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Guerra y gobierno : Los pueblos y la independencia de México, 1808-1825 PDF

322 Pages·2014·6.982 MB·Spanish
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GUERRA Y GOBIERNO. LOS PUEBLOS Y LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO, 1808 -18 25 Segunda edición corregida y aumentada Juan Ortiz Escamilla EL COLEGIO DE MÉXICO INSTITUTO DE INVESTIGACIONES DR. JOSÉ MARÍA LUIS MORA 972.03 Or772g 2014 Ortiz Escamilla, Juan Guerra y gobierno. Los pueblos y la Independencia de México : 1808- 1825 / Juan Ortiz Escamilla — 2a. ed. corr. y aum. — México, D.F. : El Cole­ gio de México, Centro de Estudios Históricos : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2014. 327 p., il. ; 22 cm. ISBN 978-607-462-704-6 1. México — Historia — Guerra de Independencia, 1810-1821. 2. México — Condiciones rurales — Historia ~ Siglo XIX. 3. México — Condiciones so­ ciales - Siglo xix. 4. México — Política y sobieowr^Kíi8i0-1821. 4. México — Política y gobierno — 1821-1861-1.1. Primera edición, 1997: Instituto de Investigacio'rie^B^.'j^sélVÍaría Luis Kíora, Universidad Internacional de Andalucía-La Rábida, Universidad de Sevilla, El Colegio de México Segunda edición, corregida y aumentada, 2014 DR © El Colegio de México, A.C. Camino al Ajusco 20 Pedregal de Santa Teresa 10740 México, D.F. www.colmex.mx DR © Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora Plaza Valentín Gómez Farías 12 San Juan Mixcoac 03730 México, D.F. www.mora.edu.mx ISBN 978-607-462-704-6 Impreso en México ÍNDICE Prefacio 9 Introducción 11 I. La guerra y la desarticulación del orden virreinal 19 La crisis de 1808 19 La guerra contra la herejía 27 La destrucción del orden virreinal 30 Las ciudades y la guerra 35 La rebelión de los pueblos 47 La subversión clerical 63 Los informes militares 68 II. La guerra y las nuevas estructuras de gobierno 91 La reforma borbónica 91 El sistema defensivo y la insurrección 103 Los gobiernos insurgentes 114 Los gobiernos realistas 131 III. La variante autonomista 157 Los ayuntamientos 158 Las diputaciones provinciales 205 Las contribuciones realistas y la autonomía de los pueblos 213 El control realista y la insurgencia 220 La política realista y los pueblos 224 La política insurgente hacia los pueblos 229 El costo de la guerra 237 [7] 8 ÍNDICE IV. Un presentimiento que se cumple 245 El Plan de Iguala y la Independencia mexicana 247 Veracruz y el futuro de la República 268 De San Juan de Ulúa al campamento de Casamata 278 Conclusión 299 Siglas y referencias Archivos 305 Folletos e impresos 305 Bibliografía 307 PREFACIO Cuando se me propuso reeditar el libro Guerra y gobierno. Los pueblos y la Independencia de México, consideré que era la oportunidad para corregir al­ gunos errores e incorporar nueva información resultado de las investigacio­ nes y publicaciones de los últimos veinte años. No se trata de una historia total de la guerra, pero sí de una propuesta metodológica que nos permi­ te comprender el tránsito de colonia a nación independiente y por qué fue tan complicado consolidar el Estado-nación mexicano. Aun cuando la obra conserva el planteamiento original, gracias a las nuevas tecnologías y a la ayuda de mis estudiantes, pude enriquecer la base de datos sobre las insurrecciones de ciudades, villas y pueblos de la Nueva España, el indulto de localidades, la formación de milicias contrainsurgentes, los planes mili­ tares, así como las organizaciones político-administrativa y militar. Lo más destacado en esta revisión es la cartografía de la guerra y de los procesos políticos, lo que facilita una mejor comprensión del periodo. Otra novedad es la incorporación de un marco teórico-conceptual sobre la guerra civil, que nos permite analizar el conflicto en términos sociales, políticos y culturales. En esta versión se agregaron los estudios sobre la provincia de Veracruz y la ciudad de México, muy importantes para comprender el desarrollo y desen­ lace del conflicto, y el largo proceso de consumación de la Independencia. Seguramente