I HACIA UNA ARQUITECTURA RACIONAL ESPAÑOLA POR MIGUEL ÁNGEL BALDELLOU NOTA PRELIMINAR Un texto como el que el lector tiene en sus manos requiere, por parte del autor, una advertencia preliminar, en la que se expliciten algunas tomas de posición que justifiquen tanto su contenido como su enfoque. El encargo editorial consistía en redactar la historia de la arquitectura española en la primera parte del siglo XX, hasta la guerra civil. Esto suponía aceptar a priori que ambos límites cronológicos po dían resultar válidos, en la medida que los hechos (en este caso arquitectónicos) contenidos entre ellos mostraban la coherencia interna suficiente como para admitir que los cortes históricos se correspon dían con unos cortes teóricos suficientemente claros. Si el límite de la guerra civil parece indiscutible en principio, puesto que su carácter traumático y sus consecuencias fueron decisivas en todos los aspectos, dividiendo sustancialmente la historia del país en un antes y un después, no sucedía lo mismo con el límite del siglo. El carácter convencional de la división en centurias repercute en que no siempre resulta coinci dente con un cambio sustancial de la materia que se historia. En el caso particular de la arquitectura, los procesos internos de su realización están evidentemente condicionados por factores externos, que pueden, a su vez, corresponderse con cortes históricos convencionales. Pero también, cada vez más, por el propio devenir interno de la disciplina. Y esto incluso en los casos en que ésta se desarrolla con escasa autonomía, como práctica «pragmática». La fecha de 1900 no se corresponde con algún acontecimiento decisivo de nuestra historia arqui tectónica. El final del siglo XIX es consecuencia de una reestructuración social y política que se inicia aproximadamente con la restauración alfonsina, se estabiliza entre la regencia de María Cristina y la crisis del 98, se prolonga entre esa fecha y 1914, y manifiesta su resistencia a desaparecer hasta 1929, surgiendo como recurso intermitente en toda ocasión propicia. El largo período 1868-1931 se puede interpretar como una fase intermedia, en la que se producen prácticamente todos los cambios que con vierten la arquitectura académica en contemporánea. En su transcurso hay un intento serio y mante nido por modernizar España y transformar sus estructuras, procurando resolver los conflictos con el consenso. Las contradicciones internas de tipo social, político y económico no se afrontan, sin embar go, con la decisión que hubiera sido necesaria. A ese proceso responde la arquitectura con un modelo formal que hemos definido como ecléctico, con una gran variedad de apariencias, y el arquitecto con una actitud que le lleva de ser intérprete de una normativa precisa, dictada por la Academia, a inter pretar la realidad cambiante con instrumentos nuevos adecuados a cada circunstancia del modo más eficaz posible. Arquitecturas y arquitectos sufren en ese período un ajuste dialéctico que, a mi enten der, lleva hacia la modernización. 10 HACIA UNA ARQUITECTURA RACIONAL ESPAÑOLA Frente a esta tesis, que en ocasión más propicia desarrollaré adecuadamente, persiste la que pre tende interpretar ese largo período como prolongación de la arquitectura académica hasta su desapa rición a principios de nuestro siglo. Aceptando que esta posición se defiende «desde» la continuidad de la historia, aquella otra postura pretende indagar en el pasado los antecedentes del presente de modo que la historia anterior adquiere su sentido «desde» nuestra concreta historicidad. Desde la práctica arquitectónica del presente, y desde nuestra inequívoca posición histórica, la historia de la arquitec tura, incluso la más reciente, adquiere significado interpretada como búsqueda de nuestros propios conflictos, como «sucesión de hechos vivos» en términos de Giedion. Desde esta perspectiva, el largo período ecléctico es el de la premonición de nuestro presente, en el que nuestros problemas se identifican, se aíslan y se resuelven en términos tan modernos como per miten las circunstancias concretas. A mi entender, el identificar los procesos internos de transforma ción con las apariencias más evidentes y obvias, y por ello más superficiales de la forma arquitectó nica, sólo obedece a interpretaciones externas a la disciplina, sin atender a sus propias