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Fernando Alfredo Rivera Bernal2 PDF

42 Pages·2017·0.62 MB·Spanish
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doi: 10.15446/fyf.v30n2.65786 CRONOPAISAJES IDENTITARIOS: DEL VECINO AL PATRIOTA. LÓGICAS DE VISIBILIDAD Y ECONOMÍA PSÍQUICA, SIGLOS XVIII-XIX*1 Fernando Alfredo Rivera Bernal** 2 Universidad Nacional de Colombia Resumen En un cronopaisaje se discriminan por lo menos dos tipos de repertorios semiótico- culturales: prácticas colectivas que incorporan divisiones y categorizaciones valorativas del mundo social, y formas de construcción de la identidad social y del poder político a través de geografías simbólicas. Desde tal perspectiva, este artículo examina, en la Nueva Granada de la transición del siglo xviii al xix, la correlación entre las lógicas de visibilidad social y su consecuente configuración identitaria, entretejido regulador de una específica economía psíquica, de un régimen de tematización y producción del Yo. Palabras clave: cronopaisaje; lógicas de visibilidad; economía psíquica; vecino; patriota. Cómo citar este artículo: Rivera Bernal, F. A. (2017). Cronopaisajes identitarios: del vecino al patriota. Lógicas de visibilidad y economía psíquica, siglos xviii-xix. Forma y Función, 30(2), 9-50. Artículo de investigción: Recibido: 19-05-2016, aceptado: 20-04-2017 * Este artículo es resultado de la investigación del autor sobre identidades y topologías de la subjetividad, frontera analítica de Qualia, Grupo de Investigación en semióticas identitarias y subjetividades. ** Comunicador Social, magíster en Sociología de la Cultura, doctor en Historia Comparada y posdoctorado en «Subjetividades»; «Instauración Discursiva (¿Qué es un autor?)»; «Ciudades y megalópolis». Profesor titular del Departamento de Lingüística en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. [email protected] Forma y Función vol. 30, n.º 2 julio-diciembre del 2017. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x–en línea 2256-5469, pp. 9-51 10 Fernando Alfredo Rivera Bernal IdentIty «tImescapes»: from neIghbor to patrIot. logIcs of VIsIbIlIty and p sychIc economy I n the 18th and 19th centurI es Abstract At least two types of semiotic–cultural repertoires can be identified in a timescape: collective practices that incorporate evaluative divisions and categorizations of the social world, and forms of construction of social identity and political power by means of symbolic geographies. From this perspective, the article examines the correlation between logics of social visibility and their ensuing identity configuration in New Granada during the transition from the 18th to the19th century, as the regulative interweaving of a specific psychic economy, of a regime for addressing and producing the Self. Keywords: timescape; logics of visibility; psychic economy; neighbor; patriot. cronopaIsagens I dentItárIas: do VIzInho ao patrIota. lógIcas de VIsIbIlIdade e economIa psíquI ca, séculos xVIII–xIx Resumo Numa cronopaisagem, discriminam–se pelo menos dois tipos de repertórios semiótico– culturais: práticas coletivas que incorporam divisões e categorizações valorativas do mundo social, e formas de construção da identidade social e do poder político por meio de geografias simbólicas. Sob essa perspectiva, este artigo examina, na Nueva Granada da transição do século xviii ao xix, a correlação entre as lógicas de visibilidade social e sua consequente configuração identitária, entrelaçado regulador de uma específica economia psíquica, de um regime de tematização e produção do Eu. Palavras–chave: cronopaisagem; lógicas de visibilidade; economia psíquica; vizinho; patriota. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Lingüística CRONOPAISAJES IDENTITARIOS: DEL VECINO AL PATRIOTA. LÓGICAS DE VISIBILIDAD... 