ebook img

El préstamo y la usura en el Mediterráneo antiguo PDF

18 Pages·2008·1.52 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview El préstamo y la usura en el Mediterráneo antiguo

EL PRÉSTAMO Y LA USURA EN EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO JOSÉ MARÍA GARCÍA GONZÁLEZ Universidad de Alicante La regulación de préstamo con intereses en los distintos pueblos del antiguo Medi terráneo está condicionada no sólo por concepciones teóricas sobre la riqueza, el dinero y su tráfico, concepciones que, a veces, como en el caso de Grecia y Roma, son muy si milares, sino también por las ideas políticas y por las particulares condiciones de vida en que cada uno de aquellos pueblos se desenvuelve. De ahí las diferencias de trata miento que recibe el asunto en los derechos romano, griego, egipcio e israelita. Estos derechos serán, durante la expansión de Roma y por efecto de ella, relativamente ho- mogeneizados en el seno del propio derecho romano. Finalmente se superpondrá, to mando como vehículo a la propia Roma, la idea cristiana de la caridad y la hermandad universales. The regulation of loan with interest rates in the various populations of the ancient Mediterranean is conditioned not only by commerce (which are sometimes very similar, as is the case of Greece and Rome), but also by political ideas and by the charateristic conditions of existence developed in each of the populations. This is the reason for the different treatment given to this matter in Román, Greek, Egyptian and Israelite law. These laws were, during the expansión of Rome and by its effects, relatively homoge- neous within Román Law itself. The Christian ideas of universal charity and brother- hood will be superimposed on it, taking Rome itself as their vehicle. El tema de la usura y su discontinua, espectacular y accidentada suerte histórica se proyecta en áreas muy variadas de la vida social que, desde siempre, se han visto coloni zadas por abundante y minuciosísima literatura. No hay para qué ponderar la acumula da en los campos de la ética y la teología moral, de la economía, del derecho... Aun la li teratura de recreo, desde Aristóteles o Plauto hasta Moliere o Balzac, ha extraído de las multifariae calliditates de los usureros inagotable pábulo para la hilaridad de las genera ciones; o para su estremecimiento dramático, en que el sombrío horror de un Shylock es casi literal resonancia del apostrofe senequiano contra las sanguinolentae centesimae. Y, a su vez, como cerrando un círculo, estas criaturas de la ficción parecen retribuir a las ciencias de la conducta humana parte del préstamo que, al remedarla, toman de di cha conducta: los estudiosos, por ejemplo, de la antropología criminal, han obtenido en los estereotipos de la escena un repertorio riquísimo, y de no mala calidad, para la con fección de tipos criminológicos, tan interesantes a la ciencia penal. Entre los variadísimos problemas suscitados por la usura, uno de los datos que más inmediatamente se observan es el de la permanente tensión que mantiene en todo tiempo conectados dos órdenes de desarrollos: el normativo, dominado por el recelo hacia la usura y la obsesión por cohibir o, al menos, controlar su ejercicio; y el de la vida prácti ca que, con no menor tenacidad y con recurrente y, a veces, llamativo éxito, trata de burlar a aquél. Supuesta la sensatez del horaciano leges sine moribus vanae, el contraste 299 entre las valoraciones de legisladores o juristas y las realidades vitales puede servir como un ilustrativo incidente de la más general y perpetua cuestión sobre las relaciones entre derecho y moral. Y aun, quizás, particularmente ilustrativo, pues versa sobre un mate rial tan implacable, tan mal avenido con la ambigüedad de matices, como es el dinero. El préstamo a interés no es la única, pero si la más frecuente y significativa fuente de usuras (1); la que pudiéramos llamar su figura rectora y más agudamente problemáti ca ya en el mundo antiguo y que, hasta nuestros días, ha conservado sensiblemente el centro de la palestra. Por eso, las páginas que siguen se concentran sobre el préstamo a interés. Esta concentración pretende conjugarse con lo que, a primera vista, parece una simplificación que a cualquier historiador resultaría intolerable: la referencia al Medite rráneo antiguo, como si se tratara de algo homogéneo. En adelante se verá que no pre tendo sugerir tal cosa, sino aludir a un ámbito cultural, político, económico, comercial... que Roma encuentra cuando accede a las riberas de Nuestro Mar. Pues Roma no sólo encuentra tal ámbito y lo incorpora a su dominio, sino que asimila los ele mentos del mismo, los integra con sus propios hábitos y con el sistema de vida que ella misma había desarrollado, los metaboliza y los transmite. Sólo a este efecto de unifica ción final, en cuanto la concepción y disciplina del préstamo que Roma nos lega lleva aglutinados materiales muy diversos, unos autóctonos, otros oriundos de las sociedades anteriores y coetáneas, aludo cuando me refiero al Mediterráneo antiguo como algo in- diferenciado. Los factores económicos que intervienen en el asunto son, sin duda, importantísi mos e insoslayables, y ello requiere una advertencia: no he creído que tal importancia obligase a orientar su estudio en términos, precisamente, de ciencia