EL LENJUAGE VERBAL DEL NIÑO : ¿CÓMO ESTIMULAR, CORREGIR Y AYUDAR PARA QUE APRENDA A HABLAR BIEN? Pablo Félix Castañeda Obra sumistrada por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos INTRODUCCIÓN Este libro sobre el LENGUAJE VERBAL o HABLA está destinado a padres, educadores, psicólogos y otros interesados en estimular lingüísticamente a niños en edad preescolar y en inicios de la educación primaria, etapas en las que aprenden y se desarrollan bajo la influencia de los padres dentro del contexto familiar, complementándose después su formación con la importante y sistemática labor del maestro, cuando el niño inicia la escolaridad. El lenguaje verbal o habla, no es una cualidad que viene con el nacimiento, sino que el niño lo adquiere laboriosamente durante la infancia, convirtiéndose en un instrumento importante y fundamental para la comunicación y la actividad cognoscitiva. Sin embargo, la naturaleza y los mecanismos subyacentes que intervienen en este proceso son aún virtualmente desconocidos debido a su complejidad, constituyendo un gran desafío para los investigadores que tratan de desentrañar, comprender y explicar la adquisición de esta cualidad que es única y exclusivamente humana. Pese a ello, las investigaciones actuales, cada vez más rigurosas y profundas, vienen mostrando algunas de sus particularidades importantes, tales como el hecho de que los primeros tres o cuatro años de vida del niño son cruciales y trascendentales para tal adquisición, dado que en esta etapa es cuando se producen grandes cambios en el sistema nervioso, dando lugar a una máxima plasticidad cerebral, posibilitando correlativamente con la influencia favorable del entorno, la rápida y óptima asimilación del lenguaje. Pasada esta etapa es bastante difícil y, a veces, hasta imposible superar y/o compensar determinadas deficiencias. De allí que los padres, maestros y quienes estén vinculados y comprometidos directa o indirectamente con la formación del niño, deben aprovechar esa máxima plasticidad cerebral para estimularlo lingüística e intelectualmente, procurando que aprenda a hablar bien; lo cual le permitirá desenvolverse adecuada y competentemente en sus relaciones interpersonales y demás actividades en la vida. De acuerdo con estas consideraciones, el libro trata de brindar algunas orientaciones importantes sobre la forma como los padres y los maestros deben estimular y ayudar al niño a hablar bien y, también, a adoptar las medidas correctivas pertinentes cuando 1 presentan errores de pronunciación (dislalias) y/o, en el peor de los casos, defectos serios del habla, tales como la tartamudez. Empero, estas orientaciones no pretenden ser un recetario para resolver los variados y complejos problemas que los niños presentan en el proceso de adquisición del habla, sino que sólo brindan las pautas generales para que los responsables e interesados en ayudarlos puedan aplicar las medidas apropiadas de acuerdo con las particularidades del caso, asumiendo así una actitud adecuada y oportuna ante el problema, incluso con ayuda del especialista si así lo requiere. De esa forma, estas orientaciones permitirán, por un lado, a los padres, propiciar un entorno familiar rico y estimulante para el desarrollo del lenguaje del niño, evitando todo aquello que pueda interferir o desviar su adquisición normal. Y, por otro lado, a los maestros, tanto de Educación Inicial como de los primeros grados de Educación Primaria, para seguir estimulando sistemáticamente dicho desarrollo y, además, enfrentar con tino y prudencia los problemas o trastornos del habla que algunos niños presentan en el salón de clase. Aquí es donde el maestro debe saber enfrentar y neutralizar los efectos negativos y traumatizantes de las actitudes críticas y estigmatizantes de los demás niños, rodeando al afectado de un ambiente óptimo y propicio para corregir y superar el problema. Pero, previamente a la exposición de estas orientaciones, se ha visto conveniente explicar con cierta amplitud y una aproximación teórica necesaria, sobre la naturaleza del lenguaje y la forma como el niño lo adquiere desde la temprana infancia, destacando en esta etapa la influencia de los