ebook img

el cristianismo y las iglesias del sur peninsular en la antigüedad tardía PDF

24 Pages·2013·0.55 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview el cristianismo y las iglesias del sur peninsular en la antigüedad tardía

http://dx.doi.org/10.12795/Habis.2013.i44.16 EL CRISTIANISMO Y LAS IGLESIAS DEL SUR PENINSULAR EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA: BALANCE HISTÓRICO Pedro Castillo Maldonado Universidad de Jaén [email protected] THE CHRISTIANITY AND THE CHURCHES OF THE PENINSULAR SOUTH IN THE LATE ANTIQUITY: HISTORICAL BALANCE RESUMEN: En estas páginas se hace una re- ABSTRACT: These pages are a reflection on the flexión sobre la naturaleza y el alcance del cris- nature and the scope of the Christianity and the tianismo y las iglesias del Sur peninsular en la churches of the peninsular South in late Antiquity, Antigüedad tardía, sus imbricaciones con los ava- their imbrications with the political vicissitudes tares políticos de la región, que explican sus singu- of the region, which explains their singulari- laridades, las dificultades que tuvieron de afrontar ties, the difficulties that they had to face and their y los logros alcanzados. achievements. PALABRAS CLAVE: Antigüedad tardía, Cristia- KEYWORDS: Late Antiquity, Christianity, nismo, Iglesia, Hispania meridional. Church, Southern Spain. RECIBIDO: 30.09.2012. ACEPTADO: 30.04.2013 1. el siGlo iv: conformación del dominio social En el siglo IV el cristianismo, favorecido en su empuje por una legislación im- perial que lo privilegia desde la óptica fiscal, patrimonial y jurisdiccional, alcanza una posición de dominio universal, refrendada política y jurídicamente. El peaje que ha de pagar no es otro que su progresivo monopolio por una institución, la Igle- sia, con una perfilada estructura jerárquica, en menoscabo de sus principios caris- máticos; y la pérdida de los elementos más liberadores de su mensaje, en beneficio de su transformación en un lenguaje de poder. De esta manera se constituye en una religión de Estado, no sólo legitimadora del gobierno imperial y su base ideológica, la romanitas, sino también de las relaciones de poder más cercanas e inmediatas. HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 281 PEDRO CASTILLO MALDONADO Por lo que respecta al objeto concreto de nuestro interés, a comienzos del siglo IV el cristianismo ya se encuentra implantado en las tierras más meridiona- les de la Península y, lo que es más importante, con un estimable grado de madu- rez. En el concilio de Elvira se observa una religión urbana, con un buen número de comunidades sitas en la tupida red de ciudades de la región; inculturada, con sus seguidores participando de la sociedad y cultura romana; e institucionali- zada, es decir, con sus asambleas presididas por obispos y otros ministerios de servicio 1. Pero aún es una creencia minoritaria. Sus ochenta y un cánones se ca- racterizan por responder a una rica casuística, muy especialmente en materia moral y ritual, reflejo de una confesión que precisa diferenciarse de su entorno pagano y judío 2. Quizás sea esta posición, “a la defensiva”, la que explique la ca- careada dureza penitencial iliberritana, que incluso se ha comparado con el ri- gorismo de los escritos montanistas de Tertuliano 3. Partiendo de esta situación, el cristianismo, como ocurre en el resto del Imperio, va tomando prestancia a lo largo de la centuria, hasta llegar a ser mayoritario a fines de siglo; nominalmente mayoritario. Ciertamente es el fruto de la expansión propia de esta religión, pero sobre todo de una progresión favorecida por el poder político, que culmina en la imposición propiciada por la legislación teodosiana 4. En muchos casos se trata- ría de una cristianización tan confusa y sincrética como, incluso, falta de firmeza. En la Tarraconense el obispo Paciano denuncia la celebración de las calendas de enero, con resultados desalentadores 5, y una carta del papa Siricio al obispo Hi- merio documenta la apostasía de quienes volvían al culto de los ídolos y a la contaminación de los sacrificios 6. La situación no debía diferir en exceso en las tierras béticas, el sur lusitano y el sureste cartaginense: convivían desde las con- versiones más sinceras y concienciadas, a las más superficiales. Prueba material de la implantación del cristianismo en el Sur peninsular es la existencia de restos arqueológicos inequívocamente de esta confesión, tanto en la ciudad como en el campo, entre los que destacan para las fechas más tempranas 1 M. Sotomayor, “Romanos, pero cristianos. A propósito de algunos cánones del concilio de El- vira”, Cristianismo y aculturación en tiempos del Imperio romano, Antigüedad y Cristianismo 7 (Mur- cia 1990) 11-17. 