económica. Para empezar, ello excedería de mis aptitudes: la economía es labor de economistas, en cuya competencia la figura del «outsider» carece de legitimidad y de interés. Además, y por fortuna, cuando los propios antiguos describieron fenómenos económicos (y lo hicieron con cierta frecuencia y con notable exactitud) no sintieron que estuvieran «haciendo economía» ni, al parecer, necesidad de hacerla. La «Ley de Gresham» podría muy bien llamarse Ley de Aristófanes, pues el comediógrafo griego la había enunciado en Las Ranas, tan secularmente antes y en no peores términos que el político inglés (aunque sólo como parábola, para explicar el aparente predominio numérico, en la Atenas de su tiempo, de los ciudadanos malos sobre los buenos). También Aristóteles describió, en La Política, los efectos de la devaluación monetaria (y también emplea, para explicarlo, una parábola, la fábula del Rey Midas). Y la llamada «Ley de Bodin», sobre el alza se cular de los precios determinada por el aumento del metal precioso en circulación, pudo inspirarse en Plinio y quizás se hallaba ya en Varron. Por mucho que estos ejemplos, y otros innumerables, puedan tildarse, incluso, probablemente, no sean más, de lo que Schumpeter llama intuiciones «precientíficas», de las que «sería absurdo que las subra yásemos como si fuesen descubrimientos», son, indiscutiblemente, un dato y como tal (1) Empleo el término usura en sentido clásico: el que tuvieron, en latín, la voz usurae (p. ej. VA RRON, De Lingua latina, 5 V.° usura; o Digesto, 50, 16, 121), en griego xóxoc; (p. ej. ATISTOTE- LES, Política, 1, 7), en hebreo neshék (p. ej. Deuteronomio, XXIII, 19, 20); es decir, como sinónimo de in terés debido por razón de préstamo, de todo suplemento que el prestatario se obligue a pagar al prestamista además de la restitución del capital prestado. No en el sentido moderno de interés abusivo o excesivo, ni con el color peyorativo que originariamente no tuvo, pero con qué lo dejó definitivamente teñido la omnímoda proscripción cristiana. Y por lo cual acabaron utilizándose las palabras «interés», para designar ciertos su plementos legítimos, y «usura», para los excesivos, indebidos o ilícitos. En sendas glosas de AZON y ACURSIO se justifica como legítimo el id quod interest... quia loco interessepraestatur etfructuum (Glosa a la Ley Usuras emptor) y porque non usurare, sed ut interessepetuntur (Glosa a la Ley Cunctospopulos, C. I. 1, 1. De Summa Trinitate, en las palabras Petrum Apostolum). 300 lo alego (2). En fin, en la literatura moderna existen también vigorosas corrientes de reacción (3) contra la que podríamos llamar superstición economicista como vía exclusi va o principal para la interpretación de la historia antigua, que tan extendida está, aún, entre autores de uno u otro signo. Escapando, pues, de ese prejuicio, podemos partir de una sencilla hipótesis negati va. D. Hume (1903, 415), minucioso lector y conocedor de los clásicos, hizo, a propósi to de la economía de las civilizaciones antiguas, esta interesante observación: «No re cuerdo un pasaje de ningún autor antiguo en que el crecimiento de una ciudad sea atri buido al establecimiento de una manufactura. El comercio, del que se dice que floreció, es principalmente el intercambio de aquellos artículos que se dan en distintos suelos y climas». Esta constatación y su inmediato corolario, de que las economías de las ciuda des antiguas son economías de consumo, suponen que en ellas y, eminentemente, en las metrópolis, la riqueza circula en sentido fijo: entran, se importan mercancías, no para su transformación sino para su consumo; y sale el dinero con que se paga. Es decir: la parte del capital no gastada, que es la hipotéticamente susceptible de préstamo, respon de, a falta de otras solicitudes, al concepto exclusivo de «ahorro reservado». Respecto del cual es coherente el juicio de estéril que los pensadores, como veremos, formulan. Y, a su vez, como el destino natural de este dinero, una vez prestado, sería, en esta me cánica económica, la adquisición de bienes para el consumo, son también comprensi bles los eventuales recelos sobre la legitimidad de los intereses y la conveniencia de so meterlos a límite. Con esto queda anticipado cuáles son las dos cuestiones fundamentales que en la antigüedad se plantean acerca del préstamo con interés: la primera, su posibilidad; la se gunda, su medida. Preferentemente ontológica y objetiva, la primera; típicamente ética y especularmente jurídica, la segunda. Y jerárquicamente escalonadas: sólo si la prime ra es contestada afirmativamente, tiene interés plantear la segunda (4). (2) No sabría explicar, ni, afortunadamente, interesa a mi propósito, por qué los griegos no racionali zaron estas intuiciones ni, como escribo líneas arriba, parecieron sentir la necesidad de un análisis económi co; ni siquiera la de «razonar por cifras sobre las cosas relacionadas con el gobierno», como definía DAVE- NANT, lo que él llamaba «aritmética política», nosotros, «estadística» (WESTERGAARD, 1932, 40). La falta de interés por tal labor parece la única explicación, pues si a la estirpe de los Pitágoras, Euclides, Apo- lonio..., sobraba algo, era, precisamente, «números» y capacidad de análisis. El hecho de la falta de esta dística, y aun de cómputos fiables con los que confeccionarlas, es