Description:Salió de la casa de piedra totalmente pertrechado para el largo viaje que pensaba iniciar. Sus anchas espaldas cargaban la pesada mochila, la espada grande y la ballesta. El carcaj, sujeto al cinto, rebosaba flechas. Sobre el pecho los tres puñales enfundados y colgada del hombro la cinta de cuero que sostenía la cantimplora. Wokar aspiró el aire fresco varias veces y se alejó sin molestarse en cerrar la puerta de madera. Anduvo hasta la parte posterior de la casa y se detuvo ante las dos tumbas. Una de ellas era muy antigua, reciente la otra. La vieja, la de su madre, estaba rodeada de piedras que fueron pulimentadas por su padre y él mismo durante varias semanas. Era una hermosa tumba. La otra era demasiado sencilla. Sólo tenía un tablero de madera con un nombre y una fecha sobre un montón de tierra bien aprensada. Estuvo musitando una vieja y larga oración durante varios minutos. Se la había enseñado su madre, más religiosa que su padre. Wokar no sabía si iba a servir para algo la plegaria, pero pensó que no le costaba nada recitarla en voz baja. Si el dios a quien estaba destinada quería oírle no necesitaba gritarla en la soledad de la montaña. Antes de salir del pequeño recinto acotado por una alambrada volvió a mirar la tumba de su padre, el duro y animoso Wok, y sonrió. —Siempre fuiste un terco, padre. Te empeñaste en ir solo y el viaje te mató. Debiste haber permitido que te acompañara. Recordó que el regreso del viejo Wok no supuso ninguna alegría. Después de su ausencia de ocho meses tuvo que ayudarlo a subir a la montaña, tan enfermo estaba su organismo, tan agotadas sus fuerzas.