2 R. Teja, “Exterae gentes: relaciones con paganos, judíos y herejes en los cánones de Elvira”, El Concilio de Elvira y su tiempo (Granada 2005) 197-228. 3 P. Saint-Roch, La penitence dans les conciles et les lettres des papes des origines à la mort de Gré- goire le Grand (Città del Vaticano 1999) 63. 4 Para entender el clima de coacciones y violencias, que excede lo propiamente religioso, es signifi- cativo el caso Loliano. Condenado por copiar un libro de artes malignas, fue ajusticiado por Isfalangio, consular en la Bética (Amm. Marc. Hist. 28.1.26); y en medio de una campaña de juicios amañados: J. F. Matthews, The Roman Empire of Ammianus (London 1989) 209-217. 5 Pac. De paenitentibus 1.3 e Ier. Vir. Il. 106. Sobre esta celebración y su crítica cristiana, M. Mes- lin, La fête des kalendes de janvier dans l’empire romain (Bruxelles 1970) 51-93. 6 Sir. Ep. ad Himerum Tarraconensem episc. 3. Naturalmente, a esta situación tampoco eran ajenos los considerados herejes. Sobre esta carta, T. Sardella, “Papa Siricio e i movimenti ereticali nella Spagna di Te- odosio I”, Congreso Internacional La Hispania de Teodosio I (Segovia 1997) 247-254. 282 HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 EL CRISTIANISMO Y LAS IGLESIAS DEL SUR PENINSULAR EN LA... todo un conjunto de sarcófagos dispersos en el territorio 7. Algunos, como los célebres de Martos, Berja y Córdoba, llegaron en la primera mitad del siglo IV desde la propia Roma, quizá importados como mercancía de retorno. Fuera o no así, requieren para su adquisición de un elevado poder adquisitivo, por lo que son manifestación de la participación en el cristianismo de las elites sociales, muy po- siblemente de las oligarquías ciudadanas que representan el orden romano en el ámbito más local. De igual manera, las fuentes literarias nos hablan del éxito al- canzado entre los grandes propietarios fundiarios. A fines de siglo un matrimo- nio de aristócratas béticos, Lucinio y Teodora, se recluyen en sus posesiones en el campo, haciendo de las mismas una suerte de monasterio familiar, dedicándose al estudio y a la práctica de las ascesis, muy en especial de la continencia. Con ello renuncian a su vida anterior, sin duda marcada por las funciones, dignidades y honores propios de la aristocracia. No obstante, siguen ejerciendo algunas ac- tividades derivadas de su condición social, como la evergética, pero ahora trans- formada en donaciones y prácticas caritativas 8. En suma, el cristianismo hispánico más meridional se nos muestra en el siglo IV como una religión triunfante. Es capaz atraer a las elites sociales a su seno y, con ello, de adquirir el dominio social. De su esplendor dan buena fe 7 M. Sotomayor, “Testimonios arqueológicos cristianos en la Andalucía romana y visigótica”, Histo- ria de Andalucía II. Andalucía en la Antigüedad Tardía: de Diocleciano a don Rodrigo (Sevilla 2006) 157- 160; incidiendo en la convivencia de sarcófagos paganos y cristianos en la Bética del siglo IV, J. Beltrán, M. A. García et al., Los sarcófagos romanos de Andalucía, Corpus Signorum Imperii Romani. España I-3 (Murcia 2006); M. A. García, “Sarcófagos romanos decorados del siglo IV en el territorio andaluz: enfo- ques y problemática vigente”, Spal 21 (2012) 183-193. El resto de la documentación arqueológica de signo inequívocamente cristiano, aunque con ejemplos notables –como el aula triconque de Cercadilla, Milreu y La Alberca–, es aún muy reducida para el siglo IV. Baste pensar en las dificultades que presenta la adscrip- ción religiosa de las necrópolis de esta centuria. Con carácter general y excediendo el área examinada, P. Mateos, “Los orígenes de la cristianización urbana en Hispana”, VI Reunió d’Arqueologia Cristiana Hispà- nica (Barcelona 2005) 49-62; K. Bowes, “Une coterie espagnole pieuse: Christian Archaeology and Chris- tian Communities in Fourth- and Fifth-Century Hispania”, Hispania in Late Antiquity. Current Perspectives (Leiden-Boston 2005) 189-258. Ocurre igual con la documentación epigráfica: por desgracia es limitada, pues sólo en el siglo V se observan formularios específicamente cristianos, y remite mayoritariamente a los siglos VI y VII. No obstante, algunos epígrafes pueden ser adscritos al siglo IV, como por ejemplo los epi- tafios de Aurelio Juliano y Firmana (ICERV nº 139 y 140). 