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Ernesto Guevara, también conocido como el Che PDF

3419 Pages·2015·8.01 MB·English
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Desde millones de fotos, carteles, vídeos, camisetas, postales, discos, libros, frases, testimonios — fantasmas todos ellos de la sociedad industrial, que no sabe depositar sus mitos en la sobriedad de la memoria—, el Che nos vigila. Más allá de toda parafernalia, retorna. Casi treinta años después de su muerte, su imagen cruza generaciones, su mito persigue los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco —moralmente terco—, el Che siempre será motivo de debate. Con abundante material hasta ahora inédito —fotos, testimonios, diar ios … — , Ernesto Guevara, también conocido como el Che es una biografía minuciosa y detallada que nos revela a un personaje diferente del que creemos conocer; un hombre que, siendo ministro de Industria en Cuba, jamás terminaba de amarrarse las botas. Es un encuentro con Ernesto Guevara, más allá del Che, pero también una reelaboración del mito. Este libro, escrito con gran intensidad y dedicación, está llamado a ser un clásico. Paco Ignacio Taibo II Ernesto Guevara, también conocido como el Che ePUB r1.0 GONZALEZ 02.04.13 © 1996, Paco Ignacio Taibo II ePub base r1.0 Los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado. LYTTON STRACHEY Para hacer algo hay que querer mucho. Para querer apasionadamente hay que creer con locura. REGIS DEBRAY, HABLANDO DEL CHE NOTA DEL AUTOR Este no es un libro fácil, sin duda esta historia está atrapada por la visión de los que llegaron más tarde, de la generación del «eterno después» y de sus inocentes hijos, y sin embargo hay que intentar leerlo como una historia «de entonces». No hay lectura inocente. Hoy sabemos que la segunda oleada de la revolución latinoamericana se estrelló y fracasó, que el modelo industrial que El Che planteaba funcionó en el corto plazo y se fue desgastando en el mediano sin su estilo y su vigilancia: incluso leeremos el libro sabiendo cuál fue el destino final de la operación del Che en Bolivia. Y aún sabiendo todo esto quisiera lograr que el libro se leyera como una historia «de entonces», porque sólo así se podría entender. No se puede contar la historia de las consecuencias hacia los orígenes, se vicia la perspectiva. La biografía no es la historia de un muerto que se explica. Lytton Strachey decía en un momento de tremenda lucidez que «Los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado». Los personajes se construyen en actos cuyas consecuencias no pueden alcanzar a descubrir. La historia que me interesa no funciona como una explicación a partir del destino, sino como una provocación que viene del pasado, cuyos personajes centrales no han poseído jamás una bola mágica que les revele en sus presentes el futuro. Es sorprendente pero cierto: el fantasma del Che, como un viajero fronterizo sin visas ni pasaportes, está atrapado a mitad de un puente generacional, entre unos jóvenes que saben muy poco de él pero que lo intuyen como el gran comandante y abuelo rojo de la utopía, y la generación de los sesenta, que llegó tarde o fracasó en el proyecto (aquellos de los que decía Paco Urondo presagiando su propio destino: «Es que vamos a perder/la vida de mala manera»), pero que entiende que El Che sigue siendo el heraldo de una revolución latinoamericana que por más que parezca imposible, sigue siendo absolutamente necesaria. Es un fantasma que además, muy a pesar de su humor cáustico y de sus reiteradas timideces, ha quedado preso en la parafernalia de la imagen y de las maquinarias inocentes o dolosas que se dedican a vaciar de contenido todo aquello que se les cruza a su paso para volverlo camiseta, souvenir, taza de café, póster o fotografía, destinadas al consumo. Y eso es la condena de los que provocan la nostalgia: estar atrapados en los arcones del consumo, o en los reductos de la inocencia. La lista de agradecimientos es inmensa (no me olvido de Miguel y su fotocopiadora, mi tocayo Paco y su maleta de recortes, todos los viejos guevaristas, Justo que revisaba imprecisiones y cubanías, los fotógrafos habaneros, la dirección de «Verde Olivo») pero en ánimo de reducirla, quiero destacar particularmente al periodista Mariano Rodríguez (que me ayudó a escribir un libro que merecía escribir él) y a los novelistas Daniel Chavarría (quien operó como mi chofer en La Habana por solidaridad pura), José Latour (que actuó como documentalista por razones de maravillosa amistad), Luis Adrián Betancourt (que hizo de la confianza un monumento cediéndome su archivo) y mi colega Jorge Castañeda, quien más allá de las discrepancias en la visión del personaje, se convirtió en el más leal competidor, confirmando mi idea original de que en la historia nadie es propietario de documentos, tan sólo de interpretaciones. Partir del supuesto de que por más que lo intente este libro será en muchos sentidos un fracaso, ayuda al historiador. Pensar en él como una primera edición, una primera edición que habrá de provocar aclaraciones y desmentidos, correcciones, aparición de nuevos documentos, debate, y quizá y sobre todo, la publicación de la enorme cantidad de materiales inéditos que aún permanecen sin editar de Ernesto Che Guevara. Reconforta pensar que un libro no es algo muerto, sino una especie de alien provocador y mutante. Haría falta alguien más inteligente y con más recursos historiográficos y literarios que yo para poder contar a dos generaciones de lectores absolutamente diferentes, dos versiones de la historia con el mismo material; para contar a dos tipos de lectores dentro y fuera de América Latina, la misma historia. Haría falta dedicarles a unas explicaciones y narraciones de contexto a las que he renunciado para centrarme en el personaje y mayor abundancia en el debate político del momento a los otros. Las omisiones han sido voluntarias, que cada quien cargue con sus culpas. A lo largo de todos estos años de lecturas y conversaciones, algunas cosas se me presentaron como claves: una

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