TAMMARA WEBBER EL AMOR ES TODO MENOS SENCILLO Traducción de M.ª del Puerto Barruetabeña Diez www.megustaleerebooks.com Romántica y adictiva... la novela que te hará vivir toda la pasión y la intensidad del primer gran amor. «Respiré hondo y exhalé despacio antes de darme la vuelta... Quien estaba detrás de mí era Lucas. Su mirada era penetrante, no vacilaba un momento, y el pulso me martilleaba bajo su silencioso escrutinio. No recordaba la última vez que me había sentido tan llena de un deseo tan puro e indescriptible.» Lucas es el desconocido que salvó a Jacqueline de una agresión a manos de otro estudiante. Nunca se había fijado en este misterioso chico sexy y tatuado, pero desde entonces se lo encuentra por todas partes. La atracción entre ellos es inmediata y arrolladora. Pero ¿puede Jacqueline confiar en él o acabarán los secretos de Lucas interponiéndose entre ellos? Juntos lucharán contra el dolor y la culpabilidad, pero también descubrirán el poder inesperado del amor. Para Kim, mi mejor amiga, mi amiga de toda la vida, mi confidente, la hermana que nunca tuve. Nada de esto es suficiente para describir lo que significas para mí. Gracias por todo lo que eres. Te quiero mucho, siempre. 1 Nunca me había fijado en Lucas antes de aquella noche. Primero era como si no existiera y, de repente, estaba en todas partes. Aquella noche acababa de escabullirme de una fiesta de Halloween que seguía en pleno apogeo. Iba serpenteando entre los coches del aparcamiento que había detrás de la casa de la hermandad de mi ex mientras escribía un mensaje a mi compañera de habitación. La noche era cálida y estaba preciosa; el típico veranillo del sur. Desde las ventanas de la casa, abiertas de par en par, la música atronaba sobre el asfalto, interrumpida por carcajadas ocasionales, desafíos de borrachos y peticiones de más chupitos. Como esa noche me tocaba conducir a mí, era mi responsabilidad devolver entera a Erin a nuestra residencia al otro lado del campus, tanto si podía soportar otro minuto de aquella fiesta como si no. En mi mensaje le decía que me llamara o me escribiera cuando quisiera irse. Ella y su novio Chaz habían estado bailando de una manera subida de tono, empapados en tequila, antes de entrelazar las manos y subir las escaleras tropezando hasta la habitación de él, así que era posible que no me llamara hasta el día siguiente. Me reí al pensar en el paseíllo de la vergüenza que tendría que hacer desde el porche delantero hasta mi camioneta si así era. Pulsé «Enviar» mientras metía la mano en el bolso para buscar las llaves. Unas nubes tapaban la luna y las ventanas iluminadas de la casa estaban demasiado lejos para que la luz llegara al final del aparcamiento. Tenía que encontrarlas a tientas. Solté un juramento cuando me clavé un portaminas en el dedo y di un golpe en el suelo con el tacón de aguja, casi segura de haberme hecho sangre. Cuando por fin tuve las llaves en la mano, me chupé el dedo; el leve sabor metálico me dejó claro que tenía una herida. —Mierda —murmuré abriendo la puerta de la camioneta. Durante los primeros segundos que siguieron, estaba demasiado desorientada para comprender qué estaba ocurriendo. Un instante estaba abriendo la puerta de mi coche y al siguiente me encontraba tumbada boca abajo sobre el asiento, sin aliento e inmóvil. Intenté levantarme, pero no pude porque sentía encima de mí un peso enorme. —Este condenado vestido te sienta muy bien, Jackie. —La voz arrastraba un poco las palabras, pero era conocida. Lo primero que pensé fue: «No me llames así», pero esa objeción quedó rápidamente relegada por el terror que sentí cuando noté que una mano me subía aún más la falda, ya de por sí muy corta. Tenía el brazo derecho inutilizado, atrapado entre el asiento y mi cuerpo. Me aferré con el izquierdo al asiento, junto a mi cara, para intentar apoyarme e incorporarme, pero entonces la mano que acariciaba la piel desnuda de mi muslo apareció y me agarró la muñeca. Grité cuando me retorció el brazo detrás de la espalda y me lo sujetó con fuerza con la otra mano. Su antebrazo estaba apretado contra la parte superior de mi espalda. No podía moverme. —Oye, Buck, quita de encima. Déjame. —Mi voz temblaba, pero intenté dar aquella orden con toda la autoridad que pude. Olí la cerveza en su aliento y algo más fuerte en su sudor, y una oleada de náuseas surgió en mi estómago y después se aplacó. Su mano libre había vuelto a mi muslo izquierdo, con todo su peso apoyado sobre mi lado derecho, aplastándome. Tenía los pies colgando fuera de la camioneta, aún con la puerta abierta. Intenté subir la rodilla para meterla debajo de mi cuerpo y él se rió de mis patéticos esfuerzos. Cuando metió la mano entre mis piernas abiertas, chillé y volví a bajar la pierna, pero ya era demasiado tarde. Empujé y me retorcí, intentando