uno de los obstáculos constantemente se ñalados para la reconstrucción de las antiguas economías. Un solo ejemplo: para un mismo período, el de la Atenas clásica, y trabajando sobre las mismas fuentes, el cálculo, por los autores modernos, de la cifra total de esclavos, fluctúa escandalosamente entre 20.000 (cifra a que llega JONES, 1957, 76 ss.) y los 400.000 (que aparece en Athenaeus, VI, 272, c; vid. crítica de WESTERMANN, 1941, 451 ss.). (3) Como ejemplo entre los más brillantes y prolíficos de tal orientación merece mencionarse el enca bezado por FINLEY, que aborda el estudio de temas como la esclavitud, el capitalismo, las relaciones de trabajo, el comercio... de los pueblos antiguos, con criterios extraídos de los documentos de todo tipo, reli quias arqueológicas, cualquier vestigio de los modos de vida de aquéllos; es decir, como desde el seno de las propias sociedades analizadas, con un método que podríamos llamar etonómico, más que económico. (4) Actualmente los datos del problema son distintos: concausas complejas, que se inician en el siglo XV con la afluencia del oro americano y la primera inflación de los tiempos modernos y se consolidan con la revolución maquinista e industrial del siglo XVII, dan origen a una nueva concepción del capital y a que, junto al ahorro reservado, aparezca una segunda categoría de capital ahorrado: el ahorro «creador» o para inversión productiva. De éste ya no se discute —ni, por definición, puede hacerse— su capacidad «natural» para producir más dinero. Y subsiste sólo la cuestión de los límites del interés. Cambia, incluso, el concepto del dinero: de res primo usufungibilis según la fórmula tradicional, en el sentido impropio de consumible, pasa a considerarse «peculiarmente» fungible: desaparece para quien compra un objeto, pero reaparece en quien lo vende e, incluso, permanece en el comprador en la estimación financiera de la cosa. De donde el in terés aparece como remuneración específica del elemento productivo que es el capital. Más aún: algunos economistas dudan que el dinero sea adecuado al objeto del contrato de préstamo y piensan en el interés co mo remuneración del «alquiler» del capital. 301 Situándonos, empero, en el mundo «precapitalista» del antiguo Mediterráneo, se nos aparece un mosaico de pueblos, un sistema de culturas, cuyo lugar común son las aguas de Nuestro Mar; ámbito de relación en unos aspectos, barrera de separación en otros. Es la impresión que Platón (Fedón, 109) nos da del mundo de su tiempo: «habita mos una pequeña porción de tierra, desde Fasis hasta las Columnas de Hércules, alrede dor del mar, como hormigas y ranas en torno a una charca». Es hipótesis verosímil que las economías de todos los inquilinos del estanque medi terráneo se comportarían originariamente de un modo muy semejante. En lo que atañe a los préstamos, éstos se concertarían primero en especies y como un recurso para cubrir las necesidades de consumo o cultivo (SEGRE, 1922, 38-43 y 112-115; 1924, 119-121). Paulatinamente aparece y se generaliza el uso de la moneda, lo cual es un factor decisi vo: de un lado, al proporcionar un módulo estable de valor que dota de agilidad y segu ridad a las transacciones; de otro, por su típica aptitud para ahorrarse, almacenada, en cantidades y por tiempo teóricamente indefinidos (5). La economía monetaria es, además, de implantación típicamente urbana. Estrabón sumaría el acceso de los pueblos a la cultura en los consabidos escalones: vida nómada —caza y pastoreo—; vida sedentaria, mediante la agricultura; y «civilización» en el sen tido de construcción de ciudades. Lo que no es sino insistir en un tópico de la tradición griega y romana —y que en tiempos modernos volvería a suscitar Spengler (1926, 129 ss.)— muy significativos: el medio excelente de vida es, por antonomasia, la agricultura —no el comercio ni la manufactura—, pero la civilización requiere la ciudad. El com plemento de ambos aspectos se plasma por primera vez en la dualidad nókiq - x«pa de los estados griegos. La polis es el centro organizativo y de convivencia; la jora es la encargada de abastecerle. La perfección ideal del modelo fue diseñada por Platón (República, 370) y Aristóteles (Política, 25-31) a base de la autosuficiencia. Ahora bien: la polis (y todas las ciudades antiguas, como advertí) es, básicamente, y Max Weber (1924, 1-288) hace de esta afirmación una especie de dogma, un centro de consu mo. Y es muy difícil de imaginar e imposible de encontrar en la historia un caso de auto suficiencia completa (DE SANCTIS, 1939, II, 154), lo que, históricamente y en concre to, quiere decir que la estabilidad del modelo dependerá de los medios con que cada pueblo cuente para suplementar esas insuficiencias. Medios que se derivan de las cir cunstancias geográficas, demográficas, históricas, de carácter..., de dicho pueblo. Son las que Toynbee llama «incitaciones» (TOYNBEE, 1977, Introducción) y Marchal (1963, 565-597) «fuerzas motrices», que imprimen a cada entidad política o nacional una fisonomía, unos hábitos de vida y, a la postre, una ética social y cívica peculiares. (5) Ambas funciones de la moneda, como facilitadora de los canjes, al nivelar los valores subjetivos de las mercancías que se canjean y como «garantía» de futuros y eventuales canjes, en ARISTÓTELES (Et. a N. 5, 5, 