Lexis XXVI. 2 (2002): 441-467. Comunidades inimaginables: Benedict Anderson, Mario Vargas llosa, la novela y América Latina Gustavo Faverón Patriau Cornell University Benedict Anderson fundó una nueva perspectiva teórica con Imagi ned Communities a partir de su postulado de la fuerza de la imagina ción comunitaria, potenciada por los recursos de la industria editorial como elemento crucial en la formación de las naciones modernas. La copiosa secuela de críticas literarias que siguen la huella de sus breves lecturas de José Rizal, José Fernández de Lizardi, Mas Marco Kartodikromo, Pramoedya Ananta Toer y Mario Vargas Llosa no ha sido la menos significativa. Hay en estos días una profusión de expediciones académicas que parten a la caza de las "comunidades nacionalmente imaginadas" en buen número de novelas de toda ín dole. Pero, ¿cuáles de los postulados de Anderson son seguidos y cuáles discutidos, o confundidos, por la marea de estudiosos que citan su autoridad? ¿y cuáles de ellos se pueden transplantar sin contradicciones y simplificaciones extremas al escenario de Latinoa mérica? El capítulo de Imagined Communities referido al origen del nacionalismo americano, "Creole Pioneers" (1999: 47-66), describe una parábola que pasa por encima de las colonias y ex colonias his panas de América justamente en los aspectos relacionados con el print capitalism (el periodismo impreso, la producción de libros), de modo que la crítica literaria y cultural que maneja esos parámetros sin someterlos a una confrontación con la historia latinoamericana 442 Lexis XXVI.2 se arriesga a convertir a la región, nuevamente, en un terreno leído en función de argumentos que posiblemente no sean sólo ajenos, sino quizás impropios. Aunque las páginas que siguen ofrezcan más preguntas que res puestas, tengo la impresión de que la puerta más adecuada para entrar en el problema es interrogarse sobre tres aspectos: la puntua lización de ciertos ángulos teóricos de las ideas de Anderson sobre la imaginación novelística de la nación; la posibilidad o imposibili dad de aplicar esas tesis a la historia y la literatura de América Latina; y la medida en que es posible recurrir a ellas hoy. Para este último punto, me extenderé, en la segunda parte, en una revisión de la lectura de Anderson de El hablador, la novela de Mario Vargas llosa, y las formas en que su interpretación fuerza a la ficción a un nacionalismo que no necesariamente ostenta. l. Benedict Anderson: novela y nación Las ideas en juego en las teorías de Anderson sobre la relación entre novela e imaginación nacional, aunque breves en número, son provocativas. Adaptando una observación de Walter Benjamín, An derson afirma que las novelas en las que una serie de acontecimien tos simultáneos se yuxtaponen en una dimensión temporal homogé nea y vacía presentan una analogía con respecto al modo en que los individuos de una comunidad imaginan la nación (1999: 24). En la novela, el tiempo homogéneo y vacío es uno en el que los persona jes dispersos y los fragmentos inconexos pero simultáneos de una narración se reconocen como pertenecientes a una misma comuni dad ficcional, de la manera en que los individuos de una nación creen que sus realidades inconexas son todas ellas propias de un tra mado de hechos y escenarios concomitantes en el tiempo. Anderson aclara la naturaleza exacta del tiempo homogéneo y vacío. En su ejemplo, tenemos cuatro personajes: un sujeto (A) con una esposa (B) y una amante (C), quien, a su vez, tiene un amante e (D); y tenemos tres momentos: en el primero, A discute con By hace el amor con D; en el segundo, A telefonea a e, B va de com pras y D juega billar; en el tercero, D se emborracha en un bar, A e cena en casa con B y tiene un sueño ominoso. Anderson hace notar que en su esquemática narración A y D no se encuentran en ningún momento y pueden ser desconocidos uno para el otro, y se Faverón • Comunidades inimaginables: Benedict Anderson 443 pregunta qué vincula, entonces, a tales personajes. Sus respuestas son dos: por un lado, que ambos son miembros de una misma so ciedad -"Wessex, Lübeck, Los Angeles"(l999: 25)-; por otra parte, que están dispuestos en la mente de un lector omnisciente: "That all these acts are performed at the same clocked, calendrical time, but by actors who may be largely unaware of one another, shows the novelty of this imagined world conjured up by the author in his rea ders' minds" (1999: 25). Los lectores descifran la simultaneidad a partir de un reconocimiento de la red en que las partes se hallan imbricadas y notan que la sucesión de momentos simultáneos de la narración tiene la cualidad de desplazarse, que marcha hacia un futuro, tal como imaginan que lo hace