11 Óptica: el cronopaisaje El espacio socio–físico es un ecosistema morfológico, económico e ideológico, esto es, una topología relacional significante, una escenografía discursiva definida por la triangulación de geometrías arquitectónico–urbanísticas, esquemas regulativos e interaccionales, y modalidades de prácticas y consumos. A partir de ello, se define un dispositivo de observación analítica, el «cronopaisaje»1, filigranado por la interpolación de espacialidades y temporalidades específicas, o «cronotopos»2 semiológicos: texturas formales de habitabilidad (cronotopo–grafías), gramáticas de sociabilidad (cronotopo– gramas), y narrativas culturales (cronotopo–tramas) (Rivera, 2008, pp. 282-327). Tal optometría excita tres conectividades osmóticas, determinativas de configuraciones identitarias diferenciables: entre cambios sociales y transformaciones culturales; entre representaciones colectivas y sistema social; y entre las formas de distinción simbólica estructurantes del consumo cultural y las estructuras socioeconómicas concretas que la inscriben jurídica y legislativamente. cronotopo–grafías: las habitabilidades Desde la segunda mitad del siglo xviii las «reformas borbónicas» afinan un mo- delo de control, fiscalización, codificación y funcionalización que se proyecta sobre multiformes instancias semióticas, prescribiendo cierta identidad topológica como representación sagital y lógica regulativa del orden social: la vecindad. Tal geometría simbólica se fermenta y se irradia desde varios cronopaisajes, sofisticando mecanismos de inscripción tanto de temporalidades como de protocolos de interacción y visibiliza- ción social, de formas de adscripción religiosa y de matrices identitarias. Tiene como núcleo local la parroquia, célula administrativa, eclesiástica e ideológica a partir de la cual se cartografió una clara gradación geopolítica: sitios, pueblos, villas y ciudades. Esta taxonomía es adobada por las unidades y dispositivos de concentración diseñados para identificar y controlar la población indígena: reducciones, doctrinas, parroquias de indios, corregimientos y resguardos. En general, es orientada en las últimas décadas 1 «Cualquier paisaje supone una confrontación entre un sujeto y un objeto, y, por lo tanto, una construcción discursiva y una relación interpretativa del sujeto. El paisaje aparece así como el resultado de un conjunto de estrategias y reglas mediante las que un sujeto construye su relación con la realidad y la comunica a los otros» (Zunzunegui, 1994, p. 143). 2 «Entendemos el cronotopo como una categoría de la forma y el contenido [….] los elementos de tiempo se revelan en el espacio y el espacio es entendido y medido a través del tiempo. La intersección de las series y uniones de esos elementos constituye la característica del cronotopo artístico» (Bajtín, 1989, pp. 237-238). Forma y Función vol. 30, n.º 2 julio-diciembre del 2017. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x–en línea 2256-5469, pp. 9-50 12 Fernando Alfredo Rivera Bernal del siglo xviii al control y absorción de poblaciones fluctuantes, marginales, exógenas al circuito productivo (Garrido, 1993). Tiene como foco urbanístico la polifonía de la plaza: escenario del intercambio económico, de los protocolos de prestigio y de la teatralización del poder, y referente cualificador de la segregación al regular los valores sociales de sus construcciones y casas circunvecinas. Y como micro–foco arquitectónico, tiene el patio de la vivienda, conectado a la calle mediante un amplio y profundo zaguán o vestíbulo cubierto, ámbito de sociabilidad horizontal —compartido por la pila de agua y la cocina, topos parti- culares de interacción entre indígenas, negros y sectores blancos populares (Vargas, 1990, p. 55)—, a cuyo alrededor se multiplica una zonificación funcional definida más por contigüidades que por ejes y simetrías (Corradine, 1989, p. 220; Rueda & Gil Tovar, 1977, pp. 885-887). El patio fermenta un privilegiado entorno indicial de la interpolación entre formas arquitectónicas, espacios transicionales y gramáticas de interacción: huella de las filtraciones de lo rural en lo urbano, de lo público en lo doméstico, escenario de la exhibición de lo privado, que comparte tal funambulismo identitario con las zonas sociales y el balcón de las viviendas hidalgas, y posteriormente con la sala principal, perímetro de centrifugación escénica de los bienes, los roles y las cualidades sociales. La sala es el espacio gravitacional y polifuncional de la casa colonial, casi siempre bastante alargado y dividido mediante la organización del mobiliario en distintas sec- ciones para dormir, comer, reunirse, jugar, tocar música, leer y coser. Se diferenciaban cuatro tipos