padres, especialmente de la madre, con quien el infante establece una relación simbiótica de naturaleza afectiva, constituyendo la "lactancia psíquica" básica o fundamental para su desarrollo. En este proceso es donde intervienen mecanismos biológicos y socioculturales, posibilitando y condicionando tal adquisición como un aspecto del desarrollo integral del niño. Aquí se caracteriza también al lenguaje verbal como un sistema funcional "sobreimpuesto", por cuanto se impronta sobre estructuras y funciones biológicas que filogenética y ontogenéticamente están programadas para otras funciones. Así pues, esta cualidad no viene a ser una función "normal" o "natural" de un órgano o estructura anatómica en particular, sino que es algo sobre-impuesto, tal como se sostiene en el libro. Cabe destacar, por otro lado, que en la sociedad actual, el hablar simplemente no basta, sino que se requiere saber hablar bien y con buena voz, siendo esta una cualidad importantísima y decisiva para el desenvolvimiento social y la felicidad de la persona en la vida. Abundando, podemos decir que un hombre sin lenguaje verbal es un ser socialmente mutilado. Y, cuando hay defectos en esta cualidad, no sólo constituye una limitación para el habla, sino también para la vida del afectado, quien moldeado por una "lengua torpe", piensa, obra y vive de manera diferente a los demás, muchas veces postrado y expuesto al ostracismo. 2 Esta es la razón por la que los padres y maestros, pero especialmente los primeros, deben tomar conciencia de su gran responsabilidad en la estimulación lingüística e intelectual del niño, en tanto que la familia es la portadora del primer y fundamental sistema educativo. Aquí es donde se genera el "caldo de cultivo" positivo o negativo y determinante, de alguna forma, del éxito o fracaso en la vida futura del individuo, a la que se complementa la influencia sistemática de los maestros en la escuela y la del medio sociocultural. Por tanto, con este libro se trata de contribuir, en alguna medida, a que no existan niños ni adultos infelices, aislados y rechazados socialmente por causa de un lenguaje verbal defectuoso. Por ello se enfatiza, a lo largo del libro, la importancia crucial que tiene la estimulación del lenguaje durante los primeros años de vida del niño, etapa en la que el crecimiento del cerebro y el desarrollo de las potencialidades del ser humano es máximo, lo cual debe aprovecharse estimulándolo conveniente y oportunamente. El Autor 3 PONIENDO ATENCIÓN AL NIÑO QUE ESTÁ APRENDIENDO A HABLAR Pablito, un bebé de pocos meses de nacido, gorgogeó con placer cuando su tía lo levantó y sentó en su regazo. Lo meció suavemente y él emitió un feliz "Aguu". La tía, madre de dos adolescentes, al ver el regocijo del bebé, le repitió el sonido de "Aguu" en un tono dulce y suave. Ante este sonido que "volvía hacia él", el bebé reaccionó con una sonrisa, lo cual agradó a la tía y le agradó aún más cuando el bebé volvió a decir "Aguu". Evidentemente al sobrino le gustó el "juego", complaciéndolo la tía por un rato. Pero este "juego" tenía un gran significado para ella, pues, por la experiencia de haber criado a sus hijos, sabía que a una tierna edad su sobrino había empezado a "imitar" sonidos. Esta era una indicación importante de que el bebé tenía una mente alerta, un buen oído y que a una edad apropiada hablaría bien y con claridad. ¿Puede considerarse entonces una pérdida de tiempo el escuchar el "habla" ininteligible de un infante? Evidentemente NO. Sin embargo, muchos bebés con el tiempo comienzan a "hablar" de por sí, o por lo menos así parece. Pero, a la luz de las investigaciones en estos últimos 25 a 30 años, los especialistas del lenguaje consideran y destacan que el "balbuceo" y todos los sonidos emitidos por el infante deben merecer la atención y estimulación adecuada de los padres y de quienes se dedican a cuidarlos. Asimismo, deben saber brindar amor, comprensión y seguridad al niño; condiciones que son básicas para el desarrollo armónico de su personalidad, así como para la adquisición y desarrollo normal del lenguaje verbal o habla. 