10-14). En la mayoría de los manuales de teoría monetaria sigue proponiéndose como sufi ciente y satisfactoria esta doctrina de la función dual del dinero, que incluso es pasada sin discusión en la vi gente polémica que keynesianos y monetaristas mantienen acerca de la interrelación entre las variables rea les y monetarias de la economía. En realidad, para las economías antiguas y aun hasta los primeros compa ses del capitalismo moderno, apenas tiene interés plantear cuestiones como la de la función del dinero como capital, a partir del uso diferencial que del mismo hacen los diversos factores económicos. Cuestión que, en cambio, se hace insoslayable hoy, a causa del protagonismo adquirido, en las actuales economías de merca do capitalista, por las grandes sociedades corporativas, en que aparecen disociadas la titularidad del capital y la adopción de decisiones sobre su utilización. Este nuevo planteamiento sí supone modificar y complicar el esquema dual aristotélico. Vid. desarrolladas estas ideas en DUARTE CARBALLO (1983, 22-24). Por otro lado, líneas arriba acepto la hipótesis de una economía precapitalista. La aparición del dine ro, a expensas, sobre todo, de su aptitud para el ahorro y la acumulación, determina, sin embargo, un cier to capitalismo, que parece deteriorar la hipótesis inicial. En realidad, para los efectos de este trabajo, el de terioro sería muy leve, por lo que más adelante diré sobre las limitadas funciones de los bancos antiguos y sobre la persistente concepción real del dinero, como cosa valiosa por sí misma. 302 De esta manera, pueden distinguirse en el mundo mediterráneo los siguientes siste mas de regulación del préstamo, según la licitud y la extensión de los intereses: incondi- cionalmente permisivo, el de Grecia; limitadamente permisivos, los de Egipto y Roma; selectivamente permisivo, el de Israel; absolutamente prohibitivo, el cristiano (6). 1. En Grecia, las incitaciones de la vida económica pueden resumirse: en su feliz posición geográfica, el fácil acceso a las florecientes colonias del levante asiático, de Campania, de Sicilia, la especial aptitud de sus costas para la instalación de puertos, en que fue asentándose un numeroso contingente de marinos, comerciantes, pequeños em presarios, cambistas y argéntanos... (GIACCHERO, 1966, 160), entre quienes era normal el préstamo a interés, aprendido de los fenicios. A importar la riqueza desde el mar incitaba, por otro lado, la escasez de terreno cultivable de la quebrada península helénica, en su inmensa mayoria apta, a lo más, para pastos y no de los más rentables. A este modo de vida obligaban, además, la presión de los belicosos vecinos del norte y la competencia entre los minúsculos estados, que hacen más natural la expansión maritima que la terrestre. Lo que no quiere decir que la autarquía agrícola no fuera un desiderá tum (PLATÓN, República, 4, 2 ss.). Plutarco alaba, en este sentido, el sistema de vida de Pericles (PLUTARCO, Feríeles, 1, 3-5). Pero, en contraste, cuando las musas del Helicón se acercan a inspirar al pastor Hesiodo, no pueden dedicarle nada mejor que el atroz apostrofe, tan poco «bucólico»: « noinévec; cxYpauÁoi., xax' sAéyxea, yacKÍpzc, olov...» (HESIODO, Teogonia, 25). El hábito social engendrado, a la larga, es la ausencia de reservas acerca del présta mo a interés (denominado, Sáveíov, óáveía, óáveuciiov, XPIV;), así como acerca de la li citud y la cuantía de los intereses mismos (que se denominan TÓXO<; , como TÍKTU , parir, a modo de producto biológico del capital) (7). Es la situación del mercado la que, en una especie de fisiocracia espontánea, va fi jando la cifra de los intereses. Que son, naturalmente, más altos en el ordinario y el co mercial que en el hipotecario (en que el riesgo de insolvencia se cubre con la eventual ejecución de la garantía). Y aún superiores, en el VCCUTIHÓV óáveíov (8) (en razón de la expectativa de lucro y del suplemento de riesgo) (9). Un gran volumen de estos préstamos era controlado por las bancas públicas y por los santuarios (10). Ahora bien, de la documentación de éstos y de otras fuentes epigrá ficas y literarias, bastante abundantes, podemos extraer las siguientes consecuencias: Para las ciudades griegas y para todas las de la antigüedad, hablar de bancos no debe inducir la idea de establecimientos de crédito en sentido moderno; el dinero es ex clusivamente dinero «real», no puede hablarse de dinero legal ni bancario, ni concebirse como normales operaciones, tan sencillas hoy, como la apertura de crédito en cuenta (6) Egipto, país mediterráneo en términos estrictamente geográficos, culturalmente subsidiario de Grecia a partir de la fundación de Naucratis —640 a. C.— y, definitivamente, por la conquista macedonia y la fundación de Alejandría —332 a. C.—, e Israel, culturalmente incorporado al área mediterránea, a partir de la conquista helenizante dePtoIomeo —331 a. C.