básicos de acuerdo con su dotación y uso: las de recibo, las de alcoba3, las de cumplimiento (menos usuales y caracterizadas por ámbitos femeninos exclusivos), y las de paso o antesalas, dotadas de cuadros y láminas, cajitas y cofrecitos, escritorios y esteras o alfombras (López, 1995, p. 140). A comienzos del xviii, las casas eran de dos pisos con una distribución en forma de l. En el primer piso había zaguán, sala de recibo y cuarto principal con salida al patio; en el segundo, sala principal, oratorio, estudio y cuarto de objetos de cocina. Más modestas y comunes que estas casonas de hasta tres pisos eran las habitadas por blancos pobres y mestizos con algún patrimonio, de una planta también edificada en l alrededor del 3 En las salas de alcoba, donde se exponían los objetos más importantes de la casa, la cama simbolizaba el poder y el rango, y estaba acompañada de escritorios–papeleras, joyeros, cofres y baulitos de ricos materiales, canapés, taburetes con espaldar, mesitas medianas o pequeñas y en ocasiones tocador y sitialitos, cojines, cornucopias, alfombras, faroles, guardapolvos, algunas esteras, colgaduras, cortinas y frisos con sus mediacañas, cuyo color dominante era el carmesí. En casi todas estas salas de alcoba existía junto a la cama un «estrado de cariño», el espacio femenino más íntimo y privado de la casa (López, 1995, p. 150). Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Lingüística CRONOPAISAJES IDENTITARIOS: DEL VECINO AL PATRIOTA. LÓGICAS DE VISIBILIDAD... 13 patio central, al frente dos habitaciones, con un contraportón que accedía a un amplio corredor en el que se encontraba la sala y el comedor (Rodríguez, 1996, p. 105). La gente de menos recursos, incluidos mestizos, indígenas y mulatos, vivía en bohíos o ranchos de paredes de bahareque y techo de paja, con sala y dormitorio en una sola habitación. En la parte posterior, se ubicaba la hornaza bajo una enramada por cocina. Hacia finales del siglo, las casas hidalgas santafereñas aún se caracterizaban por balcones macizos, ventanas gruesas guarnecidas con celosías y salas espaciosas de paredes tapizadas con papel de flores y paisajes, decoradas con iconografía religiosa o retratos de familia al óleo (con anchos marcos tallados y dorados), iluminadas por arañas de cristal y dotadas con sillas de brazo alto forradas en terciopelo o damasco, altos canapés de bases talladas con patas de águila o de león empuñando una bola, forrados en filipichín, damasco de lana o seda (Acevedo de Gómez, 1973, pp. 236-237). La vivienda más frecuente, sin embargo, tenía una o dos habitaciones. La mayoría se caracterizaba por la ausencia casi total de puertas para aislar los cuartos interio- res. Se producía, así, el entrecruzamiento del espacio familiar con el espacio privado individual, una visibilidad que esparcía la intimidad por toda la superficie de la casa. Esto inscribía una lógica escópica precavida y culposa, la constante posibilidad de «ser visto», juzgado, penalizado; simultáneamente, observar y ser observado. En un extremo, estaba la autocensura del comportamiento, reprimido por la exacerbación del saberse/ sentirse vigilado; en el otro, la ampliación cautelativa de la percepción, una mirada vigilante, atenta con suspicacia a la valoración de acontecimientos o comportamientos desviados: «Aquí todo era visto, todo era escuchado […] el archivo judicial de la época no deja de decírnoslo, en esta sociedad con tantas ranuras y tabiques todo era visto, pero especialmente lo anormal y lo ilegal» (Rodríguez, 1996, p. 107). De tal manera, el ser visto estaba determinado por contrariedades focales: aquel ser visto público intencional, la valoración positiva de la puesta en escena, el reconocimiento social; y el inesperado ser visto protagonizando una transgresión, la valoración negativa del ser sorprendido, la marca del delito. La tensión subyacente dibuja una sensorialidad específica, la lógica de visibilidad–ocultamiento que identifica al vecino: la ambigüedad del espionaje, ver y no ser visto. Sin embargo, la constante vigilancia engendra una tendencia hacia el disimulo y el encubrimiento, que impregna la actividad íntima y privada, que se manifiesta además en la multiplicación de escribanías, cofres y baúles salpicados de trampas, falsas porte- zuelas y compartimientos escondidos. Estos son artificios que también caracterizaron la proliferación de escaparates, escritorios y bargueños. Esta gramática del secreto otorga Forma y Función vol. 30, n.º 2 julio-diciembre del 2017. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x–en línea 2256-5469, pp. 9-50 14 Fernando Alfredo Rivera Bernal una fuerte carga simbólica a las llaves y cerraduras, casi siempre tres, en puertas de tiendas y arcas de las cofradías (triclaves), delegadas según importancia y jerarquía4. cronotopo–gramas: catalogaciÓn La configuración política de la territorialidad, perimetrada a nivel macro–geográfico por los virreinatos y a nivel institucional por los cabildos (ejes de la administración y la actividad política), fue uno de tantos dispositivos de absorción y control, al igual que la sobredosis legislativa y administrativa y su concomitante colofón: la densa burocratización «racionalizada» por el proyecto borbónico, a su vez articulado alrededor de la noción de «progreso» económico como ideal civilizatorio. Este era un ideal, por demás, inscrito en un proyecto de «modernización defensiva» y anclado en el flujo neomercantilista a través de los monopolios fiscales del Estado, la racionalización de los impuestos y la regulación de los calendarios festivos y celebratorios. Tales eran medidas fundamentales de la centralización administrativa caracterizada por presiones fiscalizadoras, sustrato de los mecanismos de vigilancia y control (Focault, 2009) como las Visitas y los Juicios de Residencia. Es decir, instrumentos para clasificar, discriminar y explotar un continente colonial, abastecedor de materia prima y comprador de manufacturas (Haring, 1963). Las reformas adelantadas por los intendentes (primeros agentes del «absolutismo»), no solo transformaron mecanismos administrativos y fiscales, y diseccionaron extracti- vamente los potenciales económicos de las colonias, sino que modificaron los órdenes de visibilidad social mediante una estricta «supervisión» restrictiva, hiperregulada. Se diferenciaron, entonces, las gramáticas de sociabilidad y se configuraron multiformes escénicas culturales (Lynch, 1989). A finales del siglo xviii, tales modificaciones inciden no solo en la estrategia dis- criminatoria del nombramiento de funcionarios en la maquinaria oficial (iniciada desde mediados del siglo anterior), lo que afectó a la contractualidad implícita entre españoles y americanos que le confería a los últimos un homeostático control de la burocracia guber- namental, sino además en la percepción del espacio rural y la valorización de la gestión geo–administrativa. Esto se concreta en la densificación de la estructura urbana y vial, la atención de los servicios públicos, sanitarios y recreacionales, así como en la implemen- tación de servicios de vigilancia nocturna y seguridad social. También se manifiesta a 4 «Las llaves, signo de autoridad, de poder, permanecían suspendidas de la cintura de los administradores cuidadosos y fueron, en el siglo pasado, emblema de las buenas amas de casa» (Martínez, 1996, p. 343). Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Lingüística CRONOPAISAJES IDENTITARIOS: DEL VECINO AL PATRIOTA. LÓGICAS DE VISIBILIDAD... 15 través de nuevos programas y categorías institucionales derivadas de las reglamentaciones emitidas por Carlos III en 1774: la creación de la policía urbana y su contraluz punitivo constante, la codificación de una nueva temporalidad mediada por el calendario laboral, la regulación del tiempo libre y de la celebratoria institucional, la reordenación territorial y su racionalización funcional soportada en una nutrida codificación técnica de medidas que interconectaban territorio, ciudad y sistema político (Saldarriaga, 1992). La funcionalización, entre cuyos efectos será fundamental la valorización de la educación ilustrada y de las profesiones liberales, expresa dos rasgos estructurales. Por un lado, la yuxtaposición de unidades civiles (barrios y cuarteles) sobre las parroquias, unidades religiosas hasta entonces articuladoras de la administración y la reproduc- ción ideológico–cultural, y traducción geo–jurídica de la permeación de identidades políticas y valores religiosos, así como correlato de la amalgama entre