estructuras y procesos, confundiendo la esencia de los fenómenos con sus manifestaciones más transitivas. Desde esta posición me dispuse a abordar lo que entendía y entiendo como historia de nuestra arqui tectura moderna, a partir de sus primeras manifestaciones en tomo a 1850, como ya inicié en alguna otra ocasión de forma fragmentaria, para dar sentido a su manifestación final que se refleja con la lle gada del racionalismo a España, en tomo a 1925, en sus primeras manifestaciones, y de forma plena coincidiendo con el período final republicano. Sin embargo la opción, finalmente adoptada, supuso profundizar en el estudio del período a partir de 1925, reduciendo las partes anteriores, fundamentales en otro caso, a una mera condición de anteceden tes, de modo que incluso nombres que desde una óptica distinta hubiesen resultado imprescindibles, ahora desaparecían por razones funcionales, puesto que su papel en esta historia resultaba secundario. Una vez decidido a escribir el texto «de atrás hacia adelante», se procedió también a prescindir de otros aspectos para centrar el estudio de lo fundamental sin interferencias accesorias. En este sentido, al reducir el análisis de la ciudad preexistente, a mi modo de ver fundamental, a una breve introduc ción, el estudio de las propuestas urbanas de corte racionalista se marginó en beneficio de las exclu sivamente arquitectónicas. De igual manera se prescindió de aquella arquitectura más ligada a la pro ducción de «casas baratas», que entre nosotros no alcanzó el nivel suficiente, quizás como consecuencia de ser entendida como resultado de una actividad marginal de los mismos arquitectos. De este modo, el racionalismo español, con todas las reservas que merece el empleo de ese adjeti vo en nuestro panorama, se convertiría en protagonista indiscutible de nuestra historia. Un raciona lismo «real» que, sin líderes y sin programas, sin prácticamente debate interno, fue asumido por la sociedad a iniciativa de los propios arquitectos, favorecido por las circunstancias y finalmente depen diente de ellas. Su mayor importancia reside en la generalización del fenómeno, sobre cuyo fondo adquiere valor el esfuerzo de lucidez realizado por unos desde la ortodoxia y por otros desde el prag matismo. De haberse podido desarrollar durante un tiempo más amplio es muy probable que hubiese gene rado su propia coherencia. El límite final de nuestro estudio, marcado por la guerra, se diluye tras ella lev~mente por la iner cia adquirida, poniendo de manifiesto, de nuevo, la débil consistencia de los cortes históricos aun en casos aparentemente tan claros. Lo que al parecer ya había arraigado entre nosotros, a nuestro modo, volvió a reaparecer en cuanto fue posible, cuando la presión de la ideología cedió ante lo razonable. Se plantea la paradoja de cómo un movimiento que repudió el «estilo» devino en otro, y cómo sólo en cuanto fue asumido como tal, prosperó y se generalizó. La «cuestión del estilo», fundamental en el debate moderno, terminó por volver, desde la práctica, a recuperar la posición fundamental que tuvo en sus orígenes, si bien en este caso sin ser explicitada su posición en un debate inexistente. NOTA PRELIMINAR 11 Entendido de este modo el proceso de aproximación al racionalismo, conviene subrayar que éste se produjo sobre las posibilidades reales de asimilación por parte de sus intérpretes. Y estos resulta ron estar claramente condicionados por los momentos respectivos de formación, cronológicamente identificables, según varios grupos generacionales. Así, lo que un grupo estaba capacitado para reali zar, era lo que hacía, aunque parezca obvio, de una forma implacable. Aun de esta manera los cam bios de mentalidad entre las generaciones que terminaron sus estudios en torno a las fechas de 1917, 1923 y 1929, por fijar estos tres años coincidentes el primero con el Congreso de Sevilla, el segundo con la muerte de Velázquez, Lampérez y Domenech y el tercero con las grandes Exposiciones de Sevi lla y Barcelona, se produjeron con gran rapidez. Entre los Bergamín y Blanco Soler, pertenecientes a la primera generación racionalista, Gutiérrez Soto de la segunda y Sert y Torres Clavé de la tercera, se produce un cambio sustancial en su capacidad para iniciar, interpretar y provocar los cambios, y en el sentido que éstos asumieron. En todo caso, y