— y en razón délos ulteriores y muy influyentes asenta mientos judíos en Alejandría y en otras plazas mediterráneas. La referencia al cristianismo es también obli gada, como cultura que nace y se incuba en el ambiente mediterráneo, y en él fragua la primera gran revi sión moral sobre el préstamo a interés. (7) Sobre las formas y disciplinas del préstamo griego, cfr. v. c. PAOLI, 1930, 73 ss.; BEAUCHET, 1897, IV, 227-325. (8) Sobre préstamo marítimo griego y romano y sus regímenes comparados, vid. últimamente CAS- TRESANA, 1983. (9) Sobre las cifras de interés en general, cfr. CICOTTI, 1905,1, 2.a, 516-518. Sobre el préstamo ma rítimo griego, cfr. BISCARDI, 1936, 345 ss.; DE MARTINO, 1936, 433 ss.; JONES, 1956, 216 ss. (10) Sobre la banca griega y sus funciones, cfr. la fundamental bibliografía moderna de BOGAERT (1956, 140-156). Y, entre los «clásicos», sigue siendo fundamental BILLETER (1898, 9-10 y 58-61). 303 corriente o incorporado a instrumentos negociables. Su actividad se centra en el almace namiento de monedas en sótanos o bóvedas, en forma de depósitos sin intereses. Como corolarios: los particulares, como los propios establecimientos, tienen rígi damente limitada su posibilidad de conceder préstamos por la cantidad real de efectivo existente, sin capacidad para crear dinero, aumentando el circulante, o sea, para operar con dinero fiduciario. Los tesoros de estos establecimientos, que, en ocasiones, fueron enormes, constitu yeron, por un lado, una importantísima arma política (11). Por otro, fueron, segura mente, el fondo de reserva amortiguador de las oscilaciones del mercado (12). Lo que explica que los tipos medios de interés se mantuvieran bastante estables a través del tiempo (BILLETER, 1898, 20-29, préstamo ordinario; 30-41, préstamo marítimo). Sobre todo: el dinero sigue teniendo en esta época el concepto de cosa. Jurídi camente, en nada se diferencia de la cabeza de ganado que se da como precio, ni del lin gote de metal que, en igual concepto, se corta y se pesa; económicamente, sólo en su re lativa función de referencia de valor. Relativa, puesto que la conocida pasión de los griegos por las monedas variadas y artísticas —como expresión de patriotismo, propa ganda (KEYNES, 1930, I, 12) o identidad local— producía algún entorpecimiento y el lucro de los omnipresentes cambistas que, paralelamente, ejercían también la usura. La unificación, bajo Pericles, de todas las monedas locales y el monopolio a favor de la ate niense es un episodio más bien excepcional, por lo aislado y por su clara intención políti ca de mostración de la supremacía de Atenas (ERXLEBEN, 1969, 91-139; 1970, 66-132; 1971, 145-162). Sí parecen haber conservado todos los estados antiguos el monopolio de la fe públi ca del cuño. Pero no complementaron dicha prerrogativa con el compromiso de mante ner circulando un abasto suficiente de monedas, que dependió siempre de los aportes del exterior, principalmente del botín de las guerras y del laboreo de las minas (REI- NACH, 1896, 531-533 y notas). Por fin, y en el terreno de los conceptos, del dinero, considerado como módulo de valor, es estrictamente cierto lo que es estrictamente falso a propósito del dinero como símbolo de valor: que es incapaz de multiplicarse. Por ello es perfectamente justo el fa moso reproche aristotélico (13): ...con toda razón se repudia el préstamo a interés, pues (11) El traslado a Atenas, por Pericles, del tesoro de Délos en que se guardaba la tesorería de la Liga (454 a. C.) es el ejemplo más claro de esta utilización política. Sobre el tema, p. ej. DE SANCTIS, 1939, 192. (12) Como toda simplificación, la que vengo haciendo sobre el papel bancario de los tesores silencia aspectos interesantes; vid., p. ej., BODEI GIGLIONI, 1974, razona a base de las fuentes epigráficas, litera rias, históricas y arqueológicas cómo los grandes trabajos fueron realizados en función de disponibilidades financieras «fortuitas» (utilización de tesoros de los templos y también el botín, impuestos, mecenazgo pri vado o público) que, como contrapeso a la conocida tendencia a la tesaurización satisficieron la función so cial de crear empleo (libro interesante por la amplitud de períodos históricos que estudia: mundo griego des de las tiranías arcaicas y épocas republicanas e imperial de Roma; y por la importante bibliografía que in cluye). (13) Además de ser perfectamente coherente con la concepción del dinero del propio ARISTÓTE LES, que, a mi juicio (aunque la discusión sobre este punto es intemporal y lícita), es convencional en cuan to a la materia, pero claramente metalista en cuanto al valor, cf., Et. a N., 5, 5, 11: «... un medio de inter cambio de la utilidad ( xpeíct) se ha vuelto a la moneda, xaxa auvdrJKr)v-.-»; Polít., 1, 6: «para efec tuar los canjes los hombres convinieron entre sí, para dar y tomar, una materia que, siendo útil por sí misma, fuese de fácil manejo... por ejemplo, el hierro o la plata..., en un comienzo, sólo por dimen sión o peso, pero luego con el agregado de una impresión particular, para evitar la continua medición». « 5 YftP xapciXTriv (el cuño) éxé-Qr) TOU nodou arpBÍov » (como señal del cuánto, de manera que el convenio es acerca de la materia, pero con la condición de que ésta sea valiosa ya por sí; y, en cuanto al significado del cuño, por mucha tentación que se tenga de atribuir a ARISTÓTELES ideas nomina listas, no veo la menor posibilidad de traducción en otro sentido que el dicho: el cuño es certificado auténtico de la cantidad de sustancia valiosa que contiene la pieza. 