quitármelo de encima, pero después me di cuenta de que era mucho más grande que yo y entonces empecé a suplicar. —Buck, basta. Por favor… Estás borracho y te vas a arrepentir de esto mañana. Oh, Dios mío… Él metió la rodilla entre mis piernas y noté el aire en la cadera desnuda. Oí el inconfundible sonido de una cremallera y él se rió junto a mi oído cuando pasé de implorar racionalmente a llorar. —No, no, no, no… Bajo su peso no podía llenar mis pulmones con suficiente aire para gritar y además tenía la boca apretada contra el asiento, lo que amortiguaba todas mis protestas. Luchando inútilmente, no me podía creer que ese tipo al que conocía desde hacía más de un año y que nunca me había faltado al respeto en todo el tiempo que había estado saliendo con Kennedy, ahora me estuviera agrediendo en mi propio coche, en la parte de atrás del aparcamiento de la casa de su hermandad. Tiró de mis bragas y me las bajó hasta las rodillas. Entre sus esfuerzos por seguir bajándolas y los míos renovados para escapar, oí cómo la delicada tela se rasgaba. —Dios, Jackie, siempre he sabido que tenías un buen culo, pero, madre mía… Volvió a meter la mano bruscamente entre mis piernas y levantó su peso durante un segundo, justo lo necesario para que yo pudiera llenar los pulmones de aire y soltar un grito. Me liberó la muñeca y me puso la mano en la parte de atrás de la cabeza para apretarme la cara contra el asiento de cuero hasta que me quedé callada, ya casi incapaz de respirar. Aunque había conseguido liberarlo, el brazo izquierdo me resultaba inútil. Apoyé la mano en el suelo y empujé, pero mis músculos retorcidos y doloridos no me obedecieron. Sollocé contra el asiento y las lágrimas y la saliva se mezclaron bajo mi mejilla. —Por favor, no, no, por favor, oh, Dios, basta, basta, basta… Odiaba el sonido sin vida de mi voz impotente. Levantó su peso de encima de mí por un segundo: o había cambiado de opinión o se estaba poniendo más cómodo, pero no esperé a averiguarlo. Me retorcí y subí las piernas. Sentí que los tacones de aguja de los zapatos rasgaban la piel arrugada del asiento mientras me impulsaba hacia delante, hacia el otro lado, intentando agarrar la manija de la puerta contraria. La sangre me atronaba en los oídos cuando mi cuerpo entró en el modo «luchar o huir». Y entonces me detuve porque me di cuenta de que Buck ya no estaba dentro del coche. Al principio no entendía por qué estaba de pie ahí, junto a la puerta, mirando hacia otro lado. Y entonces vi que su cabeza caía hacia atrás. Dos veces. Cargó como un loco contra algo, pero sus puños no golpearon nada. Hasta que no le vi volver andando hacia atrás, hasta golpear contra mi coche, no pude descubrir con qué (o mejor dicho, con quién) se estaba peleando. El tipo no dejó de mirar a Buck mientras le daba otros dos golpes secos en la cara y se desplazó hacia un lado cuando los dos empezaron a moverse en círculos y Buck se puso a lanzar puñetazos inútiles mientras le sangraba la nariz. Finalmente Buck bajó la cabeza y se lanzó hacia delante como un toro, pero ese esfuerzo resultó su perdición cuando aquel extraño le lanzó un gancho fácil y alto, directo a la mandíbula. Cuando Buck se vio obligado a levantar la cabeza, un codo se estrelló contra su sien con un ruido seco aterrador. Chocó con el lado de la camioneta, la usó para impulsarse y se lanzó contra el extraño por segunda vez. Como si toda la pelea estuviera coreografiada, el desconocido agarró los hombros de Buck, le empujó hacia delante con fuerza y le dio un rodillazo bajo la barbilla. Buck cayó al suelo hecho una bola, gimiendo. El extraño miró al suelo, aún con los puños cerrados y los codos un poco flexionados, todavía en posición de dar otro golpe si era necesario. Pero no lo fue. Buck estaba casi inconsciente. Cuando el shock reemplazó al pánico, yo me acurruqué contra la puerta más alejada, jadeando y haciéndome una bola. Debí de gimotear, porque entonces me miró. Apartó a Buck a un lado con un pie enfundado en una bota y se acercó a la puerta para mirar dentro. —¿Estás bien? —Su tono de voz era bajo y prudente. Quería decirle que sí. Quería asentir. Pero no pude. No estaba bien—. Voy a llamar al 911. ¿Necesitas que te vea un médico o llamo solo a la policía? Imaginé a la policía del campus llegando y a los de la fiesta saliendo de la casa al oír las sirenas. Erin y Chaz solo eran dos de los muchos amigos que tenía allí dentro, y más de la mitad de ellos estaban bebiendo aunque no tenían la edad permitida. Sería culpa mía si la fiesta se convertía en un asunto policial. Me convertiría en una paria. Negué con la cabeza. —No llames. —Mi voz sonó ronca. —¿Que no llame? Carraspeé y negué de nuevo con la cabeza. —No llames a nadie. No llames a la policía. Me miró boquiabierto al otro lado del asiento. —¿Me equivoco o este tío acaba de intentar violarte? —Hice un gesto de dolor al oír esa palabra tan horrible—. ¿Y me dices que no llame a la policía? —Cerró la boca, negó con la cabeza una vez y volvió a mirarme—. ¿Es que he interrumpido algo que no debía? Los ojos se me llenaron de lágrimas. —No, no. Pero solo quiero irme a casa. Buck gruñó y rodó para quedar boca arriba. —Jodeeer —dijo sin abrir los ojos. De todas formas, uno lo tenía tan hinchado que probablemente no podía. Mi salvador le miró con la mandíbula tensa. Ladeó la cabeza y volvió a erguirla para después encogerse de hombros. —Vale. Yo te llevo. Negué con la cabeza de nuevo. No estaba dispuesta a escapar de una agresión para hacer algo tan estúpido como meterme en el coche de un extraño. —Puedo conducir —respondí. Mis ojos se fijaron en mi bolso, tirado sobre el salpicadero con todo su contenido esparcido por el suelo del asiento del conductor. Él miró hacia el mismo lugar y se agachó para recoger las llaves de entre mis efectos personales. —Creo que estabas buscando esto. Dejó las llaves colgando de sus dedos y yo me di cuenta de que no me había acercado a él ni un centímetro. Me humedecí el labio y noté el sabor de la sangre por segunda vez esa noche. Me moví hacia delante para entrar en el tenue círculo de luz que proyectaba la farola, tirando continuamente de la falda hacia abajo. De repente me sentí mareada cuando fui totalmente consciente de lo que acababa de pasar y la mano me tembló cuando la estiré para coger las llaves. Él frunció el ceño y cerró el puño a la vez que dejaba caer el brazo junto a su costado. —No puedo dejar que conduzcas. A juzgar por su expresión, mi cara debía de ser un poema. Parpadeé con la mano todavía extendida para coger las llaves que acababa de confiscarme. —¿Qué? ¿Por qué? Enumeró tres razones con los dedos. —Estás temblando, probablemente por el ataque. No tengo ni idea de si estás herida o no. Y seguramente habrás estado bebiendo. —No he bebido —exclamé—. Me tocaba conducir a mí esta noche. Arqueó una ceja y miró a su alrededor. —¿Y a quién se suponía que tenías que llevar a casa? Si alguien hubiera estado contigo esta noche, habrías estado a salvo. Pero has salido sola a un aparcamiento oscuro, sin prestar la más mínima atención a lo que te rodeaba. Algo muy responsable, sí. De repente me puse furiosa. Furiosa con Kennedy por romperme el corazón dos semanas atrás y no estar conmigo esa noche, acompañándome para que llegara sana y salva a mi camioneta. Furiosa con Erin por haberme convencido para ir a esa estúpida fiesta e incluso más furiosa conmigo misma por haber accedido. Furiosa con el desgraciado semiinconsciente que babeaba y sangraba sobre el asfalto a unos centímetros de mí. Y como un basilisco con el extraño que tenía mis llaves y me acusaba de ser una irresponsable y una imprudente. —¿Así que es culpa mía que él me haya agredido? —Tenía la garganta en carne viva, pero hablé a pesar del dolor—. ¿Es culpa mía que no pueda caminar desde una casa hasta mi coche sin que uno de vosotros trate de violarme? —Ahora pronuncié yo aquella terrible palabra para que viera que no estaba tan afectada. —¿Uno de vosotros? ¿Me vas a meter en el mismo saco que a ese cabrón? —dijo señalando a Buck pero mirándome a los ojos a mí—. Yo no tengo nada que ver con él. Entonces fue cuando me fijé en el fino aro plateado que llevaba en el lado izquierdo del labio inferior. Genial. Estaba en un aparcamiento, sola, con un extraño ofendido y con piercings en la cara que todavía tenía mis llaves. No podía aguantar nada más esa noche. Y aunque intentaba mantener la calma, un sollozo salió de mi garganta. —¿Puedes devolverme mis llaves, por favor? Estiré la mano y deseé dejar de temblar de una vez. Tragó saliva sin dejar de observarme y sostuve la mirada de sus ojos claros. No podía decir de qué color eran en la penumbra, pero contrastaban llamativamente con su pelo oscuro. Su voz ahora fue más suave, menos hostil. —¿Vives en el campus? Deja que te lleve. Después puedo volver andando para coger mi moto. Como ya no me quedaban más ganas de discutir, asentí estirando el brazo para quitar mi bolso de en medio. Me ayudó a recoger el brillo de labios, la cartera, los tampones, las gomas del pelo, los bolis y los lápices tirados por el suelo y a meterlos en mi bolso. Lo último que recogió fue un condón con su envoltorio. Él carraspeó y me lo tendió. —Eso no es mío —dije retrocediendo un poco. Él frunció el ceño. —¿Estás segura? Apreté la mandíbula intentando no volver a ponerme furiosa otra vez. —Del todo. Él volvió a mirar a Buck. —Cabrón. Probablemente iba a… —Me miró a los ojos y después de nuevo a Buck con el ceño aún más profundo— eh… ocultar las pruebas. Ni siquiera podía contemplar esa posibilidad. Él se lo metió en el
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