su nación. Tal es la analogía: la novela que define Anderson es un síntoma y una imagen compa rativa de cómo las naciones se imaginan a sí mismas -desplazándo se en la historia dentro de su propio tiempo homogéneo y vacío pues ella a su vez concibe sociedades que se mueven dentro del suyo. llamaré a esto "formalidad analógica" de la novela. En una segunda aproximación, Anderson señala las posibilidades privilegiadas de la novela, entre todos los géneros literarios, para representar a la nación: "The novelty of the novel as a literary form lay in its capacity to represent synchronically society-with-a-future" (2000: 334)1. Es lo que llamaré la "cualidad representativa" de la novela. Jonathan Culler ha advertido cómo muchos críticos literarios privilegian, en los estudios constituidos sobre la base de las ideas de Anderson, esta cualidad representativa por sobre la formalidad analógica. Es decir, favorecen la idea de la novela como vehículo que expresa a la nación o proporciona una imagen de ella, por sobre la idea de que cierto tipo de novela sea un terreno análogo al de la nación y una referencia formal para el ejercicio de la imagina ción nacional (Culler 2000: 37). Pero, en un plano mucho más deli cado, Culler advierte que confundir ambas observaciones y recoger la tesis de la formalidad analógica de una especie de novela como fuente para estudios referidos a la cualidad representativa de alguna 1 El planteamiento original está en Imagined Communities. Exclusivamente por conci sión, prefiero citar este libro posterior, donde Anderson resume la idea para de inmedia to plantear dos objeciones referidas al papel de la novela en la segunda mitad del siglo veinte, objeciones que mencionaré más adelante. 444 Lexis XXVI.2 novela en particular es un error inexcusable en la crítica, pues no se debe transitar de un argumento sobre "the implications and conse quences of a literary form" a conclusiones sobre la manera en que ciertas ficciones "help to encourage shape, justify or legitimate the nation" (2000: 37). La aprensión de Culler es transparente: mientras la concepción de la formalidad analógica abre un terreno en el aná lisis de cómo las formas culturales o los discursos ficticios propician la condición en que los individuos imaginan sus comunidades, la idea de la cualidad representativa deja el campo libre para buscar en la novela los mecanismos con que sus contenidos justifican, alien tan, dan forma o legitiman a la nación. Lucen como caminos distin tos destinados a arrojar conclusiones en planos diferentes. Sin embargo, quiero dejar en claro que la observación es de Culler, pues pienso que, a despecho de su precisión, Anderson se desliza en las mismas aguas por el cuales navegarán sus seguidores, y que no sólo acepta la formalidad analógica como condición para la cualidad representativa, sino que basa parte de sus conclusiones en esa presunción. Los casos específicos que maneja en Imagined Communities abren la puerta para pensar que su lectura asume ese condicionamiento. Las obras de Rizal y Kartodikromo responden a la formalidad analógica que hemos descrito y son leídas por Ander son a partir de ello, y de la comprobación de que sus universos se ligan a los de unas comunidades reales fuera de la ficción y se diri gen a lectores connacionales como dueños de una cualidad repre sentativa (Anderson 1999: 26-30). Sobre un fragmento de la novela de Rizal, que cita para afinar los detalles en su definición del tiempo homogéneo y vacío, Anderson apunta: It should suffice to note that right from the start the image (wholly new to Filipino writing) of a dinner-party being discussed by hun dreds of unnamed people, who do not know each other, in quite dif ferent parts of Manila, in a particular month of a particular decade, immediately conjures up the imagined community. And in the phrase 'a house on Anloague Street' which 'we shall describe in such a way that it may still be recognized,' the would-be recognizers are we Filipino-readers (1999: 27). Para Anderson, es la pluralidad de las referencias incrustadas en el tiempo homogéneo y vacío, en conjunción con el hecho de que la novela proyecte el vínculo con un receptor filipino, lo que permite a Faverón • Comunidades inimaginables: Benedict Anderson 445 los lectores de Rizal (sus connacionales) reconocer la ficción como una imagen de nación. Como veremos de inmediato, es crucial notar que Anderson tiene muy presente la necesidad de esa identi dad compartida entre la nación representada en la ficción y la na ción de la que se imaginan parte los lectores. Si, en un principio, Anderson planteó que la novela -la que él describe, es decir, la del tiempo homogéneo y vacío- "provided the technical