8 Ier. Ep. 71, 75 y 76. M. Marcos, “Los orígenes del ascetismo y el monacato en Hispania”, El cris- tianismo. Aspectos históricos de su origen y difusión en Hispania (Vitoria 2000) 228-230. Sobre el ever- getismo cristiano, Ch. Pietri, “Évergetisme et richesses ecclésiastiques dans l’Italie du IVe à la fin du Ve siècle: l’exemple romain”, Ktema 3 (1978) 317-337; Y. Duval y L. Pietri, “Évérgetisme et épigraphie dans l’Occident chrétienne (IVe-VIe s.)”, Actes du Xe Congrès International d’Épigraphie grecque et laine (Paris 1997) 371-396. Para Hispania y con especial incidencia en lo evergético-constructivo, P. Fuentes, “Sociedad urbana, cristianización y cambios topográficos en la Hispania tardoantigua y visigoda (siglos IV-VI)”, Studia Historica. Historia Antigua 24 (2006) 257-289; Idem, “Patrocinio eclesiástico, rituales de poder e historia urbana en la Hispania tardoantigua (siglos IV al VI)”, Studia Historica. Historia An- tigua 26 (2008) 315-344; P. Castillo, “Pro amote Dei: donantes y constructores en la provincia Baetica tardoantigua (testimonios literarios y arqueológicos)”, Antiquité Tardive 13 (2005) 335-350; L. A. Gar- cía Moreno, “El Evergetismo en el Reino Visigodo (siglos VI-VIII): una propuesta metodológica”, Com- mittenza e committenti tra Antichità e Alto Medioevo. Homenatge a F. Giunta (Barcelona 1996) 83-89. HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 283 PEDRO CASTILLO MALDONADO figuras como Osio de Córdoba, consejero del emperador Constantino y fautor de gran parte de los concilios ecuménicos de la cuarta centuria, y Aniano de Cás- tulo, que junto con el precedente participó en el lejano concilio de Sérdica (a. 343). Sin embargo, estos brillos no pueden ocultar zonas de sombra. El cristia- nismo ha llegado a una situación de privilegio y dominio, pero no sin dificulta- des. Sus asambleas son tan vivas como conflictivas, y la propia confrontación con el mundo romano ha sometido a contradicciones a la doctrina cristiana y su or- ganización eclesiástica. Acaso la máxima expresión de estas dificultades sea la existencia de disidencias doctrinales y posiciones cismáticas, contra las cuales las iglesias católicas de la región luchan en los planos intelectual, canónico y eclesial. Efectivamente, desde la óptica del cristianismo, en el siglo IV se discute ante todo la ortodoxia doctrinal y, por ende, orgánica. Al fin y al cabo la recta doctrina no deja de ser algo cambiante y tan relacionada con la voluntad imperial como – en lo local– con la aceptación o exclusión en una determinada communio. En el conjunto del Imperio los dos grandes “movimientos heterodoxos” –a la luz de la doctrina dogmática y eclesial católica finalmente triunfante y a pesar de las evi- dentes diferencias entre ambos– son el donatismo y el arrianismo, generadores de sus propias y exitosas iglesias. El primero –más un cisma que una herejía– no parece tener incidencia directa en la región de nuestro interés 9, salvo por la par- ticipación de Osio en favor de la iglesia ceciliana de África y la presencia de clé- rigos de la zona en el concilio de Arlés (a. 314). No ocurre esto mismo con el arrianismo, interpretación cristiana que como es sabido disfrutó de apoyos imperiales y por tanto de una posición privilegiada en buena parte del siglo IV. Osio de Córboba, confesor durante las persecuciones y bandera del credo niceno durante casi un siglo, al final de su vida se ve com- plicado en el arrianismo al aceptar en comunión a obispos de esta confesión 10. En el otro extremo, el obispo Gregorio de Elvira arremete contra las fórmulas aprobadas en los concilios de Sirmio (a. 357) y Rímini (a. 359), despertando pa- radójicamente –en su defensa trinitaria– sospechas de sabelianismo, lo que le im- pulsa a realizar una segunda redacción de su De fide 11. No obstante, la incidencia del arrianismo en el Sur peninsular se relaciona más con repercusiones de una 9 Otra querella doctrinal característicamente occidental, el pelagianismo del siglo V, también es un asunto extraño a la Península, de modo que la participación hispana en la controversia se reduce a la per- sona de Orosio, con el incidente que protagoniza con el obispo Juan de Jerusalem, y su Liber Apologeticus. 10 J. Fernández Ubiña, “Los arrianos hispanorromanos del siglo IV”, Cristianesimo e specifità re- gionali nel Mediterraneo latino (sec. IV-VI) (Roma 1994) 385-391; incidiendo en la división del obispado hispano, J. Vilella, “Las iglesias y las cristiandades hispanas: panorama prosopográfico”, La Hispa- nia del siglo IV. Administración, economía, sociedad, cristianización (Bari 2002) 125-129. Sobre la “claudicación” de Osio, o su adhesión a la segunda fórmula de Sirmio, M. Simonetti, La crisi ariana nel secolo IV (Roma 1975) 234-235; J. Fernández Ubiña, “Osio de Córdoba, el Imperio y la Iglesia del siglo IV”, Gerión 18 (2000) 468-471. 11 Greg. Ilib. De fide proem. 