4 Pues bien, cuando los padres, en especial la madre, saben escuchar y ayudar con afecto, comprensión y tolerancia, el niño aprenderá a hablar y a comunicarse de manera adecuada con los demás y a sentirse seguro emocionalmente en sus relaciones. Empero, esto no es asunto que debe preocupar a los padres recién cuando el niño empieza a ir a la escuela (a los 4 ó 6 años de edad), sino desde la temprana infancia, pues los bebés desde los primeros días del nacimiento ya son particularmente sensibles al lenguaje humano, en especial al de la madre, por lo que ésta debe procurar establecer una simbiosis afectiva plena con el niño, a fin de evitar cualquier género de carencias que podríamos llamar "avitaminosis afectiva", con su influencia perniciosa en la vida futura. LA ADQUISICIÓN DEL HABLA Y LOS PRIMEROS AÑOS DE VIDA Actualmente se considera que la estimulación lingüística y el tratamiento correctivo de los defectos del habla durante los primeros 4 años de vida del niño, son cruciales y decisivos para la adquisición y desarrollo normal del lenguaje, del mismo modo que también lo es para el desarrollo de la inteligencia y la capacidad para pensar. Esta afirmación se sustenta en el hecho de que durante esta etapa el cerebro del niño tiene una máxima plasticidad, debido a que se producen cambios sustanciales en sus ramificaciones y prolongaciones neuronales, los que posibilitan la máxima capacidad para el aprendizaje, dando lugar a que la asimilación del lenguaje también sea bastante rápida. Pasado ese tiempo propicio y óptimo, es difícil y a veces hasta imposible recuperar y compensar determinadas deficiencias, trayendo aparejadas otras limitaciones como las de orden motriz, intelectual, emocional, social, y otros. En esta etapa temprana se destaca la influencia importante y trascendental de la familia y, al interior de ella, de manera específica, la personalidad y actitud de los padres, especialmente de la madre, la relación de éstos con el niño y de éste con los hermanos y demás miembros de la familia con quienes convive. EL NIÑO Y SU FORMACIÓN El niño es una realidad individual y concreta; una totalidad que se desarrolla y adapta activa y progresivamente al medio ambiente. Como tal, crece y debe crecer en todos los aspectos, según las leyes evolutivas. Por estar en pleno crecimiento, el niño debe ser influido por actitudes y pautas educativas que favorezcan su formación y desarrollo integral. Esto será tanto más eficaz, cuando se tomen en cuenta sus posibilidades sensoriales, intelectuales y emocionales o 5 afectivas. Educar tiene precisamente esta finalidad y los padres, así como los maestros, deben estar preparados para ese propó-sito. Además, se sabe que el niño, en este proceso de evolución, tiene una naturaleza dúctil que le hace susceptible a la influencia y dirección educativa. De allí que, cuando esta educación se realiza en un ambiente de amor, seguridad y comprensión, el niño tendrá la posibilidad de desarrollar su personalidad en una forma equilibrada o armónica, sintiéndose sobre todo emocionalmente seguro. Esto influirá también en la evolución de su inteligencia, en su capacidad de recepción y comprensión, de memorización y en la integración de la capacidad de su expresión verbal. Esta última viene a constituir la base fundamental de la comunicación, cuya adquisición óptima es necesaria e indispensable para que el niño se adapte e interactúe satisfactoria y competentemente en el mundo social. En esto la cantidad, variedad y calidad de estimulación y las oportunidades que los padres le brindan al niño, son trascendentales para su desarrollo. En esta etapa el cerebro del niño es bastante activo, por lo que su desarrollo mental debe promoverse estimulando los sentidos del tacto, el oído, la vista y el olfato. Aquí la madre ejerce una función insustituible, quien con su voz, caricias, miradas (con distintos matices de ternura, sorpresa, picardía y dulzura), risas; sus cuidados frecuentes, el tacto de sus manos al asearle, acunarle, vestirle y abrazarle, etc., forman ese cúmulo de estímulos poderosos que vienen a constituir el "nutriente psíquico" elemental o básico para el desarrollo psicológico del niño y la adquisición del habla. Cabe señalar, además, que aun cuando el niño no logra comprender intelectualmente