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El patron Bitcoin PDF

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Índice Portada Sinopsis Portadilla Dedicatoria Prólogo Introducción Capítulo 1. Dinero Capítulo 2. Dinero primitivo Capítulo 3. Metales monetarios Capítulo 4. Moneda regulada por el gobierno Capítulo 5. Dinero y preferencia temporal Capítulo 6. El sistema de información del capitalismo Capítulo 7. Dinero sólido y libertad individual Capítulo 8. Dinero digital Capítulo 9. ¿Para qué es bueno Bitcoin? Capítulo 10. Cuestiones sobre Bitcoin Agradecimientos Bibliografía Índice de gráficos Índice de tablas Notas Créditos Gracias por adquirir este eBook Visita Planetadelibros.com y descubre una nueva forma de disfrutar de la lectura ¡Regístrate y accede a contenidos exclusivos! Primeros capítulos Fragmentos de próximas publicaciones Clubs de lectura con los autores Concursos, sorteos y promociones Participa en presentaciones de libros Comparte tu opinión en la ficha del libro y en nuestras redes sociales: Explora Descubre Comparte SINOPSIS Bitcoin nos narra los orígenes y la historia de esta nueva moneda digital que gana cada vez más adeptos, y nos expone las propiedades económicas que le han permitido crecer rápidamente, así como sus posibles implicaciones económicas, políticas y sociales. Este libro supone un interesante viaje a través de la historia de las tecnologías encargadas de realizar las funciones del dinero, desde los sistemas primitivos de comercio, como las conchas marinas, hasta metales, monedas, el patrón oro y la deuda pública moderna. Es una explicación funcional e intuitiva del funcionamiento del bitcoin, un software descentralizado y distribuido que se ha convertido en la primera forma implementada con éxito de efectivo digital. Y para terminar, expone las consecuencias políticas de esta nueva forma de economía y algunas de las preguntas más comunes sobre el tema: ¿Quién lo controla? ¿Es el bitcoin para delicuentes? ¿Qué se puede hacer con las miles de imitaciones? El patrón Bitcoin La alternativa descentralizada a los bancos centrales Saifedean Ammous Traducido por Mercedes Vaquero Granados Para mi mujer y mi hija, que me dan una razón para escribir. Y para Satoshi Nakamoto, que me proporcionó algo sobre lo que valía la pena hacerlo. Prólogo por Nassim Nicholas Taleb Sigamos la lógica de las cosas desde el principio. O mejor dicho, desde el final: la actualidad. Mientras escribo estas líneas, asistimos a una completa revuelta contra cierta clase de expertos en ámbitos demasiado difíciles como para que los entendamos, como el de la realidad macroeconómica, ámbitos en los que no sólo el entendido en la materia no es tal, sino que no lo sabe. Que los anteriores jefes de la Reserva Federal, Greenspan y Bernanke, no alcanzaban a comprender muy bien la realidad empírica es algo que sólo pudimos descubrir cuando ya fue demasiado tarde: razón por la cual debemos tener cuidado de a quién dotamos del poder de tomar macrodecisiones centralizadas. Lo peor es que todos los bancos centrales operaron siguiendo el mismo modelo, convirtiéndolo todo en un perfecto monocultivo. En campos complejos, los conocimientos especializados no se concentran: bajo una realidad orgánica, las cosas funcionan de forma distributiva, como Friedrich A. Hayek demostró de manera convincente. Pero Hayek utilizó el concepto de «conocimiento distribuido». Bueno, parece que ni siquiera necesitamos esa cosa llamada «conocimiento» para que las cosas funcionen bien. Tampoco necesitamos la racionalidad individual. Sólo nos hace falta la estructura. Esto no significa que todos los participantes compartan la toma de decisiones de forma democrática. Un participante motivado puede convertirse en un actor que mueva el fiel de la balanza de manera desproporcionada (lo que he analizado como la «asimetría de la regla de la minoría»). Y cada partícipe tiene la posibilidad de ser ese actor. De algún modo, bajo la transformación de la escala aflora un efecto milagroso: los mercados racionales no requieren que ningún agente concreto sea racional. De hecho, funcionan bien bajo inteligencia cero; un grupo de inteligencia cero, con el diseño adecuado, se desempeña mejor que una administración al estilo soviético e integrada por seres humanos muy inteligentes. Por este motivo, Bitcoin1 es una idea excelente. Satisface las necesidades del sistema complejo, y no porque Bitcoin sea una criptomoneda, sino justamente porque no tiene dueño ni autoridad que pueda decidir su suerte. Es propiedad de la gente, sus usuarios; y en la actualidad cuenta ya con una trayectoria de varios años, los suficientes como para ser una «cosa» por derecho propio. Para que otras criptomonedas puedan competir con Bitcoin, aquéllas deben contar con la mencionada propiedad hayekiana. Bitcoin es una moneda sin gobierno (sin el respaldo de un Estado o un banco central). Pero, cabe preguntarse: ¿no teníamos oro, plata y otros metales, otra clase de divisas sin gobierno? No exactamente. Cuando comerciamos con oro, acabamos haciéndolo con Hong Kong y recibiendo una adjudicación de acciones allí, que quizá necesitemos para mudarnos a Nueva Jersey. Los bancos controlan el juego de custodios, o depositarios, y los gobiernos controlan los bancos (o, más bien, los banqueros y las autoridades gubernamentales van, por decirlo cortésmente, de la mano). De modo que Bitcoin tiene una gran ventaja sobre el oro a la hora de efectuar transacciones: el acceso no requiere de un custodio específico. Ningún gobierno puede controlar qué código tienes en la cabeza. Por último, Bitcoin pasará sus propios contratiempos. Puede fallar. Aunque, si se diera el caso, podría reinventarse con facilidad, ya que ahora sabemos cómo funciona. En