Description:Amanecía un día muy desapacible, el hogar estaba muy silencioso, ni siquiera se oía el ruido de los pequeños sonidos que hacen todas las construcciones tan antiguas como en la que yo vivía. Hacía poco tiempo que mi tutor me había acogido bajo su techo al cumplir mis diecisiete años de edad y acabar mi preparación en un internado para señoritas de la alta sociedad. No tengo ningún recuerdo de mis padres ni de mis hermanos cuando perecieron en el incendio que asoló la mansión en el condado de Lancast donde yo había nacido. Por causas desconocidas toda mi familia pereció encerrados como en una ratonera sin escapatoria. Yo entonces era una pequeña de apenas algo más de un año que comenzaba a andar por los largos pasillos de piedra apoyándome en la balaustra ante mi inseguridad que rodeaba la primera planta del hogar de mis antepasados, una hermosa propiedad con una gran construcción de sólida piedra y madera heredada de generación en generación hasta llegar al duque mi padre su heredero, y algún día también sería de mi hermano mayor y así sucesivamente. Desafortunadamente nunca ocurriría, yo era la única superviviente de tan trágica desgracia. Fue un milagro que me salvara por mi afán de curiosidad e inquietud que bajara de mi cuna en busca ya de aventuras. Cuando con mis pequeñas piernecitas bajé escalón a escalón hacia el vestíbulo buscando la salida al hermoso jardín que tanto me gustaba. Una sombra se proyectó sobre mí en el momento que intentaba alcanzar la puerta. Me giré y solté una carcajada de alegría, era mi niñera a la que yo tanto quería. Ella con el ceño fruncido me cogió en brazos y con el semblante muy serio me regañó por mi escapada mientras me besaba y no paraba de apretarme contra su blando cuerpo con olor a pan recién hecho. Un ruido ensordecedor como si de un cataclismo se tratara hizo que mi niñera se abalanzará hacia el exterior atravesando la destrozada puerta por la bomba expansiva que en unos segundos envolvió de llamas y humo la monumental construcción de los condes de Lancast.Todo se convirtió en una bola de fuego y únicamente escuché el gritó ensordecedor de mi cuidadora al desmayarse conmigo en brazos en la entrada de la residencia familiar. En ese momento con mi mirada infantil antes de perder el conocimiento por la caída en el empedrado del suelo, una figura oculta detrás de los establos reía con estentóreas carcajadas como si fuera lo más maravilloso del mundo contemplar semejante matanza. Después ya no oí ni vi nada. Son los únicos recuerdos que tengo de mi corta estancia en el palacete del condado.