4. M. Simonetti, Gregorio di Elvira. La fede (Torino 1975) 13-15. 284 HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 EL CRISTIANISMO Y LAS IGLESIAS DEL SUR PENINSULAR EN LA... querella cristológica foránea, básicamente oriental, que con la existencia de co- munidades arrianas como tal, combativas en matera teológica o doctrinal. Si el arrianismo tuvo incidencia en estas tierras fue sólo por seguidismo con la polí- tica religiosa imperial o, a contrario sensu, por disenso con el mismo, como ocu- rre con el llamado luciferianismo. Del luciferianismo y sus repercusiones en las tierras del Sur peninsular sa- bemos por el Libellus precum, escrito que los presbíteros Marcelino y Faustino dirigen al emperador Teodosio I en torno al año 384. En él demandan el cese de las violencias ejercidas contra quienes, como ellos, no aceptan la recepción de los que, por haber participado del arrianismo o aceptado la fórmula salida de Rímini, consideran lapsi. De las desavenencias da buena fe que se tilden mutuamente de luciferianos –entre los que se incluye al obispo Gregorio de Elvira, líder de éstos en Occidente a decir del rescriptum de Teodosio– y arrianos –como tal era tenido Osio por los demandantes–. Por lo que respecta al conflicto en nuestra región, en un lugar indeterminado del Sur peninsular el presbítero Vicente y sus seguido- res se apartan, incluso físicamente, de la ecclesia mater ubicada en la ciudad. Las violencias llegan hasta el extremo de ocasionar la muerte del rigorista niceno Vi- cente y la profanación de su iglesia, todo ello a instancias de los obispos Lucioso, de sede desconocida, e Higinio de Córdoba 12. También es Higinio quien da la voz de alarma sobre otra interpretación cris- tiana, el priscilianismo 13, movimiento caracterizado por su rigorismo ascético y por cuestionar –inicialmente– el monopolio magistral del obispado, y que tal vez es el primer problema específicamente autóctono –peninsular– que hubieron de afrontar las iglesias objeto de este estudio. Con la denuncia de Higinio se inicia una quere- lla que tiene su triste culmen cuando por vez primera el poder secular actúa como brazo armado de la Iglesia, ajusticiando a Prisciliano en Tréveris el año 385 14. En sus intentos por atajar la situación, las iglesias hispanas condenan canónicamente la doctrina y las prácticas priscilianistas, primero en el Concilio de Zaragoza de 380 y posteriormente en el de Toledo del año 400. Aunque las repercusiones del pris- cilianismo en otras regiones peninsulares y en el mediodía galo fueron mayores, 12 L.P. 73. J. Fernández Ubiña, “El Libellus Precum y los conflictos religiosos en la Hispania de Te- dosio”, Florentia Iliberritana 8 (1997) 103-123. M. V. Escribano, “Teodosio I y los heréticos: la aplica- ción de las leyes en el Libellus Precum (384)”, Antiquité Tardive 16 (2008) 125-140. 13 Sulp. Sev. Chron. 2.46.7. A cuentas de la denuncia de Higinio, “ex uicino agens” en palabras de Sulpicio Severo, se ha propuesto la Bética –Córdoba– como origen del priscilianismo: V. C. De Clerq, “Osio de Córdoba y los orígenes del priscilianismo”, Boletín de la Real Academia de Córdoba 79 (1959) 301-308; y más recientemente M. Nieto, “La Iglesia de Córdoba”, Iglesias de Córdoba y Jaén, Historia de las Iglesias Españolas 8 (Madrid-Córdoba 2003) 28-31. Sin embargo M. V. Escribano, Iglesia y Es- tado en el certamen priscilianista. Causa ecclesiae y iudicium publicum (Zaragoza 1988) 182-216, aboga con buenos argumentos por un origen lusitano. En todo caso, es evidente que los postulados priscilianis- tas ejercieron un fuerte atractivo entre los grandes propietarios y quienes buscan la perfección espiritual y ascética en la región. El mismo Jerónimo previene Teodora de tal peligro (Ier. Ep. 75.3). 14 M. V. Escribano, “Haeretici iure damnati: El proceso de Tréveris contra los priscilianistas (385)”, Cristianesimo e specifità regionali nel Mediterraneo latino (sec. IV-VI) (Roma 1994) 393-416. HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 285 PEDRO CASTILLO MALDONADO extendiéndose al menos hasta el siglo VI, las iglesias meridionales tampoco se ven libres de incidencias. El priscilianista Tiberiano, originario de la Bética, y a la pos- tre el obispo denunciante Higinio se ven complicados en el asunto, siendo condena- dos al exilio 15. El Sur peninsular, reticente a aceptar la “solución de compromiso” que suponen los dictámenes del concilio de Toledo y en concreto la reintegración de los obispos simpatizantes con este movimiento –muestra de la limitada inciden- cia del priscilianismo en la región– 16, se ve libre en adelante de toda contaminación herética. Sin embargo las reticencias hacia el rigorismo