las cosas que ocurren en su entorno, él todo lo siente; esto es, se da cuenta afectivamente de muchas palabras, acciones y cosas. Muy pronto aprende a discernir los factores favorables de aquellos que entorpecen su desarrollo y sus posibilidades. Como tal, el niño es un acucioso observador: "Es todo ojos y oídos", se den cuenta o no sus padres, él está ocupado adquiriendo información, archivándola en su memoria, añadiendo a ella y llegando a conclusiones. De allí que, si los padres no son prudentes y cautelosos en sus comportamientos frente al niño, pueden dar lugar a tensiones y desajustes emocionales, interfiriendo negativamente el desarrollo psicológico normal y, con ello, en el lenguaje. De lo dicho se colige que el niño es una realidad total y concreta, pero fundamentalmente es un ser único aunque existan leyes generales. Su formación y desarrollo están influidos por el medio ambiente y, de manera importante, por la familia, que es el primer entorno educativo del niño en los años trascendentales de su infancia, donde los padres, especialmente la madre, juegan papel protagónico en su desarrollo y en la adquisición del lenguaje verbal. 6 EL CEREBRO Y LA MENTE DEL NIÑO El período que va del nacimiento a la adquisición del lenguaje está marcado por un desarrollo mental extraordinario. Este proceso se va dando progresivamente bajo la influencia condicionante del medio ambiente, poniendo en acción recíproca las potencialidades genéticas que el niño trae al nacer. Según Piaget (1973), en el momento del nacimiento, la vida mental del niño se reduce al ejercicio de aparatos reflejos, es decir, a coordinaciones sensoriales y motrices supeditadas a formas absolutamente hereditarias, que corresponden a tendencias instintivas como la nutrición. Esta mente en el recién nacido ha sido muchas veces comparada con una página en blanco (tábula rasa), en la cual no habría nada "escrito". Pero, en realidad, muchas impresiones se forman en la mente del niño cuando aún se encuentra en la matriz de su madre. De allí que ciertos rasgos de personalidad están "escritos" indeleblemente por medio de la herencia genética, de tal forma que desde el nacimiento en adelante esas virtualidades se van manifestando a lo largo del desarrollo del niño, mostrando también una gran disposición y capacidad para el aprendizaje. Así, su mente, en vez de una página en blanco, es como si una biblioteca entera estuviera esperando que se imprima información procedente del medio externo en las páginas de sus libros genéticamente deli-neadas. EL CRECIMIENTO DEL CEREBRO Y SU CAPACIDAD PARA EL APRENDIZAJE La mente del niño que está en proceso de organización y estructuración continua, tiene una base material de la cual depende, esta es: el CEREBRO. Este es "un lugar grandísimo encerrado en un espacio muy reducido", y lo que sucede realmente en ese pequeño espacio es tan misterioso y maravilloso, que constituye un gran desafío al entendimiento humano, particularmente para los investigadores y especialistas. Según los neurólogos, el crecimiento del cerebro humano durante los tres primeros años de vida es realmente espectacular. Ese cerebro que en el recién nacido pesa tan sólo 340 gramos, a los tres años pesa nada menos que UN KILO Y DOSCIENTOS gramos, sólo 200 gramos menos que el cerebro de un adulto de 20 años, tal como muestra el cuadro 1, donde se observa el peso creciente del cerebro a medida que crece el niño. 7 CUADRO Nº 1. CRECIMIENTO Y PESO DEL CEREBRO DURANTE DIFERENTES EDADES DEL NIÑO EDAD Peso del cerebro en gramos · Niños recién nacidos 340 gramos · Niños de seis meses 750 gramos · Niños de doce meses 970 gramos · Niños de dos años 1150 gramos · Niños de tres años 1200 gramos · Niños de seis años 1250 gramos · Niños de nueve años 1300 gramos · Niños de doce años 1350 gramos · Adulto de veinte años 1400 gramos * Eli A. Sneou, en Le Cuorriere de L`UNESCO, Enero, 1976. El desarrollo de la inteligencia va, también, casi a ese mismo ritmo del crecimiento cerebral, pues durante los tres o cuatro primeros años se desarrolla aproximadamente el 50 por ciento, llegando al 70 ó 75 por ciento para cuando tiene 6 ó 7 años, complementándose el resto hasta cuando el niño cumple 15 ó 16 años de edad, aproximadamente. De acuerdo con esas características, la mente del niño muestra correlativamente una máxima capacidad y apertura para el aprendizaje, haciendo que los conceptos que aprende antes de su quinto cumpleaños estén entre los más difíciles que alguna vez, posteriormente, afrontará. Así, conceptos básicos como derecha e izquierda, arriba y abajo, lleno y vacío, y grados comparativos de tamaño, peso y volumen y muchos otros, que nos parecen naturales y sencillos a los adultos, tienen que ser aprendidos por el niño. El mismo concepto del habla de que los sonidos que lo componen pueden comunicar pensamientos de una mente a otra, tiene que ser "implantado" y "establecido" en su mente. Por esta razón, el habla es probablemente el más difícil logro intelectual que se le exige al ser humano. Si usted ha luchado alguna vez por aprender un nuevo idioma, posiblemente concuerde con lo sostenido, pero usted por lo menos ha tenido la ventaja de saber cómo funciona el lenguaje, lo cual no sabe el niño y, sin embargo, su mente puede captar el concepto del idioma y ponerlo a funcionar; es más, el niño de tierna edad que vive en un hogar bilingüe quizás hasta hable dos idiomas con gran facilidad, antes incluso de haber empezado a ir a la escuela. Estos hechos se observan en niños de la sierra, donde sus padres son quechua e hispano hablantes. 8 EL DESARROLLO MENTAL Y EL LENGUAJE DEL NIÑO El proceso de organización y estructuración mental del niño se ve facilitado, en gran medida, con la aparición del lenguaje, con lo que sus conductas resultan profundamente modificadas, tanto en el aspecto intelectual como afectivo. Además, el niño adquiere, gracias al lenguaje, la capacidad de reconstruir sus acciones pasadas en forma de relatos y de anticipar sus acciones futuras mediante la representación verbal (Piaget, 1954). Este hecho da lugar a tres consecuencias esenciales: el inicio de la socialización, donde es necesario el lenguaje como medio de comunicación; la aparición del pensamiento propiamente dicho, teniendo como soporte el lenguaje interior y el sistema de signos; y, por último y sobre todo, la interiorización de la acción como tal, la que de puramente perceptiva y motriz que era hasta entonces, pasa a ser representada y reconstruida en el plano intuitivo de las imágenes y de las "experiencias mentales". Así pues, el lenguaje es una cualidad o atributo que influye de manera importante en el desarrollo mental. Piaget considera que es indispensable para la elaboración y desarrollo del pensamiento; sin embargo, este último le precede en aparición, ya que las estructuras que caracterizan al pensamiento tienen raíces en la acción y en mecanismos sensoriomotrices más profundos que el hecho lingüístico. Empero, entre ambos existe una relación recíproca y constante. Este proceso de desarrollo es integral y se da desde el momento del nacimiento, bajo la influencia del medio ambiente, especialmente del hogar. El hogar viene a ser el pequeño mundo íntimo del niño, donde los padres lo inician en las primeras experiencias de comunicación y socialización, las que tendrán una trascendencia en su adaptación futura al medio. Finalmente, todo este proceso de desarrollo mental, como se manifestó ya antes, se da sobre una base material: el cerebro, que es el órgano fundamental del ser humano. LOS PADRES Y SU INFLUENCIA EN EL DESARROLLO DEL NIÑO En primer lugar, cabe señalar que en la actualidad los expertos están llegando al convencimiento generalizado de que la mejor inversión económica, social y humana más rentable en el plano educativo para cualquier país, ciudad, comunidad o familia, es invertir en los primeros años de vida del niño, estimulando precozmente el desarrollo de todas sus potencialidades: motoras, intelectuales, sociales, afectivas, y otras. Dicha estimulación debe realizarse aprovechando ese crecimiento asombroso y espectacular que tiene el cerebro del niño durante los 3 ó 4 primeros años de vida, tiempo en el que vive y se relaciona básicamente con su familia y, en la cual los padres, y fundamentalmente la madre, desempeñan un rol importantísimo. 9
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