su estado actual, tal vez no sea conveniente para realizar transacciones; puede que no valga para pagar tu café descafeinado en tu cafetería habitual. Quizá de momento sea demasiado volátil para ser una moneda. Pero se trata de la primera moneda verdaderamente orgánica. Su mera existencia es una póliza de seguro que recordará a los gobiernos que el último objeto que el establishment pudo controlar, es decir, la moneda, ya no es monopolio suyo. Lo cual nos proporciona a nosotros, la multitud, una póliza de seguro contra un futuro orwelliano. NASSIM NICHOLAS TALEB 22 de enero de 2018 Introducción El 1 de noviembre de 2008, un programador informático que usaba el seudónimo Satoshi Nakamoto envió un correo electrónico a una lista de correo de criptografía para anunciar que había estado trabajando en un «nuevo sistema de dinero electrónico que utiliza por completo una red peer-to-peer (P2P), sin un tercero de confianza».2 Copió el resumen del documento donde se explicaba el diseño, así como un vínculo al mismo en internet. Básicamente, el sistema Bitcoin ofrecía una red de pago con su propia moneda autóctona, y utilizaba un sofisticado método para que los miembros pudieran verificar todas las transacciones sin tener que confiar en ningún componente de la red. La moneda se emitió a una frecuencia predeterminada para recompensar a los integrantes que destinaban su potencia de procesamiento a verificar las transacciones, premiando así su trabajo. Lo sorprendente de esta invención fue que, a la inversa que otros intentos previos de establecer una moneda electrónica, éste funcionó. Si bien contaba con un diseño inteligente y cuidado, nada sugería que semejante peculiar experimento fuese a interesar a nadie fuera de los círculos de expertos en criptografía. Y eso fue lo que sucedió durante meses, en los que apenas algunas decenas de usuarios de todo el mundo se unieron a la red, minaron e intercambiaron entre sí monedas, las cuales comenzaron a adquirir el estatus de artículos de colección, aunque en formato digital. Pero, en octubre de 2009, una casa de cambio en internet3 vendió 5.050 bitcoins por 5,02 dólares (a un precio de 1 dólar por cada 1.006 bitcoins), y registró así la primera compra de un bitcoin con dinero.4 El precio se calculó mediante el cómputo del coste de la electricidad que se necesitaba para producir un bitcoin. En términos económicos, se puede afirmar que este momento trascendental fue el más significativo en la trayectoria de Bitcoin, que dejó de ser un simple juego digital con el que se divertía una comunidad marginal de programadores para convertirse en un bien comercializable y con un precio; y esto indicaba que alguien, en algún lugar, había elaborado una valoración positiva sobre el mismo. El 22 de mayo de 2010, otra persona pagó con 10.000 bitcoins dos pizzas que costaban 25 dólares, lo cual supuso la primera vez que los bitcoins se utilizaban como medio de intercambio. El código había necesitado siete meses para pasar de ser un producto de consumo a un instrumento de cambio. Desde entonces ha crecido el número de usuarios y de transacciones de la red Bitcoin, así como la capacidad de cómputo dedicada a la misma, al mismo tiempo que el valor unitario de su divisa subió deprisa: excedió los 7.000 dólares en noviembre de 2017, superó vertiginosamente los 19.000 dólares el mes siguiente y, también con rapidez, volvió a situarse en torno a los 7.000 dólares en marzo-abril de 2018.5 Tras nueve años, resulta evidente que esta invención ya no es sólo un juego online, sino una tecnología que ha superado la prueba del mercado y que muchos utilizan con miras al mundo real, y cuyo tipo de cambio aparece con regularidad en la televisión, los periódicos y las páginas web al lado de las cotizaciones de otras divisas nacionales. Se puede entender mejor la red Bitcoin como un sistema de software distribuido que permite transferir fondos utilizando una moneda protegida de una inflación imprevista, sin necesidad de terceros de confianza. En otras palabras, Bitcoin automatiza las funciones de un moderno banco central y las convierte en predecibles y prácticamente inmutables mediante la programación de un código descentralizado entre miles de miembros de la red, ninguno de los cuales puede modificarlo sin el consentimiento del resto. Esto convierte a Bitcoin en el primer ejemplo operativo manifiestamente seguro de dinero electrónico y de moneda fuerte electrónica. Si bien Bitcoin es una nueva creación de la era digital, los problemas que tiene por objeto resolver —a saber, proporcionar un tipo de divisa que esté por completo a las órdenes de su dueño, y de la que se espera que conserve su valor a largo plazo— son tan antiguos como la humanidad misma. Este libro plantea una concepción de dichos problemas basada en años de estudio de esta tecnología y de los problemas económicos que solventa, y de cómo diversas sociedades han encontrado soluciones a los mismos con anterioridad a lo largo de la historia. Puede que mi conclusión sorprenda a quienes tachan a Bitcoin de estafa o de artimaña de sus promotores y de los especuladores para ganar dinero rápido. De hecho, Bitcoin mejora los sistemas anteriores como «reserva de valor», y su idoneidad en tanto que moneda sólida de la era digital tal vez pille por sorpresa a sus detractores. La historia puede prefigurar lo que está por venir, en particular cuando se analiza con detenimiento. Y el tiempo dirá lo sólidos que son los argumentos de este libro. La primera parte del mismo explica el dinero, su función y sus propiedades. En tanto que economista con conocimientos de ingeniería, siempre he procurado entender una tecnología en función de los problemas que pretende

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