Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Introducción: el amanecer de la tierra Mapa y cronología del poder de las historias Capítulo 1. El libro de cabecera de Alejandro Capítulo 2. Rey del universo: de Gilgamesh y Asurbanipal Capítulo 3. Esdras y la creación de las sagradas escrituras Capítulo 4. Enseñanzas de Buda, Confucio, Sócrates y Jesús Capítulo 5. Murasaki y La novela de Genji: la primera gran novela... Capítulo 6. Mil y una noches con Sherezade Capítulo 7. Gutenberg, Lutero y el nuevo público de la imprenta Capítulo 8. El Popol Vuh y la cultura maya: una segunda tradición... Capítulo 9. Don Quijote y los piratas Capítulo 10. Benjamin Franklin: empresario de los medios de... Capítulo 11. Literatura universal: Goethe en Sicilia Capítulo 12. Marx, Engels, Lenin, Mao: ¡lectores del manifiesto... Capítulo 13. Ajmátova y Solzhenitsin: literatura contra el estado... Capítulo 14. La Epopeya de Sunyata y los artesanos de la palabra... Capítulo 15. Literatura poscolonial: Derek Walcott, poeta del... Capítulo 16. De Hogwarts a la India Agradecimientos Créditos de las ilustraciones Láminas Notas Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulos Fragmentos de próximas publicaciones Clubs de lectura con los autores Concursos, sorteos y promociones Participa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libro y en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte SINOPSIS Los textos escritos han marcado la evolución de la historia: son los códigos que definen la identidad de los pueblos y la forma en que los seres humanos organizan sus vidas. Martin Puchner, profesor de la Universidad de Harvard, sigue su evolución en el tiempo, de Gilgamesh a Harry Potter, y analiza la génesis de las grandes obras: la transcripción de la Ilíada que Alejandro Magno llevaba en sus conquistas, la fijación de la Biblia y de los textos de Buda, Jesús, Confucio o Sócrates, la aparición en Japón de la primera gran novela, Genji, escrita por una mujer, y la renovación del género por Cervantes… Puchner viaja además a sus escenarios originales: al sur del Sahara donde aún se recita la epopeya de Sunjata o a la selva lacandona en que viven los zapatistas, herederos de la cultura maya del Popol Vuh. Su libro nos ofrece una visión nueva y enriquecedora de la historia de la cultura y nos enseña cuán grande ha sido y aún es el poder de las historias. MARTIN PUCHNER EL PODER DE LAS HISTORIAS O cómo han cautivado al ser humano, de la Ilíada a Harry Potter Traducción castellana de Silvia Furió CRÍTICA BARCELONA Para Amanda Claybaugh Introducción EL AMANECER DE LA TIERRA A veces intento imaginar un mundo sin literatura. Echaría en falta los libros en los aviones, a las librerías y a las bibliotecas les sobraría espacio en las estanterías (incluso las mías dejarían de estar rebosantes de volúmenes), la industria editorial no existiría tal como la conocemos, ni tampoco Amazon, y no habría nada sobre mi mesilla de noche cuando no consigo conciliar el sueño. Este panorama sería una desgracia, pero ni siquiera araña la superficie de lo que se perdería si no hubiera existido la literatura, si las historias se hubieran transmitido oralmente sin que nunca se hubieran puesto por escrito. Un mundo así es inimaginable, nuestro sentido de la historia, del auge y caída de imperios y naciones, sería totalmente distinto y muchas de las ideas filosóficas y políticas nunca habrían visto la luz, porque la literatura que las originó no se habría escrito. Casi todos los credos religiosos desaparecerían junto con las escrituras que les dieron voz. La literatura no es solo para los amantes de los libros, puesto que desde su aparición cuatro mil años atrás, ha conformado las vidas de los seres humanos que pueblan el planeta Tierra. Tal y como comprobarían los tres astronautas a bordo del Apolo 8. «De acuerdo, Apolo 8. Listos para la ITL. Cambio.»1 «Recibido y entendido. Listos para la ITL.» A finales de 1968, el hecho de dar la vuelta a la Tierra no era ninguna novedad, y el Apolo 8, la última misión americana, estuvo dos horas y veintisiete minutos en órbita terrestre. No hubo incidentes destacables, pero Frank Frederick Borman II, James Arthur Lovell, Jr. y William Alison Anders estaban tensos. Su nave estaba a punto de realizar una nueva maniobra, la inyección translunar (ITL). Apuntaban hacia afuera, al exterior de la Tierra, listos para salir disparados hacia el espacio. Su destino era la Luna. En cualquier momento acelerarían a 38.957 kilómetros por hora, la mayor velocidad alcanzada hasta entonces.2 La misión del Apolo 8 era relativamente sencilla; no iban a alunizar, puesto que ni siquiera llevaban vehículo de alunizaje a bordo. Solo tenían que ver cómo era la Luna, identificar una zona apta para el alunizaje con vistas a una futura misión Apolo, y regresar con material fílmico y fotográfico para que los expertos pudieran estudiarlo. La ITL, la inyección translunar que debía impulsar el vuelo hacia la Luna, se llevó a cabo como estaba previsto. El Apolo 8 aceleró y se lanzó al espacio. Cuanto más se alejaban, mejor podían ver lo que nadie había visto antes: la Tierra. Borman interrumpió los procedimientos para nombrar las masas terrestres que iban girando a sus pies: Florida, el Cabo, África.3 Pudo verlas todas a la vez, era el primer humano que veía la Tierra como un globo. Anders hizo la fotografía que inmortalizaría aquella nueva visión: la Tierra asomando por encima de la superficie de la Luna. A medida que la Tierra se iba haciendo cada vez más pequeña y la Luna más y más grande, los astronautas tenían mayor dificultad para captarlo todo con la cámara. En control de tierra se percataron de que los tripulantes tenían que valerse de una tecnología mucho más simple: la palabra hablada. «Nos gustaría que, a ser posible, nos hicieseis una descripción detallada como las que sabéis hacer los poetas.»4 Convertirse en poetas era una tarea para la que los astronautas no habían sido entrenados ni tenían especiales habilidades. Habían salido airosos del implacable proceso de selección de la NASA porque eran los mejores pilotos de combate y porque tenían conocimientos de ciencia espacial. Anders había estudiado en la Academia Naval para, a continuación, unirse a las Fuerzas Aéreas, donde había servido como interceptor en todo tipo de condiciones meteorológicas en el Comando de Defensa Aérea en California e Islandia. Y ahora tenía que ingeniárselas con las palabras, con las palabras adecuadas. Destacó los «amaneceres y atardeceres lunares». «Estos últimos en particular —dijo— resaltan la agreste naturaleza del terreno y las largas sombras acentúan el relieve que hay aquí y que es difícil de ver en esta superficie tan brillante por la que ahora estamos pasando.»5 Anders estaba pintando un áspero cuadro de luz brillante incidiendo en la dura superficie de la Luna y perfilando sombras; quizás su trabajo como interceptor en todo tipo de condiciones
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