304 por él el dinero mismo pretende la calidad de productivo, desviándose de su fin, que es mediar en los cambios. Pues porque el interés multiplica el dinero, se le llama TÓKOC; ( = hijo); y así como los hijos son de la misma naturaleza que sus padres, el interés es como dinero hijo de Otro dinero «... cóc-re naí nóAiOTa napa cpúciv OUTOC; TÜV xprpaTIOMSV éaxCv ». (ARISTÓTELES, Política, 1, 7). Lo que ya no resulta tan inocuo es trasladar lo que en Aristóteles es, por una parte, una consideración ontológica —derivada de la naturaleza inerte del dinero— y, por otra, una advertencia metódica —la crematística, una de cuyas fuentes es el préstamo a interés, es materia ajena a la verdadera economía—, al plano de la ética, donde tienen preponderante papel los móviles. Por eso, entre los romanos que, en líneas generales, suscriben el concepto aristotélico acerca del dinero, no se reedita el recelo aristotélico acerca del interés (ARISTÓTELES, Políti ca, 1,6). Los verdaderos óbices morales que Aristóteles enuncia con ocasión de la usura son, en realidad, reprobaciones generales contra la falta de ¿Aeutfepía, ¡i£YaA.onpsneia: «los que prestan a interés no aprecian a sus deudores» (ARISTÓTELES, Etica a Ni- cómaco, 9, 7); o con la codicia: entre los oficios indignos del hombre libre encontra mos «...xaí TOKLOxaC,;KaTá niKpóv ¿ni noAXoi..» (ARISTÓTELES, Et. a N., 4); el re proche, por tanto, va dirigido, más bien que contra la usura, contra la avaricia de su exceso (14). El promedio de los intereses en Grecia es, comparativamente, elevado y, en núme ros relativos, escasos los préstamos hipotecarios. La explicación, aunque algo laborio sa, parece ser ésta: en todos los estados griegos, en la época clásica, la división entre ciu dadanos y no ciudadanos es rígida y, con ella, las barreras entre la tierra y el capital mo biliario —proceso contrario al que Roma coronará en el 212 d. C. con la constitución Antoniniana—. Las reformas de SOLÓN en el 594 y PERICLES en el 450 a. C. restrin gen la ciudadanía a sólo los hijos de padre y madre atenienses y se clasifica en cuatro ca tegorías cerradas a los ciudadanos, según sus propiedades inmuebles. A su vez, la pro piedad de la tierra es privativa de los ciudadanos, con alguna, contadísima y siempre in dividual, excepción. En tercer lugar, la proporción de no ciudadanos —los HÉTOLKCH — fue siempre muy alta: en Atenas se ha calculado entre seis y dos y medio ciudadanos va rones por cada meteco de igual sexo (FINLEY, 1953, 249-268; 1981, 61-64) (15). Ade más, la mayoría de estos metecos se dedicaban al comercio, a la manufactura y, con fre cuencia, al préstamo a interés. Como consecuencia, ni podían ofrecer garantía hipote caria al pedir un préstamo, ni podían aceptarla cuando lo concedían —puesto que no te nían derecho a juicio hipotecario—. Y, por evidentes razones, el dinero sin garantía es más caro que con ella (SEGRE, 1922, 95-97). Y se admite también, sin reservas, el ávaTOKLomóco préstamo a interés compuesto. 2. En Egipto, la «incitación» que determina fundamentalmente la particular fiso nomía del préstamo a interés reside en la monopendencia del Nilo, cuyo complejo siste ma de riegos y explotación en general exige un rígida intervención estatal. Como efecto, y desde antiguo, la hipertrofiada y omnipresente burocracia faraónica lo controla todo: también el interés de los préstamos, que sujeta a tasa. Los testimonios papiriáceos, bas tante abundantes —también era prolija y meticulosa la contabilidad de las oficinas faraónicas— ofrecen extraordinario interés, no sólo porque permiten entender la fiso nomía del préstamo retribuido en Egipto en la época tolemaica y en la romana imperial, (14) El paralelo de estos dos reproches sí lo encontramos en la literatura latina: al primero, por ejem plo, en SÉNECA, De benef., 7, 10; al segundo, casi literalmente en la tacha de illiberalis formulada por CI CERÓN, en De off., 1, 150, contra elfenus. (15) Sobre el estatuto jurídico de los metecos cfr. también MAFFI, A., 1972, 177 ss'.; MOSSE, C, 1973, 179-185. 305 sino porque, indirectamente, sirven para profundizar en el conocimiento del mundo económico y social greco-romano, en su conjunto. Segre (SEGRE, 1924, 130-133; BINGEN, 1973, 215-219; BIEZUNSKA-MALOWIST, 1973, 253-265) señala cómo, aún en la época imperial, Egipto mantiene su condición de mercado privilegiado de capitales, gracias a lo elevado del interés —que inicialmente era del 24%, hasta que, probablemente Augusto, lo rebajó al 12%, de manera que competía ventajosamente con Grecia en la atracción de dinero romano (ROSTOVTZEV, 1966, 425-427). Ahora bien: una alta tasa de interés puede mantenerse sólo mientras hay escasez de capital pri vado, bajando aquélla a medida que el mercado se satisface y cesando, cuando se satu ra. Si, pues, durante siglos la retribución de los capitales se mantiene constantemente al ta, a pesar de su creciente afluencia, ello viene a confirmar la anterior suposición de que las arcas del Estado atesorarían parte del dinero, manteniendo constante el circulante: o sea, artificialmente bajo el nivel de dinero privado. Que es otro modo de conjugar la dialéctica consumo-reserva, característica, según dije, de las economías antiguas. Ya hemos advertido que el préstamo de dinero tiene su asentamiento primero en las nótete;«que en las x«pca ; en cuanto al préstamo en especie, aun con menor volumen e importancia, perdura tenazmente en las zonas rurales egipcias alejadas de las ciudades, aun después de la introducción de la moneda, marcando un curioso contraste con los contratos de óávsia alejandrinos, casi exclusivamente en dinero y por términos más largos. En cambio, los de especies, importados de Grecia, duraban generalmente los meses transcurridos entre la siembra y la recolección; su retribución consiste en el he- miolion, equivalente ( hiioXíal) a la mitad del capital, a pagar al vencimiento y conjun tamente con aquél (16). 