ascético y la vida en solita- rio llevada a cabo de forma itinerante, y por tanto sin sujeción a la autoridad epis- copal, continúan, caracterizando el pensamiento eclesiástico hispano y en especial el de los obispos meridionales a lo largo de la Antigüedad tardía 17. Finalmente, la producción literaria del ya mencionado Gregorio de Elvira, en los últimos años del siglo IV, no sólo muestra su aversión por el arrianismo, sino también un fuerte sentimiento de repulsa a toda mixtura con el judaísmo –fuera del catolicismo oficial, única religio licita tras las proscripciones del paganismo y de los cristianismos no nicenos por la legislación teodosiana–. Su móvil pudiera ser programático, pero también una fuerte preocupación por el criptojudaísmo y, acaso, por ser la propia sinagoga un arduo competidor en el mercado religioso 18. Es una problemática que afecta de lleno a las tierras más meridionales de la Pe- nínsula, por contar con una nutrida presencia de miembros de esta religión 19. En cualquier caso, estamos ante un primer paso en la hostilidad contra las comuni- dades judías hispanas, avocadas en el futuro a ser cada vez más endogámicas o nutrirse con gentes foráneas. 15 Tiberiano fue procesado y tras escribir un Apologeticus en su defensa acabó por ser deportado a una isla más allá de Britania, además de confiscadas sus posesiones (Sulp. Sev., Chron. 2.51.4 e Ier. Vir. Il. 123). El obispo denunciante Higinio de Córdoba pronto simpatizó con los priscilianistas. Considerado hereje –es posible que fuera excomulgado en el concilio de Zaragoza–, también acabó sus días en el exi- lio (Sulp. Sev., Chron. 2.47.3 y Ambr. Ep. 24.12). De la otra parte, tuvo un papel de relieve, como máximo adversario –junto con Hidacio de Mérida– y primer acusador en el juicio a los priscilianistas, el obispo meridional lusitano Itacio Claro de Ossonoba. Finalmente sería desposeído de la cátedra (un feroz re- trato en Sulp. Sev. Chron. 2.50-51). 16 Inocencio señala a los prelados de béticos y cartaginenses como los más refractarios a la reconcilia- ción (Inn. Ep. ad episcopos in Toletana synodo const. 1). Es posible que los béticos no asistieran al sínodo. 17 Los obispos a fines del siglo IV se esfuerzan por controlar el cristianismo en los espacios rurales ligados a medios aristocráticos, por ser sospechosos de priscilianismo (Conc. Caes. c. 2, 3 y 4 y Conc. I Tol. c. 5 y 9). Tiempo después, Isidoro y los padres conciliares condenan toda forma de vida religiosa so- litaria e itinerante (Is. De eccl. off. 2.3 y 16; Conc. IV Tol. c. 52-53). 18 R. Thouvenot, “Chrétiens et juives à Grénade au IV siècle après J.C.”, Hesperis 30 (1943) 206-211; F. J. Lomas, “Comunidades judeocristianas granadinas. Contribuciones sobre la Homilética de Gregorio de Elvira”, La sociedad de la Bética. Contribuciones para su estudio (Granada 1994) 319-344; J. A. Mo- lina, La exégesis como instrumento de creación cultural. El testimonio de las obras de Gregorio de El- vira, Antigüedad y Cristianismo 17 (Murcia 2000) 183-194. 19 L. García Iglesias, Los judíos en la España antigua (Madrid 1978) 63-64. Sobre el ambiente gene- ral de los judíos peninsulares en la época, D. Pérez Sánchez, “Tolerancia y sociedad: los judíos hispanos (s. IV-VI)”, Gerión 10 (1992) 275-286; R. González Salinero, “Teodosio I, Hispania y los judíos”, Con- greso Internacional La Hispania de Teodosio I (Segovia 1997) 101-112. 286 HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 EL CRISTIANISMO Y LAS IGLESIAS DEL SUR PENINSULAR EN LA... 2. siGlos v y vi: contencioso por el dominio político-territorial. Al albur de las usurpaciones que afectan al reinado de Honorio, las tierras peninsulares presencian en el año 409 la irrupción de las gentes bárbaras, vánda- los, alanos y suevos. Tras unos saqueos iniciales, en el año 411 se reparten en sor- tes las distintas provincias hispanas. En el Sur peninsular la Bética corresponde a los vándalos silingos, y la Cartaginense y la Lusitania a los alanos, si bien hay constantes movimientos que alteran este reparto inicial. Así, los vándalos silin- gos y los alanos son dispersados por los godos de Valia –aliados del poder impe- rial– en los años 417-418. En el año 425 los vándalos asdingios saquean Sevilla y Cartagena, pero en el año 429 abandonan la Península en busca de tierras más seguras en África. El vacío es aprovechado de inmediato por los suevos de Re- quila, hasta entonces establecidos más a Norte, penetrando en la Depresión del Guadalquivir, hasta tomar Sevilla en el año 441. En los años 457 o 458 los visi- godos hacen su aparición otra vez en la región, esta vez con un poder autónomo. Finalmente, se establecen