Description:Val. Desde que habíamos llegado de Estados Unidos, mi abuela hacía como si Hans no existiera. Al principio me había sentido apenada, pero había llegado un punto en el que estaba tan enfadada con ella que me daba exactamente igual lo que pensara. Y sin embargo, aquel día me había hecho llamar. ¿Qué querría? Émile e Irina. Francia 1903 —Los hombres con suerte no llegan medio muertos a su casa en mitad de la noche. ¿Quién te ha hecho esto? —En realidad todavía no lo entiendo, te lo contaré cuando estemos de camino. —¿A dónde vamos? —A Digné. La sonrisa deslumbrante llena de felicidad que le dedicó su mujer le hizo darse cuenta de que debían haberse ido a Digné mucho antes. Irina no podría ser del todo feliz lejos de sus campos de lavanda, de sus montañas, de sus recuerdos, y él la había apartado de todo aquello. Carla. —Carla… —susurró Eugène cuando ya estaba terminando mi segunda copa del vino—. ¿Puedes por favor hablar conmigo? No soporto este silencio. Clavé la mirada en esos profundos ojos azules, esos ojos que me volvían loca y que siempre me miraban con ternura y me di cuenta de que debía ser horrible para Eugène no poder interpretarme. Su vida debía ser un constante ir y venir de pensamientos, una locura de sonidos y una ausencia de silencio. Quizá por esa razón se había enamorado de mí, conmigo podía sentir paz y disfrutar del silencio de mi mente por primera vez en su vida, aunque sabía que en ese preciso momento no necesitaba mi silencio, sino que le explicara de una vez por todas el porqué de mi enfado. Me pasaban tantas cosas al mismo tiempo que no sabía cuál me molestaba más por orden de gravedad. Eugène. Francia 1925. Le sonreí y recordé algo que me había dicho mi padre en una ocasión. «—Hijo, cuando tengas delante a la mujer con la que quieres compartir el resto de tu vida, es posible que al principio quieras engañarte a ti mismo y no reconocer los sentimientos que te produce, pero hay algo que ayuda mucho si tienes la menor duda; la distancia; bueno, y algo más…, algo incluso mucho más clarificador, verla junto a otro hombre que la desea tanto como tú. Espero que no necesites probar ninguna de esas dos cosas, pero si no tienes más remedio, no te recomiendo que estés demasiado tiempo lejos de ella, te la puede quitar otro y no sabes lo horrible que es eso». Decididamente no quería probar ninguna de esas dos opciones, ni la de separarme de ella ni la de que la deseara otro hombre, pero mucho me temía que tendría que enfrentarme a la segunda, y de hecho bastante rápido. Claude la deseaba tanto como yo, y no podía olvidar que él era un encantador de mujeres.