Desaparecido. Memorias de un cautiverio (Mi paso por el Club Atlético, Banco, Olimpo, Pozo de Quilmes y ESMA) Mario Villani - Fernando Reati 1 A Jorge Gorfinkiel, querido compañero de militancia y de profesión, amigo entrañable, secuestrado en una cita conmigo, prisionero en el Club Atlético y El Banco. A Juana Armelín, prisionera en El Banco. Fue mi inolvidable oasis afectivo. Los dos están desaparecidos, pero siguen vivos en los que los queremos y en los lugares donde dejaron su huella solidaria. Mario Villani A César Passamonte (“Beto” o “Gringo”) y José Honorio Fernández (“Santi”). El 2 de setiembre de 1976 el destino nos reunió a los tres, por primera y única vez, cuando la policía allanó el departamento de Córdoba donde yo vivía con mis padres. Ellos no sobrevivieron, yo sí. Hoy sus cuerpos no están pero su memoria sigue viva en quienes los quieren y recuerdan. Fernando Reati 2 Agradecimientos A Rosita, mi querida esposa, no sólo por el marco de amor que me brindó para desarrollar mi nueva vida, sino también por sus sutiles y agudas observaciones y su infinita paciencia. Al Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni por el honor de prologar este libro y por su invalorable aliento. Muy especialmente, a Nora Strejilevich por su atenta lectura, inteligentes señalamientos y correcciones de estilo. A Ana María Careaga por sus atinados consejos y por su apoyo. A Carlos Slepoy y Susana Poch por su también atenta lectura y acertadas sugerencias. A Roberto Ramírez, Jorge Allega, Juan Carlos Guarino, con quienes compartí cautiverio, reflexiones y apoyo mutuo en momentos difíciles. A todos aquellos sobrevivientes, muchos para nombrarlos aquí sin correr el riesgo de omisiones, con quienes discutí, acordando o no, diversas cuestiones que nuestra común experiencia nos suscitó. A mi familia y a mis amigos que han sabido soportarme y apoyarme. Y, finalmente, a mis tres nietos que, sin sospecharlo, constituyen el refugio al que llego en busca de alivio, cada vez que vuelvo de mis duros viajes al pasado para la escritura de estas memorias. Mario Villani Son muchas las personas a las que debo agradecer por su aliento y sus intervenciones (grandes o pequeñas, presentes o pasadas) que me posibilitaron encontrar el tiempo y el deseo de colaborar en la escritura de este libro. Mi agradecimiento va en primer término a Yvette, mi esposa, por su paciencia, apoyo y comprensión durante las interminables horas que pasé transcribiendo al papel las entrevistas grabadas. También a Nora Strejilevich, por su lectura atenta del manuscrito y las correcciones y sugerencias que sólo una persona como ella, con su experiencia de escritora y de sobreviviente, podría hacer. A Ana María Careaga, por las charlas que tuvimos sobre este proyecto en medio de su ajetreada tarea en el Instituto Espacio para la Memoria de Buenos Aires. A Rosita, la esposa de Mario, por su jovial amistad y sobre todo por ser el pilar que sostuvo a Mario en tantos años de lucha por la memoria. A mi sobrina Antonella de Miami por alegrarme la vida con sus juegos cada vez que venía de entrevistar a Mario, y a su mamá Albita por ser tan buena anfitriona cuando me alojé en su departamento. También a mis sobrinos de Argentina (Vicente, Carolina, Gastón, Estefanía, Carla y ahora Margarita) que me inspiran a continuar esta tarea: a ellos pertenece el futuro y su generación decidirá qué hacer con estas historias. A mi hermano Gustavo, a quien en 1976 le tocó en suerte el papel menos reconocido y tal vez más difícil durante la represión: cuidar de toda la familia cuando mis padres se exiliaron y mi hermano Eugenio y yo fuimos a la cárcel; a mi prima Inés que a riesgo de su vida escondió a mis padres mientras buscaban cómo escapar, y a mi prima Graciela que también sufrió por la familia. A mi cuñada Alba y sus hijas Luciana y Virginia en Buenos Aires, que me permitieron asomarme al mundo doloroso de H.I.J.O.S. Al doctor Avrum Weiss, el extraordinario terapeuta de Atlanta que me enseñó a hablar sobre el trauma y a aprender de él. A Ralph y Evelyn Lehman, mis “padres” norteamericanos, que me recibieron hace años en su hogar de St. Louis cuando salí de Argentina y hoy continúan siendo parte de mi familia. Y al Center for Human Rights and Democracy (CHRD) de Georgia State University, por su generoso apoyo que permitió en parte la concreción de este proyecto. Fernando Reati 3 INDICE Prólogo (Eugenio Raúl Zaffaroni) Introducción (Fernando Reati) 1. A modo de presentación 2. El secuestro 3. Club Atlético 4. El Banco 5. El Olimpo 6. Pozo de Quilmes 7. Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) 8. Libertad y después 9. Bibliografía 10. Base de datos de Mario Villani: lista de secuestrados 11. Base de datos de Mario Villani: lista de represores 4 PROLOGO (Carta de Eugenio Raúl Zaffaroni, Ministro de la Corte Suprema de Justicia, a Mario Villani) Querido Mario: Cuando me invitaste a escribir este prólogo, sentí que se trataba de un enorme desafío, el de una víctima a un penalista. Pero no sos la víctima del delito común, sino del propio estado, del que el derecho pretende que su más elemental razón de ser es precisamente evitar la victimización. Creo que inconscientemente, en el fondo de la invitación me formulabas un interrogante, algo así como: Decime ¿cómo fue posible? La verdad es que me lo pregunté muchas veces. Hace treinta años que vengo meditando la respuesta y creo que me voy aproximando a ella, aunque tal vez nunca la alcance del todo. Quizá parte de la respuesta se halle en la misma razón de ser del prólogo que me pedís. ¿Cómo es posible este prólogo? Si, efectivamente, lo pensamos fuera del contexto que hemos vivido es casi increíble. Si las cosas hubiesen sido diferentes —normales por así decir— tal vez vos y yo nos hubiésemos encontrado enfrentados. Podía haber sido el juez que te sentenciase. Y ahora estoy prologando tu testimonio. En esta paradoja está la primera clave: no hubo dos demonios, sino un infierno que impidió ese enfrentamiento. Cualquiera sea el juicio sobre lo que vos y otros muchos más hayan hecho, el infierno me une a vos en solidaridad con tu dolor de víctima sobreviviente de campos de concentración. Esto es posible porque la brutal ruptura de toda racionalidad nos une a los que en el derecho debíamos estar enfrentados, simplemente porque aniquiló al derecho y lo reemplazó por el crimen de estado, acabó con el orden y entronizó el caos del estado secuestrador, violador, asesino. Imaginemos una escena hace muchos años. Imaginate que vos eras el procesado y yo el juez —o a la inversa, no importa— y de pronto, en medio de la audiencia, se hubiese desatado un terrible terremoto y juntos nos hubiésemos cobijado debajo de 5 alguna mesa fuerte mientras caían pedazos de mampostería. Algo así ha sucedido y por eso es posible este prólogo. Pero si cortase aquí estas líneas dejaría en el tintero algo muy importante y que hace a la pregunta que inconscientemente me lanzas. ¿Cómo fue posible el terremoto mismo? ¿Qué me decís vos con todo tu derecho penal de esto? ¿Dónde quedaron tus penas supuestamente justas y proporcionales? ¿Qué me decís de la racionalidad del derecho cuando el estado se vuelve asesino? Estas mismas preguntas me las he formulado muchas veces y al final, después de consultar a los hombres sabios y ver que muchas de sus respuestas estaban vacías, llegué a la conclusión de que el poder penal del estado no es algo racional, sino un puro hecho político que sirve fundamentalmente para canalizar venganza, pero que no lo podemos suprimir porque nuestra civilización, por el momento al menos, no lo permite. Quizá algún día pueda desaparecer, pero eso sólo podría suceder mediante un formidable cambio civilizatorio que no está en las pobres manos de los penalistas. Y menos aún cuando creen que manejan ese poder. En realidad, lo único que podemos hacer es esforzarnos por contenerlo y acotarlo. El derecho penal que sirve al ser humano es el que proyecta el agotamiento del poder jurídico en la contención del poder represivo, filtrándolo en la forma más racional posible. Pero cuando nos quitan de las manos esa posibilidad de filtro de contención, no sólo el derecho penal sino todo el derecho desaparece y el estado se vuelve el peor de los criminales. Y esto pasa cuando no se puede contener la construcción de un chivo expiatorio, de un Satán, que en hebreo significa enemigo, al que se atribuyen todos los males y se le asigna el poder de una fuerza destructiva como amenaza universal. En ese momento se descontrola la venganza y quienes debían canalizarla se vuelven aliados de ella. Ese es el terremoto que cobra víctimas borrando los antagonismos que en el mundo jurídico podía haber, porque ese mundo deja de existir, simplemente porque el crimen nunca puede ser derecho. Es el caos provocado por quienes proclaman el orden y la máxima degradación ética del estado. Por eso, Mario, debemos estar siempre atentos a estos signos. Todos los días se lanzan semillas de caos cuando se quieren construir nuevos Satanes, que por suerte en la 6 inmensa mayoría de los casos caen en terreno estéril o pierden poder germinativo. Pero no podemos jugar ni distraernos, porque alguna puede germinar y arrasar al derecho. No será en tal caso el derecho penal lo que pueda contener el fenómeno, porque es éste el que en esos casos resulta arrasado. Somos nosotros, es nuestra cultura y nuestra civilización que debe romper el ciclo de las masacres estatales que en el siglo pasado se llevaron más de cien millones de vidas humanas. Es así: cuando el derecho penal se neutraliza en su función de filtro selectivo racional de ese poder que no manejamos, cuando se inutiliza el semáforo jurídico que da luz verde a algún poder represivo, luz roja a otro y amarilla para pensarlo, quedamos aplastados sobre el pavimento. Te confieso que no lo había entendido antes de darme cuenta de la magnitud del crimen que se estaba cometiendo. Yo también creía que manejaba el poder represivo, porque me habían enseñado a creerlo y jamás me permitieron ponerlo en duda. No ignoraba las atrocidades cometidas en otros países, había vivido en Europa y había escuchado y leído de todo, pero creía que estaba lejos, que nuestro país era diferente, que eso era resultado de particulares desarrollos exóticos. Ahora sé muy bien que puede pasar en cualquier lado, que no manejo el poder represivo, que sólo puedo contribuir a contenerlo y filtrarlo y, además, aprendí que su naturaleza es peligrosísima y altamente perversa. Por lo menos, el dolor de los que sufrieron lo que testimoniás me ha servido para espantarme ante su explosión y darme cuenta de eso. Al leer tu relato, no puedo dejar de pensar en Viktor Frankl, el psicólogo que sobrevivió al campo de concentración nazista. Se preguntó qué fue determinante para la supervivencia de algunos y concluyó que había algo diferencial y al análisis de eso dedicó el resto de su vida, construyendo una entera teoría psicoanalítica de vertiente existencial: la logoterapia. No pretendo meterme en campo ajeno, pero algo hay en eso, por lo menos un fondo de verdad, que tu relato parece confirmar. Pasando las páginas me preguntaba si yo hubiese tenido tu fortaleza para sobrevivir. En frío no creo tenerla, pero viviendo el infierno no sé si no la tendría, o sea, que no puedo responderme esa pregunta. Vos — como Frankl— sabés que la tenés. 7 No sé si estas líneas te sirven de prólogo. Por lo menos espero que nunca volvamos a estar juntos debajo de la mesa, para lo cual debemos tener las antenas bien alertas para detectar los signos amenazadores. Te mando un abrazo. E. Raúl Zaffaroni (Guatemala, abril de 2011) 8 INTRODUCCIÓN No estoy obsesionado con la muerte sino con los muertos, con las víctimas. Me pregunto constantemente si no los traiciono, ya sea por hablar o por no hablar lo suficiente. Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto (Harry James Cargas in Conversation with Elie Wiesel) Maldito sea aquel que se mantiene en silencio después de recuperar la libertad. Graffiti hallado en la letrina de un campo de trabajo soviético (Terrence Des Pres, The Survivor: An Anatomy of Life in the Death Camps) Pon atención, y no te olvides de cuanto has visto con tus ojos para no dejarlo escapar nunca de tu corazón. Antes bien, enséñaselo a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Antiguo Testamento (Deuteronomio 4.9) A comienzos de 2005, Betina Kaplan, una profesora argentina que enseña literatura latinoamericana en University of Georgia (en la ciudad de Athens, a hora y media de Atlanta), me telefoneó para avisarme que un ex desaparecido venía a dar una charla en su universidad. Ese individuo —me explicó Betina— tenía una particularidad muy especial: había estado secuestrado tres años y ocho meses en cinco centros clandestinos de detención y tortura durante la dictadura militar de los años 70. Betina quería saber si la universidad donde yo enseño, Georgia State University, estaba interesada en patrocinar una charla de este ex detenido que ahora residía en Miami. Le dije que me interesaba la idea y, tras conseguir algunos fondos, organicé una charla en mi universidad y otra en el Centro Presidencial Jimmy Carter. Así fue como conocí a Mario César Villani. Villani es un físico licenciado por la Universidad Nacional de La Plata en 1968. Nacido el 25 de mayo de 1939 en Buenos Aires, tenía 38 años cuando fue secuestrado en plena calle el 18 de noviembre de 1977 para ser llevado al primero de los cinco centros clandestinos donde permaneció hasta agosto de 1981. En su juventud ingresó al Liceo Naval Militar de Río Santiago, y uno de sus recuerdos más perdurables es cuando en 1952, con apenas 13 años de edad, hizo guardia junto al féretro de Eva Perón como cadete del Liceo. Sin embargo, a los 16 años pidió la baja durante la presidencia de 9 Aramburu, poco después del golpe militar de 1955 contra Juan Domingo Perón, desilusionado y, según confiesa, sintiéndose indisciplinado y harto del régimen militar. A los 17 años ingresó a la Facultad de Ingeniería de La Plata pero al poco tiempo comenzó a cursar la licenciatura en Física. Tras recibirse fue profesor adjunto de Física y Matemáticas en distintas facultades de La Plata, mientras simultáneamente llevaba a cabo trabajos de investigación en Espectroscopía por Microondas en la Facultad de Ciencias Exactas. Su concientización política comenzó durante la dictadura de Onganía y se acentuó cuando en 1974 se lo designó Secretario Académico de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de La Plata. Poco a poco se acercó al peronismo de izquierda y profundizó su actividad gremial en la Asociación de Trabajadores de la Universidad de La Plata (ATULP) y en la Juventud Trabajadora Peronista (JTP). Cuando comenzaron los asesinatos de opositores por parte de la Triple A, durante el gobierno de Isabel Perón, renunció en protesta junto con todos los decanos y secretarios académicos de la universidad. Para escapar de las amenazas de la Triple A dejó La Plata y se mudó a Buenos Aires, donde en 1975 ingresó a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Sin embargo, al producirse en abril de 1976 la desaparición de su amigo y compañero de militancia en la CNEA, el físico Antonio Misetich (hermano de Mirta Misetich, secuestrada y desparecida en julio de 1971 junto con su compañero Juan Pablo Maestre), presentó su renuncia y comenzó a trabajar dando clases privadas. Cuando fue secuestrado en noviembre de 1977 llevaba un tiempo viviendo solo para no poner en peligro a su familia, aislado de su compañera y amigos y siempre con temor a ser localizado. Tras ser liberado, casi cuatro años más tarde, ocupó un puesto en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), integró la Asociación de Ex Detenidos- Desaparecidos y, hasta su mudanza a Miami en el año 2003, fue miembro del grupo encargado de la recuperación arqueológica de las ruinas del antiguo campo de concentración Club Atlético en Buenos Aires. El 21 de febrero de 2005 Villani dio la charla en Atlanta, que anuncié con el siguiente título: “Surviving State Terror in Argentina: A Conversation with a Former Desaparecido” (Sobrevivir el terrorismo de Estado en Argentina: una conversación con un ex desaparecido). Debajo del título, una breve descripción aclaraba que Mario Villani, 10