3. En Roma, el fondo general puede resumirse en la base vigorosamente rural y campesina que sostiene la cultura romana de todas las épocas. Sobre este fondo se fijan, y quedan peculiarmente condicionados por los factores autóctonos, los que Roma im porta del ámbito mediterráneo. El cuadro general de la economía romana se nos presenta específicamente basado en la autosuficiencia agrícola, no como una aspiración utópica o-añorante, sino como una finalidad natural posible e inmediata. Es instructivo observar cómo en Grecia, desde mediados del siglo IV, al menos, con los Poroi, de Jenofonte, y poco después con el pseudo-aristotélico Económico, nace una, aún balbuciente, literatura económica. No ocurre lo mismo en Roma, cuyos legados de literatura técnica más antiguos, datados a partir del siglo III, versan sobre agronomía práctica (17). Más en concreto, ya he ad vertido que la aspiración a la autosuficiencia es un lugar común en todas las literaturas primitivas. La romana, y ello se percibe llamativamente por contraste con la griega, lo es de modo especialmente intenso. El diseño platoniano de autarquía puede tener, quizás, como referencia ideal, el de lirio de una antigua Grecia feraz y silvana, cuyo profundo suelo «fertilizaban las aguas que cada año llovía Zeus; no como hoy, que corren sobre rocas peladas rumbo al mar» (PLATÓN, Critias, 4). Pero la propuesta de medidas específicas para el logro actual de la autosuficiencia toma como datos los mismos míseros recursos naturales de la Hélade (16) Contra el hemiolion —y ello da fe de su tenacidad— todavía predicaron los padres occidentales: S. Jerónimo, Comm. in Ezech., VI, 18 (P. L. 25, 176-177); S. Agustín, Enarrat. in Psalm. XXXVI, Sermo III, 6 (P. L. 36, 386-387). (17) El De agri cultura, de CATÓN, inaugura la serie, en que van incluyéndose los de VARRON, los SASERNA, SCROFA, COLUMELA, PLINIO... Es de obligada cita en este lugar el libro de MARTIN, 1971, Recherches sur les agronomes latins et leurs conceptions économiques et sociales, París. 306 que menudean aludidos en las comedias de Aristófanes. Ni La República, ni Las Leyes, consideran siquiera la posibilidad de dilatar la producción agrícola; al contrario, pare cen dar por irremediable su cortedad. Y se aplican al estudio de la mejor ubicación de la ciudad con vistas a los suministros; y, sobre todo, a la obsesiva fijación del número má ximo de sus habitantes (PLATÓN, República, 4 y 5); y al pormenor de las restricciones a la nupcialidad y la natalidad, para mantener estable ese número (PLATÓN, Rep., 2, 2; Leyes, 5, 10-11) (18). El contraste con Roma no puede ser más diametral: los agronomistas romanos es criben en confortables términos de actualidad, detallando las técnicas que, comproba- damente, iban permitiendo extraer cada vez mayor fruto de la tierra (MARTIN, 1971, 387 ss.); aunque no indefinidamente. La parcimonia, el hábito de vida frugal, le viene inducido al romano por su propia experiencia de que la tierra da sustento relativamente seguro, pero limitado, en último término, por la capacidad de reproducción de las espe cies biológicas. En contraste, el comerciante puede aspirar a un lucro teóricamente ili mitado, a cambio de una menor seguridad. El acceso de Roma al mundo del comercio y del mercado monetario es llamati vamente tardío. Atenas tenía, desde el s. V, por iniciativa de Temístocles, su gran puer to en El Píreo. Cartago, nada menos que dos siglos antes de convertirse en la gran rival, había festoneado, a bordo de las naves de Hannón, las costas atlánticas de África hasta la línea ecuatorial. En cambio, Roma no se orienta decididamente hacia el mar hasta el siglo III. Mientras, aunque ya es grande y populosa y ha impuesto su hegemonía en toda la Península (desde el año 265), sigue solventando el equilibrio producción-consumo a expensas de la periferia agrícola, el botín de las guerras, los tributos y el aporte de algu nas mercancías en pequeños barcos que, desde la bahía de Ñapóles, costeaban hasta la boca del Tíber y remontaban luego hacia la Ciudad. (Este me parece un importantísimo dato diferencial que contribuye a hacer de Roma una ciudad atípica entre las de su tiem po). Ostia no fue sino un punto de paso, hasta que en el siglo IV se fortificó, por necesi dades de defensa. Cuando la confrontación con Cartago exige el control del mar, Roma se ve obliga da a improvisar; no había en ella (POLIBIO, 1, 20-21) quien supiera algo sobre la guerra naval, ni sobre remos, ni sobre velas; no había un solo navio de combate ni cono cimientos acerca de su construcción o manejo. La improvisación fue rápida y eficaz, co menzando por el establecimiento en Ostia (el punto más adecuado y cercano de la costa) de un puerto militar, siguiendo con la construcción y organización de una armada y concluyendo, a fines del siglo III, con la victoria sobre Cartago (THIEL, 1954). Sólo en tonces comienza a desarrollarse Ostia (MEIGGS, 1969, cap. 3) como