con pie firme en el Bajo Valle del Guadalquivir en la primera mitad del siglo VI 20. La coexistencia de las poblaciones meridionales con los recién llegados no es siempre fácil, en mayor medida cuando los foráneos –aunque con un aporte de- mográfico limitado– suponen la irrupción de creencias que alteran el mapa reli- gioso de la región: en concreto, un extraño paganismo germánico y, sobre todo, un viejo conocido anteriormente derrotado, el arrianismo. Sabemos de relaciones muy difíciles al comienzo de las invasiones, como se desprende del relato de Gre- gorio de Tours al respecto de una matrona del orden senatorial, muy posiblemente de la Bética. Según el mismo, es obligada a bautizarse en la herejía arriana por los vándalos de Geiserico (erróneamente Gregorio atribuye este episodio a Trase- mundo), si bien se venga manchando con el flujo de su vientre la pila bautismal, es decir, profanando el sagrado rito de iniciación 21. Gregorio se muestra exage- rado y poco digno de crédito al estimar una persecución general de los vánda- los contra los católicos hispanorromanos, muy posiblemente influenciado por lo ocurrido en el Regnum Vandalorum establecido en África, pero de algún modo la anécdota referida ejemplifica la situación de incertidumbre y violencias que toca en suerte a las poblaciones hispanorromanas en los primeros años de las invasio- nes bárbaras. Así, Hidacio narra cómo en el año 428 el vándalo Gunderico pro- fana la iglesia de Sevilla dedicada al mártir Vicente, seguramente apropiándosela 20 L. A. García Moreno, “Vándalos, Visigodos y Bizantinos en Granada (409-771)”, In memoriam Agustín Díaz Toledo (Granada 1985) 121-148; Idem, “Andalucía y su imposible independencia (395- 585)”, Historia de Andalucía II. Andalucía en la Antigüedad Tardia: de Diocleciano a don Rodrigo (Sevilla 2006) 39-81; J. Arce, Bárbaros y romanos en Hispania 400-507 A.D. (Madrid 2005) 21-151. Además de los trabajos de Wolfram y la llamada “escuela de Viena”, para la etnogénesis y la conforma- ción política de estos pueblos en suelo hispano, J. Pampliega, Los germanos en España (Pamplona 1998). 21 Greg. Tur. Hist. Franc. 2.2. Conviene notar que se trata de una rica propietaria. Responda o no la anécdota a un episodio real, la religión aparece como el catalizador o la expresión de un conflicto de na- turaleza más profunda: económica y cultural. HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 287 PEDRO CASTILLO MALDONADO para el rito arriano; y en el año 429 el suevo Heremigario también profana en Mé- rida la iglesia de Eulalia, en esta ocasión sometiéndola a pillaje 22. ¿Cómo percibieron los hispanos meridionales, en especial los hombres de Iglesia, tales desórdenes y afrentas? Para estas fechas tempranas no tenemos datos que permitan afirmar la existencia de un pensamiento providencialista y apocalíp- tico en la zona objeto de estudio, aunque no sería de extrañar si tenemos en cuenta formulaciones como las del hispanogalaico Orosio. Lo que sí sabemos es que al- gunos clérigos hispanos huyeron –con o sin sus comunidades– y seguramente por razones que no tienen que ver con cuestión religiosa alguna, sino con una mera si- tuación de desgobierno y anarquía militar, según informaciones de Agustín que bien pueden provenir, en parte, de lo acontecido en el Sur peninsular 23. Pero la más evidente repercusión de las “invasiones bárbaras” es el progresivo desmoronamiento del poder romano 24. Una vez pasados los primeros momentos y fuera de las posesiones visigodas, concentradas en el eje Mérida-Sevilla, estas tierras meridionales de la Península quedan desamparadas y en un falso “go- bierno de nadie” que se extiende hasta el último tercio del siglo VI 25. Lejos de en- tender en esto una situación desastrosa, hemos de advertir que dado lo escaso y puntual del asentamiento de la población germana, los hispanorromanos tienen por vez primera una posición favorable para ser dueños de su propio destino his- tórico. Ayunos de dirección estatal y acostumbrados como están a poderes oli- gárquicos, sólo pueden ser dirigidos por las elites urbanas y, sobre todo, por los grandes possesores. Estos grandes propietarios, ya vivan en las ciudades o en las uillae que menciona posteriormente Juan de Bíclaro, van a dirigir sus propios ám- bitos de poder local y regional. De ellos sabemos por el caso temprano de Ande- voto, que se enfrenta –siendo derrotado– con el suevo Requila al penetrar éste en 22 Hyd. Chron. 89 e Is. Hist. Vand. 73; Hyd. Chron. 90. 23 Aug. Ep. 228.5. R. Teja, “Sobre la actitud de la población urbana en Occidente ante las invasiones bárbaras”, Hispania Antiqua 6 (1976) 7-18. 