identidades y jerarquías sociales. Por otro lado, la exacerbación regulativa basada en la vigilancia y restricción de las conductas públicas y privadas, reiterativamente sometidas y controladas por la mirada «oficial», una panóptica social5: visibilización y categorización étnica, moral, laboral, institucional y jurídica expresada en rituales, festividades y prácticas culturales coti- dianas, así como en la minuciosidad de nomenclaturas, conteos y taxonomías, y en la implementación de nuevas herramientas de registro demográfico y prolijos dispositivos de cuantificación, clasificación y localización que inscriben la meticulosidad del detalle, la lógica de la colección y la catalogación funcional. Estas variables, además de identi- ficar y absorber la población marginal no productiva, sacralizan, elitizan y jerarquizan la palabra escrita en detrimento de la visceral oralidad de los sectores hegemonizados. Es el cuadro clasificatorio urbano sobre el sistema orgánico de las prácticas populares, aunque la «voz oficial» sea un constante recurso de afirmación, sugestión e imposición desde el púlpito, el balcón y la plaza. Hay una sobrecodificación y taxidermia social, consecuencia de la fragmen- tación del control público, por ello orientada a la meticulosa supervisión jurídi- co–política y a la producción, mediante agentes específicos, de cierta «economía psíquica» o «estructura social de la personalidad» (Elias, 1994)6, de cierto «habitus» 5 «El tema del Panóptico (a la vez vigilancia y observación, seguridad y saber, individualización y totalización, aislamiento y transparencia) ha encontrado en la prisión su lugar privilegiado de realización» (Foucault, 2009, p. 288). 6 «Es propio de las sociedades humanas, formadas por muchos, que sus manifestaciones no solo constituyan un mundo exterior (algo que existe fuera del individuo), sino una característica de la estructura personal del individuo […] Lo que de facto cambia durante un proceso civilizatorio, no Forma y Función vol. 30, n.º 2 julio-diciembre del 2017. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x–en línea 2256-5469, pp. 9-50 16 Fernando Alfredo Rivera Bernal (Bourdieu, 2000)7, configurador de un sujeto social religioso, supeditado a la potestad del monarca, instancia superior del Estado justificada por la supuesta simbiosis del poder político y el poder divino, fundamento legitimador del absolutismo ilustrado. cronotopo–tramas: religiosidades y excesos Lo religioso determinó todas las volumetrías de la vida social a partir de la en- tronización de sus temporalidades, marcadas por la misa, las oraciones familiares, las celebraciones rituales, la Semana Santa, la conmemoración de los santos patronos, las festividades dedicadas a la virgen y, por supuesto, el sacramento de la confesión (ins- tituida periódica y obligatoriamente —por lo menos una vez al año— en el Concilio de Letrán iv de 1215, donde también se sacramentalizó el matrimonio)8. Además, en cuanto también soportaba la categorización de las jerarquías sociopolíticas, dibujó un referente infamante, cierta estratagema de exclusión: la satanizada herejía. El hereje y su descendencia quedaban excluidos de honores y símbolos de prestigio social. La permeación religiosa irradiaba desde polaridades en tensión: la micro–escénica de la «confesión», domesticación privada de la oralidad, sometimiento constrictivo de la voz individual que expresa la internalización de la culpa (Delumeau, 1992), cuya es simplemente la cualidad de los hombres, sino la estructura de su personalidad. Se trata, para mencionar sólo dos aspectos, del equilibrio y de hecho de toda la relación entre impulsos elementales no aprendidos de una persona, y la pauta aprendida de su control y disciplina […] la pauta de la coacción, toda la matriz social que marca la orientación del sentimiento y la conducta social, puede ser muy diferente en los variados estadios de la evolución social» (Elias, 1989, pp. 27-163). 7 «Un sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adquirido mediante la práctica, y siempre orientado hacia funciones prácticas [...] Hablar de habitus es plantear que lo individual, e incluso lo personal, lo subjetivo, es social, a saber, colectivo. El habitus es una subjetividad socializada» (Bourdieu, 1995, p. 87). «El habitus se define como un sistema de disposiciones durables y transferibles (estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes) que integran todas las experiencias pasadas y funciona en cada momento como matriz estructurante de las percepciones, las apreciaciones y las acciones de los agentes cara a una coyuntura o acontecimiento y que él contribuye a producir». «Esquisse d’une théorie de la pratique, precedée de trois études d’ethnologie kabyle» (Nota del traductor, Bourdieu, 2000, p. 54). 8 «La Iglesia, a través de sus confesores, penetraba en las conciencias individuales para lograr la censura […] Los catecismos y los sínodos coloniales también sabían de la importancia del sacramento para formar la conciencia, por lo que se dirigió principalmente a los indios, negros y mestizos. Los catecismos lo reafirmaban cuando privilegiaban más que las verdades doctrinales, las normas de comportamiento occidentales, que se traducían en los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los comportamientos del buen cristiano, las obras de misericordia, los pecados capitales y las virtudes teologales» (Borja, 1998, pp. 317-318). Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Lingüística CRONOPAISAJES IDENTITARIOS: DEL VECINO AL PATRIOTA. LÓGICAS DE VISIBILIDAD... 17 efectividad es literalmente escenificada por los penitentes de Semana Santa9; y la ma- cro–escénica nuclear del sermón, además espacio de confrontación entre las distintas identidades religiosas que disputaban la hegemonía (jesuitas, dominicos, franciscanos, agustinos, capuchinos), apoyadas en ritualizaciones de carácter espectacular como las procesiones y sus pasos, o escenas sacras pedagógicas, propedéuticas y ejemplarizantes, función compartida con los retablos en el interior de las iglesias. La religiosidad doméstica se reforzaba con dos misas diarias, las constantes y regu- lares oraciones anunciadas por los campanarios de los conventos (antes del amanecer, hacia las seis de la mañana, al almuerzo, la comida y en la noche) y con la iconografía cristiana (santos o pasajes bíblicos) en lienzos, retablos y láminas10 que proliferaba sobre paredes de habitaciones y salones. Entre esta iconografía, se multiplicaba más que cualquier otra la imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá (Martínez, 1996, p. 344); en el infaltable altar doméstico, en un rincón del zaguán o en una habitación principal. Esta religiosidad también se manifestaba en la popularidad de los exvotos, relatos simbólicos de gratitud por favores recibidos. La temporalidad religiosa permeaba las dinámicas de interacción y sociabilidad con su nutrido calendario: las celebraciones de precepto, de la Virgen del Carmen, de la Virgen del Pilar, el octavario de la Virgen de la Concepción, el de Santa Teresa de Jesús, el día de los Ángeles, el día de finados, Semana Santa, Pascua y Resurrección, las carnestolendas11 hasta el miércoles de ceniza, del veinticinco de diciembre al siete 9 «Iba el penitente en medio del montón con sus enaguas blancas y su caperuza, que le cubría cabeza y cara; las espaldas al aire, y la disciplina andándole por encima, no de mosqueo sino de sacar sangre. Otros hacían su penitencia llevando los brazos en cruz, amarrados a un palo por detrás […] el hecho es que, en aquellos tiempos de piedad, la autoridad eclesiástica y la policía tuvieron que atajar el paso a estos penitentes, porque a veces solían penitenciar a otros, dándoles de garrotazos con el palo en que iban crucificados» (Groot, 1973, p. 134). 10 Pinturas sobre planchas de cobre, de diversos tamaños y con frecuencia guarnecidas de ébano y oro (López, 1995, p. 149). 11 Las carnestolendas fueron las festividades populares por excelencia, arraigadas en los sectores bajos, indios, negros, mestizos, generalmente adobadas con chicha y fritanga. Celebradas a partir del siglo xvi, abarcaban desde el domingo anterior a la cuaresma hasta el miércoles de ceniza. Se jugaba la oca, bisbis, lotería, batea, beloso y trompo, se incluían arcos, riñas de gallos y corridas de toros. Resultaban escandalosas para la sensibilidad de las élites: «De mediodía en adelante esos lugares eran un solo volcán atizados por el exceso de licor, las escenas escandalosas de los jugadores, y más que todo por los actos de impureza de que se hacía ostentación. Después de las seis de la tarde quedaban convertidos esos extramuros de la ciudad en inmenso lupanar […] por lo regular, cada noche de carnaval costaba la vida a varios de los concurrentes, sin contarse el gran número de puñaladas y palizas que se daban, las más de las veces, a infelices que en nada habían ofendido a los desconocidos Forma y Función vol. 30, n.º 2 julio-diciembre del 2017. Bogotá, Colombia, issn impreso 0120-338x–en línea 2256-5469, pp. 9-50 18 Fernando Alfredo Rivera Bernal de enero. Se almorzaba de las doce a la una, en la tarde se paseaba por la Alameda y por el Aserrío, ya en la casa se comía dulce y se tomaba chocolate (en ese orden); luego se rezaba el Rosario, se visitaba o se era visitado, y se conversaba en familia hasta las nueve o diez de la noche, hora de la cena. Las visitas más comunes eran las de cumplimiento; y las más íntimas, las llamadas de cariño, en las que se utilizaban mesas de juego12. La visita, recibirla o hacerla, era un importante y frecuente protocolo de interacción para las clases media y alta. Las visitas entre las familias se recibían en el salón principal, convocadas por alguna bebida, vino o chocolate, se amenizaban con las habilidades musicales de cualquier hija, comentarios sobre las novedades urbanas o, en los casos más formales, con anuncios de noviazgos y matrimonios (Rodríguez, 1996, p. 121). Las mujeres, por su parte, se reunían a tejer, bordar y zurcir, mientras conversaban o cantaban en el estrado, importante microespacio femenino en el interior de las casas que se estabiliza desde finales del siglo xvii (López, 1996). La cotidianidad de los sectores populares, en cambio, estaba regulada por el tra- bajo, en tanto el oficio se heredaba, igual que las herramientas y el buen nombre del padre. La mayoría de artesanos tenían los talleres en su vivienda: herreros, carpinteros, curtidores, zapateros, sastres, sombrereros, plateros, cigarreras, tejedoras, costureras, hilanderas, encajeras, etc. Pero esto no disminuía su participación en fiestas civiles, eclesiásticas y carnestolendas, efervescentes crisoles identitarios ilustrados por las vistosas comparsas del Corpus Christi, palimpsesto carnavalesco que recorría las calles decoradas con arcos, ramajes y bosques de cuerda matachinesca, y que convertía la ciudad en una alegórica escenografía envolvente13. agresores […] la gente perdida se creía autorizada para entregarse a toda clase de excesos con el hecho de hallarse en el Carnaval de La Peña» (Cordovez Moure, 1997, p. 386). 12 «El domingo era otra cosa; aquel día se almorzaba precisamente tamales. El padre de familia visitaba y era visitado; la madre se adornaba para ir donde las señoras de la alta aristocracia española, es decir, las esposas de los empleados públicos. Los criados y los niños iban por la tarde al Guarrús de las Aguas o de Fucha, y casi todo lo mejor de la población paseaba por San Victorino, donde se veían pasar los tres únicos coches que había en la ciudad, a saber: el del Virrey, el del Arzobispo y el de la familia Lozano, llamado comúnmente “el de las Jerazanas”» (Acevedo de Gómez, 1973, p. 237). 13 «Son las nueve de la mañana, hora en que las comparsas de matachines y demás andan recorriendo la carrera a son de tambora y violín. En los balcones, ventanas y puertas flamean las colchas de damasco, de filipichín y de zarazas chinescas. De trecho en trecho están los arcos triunfales forrados en colchas de damasco carmesí, y de alto a bajo guarnecidos de plata labrada; platones, palanganas, platos, platillos, macerinas, mazos de cucharas y tenedores, jarros […] Estos arcos así argentados y con espejos y láminas brillaban con el sol de los hermosos días de junio, y hacían brillar también la riqueza de las gentes […] Si los arcos eran ricos y vistosos, los altares eran más. Todos tenían frontales y candeleros de plata con mallas y macetas del mismo metal. Las flores, los Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Lingüística

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the19th century, as the regulative interweaving of a specific psychic . La sala es el espacio gravitacional y polifuncional de la casa colonial, casi
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