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Celestino antes del alba PDF

171 Pages·2009·0.74 MB·Spanish
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Celestino antes del alba Sobrecubierta None Tags: General Interest Reinaldo Arenas Celestino antes del alba Para Maricela Cordovez, la muchacha más linda del mundo Pero ninguno se atrevía a mirarlo a la cara, porque era semejante a la de los ángeles. Wilde Amanecerá en mis párpados apretados. J.L. Borges Dichosos los que nacen mariposas O tienen luz de luna en su vestido. ¡Dichosos los que cortan la rosa Y recogen el trigo! ¡Dichosos los que dudan de la Muerte Teniendo Paraíso, Y el aire que recorre lo que quiere Seguro de infinito! Dichosos los gloriosos y los fuertes, Los que jamás fueron compadecidos, Los que bendijo y sonrió triunfante El hermano Francisco. Pasamos mucha pena. Cruzamos los caminos. Quisiéramos saber lo que nos hablan Los álamos del río. Federico García Lorca Prólogo Las múltiples ediciones piratas de esta novela y las numerosas erratas y distorsiones sufridas por su texto han motivado al autor a hacer una versión definitiva de ella. Ésta es, pues, la primera edición corregida, revisada y autorizada por el propio autor.* Celestino antes del alba obtuvo en 1965 en La Habana la primera mención en el concurso nacional de novela ante un jurado encabezado por Alejo Carpentier. La edición cubana se agotó en una semana, pero nunca más fue autorizada allí una nueva publicación. La novela es una defensa de la libertad y de la imaginación en un mundo conminado por la barbarie, la persecución y la ignorancia. Celestino antes del alba inicia el ciclo de una pentagonía que comienza con la infancia del poeta narrador en un medio primitivo y ahistórico; continúa con la adolescencia del personaje durante la dictadura batistiana y precastrista -El palacio de las blanquísimas mofetas-; sigue con su obra central, Otra vez el mar, que abarca todo el proceso revolucionario cubano desde 1958 hasta 1970, la estalinización del mismo y el fin de una esperanza creadora; prosigue con El color del verano, novela que termina en 1999, en medio de un carnaval alucinante y multitudinario en que la juventud toma numerosas embajadas y *Se refiere a la edición de la Editorial Argos Vergara, Barcelona, 1982, publicada con el título de Cantando en el pozo. la misma Isla, desasida de su plataforma, parte hacia lo desconocido. La novela revela las peripecias de un dictador enloquecido y la vida subterránea de la juventud cubana; una juventud desgarrada, erotizada y rebelde. La pentagonía culmina con El asalto, suerte de árida fábula sobre el futuro de la humanidad, tal vez el libro más cruel escrito en este siglo. En todo este ciclo furioso, monumental y único, narrado por un autor-testigo, aunque el protagonista perece en cada obra, vuelve a renacer en la siguiente con distinto nombre pero con igual objetivo y rebeldía: cantar el horror y la vida de la gente. Permanece así en medio de una época convulsionada y terrible, como tabla de salvación y esperanza, la intransigencia del hombre -creador, poeta, rebelde-contra todos los postulados represivos que intentan fulminarlo. Aunque el poeta perezca, el testimonio de la escritura que deja es testimonio de su triunfo ante la represión y el crimen. Triunfo que ennoblece y a la vez es patrimonio del género humano. R.A., 1982 Celestino antes del alba Mi madre acaba de salir corriendo de la casa. Y como una loca iba gritando que se tiraría al pozo. Veo a mi madre en el fondo del pozo. La veo flotar sobre las aguas verdosas y llenas de hojarasca. Y salgo corriendo hacia el patio, donde se encuentra el pozo, con su brocal casi cayéndose, hecho de palos de almácigo. Corriendo llego y me asomo. Pero, como siempre: solamente estoy yo allá abajo. Yo desde abajo, reflejándome arriba. Yo, que desaparezco con sólo tirarle un escupitajo a las aguas verduscas. Madre mía, ésta no es la primera vez que me engañas: todos los días dices que te vas a tirar de cabeza al pozo, y nada. Nunca lo haces. Crees que me vas a tener como un loco, dando carreras de la casa al pozo y del pozo a la casa. No. Ya estoy cansado. No te tires si no quieres. Pero tampoco digas que lo vas a hacer si no lo harás. Lloramos detrás del mayal viejo. Mi madre y yo, lloramos. Las lagartijas son muy grandes en este mayal. ¡Si tú las vieras! Las lagartijas tienen aquí distintas formas. Yo acabo de ver una con dos cabezas. Dos cabezas tiene esa lagartija que se arrastra. La mayoría de estas lagartijas me conocen y me odian. Yo sé que me odian, y que esperan el día… «¡Cabronas!», les digo, y me seco los ojos. Entonces cojo un palo y las caigo atrás. Pero ellas saben más de la cuenta, y enseguida que me ven dejan de llorar, se meten entre las mayas, y desaparecen. La rabia que a mí me da es que yo sé que ellas me están mirando mientras yo no las puedo ver y las busco sin encontrarlas. A lo mejor se están riendo de mí. Al fin doy con una. Le descargo el palo, y la trozo en dos. Pero se queda viva, y una mitad sale corriendo y la otra empieza a dar brincos delante de mí, como diciéndome: no creas, verraco, que a mí se me mata tan fácil. «¡Animal!», me dice mi madre, y me tira una piedra en la cabeza. «¡Deja a las pobres lagartijas que vivan en paz!» Mi cabeza se ha abierto en dos mitades, y una ha salido corriendo. La otra se queda frente a mi madre. Bailando. Bailando. Bailando. Bailando estamos todos ahora sobre el techo de la casa. ¡Qué de gente sobre el techo! A mí me encanta encaramarme en las pencas de guano, y siempre encuentro algún que otro nido de totises acá arriba. Yo no me como los huevos de los totises, porque dicen que siempre están podridos, y entonces lo que hago es que se los tiro a la cabeza a mi abuelo, que siempre que me ve arriba de la casa, coge la vara larga de desmochar palmas y empieza a juzgarme como si yo fuera un racimo de palmiches. Uno de los huevos se le ha reventado a mi abuelo en un ojo, y yo no sé por qué, pero a mí me parece que se ha quedado tuerto. Pero no: a ese viejo hay que sacarle los ojos con una garrocha, porque lo que tiene ahí es más duro que el fondo de una caneca. Bailando yo solo sobre el techo. A mis primos ya los he hecho bajar y están durmiendo entre los pinos. Dentro del cercado de ladrillos blancos. Y cruces. Y cruces. Y cruces. «Para qué tantas cruces», le pregunté a mamá el día que fuimos a ver a mis primos. «Es para que descansen en paz y vayan al cielo», me dijo mi madre, mientras lloraba a lágrima viva y se robaba una corona fresca de una cruz más lejana. Yo arranqué entonces siete cruces y cargué con ellas bajo el brazo. Y las guardé en mi cama, para así poder descansar cuando me acostara y no sentir siquiera a los mosquitos, que aquí tienen unas digas peores que las de los alacranes. «Estas cruces son para poder descansar», le dije a mi abuela, cuando entró en el cuarto. Mi abuela es una mujer muy vieja, pensé, mientras me agachaba bajo la cama. «Toma estas dos cruces para ti», le dije a abuela, dándole las cruces. Y ella cargó con todas. «Hoy hay escasez de leña», dijo. Y cuando llegó al fogón

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