24 Aunque nominalmente tierras imperiales –incluso durante los primeros tiempos del dominio visi- godo–, la situación de la región era otra muy distinta. La última actuación del gobierno central en la zona, la del general Vito (a. 446), supuso no sólo un rotundo fracaso militar, sino también político: la dureza y las requisas llevadas a cabo por sus federados godos (Hyd. Chron. 134), harían ver a los hispanorromanos lo que cabía esperar de una restauración imperial, acomodándose definitivamente a su nuevo estatus polí- tico (que no era sino el dominio germánico o una situación de autogobierno). 25 Inicialmente la presencia goda –siempre reducida desde la óptica numérica– se circunscribía a las ciudades y a una parte de las grandes haciendas de la Bética occidental. Con Teudis (531-548) se incre- menta el interés godo por el control de la Hispania meridional, y con una proyección hacia el Estrecho –lo que conduce al enfrentamiento con los bizantinos por el control de Ceuta–: M. Vallejo, Hispania y Bi- zancio. Una relación desconocida (Madrid 2012) 99-123; sobre la presencia bizantina en Septem, J. Viz- caíno, La presencia Bizantina en Hispania (siglos VI-VIII). Documentación arqueológica, Antigüedad y Cristianismo 24 (Murcia 2007-2009) 130-134. Finalmente, el interés visigodo por las tierras interiores de la actual Andalucía se acrecienta con Agila (549-555) y Atanagildo (555-567), culminando en época de Leovigildo (568-586), cuando en la década de los setenta del siglo VI emprende acciones conducentes a obtener el dominio sobre toda la región (que ultima Suintila en la década de los veinte del siglo VII). 288 HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 EL CRISTIANISMO Y LAS IGLESIAS DEL SUR PENINSULAR EN LA... el Valle del Genil (a. 348) 26. Avanzado el tiempo, sus sucesores son Paula y Cer- vella en Sevilla, Alexandria y Probo en Lebrija, Emiliano, Paulina y Principio en Zahara, Salviena en Lucena…, todos ellos clarísimos e ilustrísimos personajes – aristócratas– del siglo VI documentados por la epigrafía 27. En consecuencia, co- mienza lo que se ha dado en llamar la “autonomía ciudadana bética”, que tal vez debería mejor ser llamada la autonomía de las oligarquías y aristocracias meri- dionales, y que –frente al poder gótico establecido en Sevilla– podemos ejem- plarizar en la ciudad de Córdoba y su área de influencia. En este sentido, parece obvio que los hispanorromanos se benefician del cese de una tutela estatal que cada vez se hacía más agobiante desde la óptica financiera, disfrutando de una situación de autonomía. Es un período que ha de durar, en un imposible equili- brio con los visigodos y finalmente con los soldados bizantinos llegados a las cos- tas de la región en la segunda mitad del siglo VI, hasta su plena integración en el Reino Visigodo de Toledo a fines del siglo VI y comienzos del VII 28. En esta situación, hay un poder ciudadano singular, el obispo, que es capaz de ejercer su liderazgo tanto sobre las elites sociales como sobre el conjunto de la población 29. Así lo propicia su extraordinario ascendente ideológico y su propia cooptación aristocrática desde fines del siglo IV. El cristianismo y su Iglesia se ha constituido para los sectores sociales privilegiados en una extraordinaria posibili- dad de hacer “carrera política”, ingresando en una corporación social emergente, el clero. Podemos decir que la carrera eclesiástica en los siglos V y VI se conforma en un sustitutivo del viejo cursus honorum y el episcopado en la máxima aspiración 30, en mayor medida cuando el fin del Imperio comporta la imposibilidad de hacer un currículum político al viejo modo. Son, pues, también los obispos quienes asumen el liderazgo social. Precisamente las obligaciones de amparo y representatividad, el patrocinio de las poblaciones derivadas del mismo, explican su interlocución con los nuevos amos germanos 31. De otro lado, éstos, dada su propia incapacidad 26 Hyd. Chron. 114. Aunque L. A. García Moreno, “Mérida y el reino visigodo de Tolosa”, Homenaje a Sáenz de Buruaga (Madrid 1982) 230, entiende que se trata del jefe de un grupo vándalo desgajado del grueso que pasó a África; y J. Pampliega, op. cit. 306, un germano, tal vez un mercenario al servicio de los latifundistas hispanorromanos. 27 ICERV nº 110, 111, 131, 145 y 158. 28 L. A. García Moreno, “La Andalucía de San Isidoro”, Historia Antigua. Actas del II Congreso de Historia de Andalucía (Córdoba 1994) 555-579; Idem, “En las raíces de Andalucía (ss. V-X): los desti- nos de una aristocracia urbana”, El Mundo Mediterráneo (siglos III-VII). Actas del III Congreso Anda- luz de Estudios Clásicos (Madrid 1999) 317-349; F. Salvador, “Los siglos VI y VII en el Sur de Hispania. De período de autonomía ciudadana a pilar del Reino hispano-visigodo”, Hispania meridional durante la Antigüedad (Jaén 2000) 185-203. 