aún habrá muchas omisiones sobre sucesos dignos de destacar en una guerra tan compleja como la que padecieron los novohispa- nos y luego mexicanos de las primeras décadas del siglo xix. Sin embargo, no busco hacer una relación de los hechos más sobresalientes; mi propó­ sito es más sencillo: explicar cómo se destruye un orden, la manera en que se construye otro, y demostrar que no fue una guerra sin sentido, sin rumbo ni dirección, a pesar del caos, los odios, los saqueos, los asesinatos y las mo­ tivaciones individuales o colectivas para empuñar las armas contra el gobier­ no colonial. La guerra impuso su propia dinámica, y la sociedad como pudo se reorganizó y buscó la manera de sobrevivir al caos. [9] 10 PREFACIO Me siento muy afortunado por haber tenido como interlocutores en la revisión y actualización de esta nueva versión a mis amigos y colegas José Antonio Serrano, Luis Jáuregui, Manuel Chust, Marta Terán, Ariel Rodrí­ guez, Ivana Frasquet, Michael Ducey, Carlos Herrejón, Virginia Guedea, Ana Carolina Ibarra, Brian Hamnett, Jaime del Arenal, Josefina Zoraida Vázquez, Horst Pietschmann, Enrique Florescano, Gabriel Torres Puga, María Eugenia Terrones, Marco Antonio Landavazo, John Tutino, Alfredo Avila, Roberto Breña, David Carbajal López, Rodrigo Moreno, Graciela Bernal, Erika Pañi, Beatriz Moran, Esteban Sánchez de Tagle, Víctor Ga- yol, Mariana Terán, Carmen Blázquez, Silvia Méndez, Filiberta Gómez, Abel Juárez, Luis Juventino García y Gerson Manuel Rivera. En cuanto a la actualización de la base de datos, quedo en deuda con mis alumnos Indira Daniela Jiménez Toro, Héctor M. Strobel del Moral, Ulises García Sánchez, Mario Alberto García Suárez, Rafael Laloth Jimé­ nez, Guillermo Sánchez Guillén, José Manuel Montano y Hugo Ernesto Rojas Castelán. De manera muy especial agradezco a Paulo Cesar López el empeño que puso para la elaboración de la cartografía de la guerra. INTRODUCCIÓN El 16 de septiembre de 1810 inició el episodio final de un segmento de la historia contemporánea de México. La insurrección popular que encabe­ zara Miguel Hidalgo y Costilla en la provincia de Guanajuato destruyó el orden colonial, aquel que había sido construido a lo largo de 300 años. De manera simultánea a su demolición, se fue creando uno nuevo a partir de las organizaciones militares tanto de insurgentes como de realistas. Ante la fuerza de las armas, las antiguas autoridades y corporaciones, como el virrey, los ministros de las audiencias, los intendentes, los subdelegados, los ayun­ tamientos, las repúblicas de indios, el clero y los juzgados especiales, fueron cediendo sus facultades y privilegios a los nuevos actores, a las nuevas es­ tructuras militares, político-administrativas y económicas. Los dos ejércitos se nutrieron de hombres arrancados de las poblaciones y de los recursos económicos propios de cada localidad. La cultura de la guerra se hizo presente con mayor fuerza en ciudades, villas, pueblos, haciendas y ran­ cherías de las provincias de Guanajuato, Valladolid, Nueva Galicia, México, San Luis Potosí, Zacatecas, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Sonora, Nuevo León, Coahuila y Texas. Una y otra fuerzas dictaron reglamentos, ordenanzas y hasta constituciones para el gobierno de los territorios que controlaban. Con la guerra también desaparecieron las jerarquías sociales basadas en el privilegio, la corporación y la calidad étnica. Durante la guerra, los españo­ les o peninsulares perdieron el poder político y económico del que disfru­ taron durante tantos años. Incluso en la ciudad de México, donde no hubo enfrentamientos armados, aquellos fueron desplazados de los cargos públi­ cos. Asimismo, al perder la ciudad de México su hegemonía sobre los terri­ torios en poder de los rebeldes, se rompió también la relación jerárquica de autoridad de la capital con las provincias y las localidades. La ciudad de Mé­ xico tardaría varias décadas en recuperar protagonismo. Mucha tinta ha corrido para demostrar que la guerra de 1810 se dio para independizar a México, ¿la Nueva España?, de España o simplemente [11] 12 INTRODUCCIÓN para alcanzar una mayor autonomía.1 Sin embargo, para los objetivos de esta investigación resulta más trascendente centrar la atención en los cam­ bios que en lo político, social, económico y cultural se dieron en las ciuda­ des, villas y pueblos de Nueva España luego de la guerra y de la aplicación de la Constitución Política de la Monarquía Española de 1812. La his­ toria comienza en la etapa de preguerra, a partir de la crisis política de 1808; le sigue la insurrección de un sector del ejército colonial, acompañado de buena parte de los clérigos y de amplios sectores de la sociedad. No menos importante fueron la formación de los gobiernos americanos en ciuda­ des, villas y pueblos, y su reconquista por parte de los realistas; los modelos militares y de gobierno de las partes en conflicto; las contribuciones de gue­ rra; las nuevas relaciones sociales y políticas en el seno de las comunidades, y las características del nuevo vínculo entre gobierno y poblaciones. El re­ sultado final de la guerra fue el empoderamiento autonomista, tanto de las provincias como de las poblaciones. Este libro narra una de las vivencias más terribles de la historia de Mé­ xico por sangrienta, cruel, brutal y, al mismo tiempo, fascinante, llena de experiencias colectivas dignas de contar por la manera en que los habitantes enfrentaron su presente. Se trata nada más y nada menos que de la historia fundacional del actual sistema político mexicano.2 En medio de este proce­ so está la guerra, que no es un hecho cualquiera, pues va de por medio la vida de miles de personas. En tales circunstancias, nos dice Michael Walzer, la naturaleza humana se ve reducida a sus formas más elementales, en don­ de prevalece el interés propio y la necesidad. En un mundo semejante, los hombres y las mujeres no tienen más remedio que hacer lo que hacen para salvarse a sí mismos y a la comunidad a la que pertenecen, de modo que la moral y la ley están fuera de lugar.3 1 Entre quienes abogan por la tesis de la autonomía destacan Hugh Hamill, Doris Ladd, Luis Vilioro, Antonio Annino, Timothy Anna, Jaime Rodríguez, Brian Hamnett y Virginia Guedea. En cambio, entre los defensores de la independencia de Nueva España se encuen­ tran Ernesto Lemoine, Eric Van Young y John Tutino. De los estudios sobre la guerra cabe recordar a Christon Archer, quien dedicó su vida al estudio del ejército realista. Los más re­ cientes son los de Marco Antonio Landavazo y Daniela Ibarra sobre la violencia en la gue­ rra; Ana Carolina Ibarra, para Oaxaca; los de Moisés Guzmán sobre la tecnología militar, y la tesis doctoral de Rodrigo Moreno sobre el Ejército Trigarante. 2 Véase J. Ortiz Escamilla, “La construcción social”; A. Avila et al., Actores y escenarios. 3 M. Walzer, Guerras justas, p. 29- INTRODUCCIÓN 13 El fenómeno se vuelve aún más crítico cuando se trata de una guerra civil en la que no se sabe a ciencia cierta en qué lugar habita el enemigo ni cuán­ do o cómo lanzará el siguiente golpe. Las poblaciones enteras se convier­ ten, más que en aliados, en posibles agresores. Ante el temor de morir, se mata, y en el momento de hacerlo no se piensa en si se obró bien o mal, simplemente se destruye al enemigo porque eso es lo que se hace en una guerra, y en medio de esta confusión mueren miles de inocentes. La ma­ yor parte de la población, sin importar su condición social, racial o eco­ nómica, sufren los desastres provocados por el cisma social. Stathis N. Kalyvas señala que las “guerras civiles son la evidencia de una profunda crisis de legitimidad: segmentos sustanciales de la población se oponen con toda intensidad al régimen del lugar y, por consiguiente, reasignan su apoyo a los rebeldes; en este sentido, las guerras civiles son en realidad, gue­ rras de pueblos”.4 En las guerras civiles, uno de los bandos defiende a quienes ostentan el poder político, y existe un mínimo de equilibrio con la fuerza que lo com­ bate. En éstas domina la brutalidad y la crueldad. Como no pueden des­ truirse fácilmente, se dedican a vejar, a extorsionar y a saquear a la población civil. “Con frecuencia los bandos cambian su semblante camaleónicamente: algunas veces operan como unidades militares, pero otras, de repente, se convierten en una verdadera sarta de bandidos que persiguen exclusivamen­ te ventajas materiales”.5 Quien mejor entendió y explicó el significado de esta guerra fue el obispo electo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo. Para él esta guerra era uno de esos fenómenos extraordinarios que se producen de cuando en cuando en los siglos, sin prototipo ni analogía en la historia de los sucesos precedentes. Reúne todos los caracteres de la iniquidad, de la perfidia y de la infamia. Es esencialmente anárquica, destructiva de los fines que se pro­ pone y de todos los lazos sociales.6 4 S. N. Kalyvas, Lógica de la violencia, p. 139. 5 P. Waldmann y F. Reinares, Sociedades en guerra civil, pp. 28-30. 6 “Don Manuel Abad y Queipo, Canónigo Penitenciario de esta Santa Iglesia, Obispo electo y Gobernador del Obispado de Michoacán, a todos sus habitantes salud y paz en nuestro Señor Jesucristo”, citado en J. Hernández y Dávalos, Colección de documentos, vol. 4, pp. 882-890. 14 INTRODUCCIÓN Después de la insurrección, nadie quedó al margen de los aconteci­ mientos; los habitantes tuvieron que tomar partido en la contienda. Mu­ chas veces por convicción política, otras por temor a perder su vida y perte­ nencias o, simplemente, por tener su residencia en un territorio dominado por una de las partes.7 Para la población, la guerra civil de 1810 se presentó como un hecho sorpresivo e inédito en su cotidianidad, y le fue muy difícil comprender su significado, más aún acostumbrarse a la violencia.8 De repente los pobla­ dores se encontraron atrapados entre dos fuegos y terminaron por ser, ade­ más de víctimas, también actores de primer orden, ya que los dos bandos buscaban su adhesión y apoyo para poder subsistir.9 Con la anarquía tam­ bién se alteró la organización y disciplina de las fuerzas armadas existentes, pues se dieron permiso para cometer todo tipo de excesos: “hombres arma­ dos sin disciplina, soldados saqueadores, tropas que viven a costa del país y elementos criminales le rapiñan a la población con completa impunidad si no con estímulo”.10 A pesar del prolongado tiempo del conflicto, hubo po­ cas batallas convencionales; de allí que los enfrentamientos se desarrollaran en la sociedad misma, sin línea de frente, por todas partes y en cada locali­ dad, sin importar si era una ciudad, una villa o un pueblo.11 El jefe contra­ insurgente Félix María Calleja se quejaba de la resistencia que había en un sector muy importante de la población para involucrarse en hechos violen­ tos.12 En general, los habitantes estaban en contra de la guerra. Abad y Queipo no se equivocó. El “grito de Dolores” generó un gran movimiento de reivindicaciones políticas y sociales, encabezadas por los criollos del Bajío. Su proyecto era muy simple y hasta ingenuo por lo com­ plicado que resultaba llevarlo a la práctica. Su objetivo principal era destituir 7 Michael Seidman llama lealtad geográfica a la adhesión hacia el grupo que domina la ciudad o la región en que se vive. Simplemente se adhieren a una causa porque allí estaban o vivían cuando una fuerza tomó el control. Citado en S. N. Kalyvas, op. cit., p. 167. 8 Véase M. A. Landavazo, Nacionalismo y violencia. 9 Michael Walzer propone que, antes de emitir cualquier juicio moral, debe tenerse en cuenta que la “guerra es una acción humana, deliberada y premeditada, y de cuyos efectos alguien tiene que ser responsable”. Las personas que se ven atrapadas en ella “no sólo son víctimas, son también actores”. Walzer, op. cit., p. 43. 10 S. N. Kalyvas, op. cit., p. 96. 11 A pesar de los elevados niveles de violencia, en las guerras civiles los enfrentamientos no ocurren en grandes batallas. S. N. Kalyvas, op. cit., pp. 86 y 131. 12 agn, OG, t. 176, fs. 142-143, de Calleja al virrey, Guadalajara, 29 de enero de 1811.

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