ciudad portuaria comercial y a partir de ahí arranca el protagonismo mediterráneo de Roma, con su in corporación al tráfico ambiente basado en una utilización generalizada y relativamente homogénea del dinero (19). La propia realidad del dinero es concebida en Roma de un modo peculiar: los textos romanos carecen de un equivalente de la formulación aristotélica del vóutdua (18) Curiosa similitud con MALTHUS, 1951, 91-92, acerca de un país, elTibet, de condiciones natu rales también severas. Preocupaciones del mismo estilo, aunque más atenuadas en ARISTÓTELES, Pol., 2, 6, 4. (19) De todos modos, siempre quedó un residuo de la tendencia a la autosuficiencia alimenticia (aun que ampliado el primitivo ámbito de suministro a toda la Península). Pues, si bien las grandes importacio nes de grano de Sicilia, Cerdeña y África valieron a estas regiones la designación tópica de graneros de Ita lia, las posibilidades de interrupción de los suministros por la piratería y las guerras hacen sospechar que una gran parte del grano repartido en Roma debía de provenir de la propia Italia; de lo contrario, y en con creto, gran parte de la población no habría sobrevivido en los años 43 a 36, en que estuvo casi continuamen te interrumpido el suministro de ultramar; así argumenta BRUNT, 1981, 105. 307 (ARISTÓTELES, Et. a N., 5, 5, 11); por el contrario, la denominación pecunia perpe túa, en su etimología, su origen: la cabeza de ganado; y las formulaciones de los juris consultos perseveran en abarcar, junto a las especies monetarias, las naturales: appellatione autem pecuniae omnes res in ea lege significantur; itaque (et) si vinum vel frumentum aut sifundum vel hominen stipulemur, haec lex obser vando est. (GAYO, Instituciones, 3, 124) (20). La propia fórmula con que el jurista Paulo describe la «invención» del dinero, que suele citarse, y con razón, como un ejemplo de la homogeneización del concepto con el griego aristotélico, manifiesta significativas diferencias: Origo emendi vendendique apermutationibus coepit. Olim enim non ita erat nummus, ñeque aliud merx aliud pretium vocabatur, sed unusquisque secun- dum necessitatem temporum ac rerum utilibus inutilia permutabat, quando plerumque evenit, ut quod alteri superest alteri desit. Sed quod non semper nec facile concurrebat ut haberes quod ego desiderarem, invicem haberem quod tu accipere vel les, electa materia est, cuius publica ac perpetua aestima- tio difficultatibus permutationum aequalitate quantitatis subveniret, eaque materia forma publica percussa usum dominiumque non tam ex substantia praebet quam ex quantitate, nec ultra merx utrumque, sed alterum pretium vocatur (D. 18, 1, pr.). La inspiración de Paulo en el capítulo primero de La Política de Aristóteles puede tenerse por indudable, siendo también común a ambos pasajes la finalidad de manifes tar la función de la moneda como igualadora de utilidades en los cambios, superando la injusticia de la permuta. (En el texto de Paulo se observa, para empezar, una aparente mayor economía expresiva, que quizás pueda atribuirse a un puro efecto estilístico). En lo sustantivo se advierte también que es la cantidad, más que la materia, la conformado- ra del precio. Pero lo que sobre todo me interesa destacar es la falta, en el texto romano, del rigor terminológico y de la univocidad que se observan en la enunciación aristotéli ca. En efecto: ...electa materia ...eaque materia forma publica percussa... son expresio nes que conjugan un equívoco genial en cuanto a su fecundidad jurídica porque, me diante las dos traducciones que dichas expresiones admiten, ambas de igual legitimidad literal, quedan definidas todas las operaciones, tanto no formales como rituales, en las que interviene la pecunia (aunque el texto de Paulo se refiere a la compraventa, la fun ción del dinero que describe es universal, también aplicable al préstamo): electa materia puede traducirse como el bronce, oro o plata monetarios, pero también como el bronce ritual que golpea sobre la libra; y a su vez, forma publica percussa puede traducirse, tanto por «troquelada en la forma oficial» (acuñada) como «golpeada en la forma so lemne» (el rito aere et libra) (21). La actitud de tal pueblo hacia el préstamo puede sintetizarse muy esquemáticamen te en estas notas: su propia denominación, mutui datio, delata el lugar preciso que se le (20) Entre las otras muchas, recogidas en el Digesto, merece citarse, como más representativa, por ra zón de su sedes, la de HERMOGENIANO: pecuniae nomine non solum numerata pecunia, sed omnes res tam soli quam mobiles et tam corpora quam iura continentur (D. 50, 16, 222). (21) Se trata de la forma solemne, constitutiva, de ciertos negocios pertenecientes al más antiguo de recho de Roma. Consistía en la percusión con un trozo de bronce sobre uno de los platillos de una balanza (per aes et libram) en presencia de un pesador, que sujetaba la balanza, y de cinco testigos, a la vez que se profería la fórmula oral adecuada al negocio concreto. Es el residuo estilizado del trámite del pesaje real del metal que se daba como precio antes de aparecer el dinero acuñado. 308

Description:
EL PRÉSTAMO Y LA USURA EN EL MEDITERRÁNEO ANTIGUO El tema de la usura y su discontinua, espectacular y accidentada suerte histórica
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.