incluso aparecen discursivamente presentados como voces poéticas de algún soneto, lo que resulta indicativo de la estrecha relación entre el fraile y el poder regio. 3 Las Memorias sepulcrales son un documento redactado a lo largo de 273 años, entre 1574 y 1837, que posee una doble finalidad. La primera es eminentemente administrativa, pues documentando con detalles los enterramientos que se llevaban a cabo en El Escorial se podía conocer lo que contenía cada sepultura, los años que llevaba en ella enterrado el cadáver y, consiguientemente, si se podía utilizar para próximos enterramientos. Así pues, las Memorias recogen, pese a alguna pérdida y mutilación, 897 inscripciones, más o menos detalladas, de otros tantos profesos, en su mayoría de San Lorenzo de El Escorial; aunque también hay algunos monjes provenientes de otras casas y de otras órdenes. Pero a esta funcionalidad práctica se le unía un propósito ejemplificador y moralizante, del que se da cuenta en la dedicatoria del libro. La dimensión cercana a lo hagiográfico desvirtúa en algo la objetividad presumible a un documento administrativo. Pero a pesar de ello, se trata de una fuente valiosísima de datos sobre la vida (y la muerte) en El Escorial, así como también sobre las circunstancias particulares de muchos de los fallecidos, como ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 80 Felipe tercero, nuestro señor, en el Capítulo General que se celebró el año de 1603, ordenó le eligiesen por prior desta su casa” (2001, 234). Para poder ordenar tal cosa hubo de modificar los estatutos fundacionales de El Escorial, de modo que en la elección del prior se tuviera en cuenta la opinión real, y no fuera esta una decisión que dependiese únicamente de los integrantes de la orden, como había sido hasta el momento. Los resquemores acerca de la ascendencia de fray José sobre el rey, pero también sobre el príncipe y la infanta, estaban perfectamente fundamentados, como constata el hecho de que en apenas una década fray José pasara de las cárceles inquisitoriales a gobernar el más importante centro religioso-político del Imperio. Ante estos hechos cabe preguntarse cuáles fueron las causas que motivaron la animadversión de los propios jerónimos, la protección de fray José y su fulgurante ascenso. La hipótesis del presente trabajo es que fray José se afanó por organizar desde su llegada al Escorial una suerte de carrera literaria4 con la que proyectarse exitosamente en el contexto escurialense como modelo de sabio maestro, leal consejero y perfecto propagandista de El Escorial (la obra más querida del monarca, en un momento en el que los excesivos gastos que ella ocasionaba suscitaron no pocas críticas). Sus escritos al servicio del poder le procuraron una relación más estrecha con el rey y parte de su entorno, lo que le facilitó su ascenso dentro de la estructura escurialense, en la que alcanzó el estatus máximo al que podría aspirar (prior) en su meditado proceso de autopromoción letrada. El proceso inquisitorial como indicio de una carrera exitosa A principios de 1592 fray José de Sigüenza fue denunciado por sus compañeros de orden ante la Inquisición, lo que dio lugar a una investigación que se resolvió con inusual rapidez.5 La cronología del proceso se inicia el 13 de abril de 1592, cuando los padres Juan de la Cruz y Jerónimo de Guadalupe comienzan en el Colegio de El Escorial una visita canónica que se prolongaría durante cuatro días. Su objetivo no era ocurre con fray José, del que se dan profusos detalles que fueron aprovechados por Santos para la reseña histórico-biográfica que hace de Sigüenza en su Cuarta parte de la historia de la orden de san Jerónimo (1680, 694-722). 4 Para la aplicación del concepto de literary career son todavía de interés los estudios inaugurales de Lawrence Lipking (1981) y Richard Helgerson (1983), propulsores del concepto de career criticism para referirse a los mecanismos que ponen en práctica los autores con el objetivo de obtener un beneficio económico o social a través de su propio actividad literaria (si bien en estos trabajos iniciales se concedía una excesiva importancia al modelo virgiliano, en tanto que determinador del diseño de la carrera literaria o cursus autorial). Desde una actualización de esos presupuestos iniciales, y con una mirada más amplia y heterogénea a otros factores del entorno socioliterario, más allá de la impronta de Virgilio, Cheney y de Armas (2002) aplican la teoría al ámbito europeo en general, desde la Antigüedad hasta el Renacimiento, prestando especial