means for 're-presenting' the kind of imagined community that is the nation" (1999: 25), luego supuso, en consecuencia, que la novela tenía la capacidad de representar "the reality and the truth of a nation" (2000: 334). Es decir, de marco formal para imaginar a la nación como concepto, como constructo teórico, la novela se con vierte en medio discursivo para representar a las naciones, como enti dades inscritas en la historia. En este punto se vuelve definitoria su preocupación por la identificación entre la nación imaginada en la novela y aquella de la cual los lectores se suponen parte, pues ello permite distinguir cómo es que las ideas de Anderson pueden justifi car una discrepancia ante la puntualización de Culler, según el cual hay una confusión de planos si se toma la formalidad analógica como puerta de entrada para analizar la cualidad representativa de la novela. Si Anderson afirma que la concepción del tiempo ho mogéneo y vacío y su uso en la novela sirvió para que el género proveyera la base instrumental para representar el tipo de comuni dad imaginada que es la nación, lo hace tomando en cuenta que los lectores de cada novela veñan en ella no la imagen de otras nacio nes, o una forma arquetípica de nación, sino la figura de la propia. Ese es el motivo por el cual incide en la nacionalidad filipina de los lectores de Rizal, del mismo modo en que observa, sobre la novela de Femández de Lizardi, la importancia de que represente "the oppressiveness of this colony" (1999: 30)2; y no por otro motivo remarca, en referencia a la obra de Kartodikromo, "we-the-Indone sian-readers are plunged immediately into calendrical time and a familiar landscape" (1999: 32). Cuando afirma que las novelas de La Comédie Humaine, así como la obra de Zola y Proust, ofrecen "incomparable accounts of the 2 El énfasis es suyo. 446 Lexis XXV1.2 France of their times" (2000: 334), queda claro que coloca como requisito para esa posibilidad el que "both nation and novel were spawned by the simultaneity made possible by clock-derived, man made, 'homogeneous empty time"' (2000: 334). La formalidad analógica de la novela (que ya no debemos entender bajo la defini ción aséptica que uno se puede formar sobre la base de la lectura de Culler) deviene en condición para su cualidad representativa. Las precisiones sobre el error metodológico que Culler supone en la crí tica literaria no son percibidas con la misma precaución por Anderson. Él sí plantea la licitud de buscar en las novelas imbuidas de esa formalidad analógica no sólo el giro en la percepción del tiempo ocurrido en un momento histórico (el de la aparición de las imaginaciones nacionales), sino, a partir de ello, la capacidad de la novela para representar naciones en particular. Los críticos que Culler considera desencaminados a estudiar las novelas en los términos en que lo hacen, en verdad, están coincidiendo con la lógica y con la práctica de Anderson. Pero hay una grieta que quiero explorar. Culler ha observado que lo que en Imagined Communities se llama tiempo homogéneo y vacío, base de la formalidad analógica, es resultado del uso en la novela de cierto punto de vista narrativo. La única manera de concebir el tiempo homogéneo y vacío en la ficción es mediante un narrador que rebase los límites del punto de vista de un personaje particular (Culler 2000: 23), de modo que el relato pueda hacer visibles las concomitancias temporales que generarían innumerables puntos cie gos a un narrador-personaje. La novela que describe una sociedad de modo análogo a como un individuo imagina su nación, puede adoptar un punto de vista unitario y superior al de los sujetos narra dos (o puede ser más inclusiva y responder a diversos puntos de vista): "All that is necessary is that the narrative provide a point of view exterior to and superior to that of any particular character" (Culler 2000: 23). Dos ejemplos de Anderson (Noli me tangere, de Rizal; Semarang hitam, de Kartodikromo) comparten el rasgo de un narrador omnisciente que permite la misma omnisciencia al lector, condición necesaria para reconocer el tiempo homogéneo y vacío. La grieta aparece en la lectura de Anderson de El Periquillo Sarniento de Femández de Lizardi. Remitiéndose a un resumen hecho por Jean Franco, Anderson sindica al libro como una novela nacionalis- Faverón • Comunidades inimaginables: Benedict Anderson 447 ta (1999: 29) y funda su percepción de él como representación de una nación en la sucesión de plurales con que Jean Franco recuenta el argumento. Franco dice: "These episodes permit the author to describe hospitals, prisons, remate villages, monasteries", y Ander son concluye: "The horizon is clearly bounded: it is that of colonial