ebook img

Cartas Y Cronicas De España PDF

117 Pages·1.051 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Cartas Y Cronicas De España

Selección, prólogo y notas de Víctor Casaus Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau La Habana, 2002 Edición: Emilio Hernández Valdés Diseño y cubierta: Héctor Villaverde Emplane computadorizado: Jorge Manuel Chinique Composición: Aníbal Cersa García © Sobre la presente edición: Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2002 ISBN: 959-7135-22-1 Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Calle de la Muralla No. 63, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, Cuba Correo electrónico: [email protected] [email protected] Para continuar El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau se siente feliz y satisfecho de publicar en la Serie Palabras de Pablo de sus Ediciones La Memoria estas Cartas y crónicas de España. Este libro reúne los textos que fueron incluidos en la primera edición de Peleando con los milicianos (México, 1938), a los que se suman varias cartas escritas por Pablo en su exilio de Nueva York inmediatamente antes de partir hacia la guerra y, como apéndice, la crónica «La revolución española se refleja en Nueva York», escrita en esa ciudad poco antes de su partida —e impresa sólo varias décadas después de su heroica caída en combate—, y el único artículo publicado por el cronista en la prensa de guerra española: «América frente al fascismo», que apareció en el periódico No pasarán, editado en Somosierra, en octubre de 1936. Esta es la primera edición cubana en la que aparecen, exactamente como fueron escritos por el cronista, los trabajos periodísticos de Pablo en la Guerra Civil Española. La primera edición de esos textos hecha en Cuba a principios de la década del 60, también bajo el título de Peleando con los milicianos, no incluyó la crónica «Campesino y sus hombres» y el nombre de ese jefe militar que comandó la unidad en la que Pablo trabajó como comisario en el frente — Valentín González— fue eliminado de varias de las cartas y de otros trabajos periodísticos incluidos. La segunda edición hecha en Cuba en 1987 repitió, veinticinco años después, el mismo error. Esta edición de Cartas y crónicas de España es un acto de justicia literaria e histórica con la memoria de Pablo de la Torriente Brau que nos dejó, junto a otras muchas claves importantes de su obra testimonial y de su vida revolucionaria, esta declaración de principios éticos, vigente y aleccionadora en los finales del siglo: «No tengo nunca miedo de escribir lo que pienso, con vistas al presente ni al futuro, porque mi pensamiento no tiene dos filos ni dos intenciones. Le basta con tener un solo filo bien poderoso y tajante que le brinda la interna y firme convicción de mis actos. No me importa nada equivocarme en política porque sólo no se equivoca el que no labora, el que no lucha.» Aquí están entonces las palabras de Pablo de la Torriente Brau en lo que sería el capítulo final de su vida intensa y creadora. Los textos de este libro —escritos en menos de tres meses— muestran a uno de los cronistas mayores de la Guerra Civil Española. Las cartas que enviaba, con información sobre los acontecimientos que veía y vivía y sobre su propio destino dentro de aquella contienda, complementan los textos de los artículos y las crónicas, escritos al ritmo de los hechos dramáticos y violentos en los que se encontraba inmerso el periodista. Vida y obra, palabra y acción se funden de manera auténtica, vital, ajena a toda retórica, en la obra final de este hombre que renovó el periodismo de su época y adelantó las virtudes y riesgos de lo que hoy llamamos género testimonio. Para ofrecer antecedentes imprescindibles de esa labor y de ese gesto del autor, esta edición incluye fragmentos de varias cartas escritas por Pablo en su exilio de Nueva York, días antes de partir hacia España. A través de ellas pueden conocerse la hondura de aquella decisión y su significación para la vida del cronista. También las cartas narran los esfuerzos tenaces que realizó Pablo para hacer materialmente posible aquel viaje que lo llevaría al cumplimiento de su sueño de testimoniante y a las decisiones mayores que lo convirtieron en comisario de guerra pocas semanas antes de caer combatiendo por la República y contra el fascismo en Majadahonda. Esta edición de Cartas y crónicas… incluye el estudio introductorio «Pablo de la Torriente Brau en la Guerra Civil Española», del poeta y cineasta Víctor Casaus, que ha dedicado una amplia zona de su obra creadora al estudio de la vida y las letras del cronista. Ese ensayo ofrece detalles y contextos para las cartas y crónicas que Pablo escribió durante los tres meses finales de su vida; entre ellos se encuentran las referencias a los apuntes que el cronista dejó en sus libretas de notas que se encuentran en el Fondo Documental Pablo de la Torriente Brau y que serán publicadas, más adelante, por las Ediciones La Memoria. Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Prólogo Pablo de la Torriente Brau en la Guerra Civil Española […] Miembro de Línea de la Real Academia de Foot Ball Intercolegial del Club Atlético de Cuba […]. Decano de la Sociedad de Empleados del Bufete Giménez, Ortiz y Lanier en comisión al servicio del doctor Fernando Ortiz. Mecanógrafo de Mérito. Taquígrafo graduado. Alumno de Dibujo de la Escuela Libre dirigida por el pintor Víctor Manuel y domiciliada en cualquier café de La Habana. Ex-redactor anónimo de periódicos desconocidos. Socio de Pro Arte Musical. De la Hispano Cubana de Cultura. Del Centro de Dependientes y de Gonzalo Mazas, etc., etc. Confieso que después de ver cuánto título tengo, yo mismo me asombro de ser tan perfectamente desconocido […]. Con estas palabras se presentaba Pablo de la Torriente Brau en el prólogo de su libro de cuentos Batey, escrito a cuatro manos con su amigo Gonzalo Mazas y publicado en 1930.1 Hoy Pablo no es, para los cubanos, aquel autor «perfectamente desconocido» que su humor anunciaba y a sus títulos personales habría que agregar otros muchos: luchador antidictatorial y antimperialista, huésped prolongado de las cárceles machadistas; cronista de la revolución del 30, exiliado neoyorquino, novelista y precursor del género testimonial, corresponsal y comisario en la Guerra Civil Española. A esos dos últimos oficios citados, complementarios en el caso de Pablo, voy a referirme ahora aquí, siguiendo sobre todo el hilo de la memoria, que es una manera mayor y mejor de hacer justicia a este hombre que «escribía naturalmente, como sudaba o respiraba», para definirlo a la manera nerviosa y precisa de Raúl Roa, su hermano de siempre. Durante años he seguido y perseguido el hilo de esa memoria apasionada y apasionante.2 En cuartillas o en celuloide, a través de entrevistas o revolviendo y organizando papeles, he tratado de dibujar algunos rasgos de aquella personalidad creadora en la que convivían el humor y el amor, el entusiasmo y la capacidad de reflexión. Al remontar ahora esa corriente de recuerdos reunidos y llegar con ustedes hasta los últimos días del cronista en tierra española, voy a adelantar y a compartir, al mismo tiempo, algunos de los resultados de una investigación que está por concluir y que parte de un impresionante material inédito: los cuadernos de apuntes de Pablo en la Guerra Civil. Esos textos, como tantos otros de Pablo, fueron conservados celosamente durante muchos años por Raúl Roa. Se trata de cuatro libretas de taquigrafía en las que el corresponsal anotó datos e impresiones desde el 19 de septiembre hasta el 11 de noviembre de 1936. A través de esos apuntes puede seguirse su rastro. Los pasos de Pablo van de Barcelona, a Madrid, a Buitrago de Losoya, a Madrid nuevamente, a Alcalá de Henares y a Pozuelo de Alarcón, en cuya zona, exactamente en Majadahonda, moriría siete días después de cumplir los 35 años de edad. Resumido así, aquel período se nos revela con ritmo de torbellino, de movimiento vital, de fuerza indetenible. Todo eso hubo en la vida de este cubano nacido en Puerto Rico, que creció y luchó en La Habana, pasó frío en el exilio neoyorquino y decidió ir a contemplar y a contar lo que ocurría en la España de entonces, pensando en «aprender para lo nuestro algún día». Todo eso hubo en aquellos escasos tres meses en que Pablo vivió la experiencia de la guerra civil y escribió cartas y crónicas que han quedado como un conmovedor documento literario, un testimonio humano y emocionante en el que no faltan, como en la vida de su autor, ni el humor ni la pasión indispensables. 1 Pablo de la Torriente Brau y Gonzalo Mazas Garbayo, Batey, La Habana, Cultural. S. A., 1930. 2 Pablo, largometraje documental, ICAIC, La Habana, 1978; Pablo, con el filo de la hoja (Premio de Testimonio, Concurso Unión de Escritores y Artistas de Cuba, 1979, Premio de la Crítica, 1983), La Habana, Editorial Unión, 1983; Cartas cruzadas, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981; El periodista Pablo, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989; Me voy a España, La Habana, Editorial Pablo, 1993. «La emoción del impulso que me dice...» Para llegar a España, Pablo tuvo que reunir centavo a centavo —casi literalmente— el costo del pasaje y solicitar y obtener la corresponsalía de dos importantes publicaciones: la revista New Masses, editada en Estados Unidos y el diario mexicano El Machete. Y tuvo, sobre todo, que decidir un rumbo para su vida, desde el exilio neoyorquino en que se encontraba desde principios de 1935. Cuando varios compañeros de entonces le insistieron para que regresara a la Isla, aprovechando el espacio precario que otorgaba una reciente amnistía, Pablo les respondió, desde la sinceridad y el humor —componentes imprescindibles de su estilo epistolar y vital— en una carta memorable: Ustedes me han confundido un poco con un organizador o algo por el estilo. Muy lejos estoy de ello, a mi más profundo y sincero juicio. A España tal vez vaya en busca de todas las enseñanzas que me faltan para ese papel, si es que alguna vez puedo dar de mí algo más que un agitador de prensa. Y no me arrastra ninguna aspiración de mosquetero. Voy simplemente a aprender para lo nuestro algún día. Si algo más sale al paso, es porque así son las cosas de la revolución. Como si me vuelve cojo una granada. No vayas a creer tampoco que estoy encabronado. Sencillamente, trato de darte a comprender el secreto de mi impulso hacia allá. Y hay, como siempre en mí, la emoción del impulso que me dice que allá está mi lugar ahora. Porque mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo.3 Cuando esa frase —«mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo»— apareció, diáfana y rotunda, dentro de la papelería de su exilio que luego tomaría el nombre de Cartas cruzadas, pensé que todos los testimoniantes que en el mundo han sido, somos y serán habíamos encontrado una hermosa declaración de principios para nuestra labor de rescatar, aquí o allá, la memoria impredecible del hombre. Por lo pronto, la memoria y el espíritu de aquel hombre que definió magníficamente nuestro oficio habían encontrado su camino en las calles de Nueva York. Después de conversar, a su paso por la ciudad, con Miguel Angel Quevedo —«director de la revista Bohemia de La Habana, de carácter liberal y democrático, donde algunas veces he escrito»—, Pablo se fue a las manifestaciones de Union Square, donde recordó que era periodista, que su gusto era ir por entre el pueblo, buscando su emoción, para expresar sus anhelos. Días después narraría en una carta el impacto de aquellas jornadas: He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la revolución española. Allá en Cuba se dice, por el canto popular jubiloso: «no te mueras sin ir antes a España». Y yo me voy a España ahora, a la revolución española, en donde palpitan hoy las angustias del mundo entero de los oprimidos. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiado el gran bosque de mi imaginación. […] ¿Cómo no se me ocurrió antes la idea? Ya estaría yo en España. La culpa es de Nueva York. Aquí, en año y medio de exiliado político, no he hecho otra cosa que cargar bandejas y lavar platos. Me puse estúpido. Me volví tornillo. He sido uno de los diez millones de tuercas. Algún día me vengaré de Nueva York.4 La carta está fechada el 6 de agosto de 1936. Antes de que terminara aquel mes, Pablo estaría navegando hacia Europa. 3 Carta a Raúl Roa, Nueva York, 18 de agosto de 1936. 4 Carta a Juan Marinello, Nueva York, 6 de agosto de 1936. Un adelantado en tierra española Hace unos quince años, cuando investigaba para realizar un largometraje documental sobre la vida de Pablo, entrevisté a un compañero que había vivido aquella época, y le pregunté cómo había ido Pablo a España. Me contestó sin titubear que Pablo había sido enviado por el Partido —refiriéndose al partido marxista-leninista cubano de aquellos años. El paso del tiempo o, quizás más exactamente, una manera equivocada de recordar y re-analizar los hechos del pasado, invirtió en aquella respuesta el orden —y el valor— de los acontecimientos. El temprano gesto internacionalista de Pablo —que alcanza dimensión más alta y calado más profundo cuando lo vemos en su justa complejidad humana— es aún más hermoso porque se trató de una decisión apasionada y lúcida al mismo tiempo, que tuvo que ser llevada a la práctica reuniendo trabajosamente los recursos materiales que la hicieran posible, cuando aún no existía un aparato movilizador y de apoyo creado para ello. La acción precursora de Pablo —subrayada de manera tremenda por su muerte, ocurrida sólo tres meses después— sirvió precisamente como ejemplo para la campaña que —entonces sí— se desarrollaría ampliamente en la Isla, en favor de la incorporación de voluntarios para luchar en defensa de la República y contra el fascismo. La cifra de combatientes cubanos que participaron en la guerra junto al pueblo español es una de las más altas, en términos proporcionales, entre tantas manifestaciones similares de solidaridad provenientes de otros países. La pasión y la vitalidad de Pablo lo hicieron un adelantado en tierra española, en aquellas jornadas de defensa de la república agredida. Su intuición y su talento lo harían también un adelantado en el terreno del periodismo y de las letras: su impactante Presidio Modelo lo convierte en un evidente precursor del testimonio moderno en nuestra literatura. A ese libro, finalizado en los días del exilio en Nueva York, se sumarían póstumamente las crónicas de España, reunidas por sus amigos y publicadas en México en 1938 bajo el título de Peleando con los milicianos y que ahora aparecen recogidas íntegramente por primera vez dentro de la Serie Palabras de Pablo en este tomo de Ediciones La Memoria. Las crónicas y la mayoría de las cartas que integran ese libro fueron vividas y escritas por el cronista sobre todo en Barcelona, Madrid y sus alrededores y el pueblo de Buitrago de Losoya. Pablo llega a Madrid el 25 de septiembre. En la libreta de apuntes ha dejado las impresiones de su viaje en tren desde Barcelona, vía Valencia: un conjunto de apuntes donde la agudeza para la recepción del entorno popular se mezcla con el disfrute del paisaje que va descubriendo durante el trayecto. Ya en Madrid, el primer apunte del cuaderno es el siguiente: (Cubanos en el frente) Pedro Vizcaíno, Columna de Galán, Somosierra - 1 mes - Transporte de heridos del Escorial - Milicias Cívicas de las F.U.A.A. (María Luisa Lafita - Socorro Rojo, enfer- mera, Hospital de Sangre - Sanitaria Milicias Populares- Alberto Sánchez 2 hermanos Grenet Esteban Larrea Herminio Oropesa Moisés Raigorovski Ramón de la Campa Radio Este F. Maidagán H Hidalgo Pedro Pablo Porras Se trata del primer encuentro con algunos de los cubanos que ya estaban en España en el momento del levantamiento contra la República el 18 de julio y que se habían sumado a su defensa desde los primeros momentos. El interés de Pablo por marchar rápidamente al frente para iniciar su labor de corresponsal, se hace evidente en este dato que los cuadernos de apuntes revelan con exactitud: el mismo día 25 parte hacia Buitrago de Losoya, un pequeño pueblo, 76 kilómetros al norte de Madrid, donde había sido detenido, desde fecha muy temprana, el intento de tomar la capital. Buitrago se convirtió en el centro militar de la zona, bajo el mando del general Francisco Galán. Entre los milicianos venidos de Madrid desde los primeros momentos para cerrar el paso a los sublevados surgieron jefes populares e intuitivos como Valentín González, el Campesino, a quien Pablo descubrió como testimoniante imaginativo y fecundo desde su llegada a Buitrago y quien sería después el Jefe de la Unidad donde Pablo trabajó como comisario hasta su muerte. Buitrago fue también el centro de la actividad periodística de Pablo. Allí compartió el frío y las guardias en los parapetos con los improvisados defensores del agua de Madrid. Allí vio cómo traían sin vida, desde trinchera cercana, a Lolita Máiquez, una miliciana de 17 años, y allí polemizó con el enemigo desde la Peña del Alemán.5 Allí comenzó a hacerse carne y realidad aquel incendio de la imaginación que le asaltó la vida a Pablo de la Torriente Brau en el mitin de Union Square un mes atrás. En la Sierra de Guadarrama, pocos días después de llegar a la guerra, nos deja en unas de sus crónicas —«En el parapeto. Polémica con el enemigo»—la dimensión humana de la experiencia que está viviendo, y lo hace con la sinceridad y la sencillez de su lenguaje, ajeno a toda retórica: Me acosté a cielo abierto, porque no había más espacio en las pocas chabolas que aún se habían hecho. Había una clara luna remota, de menguante. Y las estrellas, mis viejas amigas del cielo del Presidio. Tanto tiempo sin verlas. De pronto me entró una duda. ¿Era Casiopea la constelación que brillaba sobre mi cabeza? El cuerpo me temblaba por el frío, como si fuera un flan. ¿Tendré yo miedo — pensé— que no me acuerdo bien de lo que sé? Me acordé de Cuba, de Teté Casuso, de mis perros y de mis árboles en Punta Brava. Yo me dije: a lo mejor, en la guerra cuando uno tiene un recuerdo es porque se tiene miedo. Pero no estaba convencido. Desde Madrid continúa enviando a sus publicaciones las crónicas y cartas donde narra las experiencias extraordinarias que está viviendo. Y las vive con esa intensidad para la que están hechos precisamente sus ojos: «Yo asisto a la vida con el hambre y la emoción con que voy al cine», dice en una de sus cartas. «Y ahora Madrid es todo él un cine épico», concluye. Pablo es a la vez espectador jubiloso y protagonista cotidiano. Si la estructura de su libro Presidio Modelo había incorporado estructuras narrativas de moderna vocación cinematográfica, ahora el autor incorpora la mirada del arte más joven a su propia pupila indagadora: «No me canso de ver todo esto. Como no tengo tiempo de ir al cine, el cine lo encuentro en la calle. Todo es espectáculo para mí.»6 Las descripciones de sus crónicas encuentran muchas veces este tono gozoso que juega con las comparaciones sonrientes hacia el paisaje de la Isla lejana: Ahora las manifestaciones tienen un sello especial. Sobre ese cielo limpio y fino, que parece el cutis de una muchacha azul, brilla una luna que casi parece la de la bahía de La Habana, donde la tanta luz no deja dormir a los tiburones. Las manifestaciones recorren las calles bajo esa luna, y tiene algo de fantástico el desfile de los rostros serios, barbudos o imberbes, iluminados por la lívida luz transparente, con ese modo de marchar a la española en el que lo importante no es el paso, como en los alemanes, sino la decisión de los brazos que enérgicamente cruzan el pecho, con el puño cerrado, hasta llevarlo al hombro.7 El hombre que ve y narra con agudeza y color esas manifestaciones ha sido cronista y participante de eventos similares. En una de aquellas movilizaciones de estudiantes habaneros —que el lenguaje popular bautizaba sonora y sabiamente como «tánganas»— había estrenado su vocación de luchador social el 30 de septiembre de 1930. Aquel había sido el año de su iniciación política y de su carrera literaria: la calle Infanta y el libro Batey, de portada rojinegra y cuentos imaginativos, podrían ser los símbolos de ambas aproximaciones que desde entonces se fundieron espléndidamente en la vida de Pablo. Vida, por otra parte de una intensidad impresionante: estamos ahora con él, contemplando esas manifestaciones, faltan sólo escasos tres meses para su muerte en los alrededores de Madrid y se maravilla uno de pensar que la parte más intensa y fecunda de su vida y de su obra ha transcurrido en los últimos seis años. De esa intensidad, de los acontecimientos históricos y personales por los que atravesó su acción y su palabra, viene, sin dudas, este párrafo macizo, tomado de la crónica «We are from Madrid»: Yo he visto demostraciones del primero de Mayo en New York. Yo he visto los mítines de Union Square y el Madison Square Garden. Yo he visto las demostraciones populares de La Habana, en contra de la presencia de los acorazados americanos en aguas cubanas. He visto a un hombre bajo el paroxismo revolucionario, disparar con su revólver contra los barcos de guerra yanquis, en la bahía de La Habana. He visto a un hombre, bajo el pánico, huir del linchamiento de una multitud justamente furiosa. He visto la cara de un policía acobardado delante de mí. Y he visto sonreír a un compañero moribundo. Mi memoria es un diccionario de recuerdos indelebles. A esos recuerdos comenzarían a pertenecer, por derecho propio, las imágenes de las calles madrileñas. «Algún día nos emocionaremos recordándolas», escribe Pablo a un amigo en carta del 24 de octubre, proponiendo un ejercicio de la memoria que ya no podrá cumplir. Pero igualmente evoca aquel momento en que comienza un crepúsculo largo, bello, pendiente, de una profundidad tirante como un arco, sin la exuberancia cromática y fulminante de nuestras tardes inolvidables, pero lleno de majestad y grandeza. A esa hora se van agrupando las mujeres y los hombres, engrosando las filas, cantando sus canciones, y en la sombra ya de la noche, con los faroles cubiertos de azul oscuro, los manifestantes se van a disolver por los barrios, cuando los estandartes rojos son ya negros, como la sangre que se ha puesto vieja. No creas, el pueblo es siempre emocionante para mí. 5 Pablo escribe en una carta fechada en Madrid, el 10 de octubre de 1936: Nuestro parapeto es uno que se conoce por «La Peña del Alemán», y está frente a uno de ellos al que llamaban «el parapeto de la muerte». Estos puntos constituyen los dos fuegos más próximos, al extremo de que, en cuanto oscurece, empiezan, de parte y parte, los discursos que concluyen con los insultos de rigor. Yo tuve el honor de endilgarles tres discursos en una sola noche. Y acabaron por gritar: «Que hable el cubano». Ya ves tú qué honor, que los «camaradas fascistas», como les llamaba, tuvieron gusto en oirme. Claro que no fueron discursos al estilo mío del «Mella», que tanto indignaban la seriedad de la compañera de Ramírez. Fueron en serio y después de cada uno de ellos se quedaban en silencio, como pensando qué contestar. Al fin se salían por la tangente, planteando otros problemas, a los cuales daba rápida contestación. Por último, donde llegó mi elocuencia a la cúspide fue cuando, recogiendo mi alusión de que les disparábamos con balas mexicanas, me plantearon el problema de cómo yo me atrevía a reprocharles a ellos usar aviones italianos si empleábamos balas mexicanas. Y he aquí que mi «poderosa» dialéctica dejó definitivamente aclarada la diferencia que existe entre un avión de Mussolini y una bala de los trabajadores de México. 6 Carta del 28 de octubre de 1936. 7 Carta del 28 de octubre de 1936. La más concreta de las cosas humanas Gentes de ese pueblo, tozudos sobrevivientes de aquellos tiempos, gentes que eran muy jóvenes cuando Pablo los encontró en Buitrago, en Madrid o en Alcalá de Henares, y les hizo una entrevista, les pidió una opinión para su libreta de apuntes; gentes que después de la guerra vivieron vidas disímiles y duras, a veces en el exilio cercano y lejano, otras en el mismo pueblo que defendieron hasta que pudieron; gentes con sus memorias poderosas o fallidas, con sus recuerdos luminosos y tristes, con sus vidas rehechas o deshechas y vueltas a hacer; estas gentes, digo, han sido la alegría para mi insistencia en seguir el hilo de la memoria de Pablo desde los días temporalmente remotos de la Guerra Civil Española. Alegría fue encontrar a Victorina Rodrigo, la hija del alcalde republicano de Buitrago, asomada a la puerta de la misma casa donde Pablo la vio entrar vestida de enfermera, casi una niña, una mañana de octubre de 1936. Alegría fue filmarle la sonrisa suya, que no tiene edad a estas alturas, mientras miraba una foto de Pablo y decía: «Sí, tenía cara de listo.» Alegría fue que José Cañizares y Manuel Alguacil me contaran cómo llegó Pablo a la imprenta donde hacían, a mano, el periódico No pasarán, en plena Sierra de Guadarrama, y escribió, de un tirón, mientras conversaba con ellos, la crónica «Vengo de América», donde expuso los mismos argumentos de su célebre «Polémica con el enemigo», y que recordaran, al unísono, la asombrosa velocidad de Pablo en la máquina de escribir y el dominio de su oficio periodístico, asumido casi como un juego por aquel cronista formidable. Alegría fue hallar en su casa de Béjar, tras una vida de exilios y retorno, a Eloy Castellano, que era el oficial más joven de la República en aquellos días de 1936 cuando Pablo le propuso hacerle una entrevista para un trabajo que ya no podría escribir; y escucharle ahora, más de cincuenta años más tarde, la descripción emocionada de aquel momento, que se confunde en nuestra memoria con la voz de Pablo que precisa este detalle en su carta del 24 de octubre a un amigo: Porque, claro, el pueblo, además de ser en sí, por grande, como el mar, una cosa abstracta, es una cosa concreta, la más concreta de todas las cosas humanas, sin duda. Y no se moviliza por obra de ningún misterio, sino por el movimiento de sus propios resortes, de sus órganos vitales. La actividad profesional desplegada por Pablo desde su llegada a España a mediados de septiembre era seguramente alimentada por aquella explosión magnífica que le escuchamos confesar en una de sus últimas cartas del exilio neoyorquino. La imaginación incendiada iba del Buitrago atrincherado al tenso Madrid. Una larga lista de nombres puebla las páginas de sus libretas de apuntes: figuras de la política y del gobierno, funcionarios encargados de la prensa, colegas de otras publicaciones, agitadores del teatro callejero, enfermeras, milicianos, militares de carrera, cubanos residentes en Madrid, pintores y poetas. En Madrid Pablo se relaciona estrechamente con lo mejores representantes de la cultura artística española que defienden, con sus obras y su hacer, a la República agredida. En la Alianza de Intelectuales Antifascistas asiste a reuniones en que escritores y artistas de otros países ofrecen su apoyo a la lucha del pueblo español. Allí entrevista a Ludwig Renn y solicita un autógrafo de Louis Aragon para New Masses, según comenta en sus apuntes. En la calle descubre y testimonia las expresiones visuales de la resistencia frente a la agresión: las notas describen decenas de affiches y consignas y recogen fragmentos de obras de teatro popular presentadas por el grupo La Tribuna. Por otra parte, Pablo conoce a Ramón Menéndez Pidal y Gregorio Marañón, a través de su amigo José María Chacón y Calvo, que entonces se desempeñaba como diplomático de la Embajada cubana en Madrid. Juntos cenan en la casa de Menéndez Pidal el 18 de octubre. «Me separan de él muchas cosas: me atraen...» Es interesante detenerse en esta zona de la experiencia madrileña de Pablo durante la guerra porque arroja luz sobre un elemento poco comentado de su personalidad y su carácter: la capacidad para mantener relaciones cálidas y sinceras con amigos que no tenían sus mismos puntos de vista en cuestiones tan importantes de la vida como la visión de la historia y la práctica personal dentro de ella. La dirección de Chacón en Madrid es el primer apunte de Pablo a su llegada a la capital española. Allí se quedaría en otras ocasiones, a su regreso del frente. Las notas de Pablo consignan otros momentos relacionados con esa amistad, como el bombardeo al aeropuerto de Barajas, que el cronista vive junto al diplomático que viajaba hacia Cuba, al que se refiere en su carta fechada en Madrid el 4 de noviembre: ¿Te conté que ayer presencié el bombardeo aéreo del aeródromo de Barajas? Fui a despedir a Chacón y Calvo y pasaron los pájaros soltando bombas incendiarias. Volaron tan alto que no se utilizaron las antiaéreas. Y naturalmente, las bombas, como cincuenta en fila, cayeron muy lejos e incendiaron los rastrojos y un montecito. Al caer se iluminaban contra la tierra, como cuando se pisa un fósforo y se enciende. Creo que bajo esa misma luz hay que ver también este testimonio inédito, tomado del diario personal de Chacón y Calvo. Vale la pena reproducirlo con cierta amplitud por la valoración que hace de Pablo y de aquel encuentro.

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.