sobre este esquema relativo a las posibilidades gene racionales, se debe superponer la capacidad de cada arquitecto para interpretar en clave personal su propia aventura racionalista, haciendo en algunas ocasiones casi imposible su clasificación genera cional. Como última advertencia, me· conviene destacar que aun estando tan condicionada por el contex to la práctica de la arquitectura, he intentado buscar en el discurso interno de su práctica y su debate, en la medida que se produjeran, las causas y las explicaciones. Por ello he prescindido del usual bos quejo previo o de la situación general sin que eso suponga descontextualizar la producción arquitec tónica. En un volumen de una colección tan extensa parece razonable acentuar lo específico, dando por sentado que sus lectores no precisan ese marco genérico para centrar los hechos, y que, de hacer lo, me hubiese tenido que limitar a unas ligeras alusiones frente a lo que había resultado, al final, fun damental y, por ello, totalmente desproporcionado como referencia. Respecto a la situación de los estudios sobre el racionalismo en España, muy acrecentados en los últimos años, se siguen dividiendo en dos grandes apartados. Los trabajos genéricos, y muy breves, sobre los que muy poco habría que añadir, y los numerosos y extensos, y también muy parciales y más recientes, que de algún modo han completado un panorama en la misma medida que le han fraccio nado. En una posición intermedia, intentando globalizar lo parcial al tiempo que prestando una atención lo más precisa posible a lo particular, se sitúa este texto. Sin pretender dejar de fado las preferencias y el sesgo que a un arquitecto y docente le llevan a interrogarse sobre la historia más próxima, bus cando en ella el origen de sus propios conflictos. En todo caso, entiendo que el tema de este libro está tan abierto a mi propio interés, que con mucha dificultad, y a mi pesar, lo he terminado ... de mo mento. No debería concluir sin una nota de agradecimiento. A tantos, que su lista sería inútil y excesiva. Pero también a tan pocos, que sería ofensiva. Por fin, decido agradecer tan sólo a lo~ posibles lecto res su paciencia. INTRODUCCIÓN Entre el artículo publicado en La Renaixenf¡a en 1878 por Lluís Domenech i Montaner, titulado En busca de una Arquitectura Nacional, y el discurso que en 1945 pronunció Antonio Palacios Ramilo, con motivo de su ingreso en el Instituto de España, con el título Ante una Arquitectura Nacional, ha bían transcurrido 67 años, una guerra civil y unas transformaciones fundamentales en nuestra histo ria. No obstante, el enunciado de ambas reflexiones «parece» ser el mismo. Que sus autores fuesen además dos arquitectos, de lucidez distinta, pero en cualquier caso magníficos, apunta a considerar que fue una cuestión fundamental durante el período y que éste se podría caracterizar por una indaga ción finalmente concluida. Y, sin embargo, entre esos dos polos, en buena parte opuestos en sus inten ciones, el camino realmente seguido fue, a mi entender, totalmente distinto. Si algo puede caracteri zar la historia de la arquitectura en el período de más de medio siglo transcurrido entre ambos manifiestos, es precisamente el del proceso lento y constante, sinuoso y plagado de contradicciones, que, en pos de una escurridiza «arquitectura moderna», finalmente conduce a una situación que gené ricamente conocemos como racionalismo, Movimiento Moderno o estilo internacional. Entretanto y a mitad de camino, en 1923, el título propuesto por Le Corbusier para su libro Vers une Architecture se refiere precisamente a esa búsqueda en clave de poética concreta. El lento despojarse del pasado más retórico, siguió un camino paralelo al de la utilización adecua da del nuevo lenguaje. Este recorrido no fue lineal ni independiente en cada uno de sus sentidos. Al contrario, la realidad puso con frecuencia en entredicho la autonomía, que desde la interpretación ideológica se pretendió, tanto para el «progresismo» de la actitud cosmopolita en cualquiera de sus varian tes, como para la actitud «nacionalista» y sus dialectos, desde entonces tildada de «regeneracionista». Considerados en toda su intrincada complejidad, con avances y retrocesos, los caminos seguidos conducían inevitablemente hacia una nueva situación que requería no sólo una actitud sino también una respuesta, la que vino a ofrecer la arquitectura racional. Los apartados que siguen pretenden enmarcar el camino «hacia una arquitectura racional», asu miendo su diversidad real. Su interpretación constituye finalmente el objetivo de este estudio. Sin haberse nunca explicitado, ese camino es el que unificó implícitamente casi todos los esfuer zos, el que determinó casi todos los resultados. Evolución del núcleo urbano de Madrid. Plano de 1929 El marco físico sobre el que actuaron los arquitectos del primer tercio del siglo XX fue básicamente la ciudad preexistente y más específicamente su ensanche. A mediados del siglo XIX se inició el pro ceso de crecimiento superficial de las ciudades más importantes empujado por el aumento de la pobla ción y los problemas que ello trajo consigo. Hacinamiento, insalubridad, inseguridad, incomodidad, deterioro ambiental, no afectaron de igual modo a todas las ciudades. Sólo algunas, cuyo aumento de población fue muy rápido debido a una oferta de empleo capaz de atraer a masas de trabajadores desde el campo, sintieron con fuerza la necesidad de buscar soluciones a los nuevos problemas. Se originó en ellas un proceso que fue seguido por centros menores en los que se aplicaron miméticamente solu ciones semejantes. El ensanche surgió como respuesta adecuada para reducir los males propios del crecimiento de la ciudad industrial. Se trata de una forma de planeamiento que ordena suelo en abundancia en tomo al casco consolidado, generalmente ocupando el límite municipal vacante, desarrollando la trama viaria preexistente. El suelo edificable se dispone generalmente en cuadrícula formando manzanas edifica bles, achaflanando con frecuencia sus esquinas. La ocupación de la manzana, la altura edificable, los retranqueos hacia la vía ... , son cuestiones que se indican en el plan que regula el crecimiento de los ensanches, pero que finalmente quedan sujetas a la presión de la oferta y la demanda. El ensanche acepta el casco que rodea sin modificarle. El ajuste entre ambas partes de la ciudad se resuelve, en general, aprovechando para ello el vacío producido por el derribo de las murallas sobre 16 HACIA UNA ARQUITECTURA RACIONAL ESPAÑOLA Plano de los alrededores de la ciudad de Barcelona. Proyecto de la reforma y ensanche de Cerda cuyo trazado surge un viario amplio y ajardinado, que se constituye en una calle envolvente del casco. Los ejemplos de París y de Viena, principalmente, sirvieron de modelo al resto de las operaciones de ensanche europeas. Para poder realizar este tipo de crecimiento, era preciso una legalidad, inexistente, que facilitara la expropiación del suelo privado por razones de urgencia y utilidad pública y una capacidad económi ca, o un poder político, suficiente como para sufragar los grandes costes de infraestructura y de adqui sición de terreno. El medio que se utilizó fue la cesión de las plusvalías, por un procedimiento u otro. Más concretamente, se favoreció, o no se impidió, una especulación con el suelo planeado o por pla near, que además de favorecer el incumplimiento de las previsiones de edificabilidad y ocupación, hicieron de la retención de solares por los propietarios, hasta que su precio de mercado fuese el de seado, un negocio muy rentable, al tiempo que esa práctica impidió que los ensanches se consolida ran. De esta forma, el planeamiento iniciado en Barcelona por Cerda y en Madrid por Castro y segui do a su imagen en otras ciudades (San Sebastián, Bilbao, Sevilla, Valencia, Vigo ... ), legó al siglo XX un inmenso espacio vacante sobre el que construir. Derribadas las murallas y establecido el territorio del ensanche, la ciudad burguesa pudo desarro llarse en un nuevo marco de condiciones ambientales más acordes con las aspiraciones del grupo social mente dominante. La operación de ensanche se complementó con alguna intervención superficialmente menor pero de mayor homogeneidad formal, para ampliar requerimientos específicos. La ciudad jardín en sus diversos modelos, las barriadas obreras, el caso particular de la ciudad lineal, completaron y diversi ficaron la propuesta genérica del ensanche. Junto a ello, se impuso la práctica de la reforma interior de las poblaciones, que pretendía no sólo la mejora del casco desde un punto de vista infraestructura! (sanidad, tráfico ... ), sino también su «embelle-
Description: