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El feminismo, la cultura occidental y el cuerpo PDF

75 Pages·2001·0.198 MB·Spanish
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EEEEELLLLL FFFFFEEEEEMMMMMIIIIINNNNNIIIIISSSSSMMMMMOOOOO,,,,, LLLLLAAAAA CCCCCUUUUULLLLLTTTTTUUUUURRRRRAAAAA OOOOOCCCCCCCCCCIIIIIDDDDDEEEEENNNNNTTTTTAAAAALLLLL YYYYY EEEEELLLLL CCCCCUUUUUEEEEERRRRRPPPPPOOOOO Susan Bordo Traducción de Moisés Silva Copyright © 1993 del libro Unbearable Weight. Feminism, Western Culture and the Body de Susan Bordo. Reproducido con el permiso de University of California Press. 7 LA TEORÍA 8 LA VENTANA, NÚM. 14 / 2001 Partes de este ensayo surgieron de una conferencia titula- da “Feminism Reconceives the Body” (“El feminismo reconcibe el cuerpo”), que presenté en la Serie de Conferencias Inaugurales de Estudios de la Mujer en el Bates College. Agradezco a Edward Lee por sus valiosísimos comentarios, sugerencias y estímulo durante la escritura de esta introducción. El oso pesado “la consustancialidad del cuerpo” Whitehead El pesado oso que va conmigo, Una múltiple miel para embarrar su cara, Torpe y tambaleante aquí y allá, La tonelada al centro de todo lugar, El hambriento palpitante bruto, Enamorado del dulce, la ira y el sueño, Loco factótum, desaliñando todo, Trepa el edificio, patea la pelota, Boxea con su hermano en la ciudad llena de odio. Respirando a mi lado, ese pesado animal, Ese oso pesado que duerme conmigo, Aúlla en su sueño por un mundo de azúcar, Una dulzura tan íntima como el abrazo del agua, SUSAN BORDO 9 Aúlla en su sueño porque la cuerda de equilibrista Tiembla y deja ver la oscuridad debajo. El jactancioso que se pavonea está aterrorizado, Vestido en sus mejores galas, sus pantalones abultando, Tiembla de pensar que su estremecida carne Debe al final reducirse a nada. Ese inescapable animal camina conmigo, Me ha seguido desde que el negro vientre contenía, Se mueve donde me muevo, distorsiona mis gestos, Una caricatura, una sombra hinchada, Un estúpido payaso del motivo del espíritu, Perplejo y afrentado por su propia oscuridad, La vida secreta de la panza y del hueso, Opaco, demasiado cerca, mi privado pero desconocido, Se estira para alcanzar a quien más quiero, Con quien yo caminaría sin que él me siguiese, La toca groseramente, aunque una palabra Desnudaría mi corazón y me haría claro, Se tropieza, se equivoca y busca que lo alimenten Arrastrándome hacia abajo en su hociqueante cuidado, En medio de los cien millones de su especie, La rebatiña del apetito en todas partes. Delmore Schwartz 10 LA VENTANA, NÚM. 14 / 2001 EEEEExxxxxppppprrrrreeeeesssssiiiiiooooonnnnneeeeesssss cccccuuuuullllltttttuuuuurrrrraaaaallllleeeeesssss dddddeeeeelllll A través de su metáfora de cuer- ddddduuuuuaaaaallllliiiiisssssmmmmmooooo mmmmmeeeeennnnnttttteeeee-----cccccuuuuueeeeerrrrrpppppooooo po como un “oso pesado”, Del- more Schwartz captura tanto el dualismo que ha sido característico de la filosofía y teología occi- dentales como su naturaleza inestable y agonística. El epígrafe de Whitehead establece la construcción dominante, de dos filos, la que contiene y regula a todas las demás: la de la disyuntiva y la conexión, la separación y la intimidad. “La consustancialidad del cuerpo”: el cuerpo no como “yo” sino “con-migo” es al mismo tiempo el cuerpo que está inescapablemente “conmigo”. Como un gemelo siamés, ni uno conmigo ni separable de mí, mi cuerpo me ha “seguido desde que el negro vientre contenía”, moviéndose donde yo me muevo, acompañando cada uno de mis actos. Aun en el sueño, “él” está “respirando a mi lado”. Pero aunque no me puedo librar de esta criatura, aunque me veo forzado a vivir con “él” en intimidad, sigue siendo una presencia extraña, ajena a mí: “privado”, “cerca” pero “opaco”. El cuerpo es un oso, un bruto, capaz de violencia y agresión caó- ticas y al azar (“desaliñando todo... patea la pelota / Boxea con su hermano en la ciudad llena de odio”), pero no de maldad calculada. Eso requeriría inteligencia y premeditación, y el oso es por encima de todo una criatura de instintos, de necesidades primitivas. Domi- nado por la oralidad, por el hambre, por la experiencia ciegamente “hociqueante”, buscando miel y azúcar, está “enamorado” —un sen- timiento romántico y delicado— pero de los deseos más básicos e infantiles: ser reconfortado por cosas dulces, descargar su ira, caer SUSAN BORDO 11 exhausto en el estupor. Aun en ese estupor tiene hambre, siente antojos, aúlla por una plenitud apenas recordada de la vida en el vientre, cuando la necesidad y la satisfacción ocupaban el mismo momento, cuando la frustración (y el deseo) era algo desconocido. El oso que es el cuerpo es torpe, grosero, repugnante, un tonto tambaleante que me hace tropezar en todos mis esfuerzos por ex- presarme con claridad, por comunicar amor. Estúpidamente, incons- cientemente, dominado por el apetito, continuamente representa mal el “motivo del espíritu” mi ser más fino, más claro. Como un creador de imágenes desde la oscuridad de la caverna de Platón, proyecta una falsa imagen de mí ante el mundo, una hinchada, es- túpida caricatura de mi ser “interno”. Yo sería un atento y sensible amante, yo le declararía a mi amor mis más íntimos sentimientos, pero sólo él “la toca groseramente”, él sólo desea una cruda satisfac- ción física. Yo enfrentaría la muerte con valor, pero él está aterrori- zado, y en su terror, buscando la comodidad, las caricias, la comida que lo atonte ante ese conocimiento, él se vuelve ridículo, un tonto payaso haciendo trucos en una cuerda de equilibrista de la que ine- vitablemente se tiene que caer. El oso que es mi cuerpo es pesado, “arrastrándome con él”. “La tonelada al centro de todo lugar” ejerce una atracción hacia abajo, hacia la tierra, hacia la muerte. “Debajo” de la cuerda de equilibris- ta en la que realiza sus acrobacias está la horrible verdad de que un día el oso se convertirá en materia simple y sin vida, “carne” de gusa- nos. Y él, ese “inescapable animal”, me arrastrará a mí a ese destino, porque es él, no yo, quien tiene el control, jalándome hacia la “re- 12 LA VENTANA, NÚM. 14 / 2001 batiña del apetito”, ese revoltijo hobbesiano de instinto y agresión que es, en la visión de Schwartz, la condición humana. El cuerpo como animal, como apetito, como engañador, como prisión del alma, el que confunde sus proyectos: éstas son imáge- nes comunes dentro de la filosofía occidental. Esto no es decir que una construcción negativa del cuerpo ha dominado sin ser desafia- da, o que ha tomado sólo una forma, porque la forma de la imagen del cuerpo ha sido históricamente variable. Por ejemplo, aunque Schwartz emplea imágenes platónicas para evocar las distorsiones del cuerpo, su queja acerca del cuerpo es muy diferente de la de Platón. Platón imagina el cuerpo como un engañador epistemológico, cuyos poco confiables sentidos y volátiles pasiones nos hacen tomar lo pasajero e ilusorio por lo permanente y real. Para Schwartz, el cuerpo y sus pasiones son obstáculos para la expresión de la vida “interior”: su frustración característicamente moderna con el aisla- miento del ser y su anhelo de “autenticidad” le parecerían muy aje- nos a Platón. Platón, discutiblemente (y como otro ejemplo del rango históri- co de las imágenes occidentales del cuerpo), tenía una actitud mez- clada y complicada hacia el aspecto sexual de la vida corporal. En Phaedo, la pasión distrae al filósofo de la búsqueda del conocimien- to, pero en el Symposium motiva esa búsqueda: el amor del cuerpo es el primer escalón esencial en la escalera espiritual que culmina en el reconocimiento de la forma eterna de la Belleza. Para el pensamien- to cristiano, por otro lado, la imagen sexual se convierte mucho más inequívocamente en el grosero e instintivo “oso” imaginado por SUSAN BORDO 13 Schwartz, el lado animal, hecho de apetitos, de nuestra naturaleza. Pero incluso dentro de la “misma” metáfora dominante del cuerpo como animal, la animalidad puede significar cosas muy diferentes. Para san Agustín, el lado animal de la naturaleza humana —simbo- lizado para él por el pene hinchado en rebeldía, insistiendo en su “ley del deseo” contra los intentos de la voluntad espiritual de obte- ner el control— nos inclina hacia el pecado y necesita ser domesti- cado. Para la ciencia y filosofía mecanística del siglo diecisiete, por otro lado, el cuerpo como animal es todavía un sitio del instinto pero no primordialmente un sitio del pecado. Más bien, la naturaleza instintiva del cuerpo significa que es un sistema puramente mecáni- co y biológicamente programado que puede ser completamente cuan- tificado y (en teoría) controlado. En diferentes momentos históricos, fuera de la presión del cambio cultural, social y material, emergen nuevas imágenes y asociaciones. En el siglo dieciséis el cuerpo epistemológico empieza a ser imagina- do no sólo engañando al filósofo mediante los sentidos indignos de confianza (un tema platónico), sino también como el sitio de nuestra ubicación en el espacio y en el tiempo y, por lo tanto, un impedimento para nuestra objetividad.1 Porque estamos en 1 Para una mayor elaboración, ver Susan Bordo. un cuerpo, nuestro pensamiento tiene una The Flight to Objectivity, State University of New York Press, Albany, 1987. perspectiva. La única manera en la que la mente puede comprender las cosas como “realmente son” es logran- do una visión incorpórea desde ningún lugar. En nuestra propia épo- ca (como un ejemplo de la emergencia de nuevos significados), la “pesadez” del oso ha asumido un significado concreto que probable- 14 LA VENTANA, NÚM. 14 / 2001 mente no tenía para Schwartz, quien la usa como una metáfora del agobiante arrastre que el cuerpo ejerce sobre el “ser”. Mis estudian- tes, al interpretar el poema, lo entendieron como una descripción de los sufrimientos de un hombre pasado de peso. Para Schwartz, el ham- bre de comida es sólo uno de los apetitos del cuerpo: para mis alum- nas, es el antojo más insistente y la mayor fuente de su ira y frustración con el cuerpo, del terror que le tienen. No todas las concepciones históricas ven el cuerpo como igual- mente “inescapable”. Los griegos veían el alma y el cuerpo como inseparables excepto por la muerte. Descartes, sin embargo, creía que con el método filosófico correcto podemos trascender las limi- taciones epistemológicas del cuerpo. Y la cultura contemporánea, con armas tecnológicas, parece estar empeñada en desafiar el enve- jecimiento, nuestros varios “relojes” biológicos e incluso la misma muerte. Pero lo que se mantiene como el elemento constante a lo 2 A primera vista puede parecer que en nuestra largo de la variación histórica es la construc- cultura el cuerpo, lejos de ser imaginado como un ción del cuerpo como algo separado del ver- lastre para la autorrealización, se promueve como una ruta central hacia tal autorrealización. Cier- dadero ser (concebido ya sea como alma, tamente el entrenar, poner a tono, adelgazar y mente, espíritu, voluntad, creatividad, liber- esculpir el cuerpo son frecuentemente mostrados de esta manera, como un comercial reciente de tad...) y que socava los mejores esfuerzos de los gimnasios Bally insiste: “No sólo pones en for- ma tu cuerpo, pones en forma tu vida”. Sin em- ese ser. Aquello que no es cuerpo es lo más bargo, como yo argumento en varios ensayos en alto, lo más noble, lo más cercano a Dios; este libro, esas imágenes y asociaciones son en realidad una apelación a la voluntad (a la “fuerza aquello que es cuerpo es el albatros, el peso de voluntad” y al “control”) y propician una rela- que arrastra la autorrealización.2 ción de adversario con el cuerpo. SUSAN BORDO 15 LLLLLaaaaa mmmmmuuuuujjjjjeeeeerrrrr cccccooooommmmmooooo cccccuuuuueeeeerrrrrpppppooooo ¿Cuál es la relación entre el género y este dualismo? Como lo han mostrado las fe- ministas, el esquema es frecuentemente genérico, con las mujeres en el papel del cuerpo, “cargando con el peso” en las palabras de Beauvior, “de todo lo que es peculiar a éste”. En contraste, el hom- bre se coloca a sí mismo como lo “inevitable, como una idea pura, como el Único, el Todo, el Espíritu Absoluto”.3 De acuerdo con Dinnerstein, como consecuencia de nuestra 3 Simone de Beauvoir. The Second Sex, Alfred A. experiencia infantil de la mujer como cuida- Knopf, Nueva York, 1957, p. 146. dora de nuestros cuerpos, “las pegajosas, humillantes limitaciones de la carne” se convirtieron en la provincia de las mujeres; por el otro lado, se yergue un inocente y digno “él”... que representa la parte de la per- sona que quiere mantenerse a distancia de la carne, mante- ner su perspectiva sobre ésta: la forma del “yo” completamente libre de la atmósfera caótica y car- 4 Dorothy Dinnerstein. The Mermaid and the Mi- nal de la infancia, esencia humana notaur: Sexual Arrangements and Human Malaise, Harper and Row, Nueva York, 1976, p. 133. no contaminada, está reservada pa- ra el hombre.4 El costo de tales proyecciones para la mujer es obvio. Porque si, cualquiera que sea el contenido histórico específico de la dualidad, el cuerpo es el término negativo, y si la mujer es el cuerpo, entonces las mujeres eran la negatividad, cualquier cosa que ésta sea: la dis- tracción del conocimiento, la seducción lejos de Dios, la capitula- 16 LA VENTANA, NÚM. 14 / 2001 ción al deseo sexual, la violencia o agresión, la falta de voluntad, incluso la muerte. Aunque la concepción de Schwartz del cuerpo es realmente ge- nérica, no es culpable de tales proyecciones. El “oso pesado” tiene claramente la imagen y el código masculinos (y se puede hablar de una inflexión racial y de clase también). Se evoca a King Kong (“tre- pa el edificio”) y a la guerra de pandillas (“boxea con su hermano en la ciudad llena de odio”), y una de las metáforas más llamativas es la del estado de la naturaleza como un juego de fútbol americano (“la rebatiña [scrimmage] del apetito”). Lo que se construye no es un primitivismo maternal o femenino, sino una animalidad tambalean- te, tosca, físicamente agresiva y emocionalmente desamparada. La presencia femenina en el poema consiste en el recuerdo nostálgico de la vida en el útero (“el abrazo del agua”) y la amada en el presente (“la que más quiero”), con quien él sueña con tener una relación que no eche a perder los crudos instintos del oso. La mujer existe en este poema como un estrujante recordatorio de la felicidad pasada y de los anhelos presentes, pero un recordatorio que se experimenta sin rencor, resentimiento o enojo hacia el objeto del deseo. Schwartz, aunque proyecta todo lo problemático sobre el cuerpo, no efectúa la proyección adicional de los problemas del cuerpo sobre la figura de la mujer. Él hace suyos estos problemas, así sea dolorosamente y con cierto extrañamiento, a través del “oso” que es su cuerpo. En su apropiación del cuerpo, instintivo e infantil, Schwartz se distingue de la mayor parte de la tradición cristiana y las profunda- mente sedimentadas imágenes e ideología que ésta ha heredado a la

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