Mexico. Nothing assures us of this sociological solidity more than the succession of plurals. For they conjure up a social space full of comparable prisons" (Anderson 1999: 28)3. La observación de Ander son es aguda, pero aplicable a la reseña de Franco más que a la obra de Femández de Lizardi. La mención de la novela en Imagined Communities forma parte de la serie de ejemplificaciones acerca de la naturaleza del tiempo homogéneo y vacío, pero sucede que El Pe riquillo Sarniento no encaja en la definición de esa categoría en el sentido que Anderson ha explicado y que Culler ha aclarado sufi cientemente. Es decir, no en el de una forma de tiempo narrativo activado por la existencia de un punto de vista que exceda al de un personaje cualquiera. El Periquillo Sarniento es una novela picaresca, narrada en primera persona por el personaje protagónico, como es habitual en el género. No hay en ella simultaneidades. Cualquier representación de la nación que se quiera hallar en sus páginas será independiente de las especificaciones del concepto del tiempo ho mogéneo y vacío o de la imaginación nacional erigida sobre los patrones de la "old fashioned novel". Su estructura narrativa es en verdad una herencia de la novela española de finales del siglo die ciséis y principios del diecisiete, agotada ya en España: es un fósil del periodo anterior a la formación de los nacionalismos. Pero no parece discutible el juicio de Anderson de que ella contiene una imagen de nación y una bastante identificable. Femández de Lizardi encontró en esa organización lineal, episódica, singular en cuanto al punto de vista -nada más contrario a los parámetros explicados por Culler- un terreno fértil para imaginar la comunidad: "The horizon is clearly bounded: is that of colonial Mexico". Es bueno recordar que la observación de Anderson no sólo im plica el hecho de que la novela de Femández de Lizardi sea la re presentación de una nación: afirma además que se trata una novela 3 El énfasis es suyo. 448 Lexis XXVI.2 nacionalista. Las lecturas de la obra, aun aceptando que hay una nación retratada en ella, no siempre han defendido la posibilidad de que un nacionalismo germinal aflore en sus páginas. Sobre Femández de Lizardi, afirma José Miguel Oviedo: Era un reformista moderado que no compartía con los criollos ilustra dos mexicanos el sentimiento antihispánico y ultranacionalista: el mal que aquejaba la vida política de su sociedad no estaba, para él, en el dominio colonial, sino en sus aspectos irracionales y excesivos, que negaban el imperio de las leyes naturales y el derecho a la justicia y al bienestar. En la sociedad que avizoraban esos criollos -el germen de la burguesía mexicana- Lizardi sentía que ocupaba un lugar mar ginal (1995: 340). Margo Glantz ha mostrado cómo una parte decisiva de la imagen nacionalista que unas veces se atribuye a Femández de Lizardi pro viene de una relectura que de él hicieron los nacionalistas mexica nos un siglo después. El grupo Ateneo de la Juventud, fundado en 1906 por Jesús T. Acevedo y del que formó parte Carlos González Peña, diseñó más de una reconsideración de ese tipo sobre la obra de autores mexicanos del siglo previo, no sólo acerca de la obra de Lizardi sino también con respecto a la escritores como Luis G. lnclán y Manuel Payno. En esos años, se leyó "bajo una nueva luz a los autores decimonónicos en un intento por encontrar los rasgos de la nacionalidad mexicana, en vísperas de una conmoción social, la revolución que empezaría en 1910" (Glantz 1997: 93). Si Femández de Lizardi fue capaz de trasladar a la novela una idea de nación desde ese punto marginal a las clases en formación que habrían de regir la emergente sociedad mexicana (según afirma Oviedo) des provisto de mayores afanes nacionalistas, por decir lo menos, eso debería bastar para la reformulación de una igualdad que, debo decir, Anderson tiende a proponer con excesiva rapidez: la ecuación que establece entre novela que representa a la nación y novela nacionalis ta (lo que será crucial cuando discutamos su aproximación a El ha blador). Es un reconocimiento sencillo: no todo retrato de una na dón es nacionalista, y, siguiendo las alegatos de Oviedo y Glantz, tal parece el caso con la obra de Lizardi. Si, por una parte, la aparición de una novela de este tipo, alejada de la definición original de Anderson, pero aun así efectiva en su Faverón • Comunidades inimaginables: Benedict Anderson 449 posibilidad de representar a la nación, nos hace suponer que no existe una relación necesaria entre el tiempo homogéneo y vacío y la cualidad representativa de la novela frente a la nación, la posición aparentemente satélite de Femández de Lizardi en la sociedad mexi cana nos