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De La Alquimia A La Quimica PDF

168 Pages·2016·1.95 MB·Spanish
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DE LA ALQUIMIA A LA QUÍMICA Autor: TERESA DE LA SELVA COMITÉ DE SELECCIÓN EDICIONES PRÓLOGO I. IDEAS ALQUÍMICAS DE UN FRAILE INGENUO Y OBJECIONES DE OTRO NO TANTO II. DE LA HERRERÍA A LA TABERNA VAN Y VIENEN LAS NOTICIAS Y EL SABIO AFIRMA QUE LO QUE SE TRABAJA CON EL FUEGO, ALQUIMIA ES, YA SEA EN UNA FRAGUA O EN LA ESTUFA DE LA COCINA PARADA TÉCNICA III. EN DONDE SE VE QUE, EN 1690, MECÁNICA Y ASTRONOMÍA VAN POR DELANTE DE LA QUÍMICA Y QUE ÉSTA VA POR BUEN CAMINO. PERO A LA PREGUNTA: ¿QUÉ ES EL FUEGO? SE TOMA EL CAMINO EQUIVOCADO Y SE VIVE DE ILUSIONES IV. EN DONDE ARRECIAN LOS DESCUBRIMIENTOS DE SUSTANCIAS AERIFORMES Y NO SE PERCIBE LO QUE SE TIENE BAJO LA NARIZ. Y EN DONDE SE VE QUE UN SIGLO DESPUÉS DE LOS PRINCIPIA SE ENUNCIA UNA LEY FUNDAMENTAL Y NACE LA QUÍMICA PARADA TÉCNICA V. EN DONDE SE COMPARAN BORLAS ANTIGUAS Y QUIETAS CUANDO SE ASISTE A UNA CONFERENCIA Y SE TOMA EL TÉ CON UN SOMBRERO ELEGIBLE. EN DONDE EL DÍA ÚLTIMO DEL AÑO SE COMPARAN VOLÚMENES Y SE DISCREPA, PERO UN ERUDITO RESUELVE LADISCREPANCIA. REFERENCIAS GENERALES CONTRAPORTADA COMITÉ DE SELECCIÓN Dr. Antonio Alonso Dr. Juan Ramón de la Fuente Dr. Jorge Flores Dr. Leopoldo García Colín Dr. Tomás Garza Dr. Gonzalo Halffter Dr. Guillermo Haro † Dr. Jaime Martuscelli Dr. Héctor Nava Jaimes Dr. Manuel Peimbert Dr. Juan José Rivaud Dr. Emilio Rosenblueth Dr. José Sarukhán Dr. Guillermo Soberón Coordinadora Fundadora: Física Alejandra Jaidar † Coordinadora: María del Carmen Farías EDICIONES Primera edición, 1993 En la portada: El gran duque Francisco I de Médicis experimentando, de San van der Straet, llamado Stradanus. En el laboratorio de alquimia ha de producirse la "piedra filosofal". Los aparatos que se emplean son, en primer plano, un destilador con serpentín de refrigeración sobre un hornillo, a la derecha un enjuagador, al fondo un destilador al baño María y a la izquierda una prensa de vegetales con plantas. Junto al sabio, de anteojos y birrete, el gran duque realiza trabajos prácticos. En calidad de fámulo le asiste una mujer en ropas de hombre identificada como Blanca Capello, su favorita y, más tarde, su segunda esposa. La Ciencia para todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Subsecretaría de Educación Superior e Investigación Científica de la SEP y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. D.R. © 1993, Fondo de Cultura Económica, S. A. de C.V. Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D.F. ISBN 968-16-3740-2 Impreso en México PRÓLOGO AL LECTOR: Mi intención al escribir este libro es compartir, a través de un viaje imaginario encapsulado en el tiempo, la emoción que causa llegar a la comprensión de una verdad sobre la Naturaleza. Esta emoción, como la pretendo generar aquí, no es muy diferente de la que experimentaría quien después de remover trastos viejos y alzar polvo en un cuarto abandonado, encontrara los centenarios de la bisabuela. La ciencia es aventura del raciocinio y de la imaginación y aunque el diccionario no la define así, así la vive quien la practica, sin importar si su capacidad personal es genial o modesta y sin importar si el tema del que se ocupa producirá oro a largo plazo, a inmediato plazo o nunca. Aunque sí, desde luego, con la preocupación de haber asegurado el pan de cada día. Para intentar hacer vivir aunque sea en forma indirecta y somera el destello de gozo que le puede dar a la vida el comprender algo del funcionamiento de la Naturaleza, me he centrado en las preguntas particulares: ¿de qué está hecha la materia que nos rodea y de la que formamos parte?; ¿es válido suponer que está formada por la agregación interactiva de partículas indestructibles?; ¿existen la o las partículas últimas? Para felicidad de los jóvenes con vocación de científicos, aún quedan inmensas incógnitas por explorar al respecto, pues estas preguntas, ambiciosísimas, no han recibido al día de hoy la contestación definitiva a su sentido absoluto, sino sólo respuestas parciales. En este libro se trata únicamente del primer nivel de respuestas racionales, el que da la química clásica. Es decir, se plantean las preguntas al nivel en que por partículas se está entendiendo a los átomos, y serán estas preguntas los hilos que nos guíen desde la complejidad y oscuridad de la alquimia a la sencillez y luminosidad de la teoría atómica de Dalton y de Avogadro. Así pues, no se llega aquí al nivel de respuestas sobre la estructura de los átomos ni mucho menos al nivel de las respuestas de frontera sobre las posibles partículas últimas... ¿Los quarks? Hasta donde se puedan conocer en estos últimos años del segundo milenio después de Cristo. Al leer este libro harás un viaje, de ficción, aunque no absurdo, con personajes imaginarios pero no imposibles, al lado de las inteligencias y voluntades reales que lucharon para hallar respuestas. En este revivir sólo se te pide que te ubiques en cada época por la que transcurras, tratando de hacer a un lado el lenguaje científico que ya conoces, o que se ha filtrado a tu vida diaria sin sentir, a través de los medios de comunicación, y te posesiones de las preguntas. Que te digas a ti mismo ¿cómo me convencería de que la materia está hecha de átomos?; ¿de cuántas clases?; ¿cómo darme cuenta de que la materia, a nivel de lo pequeñísimo, no es una suerte de pasta informe y continua?; ¿qué son los elementos químicos?; ¿qué es una transformación química? No es la intención oculta de este libro enseñar rudimentos de química, para ello ya hay suficientes libros buenos. Mi intención declarada es hacerte vivir una emoción por poder, pero la consideraría fútil si no pretendiera que quedara en tu mente algo más que la memoria de una lectura fugaz. Mi deseo es que al final admitas el hecho, no evidente y olvidado, de que la comprensión racional del mundo material que nos rodea es uno de los actos más auténtica y exclusivamente humanos que puedan darse. Por otra parte, deseo que aprecies que el conocimiento de la Naturaleza y de los beneficios o maleficios tecnológicos que de él se derivan o se puedan remediar, lo hemos heredado del esfuerzo de muchos y para que una nación se lo apropie y lo incremente en el presente, para su beneficio, se requiere la paciencia y el esfuerzo de otros muchos, continuadores de una tradición de búsqueda de conocimiento. Para decirlo en forma llana, el conocimiento de la Naturaleza no es asunto de "enchílame otra", ni fruto instantáneo de un decreto de gobierno, por muy bien intencionado que sea, aunque sí, fruto de lenta maduración, susceptible de malograrse, si no hay un consenso claro de protegerlo y fomentarlo. Por equipaje basta tu buena voluntad y un barniz de humanidades. Ayuda de emergencia la encontrarás en las notas de pie de página. Una última aclaración antes de partir. Si tus intereses en la vida no han estado hasta ahora relacionados directamente con la química y si decides emprender este viaje, más vale que lo termines, pues de otra manera corres el riesgo de quedarte con los conocimientos de la época en que lo suspendas. I. IDEAS ALQUÍMICAS DE UN FRAILE INGENUO Y OBJECIONES DE OTRO NO TANTO DIGAMOS que nos hallamos a principios del siglo XIV, en algún lugar de Europa, en el laboratorio de la botica de un convento. En él se encuentra escribiendo el aprendiz Zenón. La botica está atestada de redomas, alambiques y frascos, un hornillo, un crisol, muchas cucharillas y pinzas, un par de morteros y varias retortas y fuelles. La escena no sería sorprendente si no fuera porque Zenón está tratando de llevar una relación de sus experimentos con la idea de aclarar las dudas que lo asaltan constantemente. Ha empezado a dudar sobre lo que hasta ese momento habían sido verdades incontrovertibles. Se siente totalmente inseguro, ¡quién lo diría! ¡Los templarios!... Se murmuraba que su poder era enorme porque conocían el secreto de la PIEDRA, es decir el procedimiento para convertir en oro los otros metales... y en cuanto al elíxir de la vida... ¡Pobres monjes! de haberlo tenido no habrían perecido y menos tan dolorosamente. ¡Los poderosos templarios! Los poderosos de ayer, hoy desaparecidos, huidos, las cenizas de sus muertos esparcidas a los cuatro vientos.1 Y si ellos no tenían el secreto... ¡porque es seguro que no lo tenían! De haberlo tenido no sólo se hubieran defendido, sino que hubieran prevalecido. Sin embargo, no fue así. ¿Será porque el secreto consiste en algo imposible? ¿Sus propias dudas, las dudas de Zenón, serán entonces legítimas? Pero lo peor para Zenón, al percibir las primeras cuarteaduras de la explicación del mundo corriente en su época, de la physica, que ya está empezando a sonar falsa, no son tanto las dudas que lo rondan como moscardones cada vez que recibe las lecciones de fray Gildardo y cada vez que estudia sus propias experiencias, o lee los libros tan oscuros y difíciles de entender, sino el darse cuenta de que lo más importante para él, ya no es aprender para curar a los hermanos, ni para fabricar substancias que hagan la vida de todos más fácil y a la Orden más rica y poderosa, sino comprender por PROPIA CUENTA. ¡Justo como si los antiguos hubieran sido unos mentirosos! Pero ése es el asunto, ésa es su inquietud, ya no creerles, sino verificar él mismo sus afirmaciones, hallar la verdad sobre la constitución de la materia y sobre la transmutación de los metales, por sí mismo. Y así, mientras se cuecen lentamente en las retortas los extractos de las más diversas plantas, Zenón lee y practica la alquimia con la anuencia de fray Gildardo, su maestro, ahora boticario del convento, en casos de emergencia hasta herrero y siempre a cubierto o a descubierto, filósofo alquimista. Fray Gildardo acusa a Zenón de curioso, pretencioso y rebuscado; al muchacho en realidad esto no le importa mayormente y fray Gildardo sabe que es injusto con él. Porque en el fondo Zenón tiene razón, la mayor parte de los libros son un enredo incomprensible y lo peor del caso es que han sido escritos deliberadamente así. ¿Para ocultar secretos valiosos? ¿Para esconder la propia ignorancia, porque en verdad no entienden lo que ocurre en los procesos del laboratorio?, o lo que no es peor, ¿para obtener ganancias ilícitas? ¿Para darse importancia? ¿Por diabólico afán de confusión? Según Geber,2 no hay que permitir que la facilidad con que se puede obtener el oro lleve al adepto a revelar el secreto, ni a la esposa, ni al hijo más querido, menos aún a cualquier otra persona, porque el oro se fabricaría tan comúnmente como el vidrio en los bazares y el mundo se corrompería. ¡Mira cuánto escrúpulo, viejo mañoso!, murmura Zenón. Otra debe ser la razón, por la que fray Gildardo le recomienda que si ha de describir, describa lo oscuro mediante lo más oscuro y lo desconocido mediante lo más desconocido.3 ¿Quizá porque el hallazgo de la Piedra deberá ser una revelación divina ganada a pulso en el laboratorio por el adepto y no sacada de los libros? Y sin embargo, ocurre que el mismo que le aconseja oscuridad para escribir, lo conmina al estudio total de las palabras de los filósofos alquímicos. Luego entonces fray Gildardo aún tiene la esperanza de que algo se encuentre por la lectura de los libros y no hay por qué asombrarse de esta contradicción en fray Gildardo, cuando el mismo Geber admite: "Mis libros son numerosos y la ciencia está dispersa en ellos. Quien se ocupe de reunirlos, reunirá la ciencia, se encaminará a su meta y tendrá buen éxito, porque he descrito toda la ciencia sin guardar en secreto ninguna parte de ella; el único enigma está en su dispersión." En efecto, no hay un capítulo que esté completo en sí mismo, todos son oscuros y están mezclados a tal grado que uno se pierde en ellos, la ciencia está confundida y mezclada con otras cosas. "¡Lee, trabaja, cuece, destila!", es lo que fray Gildardo le dice sin cesar, pero cosa curiosa no le dice "¡observa, reflexiona, duda, ordena!" Es extraño, tal parece que su maestro considera la opus (obra) en varios niveles. En uno de ellos, parecería que mientras se esfuerza sobre las substancias y las transforma, el mismo adepto se transforma en su interior, y las operaciones en el laboratorio, que tienen una finalidad práctica, al mismo tiempo constituirían una disciplina para prepararlo a recibir el SECRETO, siempre que se mostrara digno de ello. Así, detrás de la finalidad práctica parece haber una finalidad mística. Las operaciones del laboratorio serían símbolos de la transformación de su persona, y viceversa. Unos cambios son la analogía de los otros y el logro práctico de obtener oro depende de cómo y de qué manera su trabajo haya transformado su alma y su mente, y bien pudiera ser que la Piedra Filosofal fuese también el logro de una revelación sobre sí mismo. ¡Cuán evasivo se muestra a este respecto su maestro! ¡Qué poco claro es! ¡Y cómo desdeña todo intento de clasificación u ordenamiento! Dentro de poco entrará fray Gildardo a discutir sobre lo que ha leído. Mejor será que ordene sus ideas, quizá esta vez pueda hacerle comprender su punto de vista. —En esencia, el asunto de la constitución de la materia es lo que entusiasma a los filósofos griegos, pero no se interesaron por llevar a cabo la transmutación de una piedra, como se suele llamar a los metales, en otra... —¡Cuidado, ya estás otra vez hablando con ligereza de las operaciones de la opus divina que nos ocupa! Los griegos no se interesaron por la elevación y perfeccionamiento de los metales bajos e impuros, en el oro perfecto querrás decir. Y la razón me parece es que no se mostraron dignos de esta empresa sublime. —¡Oh no, más bien yo diría que consideraban servil y poco digno de un ciudadano libre fatigarse usando las manos. Las experimentaciones con la materia las estimaban asunto propio de los esclavos o de los bárbaros. Para ellos lo interesante era construir a base de lógica una explicación racional y razonable del mundo. Postularon que éste es comprensible, así que bastaría con el ejercicio de la inteligencia para hallar de qué manera está hecho. —Sí, sí, se ve que el arte de trabajar los metales para las armas y los tintes y los vidrios para el vestido y el adorno lo heredaron de los egipcios y los babilonios; en nuestra obra, por el contrario, no se trata de lo que nos parezca razonable o no, se trata de trabajar y obtener el resultado, no de probar que somos muy listos, así que te puedes ahorrar el relato de todas estas elucubraciones. Por otra parte, tampoco nos interesa utilizar el Arte Mayor para alimentar la vanidad de este mundo. Insisto, procura en tu trabajo ir siempre en la dirección que eleva y no en la que rebaja y no te refieras a estas maneras de proceder como equivalentes, recuerda lo que dice el rey Alfonso el Sabio,4 "Por eso los que se ocupan de alquimia, a la que llaman la obra mayor; deben parar mientes que no dañen el nombre del saber, pues alquimia tanto quiere decir como maestría para mejorar las cosas que no empeorarlas. De donde, los que toman los metales nobles y los mezclan con los viles, no entendiendo el saber ni la maestría, hacen que no se mejore el vil y dañase el noble, y así hacen gran yerro en dos maneras: la una que van contra el saber de Dios, y la otra, que hacen daño al mundo." —Volviendo a tus lecturas, si te he recomendado que leas a los antiguos, es para que te convenzas de que nada menos que Aristóteles, el griego que tanto admiras, acepta la existencia de los cuatro elementos postulada por Empédocles. Todo, óyeme bien, todo está formado por partículas pequeñísimas de sólo cuatro clases, de aire, de agua, de fuego, y de tierra. Y no sólo ellos, el mismísimo Platón hasta sugiere cuáles formas hayan de tener; las de fuego según él, tienen forma de tetraedro, las del aire de octaedro, las del agua, de icosaedro; y las de tierra de cubo. Así, no veo por qué haya de ser en principio imposible alterar las proporciones de estos cuatro elementos en las piedras no perfectas hasta ajustarlas a la proporción áurea, es decir, a la proporción propia y perfecta del oro. Zenón permaneció callado mientras en su mente se preguntaba con sarcasmo cuándo y cómo Platón había visto las partículas de los elementos y se decía: el filósofo piensa que deben tener esas formas porque son bellas, porque su área se puede conocer, y sobre todo, pensó irreverente, porque son las que él puede imaginar por construcción a base de triángulos. Fray Gildardo, juzgando que su lección ya se habría abierto camino en el entendimiento de su novicio, continuó: —Ahora, dime tú, si observas con cuidado a tu alrededor, en el laboratorio se sublima, se destila, se calcina, se disuelve, se cuece. ¿Por qué crees que lo hacemos? —Para cambiar las proporciones de los elementos en las piedras y así transformar las bajas o impuras en las nobles. —¡Bien contestado! Pero notarás que nuestras operaciones son más drásticas que las que observas en la Naturaleza, ¿cuáles son éstas? —Crecimiento, maduración, envejecimiento, fermentación, coagulación, putrefacción, evaporación y fijación. —¡Ajá! Como ves, todo es cambio, todo es proceso, unas sustancias se transforman en otras. Comemos, y lo que comemos se transforma en carne, huesos, pelo, sangre, etc.; el vino se transforma en vinagre; el azúcar, en alcohol. Nosotros los alquimistas buscamos el proceso, el camino, la vía, la sucesión de transformaciones que conviertan a cualquier substancia en oro. Podríamos decir que buscamos la semilla, porque es indudable que los metales en la Naturaleza crecen como las plantas; así en la Naturaleza, que es sabiduría de Dios, ocurre un proceso de perfección o elevación incesante; dado tiempo suficiente, los metales bajos, como plomo y cobre, terminarán por convertirse en oro. Nosotros en el laboratorio, tratamos no sólo de hallar el proceso, sino de acelerarlo porque nuestra vida es corta Algunos piensan que los metales se desarrollan en el interior de una suerte de huevo en las profundidades de la Tierra como los huesos en el interior de un embrión; así, yo creo que cuando se habla del huevo filosofal, se trata de un símbolo referente a la materia dentro de la retorta en cuyo interior se busca que ocurra rápidamente la misma maduración del oro que en la Naturaleza ocurre lentamente. Es preferible hablar de semilla, recuerda cómo para iniciar una cristalización se comienza con un pedacito. Hablar de huevo filosofal me parece una exageración propia de mentes frívolas que se dejan seducir por la forma de la retorta. —Sí, ya veo, es indudable que su forma recuerda al cántaro materno... —O a una gaita —añadió sonriente fray Gildardo y continuó—. ¡No faltan los superficiales que sólo se atienen a las apariencias creando confusión! Las retortas se construyen así desde la Antigüedad porque así cumplen bien las funciones que les son propias como la destilación o como la captura de espíritus; su forma, estoy seguro, no influye en los procesos que ocurren dentro de ellas. —¡Claro que no! Eso sólo ocurre en la magia. —¿Qué dices? ¿Qué sabes tú de magia? —interrogó fray Gildardo con ceño fruncido y alarmado—. —No, nada, sólo que, bueno, que... —¿Que, qué? —Pues... que magia es la realización de formas, gestos o ritos con un objetivo determinado pero sin relación causal ninguna con el efecto que se persigue. —Como el estudiante, que va a la biblioteca, oye al maestro, se viste como estudiante, habla como tal, hace todos los gestos y toma todas las poses de un estudiante, hasta asiste a las lecciones, pero no estudia y cree que va a aprender. ¡Ejemplo acabado de magia vivida!—concluyó fray Gildardo moviendo la cabeza—. —Volviendo a lo nuestro —continuó—, nota también que la meta de la opus es el oro alquímico, no sólo el oro metálico, sino el alquímico, es decir conjuntamente la Piedra Filosofal, el elíxir de la vida y la materia primordial. Sí, sí, no te asombres, la materia primordial, así como suena. Aristóteles también aceptó esta teoría que sostiene que todo lo que vemos, incluidos los cuatro elementos, son sólo condensaciones y enrarecimientos de una materia o substancia única. Éste es claramente otro punto de vista, y desde él, diría que nuestra meta es hallar la forma en que la materia primordial se supera en oro. Además, ya habrás leído que Geber considera que todos los metales están constituidos de sólo azufre y mercurio. Según este otro punto de vista, nada se opone tampoco a la posibilidad de ennoblecer los metales hasta convertirlos en oro. ¡Claro, siempre y cuando se atine con el secreto para poder modificar la proporción de estos principios en cada metal bajo! Así que tú ves que no se gana mucho con teorizar. Figura 2. Huevo filosofal. Pero de lo que Zenón dudaba era justamente de la posibilidad de la transmutación, y fray Gildardo, por su parte, primero la postulaba, después señalaba que las teorías de los sabios no se oponían a ella y finalmente interpretaba la evidencia experimental, negativa, al respecto, como debida a torpeza, indignidad o falta de imaginación del adepto. Viendo que una confrontación directa sobre el tema no lo llevaría más que a un disgusto, Zenón trató de irse por el camino de las preguntas. —Pero ¿por qué he de considerar al oro como más perfecto que la plata o que el cobre? —Porque es incorruptible. Te consta que el aceite de vitriolo5 no lo disuelve y por más que lo fundas no se estropeará. Además, ¿cuándo has visto orín de oro? Esto sólo puede deberse, hasta donde mi práctica me ha llevado, a que se compone de una proporción igual de los cuatro elementos; la plata, en cambio, no contiene suficiente fuego, por eso es blanca; y en cuanto al cobre, contiene fuego, tierra y aire, pero poca agua. Mira, ya tú sabes, la materia se representa como un cuadrado dentro de un cuadrado, así, y el oro al ser perfecto se representa mediante un círculo dentro de un cuadrado, y la plata mediante un triángulo; en el vértice superior, el aire, porque tiende a escapar hacia arriba, y en los vértices inferiores el agua y la tierra, la una porque se escurre y la otra porque se cae. —Pero ¿cómo probar tal cosa? Me refiero a la composición. ¿Cómo separar los elementos y volverlos a reunir en la proporción deseada? y ¿cómo concebir una alianza entre opuestos tales como agua y fuego? —Sí, sí, he aquí un punto delicado; por un lado, Aristóteles sostiene que los elementos cambian su Naturaleza al entrar a formar parte de un compuesto alquímico, pero por otro lado no pienses que necesariamente se trata del agua que se bebe cuando se escribe del elemento agua, pudiera tratarse del mercurio o de otro líquido, por ejemplo del alcohol, precisamente "agua ardiente", y además, quizá el término fuego tampoco deba entenderse tan literalmente. —¡Entonces, no podemos afirmar nada con certeza, porque no nos consta y ni siquiera estamos seguros de los términos que usamos!—exclamó indignado Zenón llevándose las manos a la cabeza—. Por fin —preguntó irritado—, ¿se afirma que todo está constituido por cuatro elementos, o se afirma que todo participa de lo líquido o

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