atención a la manera en la que se construye la conciencia autorial en acuerdo o disidencia con respecto de unos modelos previos. En el ámbito concreto de la literatura española son fundamentales los trabajos de Gutiérrez (2005), Sánchez Jiménez (2006), Jiménez Belmonte (2007) y Ruiz Pérez (2009), que parten de la existencia de una voluntad autorial que impulsa el desarrollo de estrategias de autorrepresentación que se hacen patentes en los dos niveles de actuación paralela de los escritores: el textual y el social. Las nociones señaladas, en conjunción con el concepto de campo socioliterario (Bourdieu), nos servirán para contrastar varias de las actuaciones de fray José de Sigüenza en términos de movimiento de campo, como mecanismos efectivos con los que alcanzar una posición privilegiada y rentabilizar desde ahí todo el capital cultural y simbólico que generan sus textos. Al ubicarse todo ello en un espacio tan reducido y abarcador como el monasterio de El Escorial resulta más factible corroborar las hipótesis que se apuntarán y que, necesariamente, se circunscribirán a un escogido elenco de casos que nos parecen ilustrativos de la hipótesis apuntada y de la idea general que articula el presente monográfico. 5 Andrés (50-54) sintetiza la cronología del proceso. ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 81 otro que cumplir con lo encomendado por el General de la orden, el padre García de Santa María, quien había exigido que se examinara a los diferentes predicadores y confesores del colegio escurialense para verificar que ninguno de ellos se apartaba del correcto cumplimiento de la doctrina. Las pesquisas se extendieron hasta el 17 de abril y dieron como resultado un compendio de veinte proposiciones conformadas por los testimonios de treinta testigos. El contenido de las mismas censuraba opiniones vertidas por fray José sobre el correcto sentido con que se debían interpretar determinados pasajes de la sagrada Escritura, la vacuidad y ornato de los sermones que se estilaban entre sus compañeros de orden, la autoridad incuestionable de Arias Montano en la exégesis bíblica o las feroces críticas de fray José en contra del escolasticismo. Tres días más tarde, el licenciado Gutiérrez Mantilla ofrece la primera calificación de las proposiciones, que firma con fecha de 20 de abril de 1592 (Andrés, 107-114). Con semejante material, “era fácil presentar todo esto como herético,” de acuerdo con Bataillon. Así pues, el principal catedrático de teología del Colegio de San Lorenzo, encargado de calificar las opiniones de Sigüenza, descubre en ellas luteranismo, wiclefismo, judaísmo. No tarda en señalar los estragos de este espíritu funesto entre los religiosos del Colegio y conjura al Rey a que secunde los esfuerzos del prior para poner remedio. (Bataillon, 744) Fray José debió de prever que iba a ser denunciado al Santo Oficio, y antes de que eso ocurriera se presentó voluntariamente ante el tribunal de la Inquisición de Toledo, el día 23 de abril. Comienza su Memorial mostrando una humildad impostada que se adecuaba con justeza a la retórica que exigía el procedimiento: Desde allí [El Escorial] me han notado todas las palabras que he dicho en pláticas familiares y religiosas y en los sermones y depuesto de ellas a los jueces de mi Orden y hecho información y proceso contra mí. Y porque yo me tengo por el más pequeño y humilde hijo de la Iglesia, vengo a dar razón a vuestra señoría de todo lo que he entendido que contra mí se ha depuesto; porque si, con razón, alguno de mí se ha escandalizado, vuestra señoría me corrija conforme a mis culpas; y si no han tenido razón, lo averigüen y el castigo que merecen (si alguno merecen) me lo dé a mi vuestra señoría, que yo estoy muy aparejado a sufrir toda la pena. (Andrés, 115-116) La estancia inicial de Sigüenza en Toledo no se prolongó durante mucho tiempo, ya que el 10 de mayo el padre Juan de Benavente le escribe desde Madrid para instarle a que solicite permiso para desplazarse nuevamente a El Escorial. El motivo, aunque llamativo, no era una cuestión menor: el rey se disponía a celebrar la Pascua de Pentecostés en el monumento edificado en la Sierra de Guadarrama y el preceptivo sermón debía estar a cargo de fray José, por voluntad expresa del monarca (Andrés, 52).6 Fray José solicita licencia el 13 de mayo y al día siguiente recibe el permiso para ausentarse de Toledo con rumbo al Escorial. No permaneció allí más de dos meses, pues el 21 de julio compareció de nuevo en Toledo para leer su Genealogía ante el tribunal 6 El papel de Sigüenza como favorito (y favorecido) del rey no era muy distinto del que había disfrutado unos años antes fray Dionisio Vázquez, quien también padeció un proceso inquisitorial. Llorente (305- 306) ya hizo notar que “el haber sido (el P. Sigüenza) uno de los mejores predicadores y el más agradable al Rey, le produjo persecución amarga. Los otros monjes, cuyos sermones no conseguían tanto aplauso, lo delataron a la Inquisición de Toledo, como sospechoso de la herejía luterana.” ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 82 de la Inquisición y pasar posteriormente al monasterio de La Sisla, donde estuvo encarcelado todo el tiempo que duró el proceso. La reclusión, sin embargo, no se prolongó demasiado, ya que el 21 de octubre los inquisidores y consultores del Santo Oficio decidieron absolverle. Habían pasado apenas seis meses desde que se inició todo, aunque la sentencia definitiva de absolución llegó algo más tarde, el 19 de febrero de 1593. Las causas de un proceso tan rápidamente solventado fueron de índole variada, y conviene distinguir entre las acusaciones esgrimidas oficialmente y las motivaciones reales que impulsaron a los propios hermanos jerónimos a poner en la picota a uno de los suyos. Que fray José no era alguien de trato amable y sencillo lo sabemos por sus contemporáneos, quienes lo tenían por hombre “desabrido, cuando no gustaba del lenguaje de los vanos; juzgábanle áspero de condición, cuando se mostraba celoso; y calificábanle de ambicioso, cuando le veían bien querido del rey y de los señores” (Santos, 703). Su propio discípulo fray Lucas de Alaejos afirmaba que fray José era persona de una pluma “cortante y cortadora” (Sepúlveda, 337). Un carácter como el suyo no tardó en generar fricciones en un entorno tan cerrado y competitivo como el escurialense. Y los desencuentros se agudizaron a medida que Sigüenza estrechaba su relación con el monarca e influía en decisiones de este que afectaban a la gestión del monasterio. El padre Yepes, principal promotor del proceso (Andrés, 26), no veía con buenos ojos la ascendencia de Sigüenza sobre Felipe II. Y este fue uno de los motivos que alentaron las acusaciones, como el mismo procesado expone: “Yo presumo que el trabajo en que me veo ha nacido de envidia que algunos frailes me tienen […] viendo el favor y merced que Su Majestad me hace” (Andrés, 26). Hubo algún compañero de orden, caso de Cristóbal de Zafra, que no encajó demasiado bien la ofensiva franqueza de fray José, quien no dudó en criticar públicamente la profusión de citas clásicas y motivos mitológicos con que Zafra adornaba sus sermones. De acuerdo con fray José, el rector del colegio “se dio por muy ofendido y afrentado, como él mismo me lo confesó” (Andrés, 27). Y también Antonio de León, vicerrector del colegio, fue blanco de las críticas de fray José, a causa del excesivo ornato y la palabrería hueca con que aderezaba sus predicaciones. Ello explica la hostilidad de su testificación, siendo el único de todos los comparecientes que solicita la incautación de los escritos seguntinos para que fuesen revisados, pues, según declara, “le ofende mucho la demasiada licencia que tiene en traducir en romance cosas de las santas Escrituras” (Andrés, 247). Así pues, una parte sustancial del proceso nace de las enemistades personales que se granjeó fray José, fundamentalmente con el prior del monasterio: Diego de Yepes. Este jerónimo había alcanzado importantísimos cargos en la orden, entre ellos el de confesor del propio Felipe II, además de ser también, dicho sea de paso, el confesor de Santa Teresa de Jesús. La enemistad entre ambos proviene de los afanes de uno y otro por ocupar parcelas de poder en el recién construido monasterio y posicionarse óptimamente cerca del monarca. Fray José no tiene empacho alguno en hacerlo constar en su declaración, y llega a afirmar que: el trabajo en que me veo ha nacido de envidia que algunos frailes me tienen […] viendo el favor y merced que Su Majestad me hace; y, entendiendo que por mi voto ha quitado y puesto a algunos en puestos principales de aquella casa [El Escorial], temen que podré fácilmente advertirle de lo que pasare en las cosas que tienen necesidad de reformación en la Orden y en aquel convento. (Andrés, 277-278) ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 83 De hecho, no debía exagerar un ápice la realidad, pues durante el tiempo que Sigüenza estuvo detenido en Toledo, el padre Yepes solicitó a Felipe II que nombrase a otro jerónimo para que se encargara de la gestión de la biblioteca, los archivos y los relicarios,7 tareas encomendadas a fray José y que le permitían un íntimo trato con el monarca, pero también con sus hijos. A este respecto son muy ilustrativas las explicaciones que ofrece el propio Sigüenza en su Tercera parte de la historia de la orden, impresa en 1605. En el decimosexto discurso, centrado en episodios acaecidos durante el año 1589 y que trata de Algunos particulares sucesos en la fundación deste convento y en cosas de la fábrica de las personas reales, explica que, siendo encargado de custodiar las reliquias, el monarca se apresuraba a besarlas con devoción en cuanto fray José las ponía a su alcance. Tal ímpetu provocaba que en muchas ocasiones los labios reales se posaran sobre las manos del fraile, además de en las reliquias; y a imitación del padre, también sus hijos se aprestaban a realizar el mismo ritual. La estampa es tremendamente indicativa de la cercanía de Sigüenza con el rey y sus hijos: Subíase allí [relicario] desde su aposento el rey, unas veces solo, otras acompañado de sus hijos. Estando allí me pedía algunas y aun muchas veces (tenía yo entonces a mi cargo aquellos santos tesoros) que le mostrase tal o tal reliquia. Cuando la tomaba en mis manos, antes que me pudiese prevenir de algún tafetán o lienzo, se inclinaba el piísimo rey, y quitado su sombrero o gorra, la besaba con boca y con ojos en mis propias manos, que por ser algunas pequeñas era fuerza besármelas también mil veces. Y creo que con esto quería de un camino hacer dos obras santas, mostrando no estimar en menos las manos donde se consagra Iesu Christo que aquellos huesos, fundas un tiempo de almas que fueron aquí templo del Espíritu Santo. Tras él, imitándolo sus hijos, hacían lo mismo, donde muchas veces vía confundida mi poca devoción y tibieza, y aprendía en cuánto se ha de estimar lo uno y lo otro. Esto pasábamos a nuestras solas y en secreto en aquella santa cuadra. (Sigüenza 1605, 636) Aunque era notoria la animadversión que generaba fray José por su mal carácter y áspera condición,8 lo cierto es que la motivación fundamental del enjuiciamiento tenía como fin desgastar la estrecha relación del fraile jerónimo con el rey Felipe II y su heredero. Y así lo advierte el mismo Sigüenza cuando afirma en su Defensa que a Diego de Yepes “le parece que el haberme traído y tenerme en la Inquisición basta para que su Majestad me quite los dichos oficios y no me dé entrada ni lugar para comunicarle lo que antes solía” (Andrés, 278). Episodios como el de las reliquias debían ser comúnmente conocidos en el monasterio, como lo atestigua su refrendo en las Memorias sepulcrales de los jerónimos de San Lorenzo del Escorial.9 La cercanía al monarca y sus hijos no habría sido un problema mayor si se hubiera quedado en los márgenes estrechos de la “santa cuadra” en la que se reunían (y besaban), de acuerdo con las palabras de fray José. Pero ocurre que esas conversaciones y esa cercanía repercutían posteriormente en la toma de decisiones regias. Valga 7 Así consta en la carta que Antonio Voto, guardajoyas de Su Majestad, dirige a Sigüenza el último día de agosto de 1592 (Andrés, 244). 8 Consta en el proceso que fray José, de notorio mal carácter, lo que le granjeó no pocas enemistadas, se había dirigido en alguna ocasión al prior “con mucho enfado y desabrimiento” (Andrés, 23). 9 Véase nota 3. ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 84 mencionar como ejemplo que, por expresa petición de fray José, el monarca accedió a cambiar los estatutos del colegio escurialense de 1579 para que los catedráticos que impartiesen docencia fueran únicamente jerónimos y no seculares. Este cambio le procuró enemigos a fray José entre el profesorado, también entre algunos miembros de su orden y hasta hubo cortesanos muy poderosos que se molestaron, como García de Loaisa, preceptor del príncipe. El propio encausado explica en su testificación que fue esta una de las causas de su enjuiciamiento: Porque yo he persuadido por veces a Su Majestad de palabra y por escrito tenga por bien que en su real monasterio no permita que vengan a leernos doctores de fuera, porque es afrenta de nuestro hábito y de nuestra religión, que no nos fíen que enseñemos a nuestros frailes […] de lo cual me dijeron que se había sentido mucho el Dr. García de Loaisa, que no nos ha favorecido nada en esto y otros que eran de su parecer. (Andrés, 274-275) Que el enojo por las actuaciones de fray José llegase hasta el preceptor del heredero permite suponer que efectivamente el jerónimo estaba alcanzando importantes cuotas de influencia en quien debía suceder a Felipe II. Teniendo en cuenta el enfado de Loaisa, instructor del príncipe, se puede asumir que las injerencias de fray José en la opinión del futuro heredero irían más allá de la cuestión de las reliquias. Y en este sentido resulta interesante revisar algunos de los poemas Sigüenza e interpretarlos desde esta clave: su proximidad al poder, su influencia en la toma de decisiones regias y su interés por la autorrepresentación como parte de una estrategia de constitución de una literary career en los estrechos muros escurialenses. Varias calas en la escritura seguntina desde la perspectiva del career criticism De acuerdo con lo expuesto, es posible interpretar algunos textos seguntinos (meramente circunstanciales a simple vista) desde la perspectiva de las tensiones existentes en El Escorial y atendiendo a los afanes de fray José por construirse una carrera literaria que redundase en un mejor posicionamiento dentro de la dinámica de fuerzas escurialenses. Así ocurre, por ejemplo, con dos sonetos escritos a propósito de la festividad del Corpus Christi celebrado en San Lorenzo de El Escorial en fecha incierta: Andando la procesión de Corpus Cristi en San Soneto en diálogo entre el rey don Felipe y su hijo, Lorenzo, el rey don Felipe con sus dos hijos, andando la procesión el día del Corpus en su casa príncipe e infanta de San Lorenzo Cual esta grande y bella arquitectura “Esta es, amado hijo, lectión viva.” del universo y fábrica mundana, “Padre y señor, ¿en ella qué se aprende?” que aquella diestra mano soberana “Un perfecto reinar, si bien se entiende.” plantó con tanto ingenio y hermosura, “¿Y puede ser que yo tal bien perciba?” envuelta en triste manto y sombra obscura “Con su muerte este rey su reino aviva.” quedará sin Apolo y sin Diana, “¿Y quién le mata?” “Solo el que le ofende.” privando del loor y gloria ufana “¿Y qué hace de ese tal?” “Su bien pretende.” que rinde a su hacedor su propria hechura; “¿Quién tal le fuerza?” “Su bondad nativa.” ansí a tus hazañas, rey de gloria, “Eso no es ser señor, mas ser sujeto.” también las tuyas, visodiós del suelo, “Antes así sujeta el orbe todo.” cubiertas fueran ya con sombra tanta; “Pues ¿qué recibe dellos?” “Dellos, nada.” si el uno, de su amor tan gran memoria “Y él, ¿qué les da?” “Manjar y ser perfecto.” no nos diera, y el otro, tal consuelo, “Pues ¿quién podrá imitar tan alto modo?” con un príncipe sol y luna infanta. “El rey cuya alma a Dios fuere ajustada.” ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 85 (Sigüenza 2014b, 189) (Sigüenza 2014b, 191) Ambos sonetos, escritos por Sigüenza con ocasión del Corpus, fácilmente podrían entenderse como simples escritos de circunstancias. Sin embargo, cuando se atiende a los condicionamientos contextuales a los que se ha hecho referencia en las páginas anteriores, es posible analizar los versos desde una perspectiva distinta, que enlaza con la construcción de la provechosa carrera literaria de fray José. Es sabido que después de Trento la festividad del Corpus se conmemoraba con procesiones de gran solemnidad a lo largo y ancho de las iglesias y monasterios españoles. Pero el día del Corpus en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial era algo único y diferente en aquel momento, ya que el rey participaba muy activamente en la procesión. Sirvan las palabras del propio fray José para ilustrar este asunto: [Felipe II] confesó y comulgó el día de Pascua de Resurrección y ganó un jubileo plenísimo que había enviado el Papa Gregorio XIII, y pasada la fiesta se tornó luego a Madrid, porque en estas venidas a menudo no pretendía más de cobrar aliento y espíritu y ofrecerse a Dios para que le alumbrase en el gobierno de tantos reinos. Con esta misma consideración tornó aquí [El Escorial] para las fiestas del Ascensión, Pentecostés y Corpus Christi, y celebrábalas con muchos actos de devoción y oración, ocupándose algún ratillo después de comer y, para entretenimiento, en ver la fábrica y las trazas o salir por el convento. Y acabadas estas fiestas se tornó luego a los primeros de julio [de 1583] a Madrid, como quien volvía de vacaciones santas. (Sigüenza 1605, 612 énfasis nuestro) Son muchas las noticias que de la festividad del Corpus se recogen en la tercera parte de la Historia de fray Sigüenza, pero se ha optado por este fragmento porque permite apreciar con claridad las particularidades de esta fiesta en el entorno escurialense, lo que para el monarca suponía unas “vacaciones santas,” en las que también participaba (a su manera) fray José de Sigüenza. Sin perder de vista la vivencia histórica que propició la escritura de las dos piezas, lo cierto es que en uno y otro soneto la celebración del Corpus no es tanto la circunstancia real y extraliteraria que propicia la escritura, sino más bien un marco poético idóneo en el que desarrollar tanto la exaltación del linaje regio como una conversación entre el rey y su heredero. En el primer poema, la voz lírica menciona al príncipe y a la infanta, el futuro Felipe III e Isabel Clara Eugenia, respectivamente; en el segundo, el diálogo entre Felipe II y su hijo versa sobre el modo óptimo de gobernar y las responsabilidades inherentes a tan alto cargo. En ambos, Sigüenza aparece como fiel notario de la (supuesta) realidad que fija inalterablemente con su testimonio poético. La reflexión del primer soneto es un encomio implícito de la institución monárquica y de su divina inspiración, pues nada más y nada menos que como “visodiós del suelo” es denominado Felipe II; pero además, el poema supone, por encima de todo, una alabanza de la perduración de la línea sucesoria, encarnada en el “príncipe sol” y en la “luna infanta” a los que se parangona con Apolo y Diana. Tal caracterización no es ajena a la referencia bíblica de Isaías 30, 26, por lo que el “sol” (Felipe) y la “luna” (Isabel) se erigen en símbolos máximos de prosperidad. De ese modo, los versos seguntinos trazan, por medio de los infantes, las líneas indelebles que dibujarán la perpetuación de la estirpe real; pues con el transcurrir del tiempo, no otros sino ellos se convertirán en el Apolo y Diana que alumbrarán por siempre las hazañas de su padre, inmortalizándolas —“cual esta grande y bella arquitectura”— para que no quedasen cubiertas y oscurecidas con la “sombra” del tiempo. ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 86 Un soneto como este había de funcionar con singular efectividad en el entorno escurialense, pues nadie ignoraría que la perpetuación monárquica era de extrema importancia, sobre todos después de los pesares y quebraderos de cabeza que hubo de dar al rey el difícil carácter de Don Carlos (el primogénito fallecido en circunstancias algo inusuales para quien estaba destinado a suceder en el gobierno a Felipe II). La comparación que se establece en el poema entre Felipe III y el astro rey conectaba con las referencias mitológicas y bíblicas vinculadas a Apolo e Isaías, como se ha indicado.10 Y no debe pasarse por alto que todo ello conectaba también con un símbolo tan distintivo de la casa de Austria como el sol. La exaltación del poder real y la legitimación divina, con astros y gobierno de por medio, encontraba el mejor de los acomodos poéticos acudiendo al espacio discursivo de la celebración del Corpus Christi en un lugar tan simbólico como el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. De ese modo, y a través de sus hijos, el rey (como institución) trascendería los efectos destructivos impuestos por el inevitable curso del tiempo. En el segundo soneto los versos construyen un diálogo en el que la voz poética del monarca ofrece a Felipe III, su hijo y heredero, consejos sobre el buen gobierno, al tiempo que procesionan durante el día del Corpus. Ya se ha indicado que esta aclamación máxima de la Eucaristía resultaba especialmente grata al monarca quien hacía lo posible por vivirla junto al edificio que tanto estimaba. Y ello era así no solo por su tan mentada piedad, sino por motivos dinásticos: recordemos que los Habsburgo se caracterizan desde el comienzo por la devoción eucarística y que hicieron del episodio del devoto respeto del conde Rodolfo a la sagrada forma un hito de su linaje.11 Fray José da noticia en su Historia (1605) de algunas de estas celebraciones, pero únicamente hemos encontrado referencia a una procesión del rey y su hijo con motivo del Corpus. Se trata del conmemorado el 21 de junio de 1590, que ese año fue especialmente significativo porque sirvió para inaugurar el recién terminado claustro escurialense. De todo ello deja constancia Sigüenza en su Tercera parte de la Historia: se hizo la primera procesión por el claustro principal, que estaba ya de todo punto acabado de pintar al fresco y al olio y solado. Pareció hermosamente: llevó el Rey una vara del palio y el príncipe otra; don Cristóbal de Mora, que ya se señalaba mucho su privanza, otra. Regocijaron los niños del seminario la fiesta con una danza artificiosa y de espíritu. Mandó el Rey que ninguno se mezclase en la procesión con los religiosos, sino que o fuesen delante o se quedasen a la postre de todos, y así se hizo, tan amigo fue siempre de poner las cosas sagradas y de religión en su lugar. (Sigüenza 1605, 634) No es posible afirmar con absoluta certeza que el segundo de los sonetos fuera escrito en junio de 1590 para esta ocasión. Sin embargo, a la vista de los datos, no es imposible que Sigüenza hubiera redactado el poema para homenajear la inauguración del nuevo espacio escurialense en la procesión del Corpus. Más aún si, como parece que ocurrió, el rey del presente paseaba junto al rey del futuro para homenajear al rey vivificado de todos los tiempos, y todo ello con Cristóbal de Moura como acompañante. 10 Y de hecho, el propio fray José relacionaría el gobierno eterno de Cristo con los sempiternos destellos de la bóveda celeste (sol y luna de Isaías 60, 20) en su Historia del Rey de los Reyes: “ni se pondrá tu sol ni menguará tu luna, porque el mismo rey tuyo será tu luz firme, constante, sin variación” (Sigüenza 2014a, 376). 11 Agradezco a la generosidad intelectual y sabiduría de Antonio Sánchez Jiménez esta referencia. ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 87 Las cuotas de influencia que estaba alcanzando Moura, como sugiere fray José en su texto histórico, bien podrían determinar el tema y el tono del soneto. Cristóbal de Moura (1538-1613), a quien Góngora dirige el primer soneto cortesano que escribe, fue uno de los cinco miembros del Consejo de Portugal bajo el reinado de Felipe II y se mantuvo como Sumiller de Corps con Felipe III, además de ser virrey de Portugal cuando el ya anciano Sigüenza redactaba el último volumen de su Historia. En ese contexto, historiado y recreado por el soneto seguntino, el tiempo festivo parece adoptar connotaciones que desbordan con creces la celebración concreta. Y ocurre lo mismo con el espacio en que todo esto se desarrolla, ya que la propia construcción de El Escorial y la educación del príncipe son cuestiones, hasta cierto punto, anejas; pues al fin y al cabo todo o, al menos, buena parte de lo que contiene (y simboliza) el edificio estaba al servicio de la exaltación del rey y de la monarquía divina. Y junto a ello, el monasterio poseía también una cierta utilidad en la educación del príncipe cristiano, de modo que en las pinturas, los frescos y las esculturas de aquel museo-palacio-monasterio era muy patente la necesidad de continuar el linaje real y honrar a la providencia divina. De acuerdo con esto, la mención a la festividad del Corpus sirve como marco espacio-temporal óptimo para el desarrollo de lo que se expone en el poema, pues en un contexto como el escurialense, tal festividad aunaba a la perfección las dos dimensiones desarrolladas en el texto: el gobierno del Imperio humano bajo la inspiración de lo divino; lo cual se conjugaba materialmente en el edificio y espiritualmente en el día del Corpus Cristi. Así pues, el segundo soneto (“Esta es, amado hijo, lectión viva.”) recrea, a modo de miniatura, una instrucción de príncipes o Speculum Principum en la que se desarrolla el ideal de un príncipe cristiano, mediante la identificación entre el monarca terreno y Cristo en la Eucaristía del Corpus. La literatura política sobre el príncipe cuenta con el precedente fundacional del De regimene principum, obra a la que siguen el Vergel de príncipes de Rodrigo Sánchez de Arévalo o el Speculum principum de Pedro Belluga, entre otros. Durante el XVI siguen esta misma línea obras como El espejo del príncipe cristiano de Francisco de Monzón, el De regni Regisque institutione de Sebastián Fox Morcillo (amigo de Montano, maestro de fray José) o la Institución de un rey cristiano colegida principalmente de la Santa Escritura y de los Sagrados doctores de Felipe de la Torre. Había, pues, un sustrato de pensamiento suficiente como para abonar la interpretación de los versos seguntinos en esta clave política. Dentro de la tradición española, el soneto podría establecer algún vínculo con el Diálogo sobre la educación del príncipe don Juan, escrito por Alonso Ortiz para aconsejar a los Reyes Católicos el modo óptimo de educar a su primogénito, y en el que uno de los interlocutores aparece con el nombre de “reina” (“rey” y “príncipe” en Sigüenza). En el ámbito europeo del XVI, la obra más conocida del género probablemente sea El príncipe de Maquiavelo, que originó una fuerte reacción contraria, siendo este un tema de importancia sustantiva en la Contrarreforma. Frente al maquiavelismo, que propugnaba el empleo del arte política en el gobierno y relegaba a un segundo plano la salvación personal del monarca, los autores españoles consideraron que tal impiedad dañaba profundamente al rey. Defendían, por tanto, que este debía subordinar el gobierno a la ética cristiana, y que siendo virtuoso debía hacer igualmente virtuosos a sus súbditos. La asunción de esta línea de pensamiento queda resumida y sintetizada en el último verso del soneto: “el rey cuya alma a Dios fuere ajustada.” Aunque la identificación entre Dios y el rey no es, desde luego, original de Sigüenza, sí que alcanzó a ver el jerónimo sus posibilidades literarias dentro de las circunstancias que le tocó vivir, hasta el punto de que se convierte en un importante ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99 Ignacio García Aguilar 88 referente de su imaginario poético. A la luz de estas consideraciones se pueden entender en un sentido más amplio, y desde una similar clave política, muchos de sus salmos y textos religiosos en los que se mezcla lo bíblico con la retórica del buen gobierno. En dichas composiciones, además, las alusiones a conceptos del orden jurídico y administrativo son recurrentes y se construyen, en gran medida, en virtud de una dialéctica entre lo divino y lo terreno que propicia una ampliación significativa de los valores semánticos asociados al “señor” y al “rey”. Esto ocurre con especial frecuencia en las paráfrasis poéticas de los salmos seguntinos.12 Fray José parafraseó en verso los textos davídicos de los salmos 18(19), 44(45), 50(51), 67(68), 71(72), 90(91), 131(132) y 138(9). Aunque no son muchos, les dedicó casi ochocientos versos, lo cual no es en absoluto desdeñable. Las características particulares de esta poesía bíblica facilita, por su propia conformación de origen, la presencia de un “yo” que pudiera (en determinados contextos) identificarse (o confundirse ambiguamente) con el autor histórico que escribe. Y ello adquiere gran relevancia cuando se pone en relación con el referido interés de fray José por ensalzar los valores de la monarquía cristiana y legitimar el linaje regio. A excepción del Salmo 50,13 en las restantes paráfrasis poéticas de los textos davídicos es posible entrever, como se apuntó, la ampliación semántica del concepto de “rey” o “señor,” el cual parece desbordar en ocasiones los límites estrechos del gobierno divino. Así ocurre, por ejemplo, en las paráfrasis de los salmos 44(45), 67(68), 71(72) y 131(132), para los que recurrió Sigüenza a los versos sáficos, los tercetos y las silvas, respectivamente. En la paráfrasis del Salmo 44(45) comienzan a atisbarse, ya desde los versos iniciales, algunas de las características apuntadas, pues en la primera estrofa de la paráfrasis se pone sobre relieve la importante función que tiene el sujeto relator de las hazañas de los reyes: Altos conceptos de bondad, crecida de un sacro parto, brota ya mi mente, para que cante a mi Rey Sagrado un dulce himno. No menos presta que la leve pluma del escribano por la tersa carta corre mi lengua, fida relatora de lo del alma. (Sigüenza 2014b, 201, vv. 1-8) En el poema resulta especialmente llamativa la apelación a tomar la espada y gobernar, pues en el contexto escurialense, y por las dificultades (ya apuntadas) de Felipe II para lograr un sucesor, el mensaje podría interpretarse, además de como un 12 En un trabajo imprescindible, Núñez Rivera (1993) ha trazado la diacronía de las versiones poéticas de los Salmos en el ámbito europeo desde el hito inaugural que marca el In librum psalmorum brevis explanatio (1546) de Marco Antonio Flaminio hasta su asimilación evolutiva en la España del Siglo de Oro. En la literatura hispana, igual que en Europa, el Libro de los Salmos tuvo una importantísima acogida en los siglos XVI y XVII, que derivó en una muy abundante producción poética y parafrástica (Diego Lobejón 1996). Y a lo largo de las distintas modulaciones y adaptaciones que sufren los Salmos, las traducciones de Arias Montano de 1573 tienen una importancia de primer orden, pues suponen un paradigma del modo óptimo en el que aunar poesía bíblica y clasicismo de raíz horaciana. Y de hecho, para fray Luis supuso una guía imprescindible (Núñez Rivera, 355), al igual que para Sigüenza. 13 Se aparta de una posible lectura doble, en clave política y religiosa, ya que se trata del salmo penitencial por excelencia y la atención al mismo se debió, probablemente, a su popularidad, como permite sospechar el uso de las redondillas, exclusivamente usadas en esta paráfrasis de los salmos. ISSN 1540 5877 eHumanista 35 (2017) : 79-99
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