29 M. Sotomayor, “Andalucía. Romanidad y cristianismo en la época tardoantigua”, Historia Anti- gua. Actas del II Congreso de Historia Antigua (Córdoba 1994) 537-553. 30 Con motivo de las elecciones episcopales en la Galia, Sidonio Apolinar señala una evidencia –en ocasiones, por obvia, olvidada por la historiografía– que condiciona extraordinariamente esta carrera: “sed totos episcopos esse non posse” (Sid. Apol. Ep. 7.9.13). 31 L. A. García Moreno, “Élites e Iglesia hispanas en la transición del Imperio romano al Reino visi- godo”, La conversión de Roma. Cristianismo y paganismo (Madrid 1990) 223-258. HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694 289 PEDRO CASTILLO MALDONADO organizativa y escasa presencia demográfica en el Sur peninsular, precisan de la gestión social de los obispos. En otras palabras, ambas partes necesitan de su reco- nocimiento mutuo, aunque no siempre fue algo, por así decir, fácil y fluido. El caso más significativo del proceder de las nuevas poblaciones y de las reper- cusiones en las iglesias bajo su dominio, es el protagonizado por el obispo Sabino de Sevilla. Éste fue sustituido al ser ordenado en su lugar el clérigo Epifanio, ile- galmente y con fraude a decir de Hidacio. Tal hecho se ha ligado con una supuesta hostilidad de los suevos con las jerarquías católicas, de modo que Sabino es de- puesto por el rey Requila (a. 411). Sustituido por un obispo afín al ocupante, parte a un exilio galo del que sólo pode regresar cuando los visigodos expulsan a los sue- vos de la ciudad (a. 457-458) 32. Por consiguiente, la deposición y exilio de Sabino, en tanto que defensor et caput ciuitatis, sería producto directo de su oposición a los atacantes, en este caso los suevos de Requila. Sin embargo, el propio Hidacio espe- cifica que la deposición del obispo se debe a una facción del clero hispalense. Esto ha permitido plantear una posible alianza entre los suevos de Requila y los prisci- lianistas, representados por Epifanio 33. Pero no tenemos prueba alguna que ligue a Epifanio con el priscilianismo. En consecuencia, es más lógico pensar que estamos ente dos sectores de los principales de la ciudad enfrentados por el poder, en mayor medida si consideramos que muy posiblemente Sabino forma parte de una familia que monopoliza la silla catedralicia desde comienzos del siglo IV (un obispo ho- mónimo aparece como signatario de los cánones iliberritanos y protagoniza los ca- pítulos finales de la Passio Iuste et Rufine). Así, pues, lo ocurrido con Sabino debe relacionarse con la existencia de facciones en el seno de la comunidad hispalense y muy en especial en su aristocracia, con rivalidades entre refractarios y partidarios de la colaboración con los suevos. Finalmente las tornas cambian y a la llegada de los visigodos el obispo Sabino vuelve a ocupar la cátedra. Es una prueba, a mi en- tender definitiva, de la dirección social del obispado, de la difícil posición de los hispanos –que se ven abocados a decidir entre dueños– y, sobre todo, de las reper- cusiones de la presencia de los “ocupantes” en una ciudad. En realidad este proce- der, eminentemente político, no es privativo de los germanos, siendo compartido por todo poder central, con independencia de su signo religioso. Tiempo después, cuando los bizantinos ocupan la franja costera levantino-meridional de la Penín- sula, también intervienen en las iglesias del territorio sometido a su dominio. El papa Gregorio tiene que enviar al defensor Juan con objeto de restituir en sus sedes a los obispos Jenaro y Esteban, irregularmente depuestos por el gobernador bizan- tino Comenciolo, que sin duda ha buscado inquilinos más proclives y colaborado- res para las cátedras ubicadas en su demarcación 34. Más dramático aún es el caso 32 Hyd. Chron. 124 y 192ª. P. Ubric, La Iglesia en la Hispania del siglo V (Granada 2004) 72-78. 33 A. Tranoy, Hydace. Chronique II, Sources Chrétiennes 219 (Paris 1974) 78, n. 124. 34 Greg. Magn. Reg. Ep. 13.47. M. Vallejo, “Comenciolus, magister militum Spaniae, missus a Mauricio Augusto contra hostes barbaros. The Byzantine Perspective of the Visigothic Conversion to Catholi cism”, Romanobarbarica 14 (1996-1997) 289-305. 290 HABIS 44 (2013) 281-303 - © Universidad de sevilla - ISSN 0210-7694

Description:
36 L. García Iglesias, “El intermedio ostrogodo en Hispania (507-549 d.C.)”, Hispania Antiqua 5. (1975) 89-120; L. A. García Moreno, “Problemática de
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.