permite otra duda: ¿Los marginales de cada sociedad, o los individuos con posiciones sui generis, forman parte del horizonte que se construye con el tiempo homogéneo y vacío? Y no hablo ya del novelístico, sino del social, aquel al que se refería Benjamín en pri mer lugar. ¿No son acaso la identidad y la integración, el sentido de pertenencia al cuerpo comunitario, las bases de esa concepción? Una observación más: una imagen de nación en la mente del autor y sobre el papel no garantiza una respuesta análoga, ni ningún otro tipo de respuesta, en la nación como lectora, pues, algunas ve ces, la nación no es lectora. En ese sentido, podemos dar un paso más: la América Latina dieciochesca y decimonónica no tenía nin gún tipo de producción novelística (en un sentido moderno de la idea de novela) para cuando sus nacionalismos empezaron a fmjar se, y son escasas las piezas del género que habían aparecido cuando éstos estaban ya constituidos. Justamente, la más antigua que se puede rastrear -como recuerda Anderson-, es Vida y hechos del Pe riquillo Sarnienté, cuya publicación se remonta apenas a 1816, es decir, a una fecha en que estaban ya en marcha los procesos inde pendentistas en la región. Es notorio, además, que la constitución de las naciones latinoamericanas tuvo, y tiene, sus obstáculos mayores en el analfabetismo y la barrera del multilingüismo (esto será impor tante cuando discutamos El hablador), lo que hace particularmente dudoso el poder del print capitalism en la formación de sus naciones. Si tomamos brevemente el caso de México hacia finales del siglo diecinueve, notaremos la envergadura de esa traba para la posibili dad de aplicar sin grandes matices la teoría de Anderson -en este aspecto- al caso latinoamericano. Para que las cifras sean más in dicativas, no recurriré a estadísticas del tiempo en que se publicó El Periquillo Sarniento, sino a los años en que habría de producirse la relectura provocada por la ebullición nacionalista que apunta Glantz, 4 La más antigua entre las "novelas modernas", por cierto. Hay un número de novelas y "protonovelas", escritas en la América colonial desde el siglo dieciséis. (Oviedo 1995: 213-216). 450 Lexis XXVI.2 años en que, además, proliferaron los diarios y, por tanto, se dieron plenamente las condiciones para que el print capitalism funcionara del modo que describe Anderson. El Distrito Federal era la ciudad letrada por excelencia en el México colonial. Contaba con un 37% de pobladores capaces de leer y escribir en 1895, cifra que se eleva a 38% en 1900 y a 50% en 1910 (Secretaría de Economía 1956: 123). Pero sus habitantes pasaron apenas de representar el 3.77% en 1895 al 4.75% del total de la población mexicana en 1910, es decir que, en esta última fecha, sus habitantes letrados -los principales recepto res de la literatura de la época- eran un equivalente al 2.38% de los pobladores de México. Los estados en los que se concentraba el grueso de la población nacional Oalisco, Guanajuato, Puebla y Ve racruz, que sumados alojaban a una cuarta parte de los mexicanos) bordearon en todos esos años el 15% de alfabetización, y, por cierto, estaban muy lejos de ser los casos más agudos (Guerrero y Chiapas nunca superaron en ese lapso el 9%) (Secretaría de Economía 1956: 123). Por otra parte, Puebla, el tercer estado en la escala de las ma yores concentraciones poblacionales, era también uno de los de menor producción editorial, y aquel en que menos diarios se publi caron durante los años mencionados. Antonio Checa Godoy anota apenas dos publicaciones periódicas entre 1895 y 1896 (El Amigo de la Verdad y El Boletín Municipal) (1993: 185), mientras un estado mar ginal y despoblado como Aguascalientes (1% de la población nacio nal en 1895, 0.79% en 1910) contaba con siete diferentes diarios. Una primera lectura, por supuesto, nos hace recular frente a la faci lidad de identificar profusión de títulos con lectura masiva: los perió dicos de la época (en los que varias de las más reconocidas novelas "nacionalistas" del periodo vieron la luz) no aspiraban a desbordan tes tirajes para sobrevivir; su alcance era limitado y nunca se exten dieron más allá de las fronteras citadinas. Un habitante de Morelos no sólo no leía un periódico de Veracruz, sino que podía no ver uno nunca. Los índices de migración interna son tan asombrosos como sintomáticos: sólo entre el 6 y el 7% de los habitantes de un estado habían nacido en otro y emigrado, aunque fuera temporalmente (Secretaría de Economía 1956: 85). Glantz hace notar que esas publicaciones periodísticas distaban sustancialmente de sus homólogas europeas y norteamericanas, en un sentido crucial para esta discusión, pues las liga con el fenómeno
Description: